El juego de los abalorios (35 page)

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Authors: Hermann Hesse

Tags: #Clásico, Drama

BOOK: El juego de los abalorios
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Si seguimos el hilo, pasamos a los primeros años de Knecht en Waldzell, a sus últimos años de escuela, a su importantísimo encuentro con el alumno-huésped Designori, que hemos descripto ampliamente en su oportunidad y lugar. Este encuentro entre el ardiente adepto del ideal castalio y el hijo del mundo Plinio Designori no fue solamente una experiencia o vivencia violenta y de largo efecto posterior, sino también una aventura profunda, importante y simbólica, para el estudiante Knecht. Porque le fue entonces impuesto ese papel significativo y agotador, que, a pesar de su aparente casualidad, respondía tanto a su modo total de ser, que casi se puede decir que su vida posterior no fue más que una repetición de ese papel, un crecimiento cada vez más perfecto en el mismo, es decir, en el papel de defensor y representante de Castalia, como por ejemplo tuvo que hacer unos diez años más tarde frente al
Pater
Jakobus y siguió haciéndolo como
Magister Ludi
hasta el final; el papel de un defensor y representante de la Orden y sus leyes, siempre preparado sin embargo, y acuciado íntimamente para aprender del contrincante y fomentar no el enquistamiento y la rígida aislación de Castalia, sino su vivo juego de conjunto y su lucha con el mundo exterior. Lo que en parte fue juego apenas en la competición espiritual y oratoria con Designori, se convirtió en honda seriedad contra un amigo y adversario tan importante como Jakobus, y frente a ambos adversarios permaneció firme, se adecuó, aprendió de ellos, en la lucha y la disputa dio tanto como recibió, y en ambas ocasiones si no venció al contrincante —lo que desde el comienzo no era la meta de la competición—, supo obligarlo al honroso reconocimiento de su personalidad y del principio o ideal por él sustentado. Aunque la explicación con el sabio benedictino no llevara inmediatamente a un resultado práctico, el establecimiento de una representación semioficial de Castalia ante la Santa Sede pudo ser de mucho mayor valor de lo que sospechó la mayoría de los castalios.

Tanto por la disputada amistad con Plinio Designori como por la otra con el andino
Pater
, Knecht había logrado un conocimiento del mundo foráneo o por lo menos una idea general que seguramente pocos poseían en Castalia ciertamente, y recuérdese que Josef no tuvo ninguna otra relación mayor con ese mundo. Con excepción de su residencia en Mariafels, que en realidad no podía facilitarle un conocimiento real de la vida mundana, no había visto nunca esa vida ni la había compartido fuera de su temprana infancia, pero había alcanzado gracias a Designori, a Jakobus y al estudio de la historia una despierta intuición de la realidad, una intuición en gran parte instintiva y sólo unida a muy escasa experiencia personal, pero que le tornó más conocedor y abierto a la universalidad que la mayoría de sus conciudadanos castalios, exceptuando apenas las altas autoridades. Fue y siguió siendo siempre un castalio genuino y fiel, pero nunca olvidó que Castalia es una parte, una pequeña parte del mundo, aunque fuera la más valiosa y amada.

Y ¿qué pasaba con su amistad con Fritz Tegularius, el hombre de carácter difícil y problemático, el artista sublime del juego de abalorios, el angustiado y malcriado «mero castalio», para el cual durante su breve visita en Mariafels entre los agrios benedictinos todo fuera tan sospechoso y mísero, que le aseguró no poder resistir allí una semana, mientras el amigo había resistido perfectamente más de dos años, cosa de la cual estaba admirado? Acerca de esta amistad hicimos muchas hipótesis, muchas de ellas tuvieron que ser descartadas, algunas parecieron acertadas; todas ellas se refieren al problema que quiere establecer cuál fue la raíz y cuál el sentido de esta amistad de tantos años. Ante todo no debemos olvidar que en todas las amistades
de
Knecht, exceptuando a lo sumo aquella con el benedictino, él no fue el que las buscó, las deseó y las necesitó. Josef atraía, era admirado, envidiado y amado, simplemente por su noble ser, y después de cierto grado de su «despertar» tuvo conciencia de este don. Así pues, ya en los primeros años de estudio, fue admirado y cortejado por Tegularius, pero siempre lo había mantenido a cierta distancia. Muchas pruebas nos demuestran, sin embargo, que tuvo siempre real solicitud por el amigo. Opinamos, pues, que lo que atraía a Knecht no era meramente la extraordinaria capacidad de Fritz, su impetuosa genialidad abierta precisamente a todos los problemas del juego de abalorios, sino que su fuerte y duradero interés, por sobre las facultades del amigo, comprendía en igual medida sus errores, sus deficiencias, su poca salud, es decir, aquello que en Tegularius era para los demás miembros de Waldzell molesto y a veces intolerable. Este ser admirable era tan castalio que todo su modo de ser hubiese sido inconcebible fuera de la provincia y tenia como premisa su atmósfera y su elevada cultura de tal forma que si no hubiese sido por su rareza y su quisquillosidad, se le hubiera podido definir como archivo castalio. Y a pesar de eso, este archicastalio se adecuaba poco a sus cantaradas, no era querido ni por ellos ni por los superiores y los funcionarios, incomodaba constantemente, chocaba siempre y sin la protección y la guía de su valiente y prudente amigo se hubiera perdido pronto. Lo que se denominaba su enfermedad era en el fondo más bien un vicio, una rebeldía, un defecto de carácter, es decir, un concepto, un modo de vivir, antijerárquico por excelencia, completamente individualista. Se adaptaba a la organización existente sólo hasta donde era necesario para ser simplemente tolerado en la Orden. Era un buen castalio, y hasta un brillante castalio en cuanto su espíritu resultaba incansable, insaciable y diligente en sabiduría y en el juego de abalorios; pero era un castalio muy mediocre y hasta malo por el carácter, por su posición frente a la jerarquía y a la moral de la Orden. Su defecto más grande era la indiferencia, el descuido de la meditación, que significaba la disciplina del individuo y cuyo ejercicio consciente hubiera podido curarlo perfectamente de su enfermedad nerviosa, porque en pequeño y particular lo hacía cada vez cuando era obligado por castigo por los superiores a severos ejercicios de meditación bajo vigilancia después de un período de mala conducta o de excitación y melancolía, recurso del que debió echar mano a menudo también el bondadoso Knecht, inclinado a perdonarle. No, Tegularius era un carácter terco, lunático, poco dispuesto a la disciplina, seria, cautivador por cierto por su vivaz espiritualidad en las horas de excitación, cuando burbujeaba su agudeza pesimista y nadie podía sustraerse a la audaz y a menudo sombría magnificencia de sus ocurrencias, pero en el fondo era incurable, porque no quería curarse, nada hacía por la armonía y la concordia, amaba solamente su libertad, el eterno período de estudiante, y prefería ser el dolorido por toda la vida, el descartado siempre, el molesto individualista, el loco genial, el nihilista, en lugar de subir hasta la jerarquía y alcanzar la paz por el camino de la disciplina. No le importaba la paz, le dejaba sin cuidado la jerarquía, poco le afectaban la censura y el aislamiento. ¡Componente muy incómodo e indigerible, pues, en una comunidad cuyo ideal es la armonía y el orden! Pero justamente por esta inadaptabilidad e indigeribilidad representaba en medio de un pequeño mundo tan iluminado y ordenado una constante y viva inquietud, un reproche, una advertencia, una alarma, un excitador de ideas nuevas, audaces, prohibidas, desmedidas, una oveja testaruda y desobediente en la majada. Y esto, creemos, fue lo que le conquistó el amigo a pesar de todo. Seguramente, en la relación de Knecht con él tuvo su papel también la compasión, el llamamiento del amenazado y casi siempre desdichado a todos los caballerescos sentimientos del amigo. Pero esto no hubiera bastado, ni después de la elevación de Knecht a la dignidad de
Magister
para conceder vida a esta amistad en una vida oficial recargada de labor, deberes y responsabilidad. Nos parece que, en la vida de Knecht, Tegularius no fue menos necesario que Designori y el
Pater
de Mariafels, como éstos elemento acicateante, ventanita abierta hacia nuevas perspectivas. En este amigo tan notable y raro, Knecht, a nuestro modo de ver, halló el representante de un tipo y con el tiempo tuvo conciencia de ello; un tipo que no existía aún fuera de esta figura única de precursor, vale decir, el tipo del castalio que él mismo podría llegar a ser, si la vida de Castalia no pudiera ser rejuvenecida y robustecida por nuevos encuentros e impulsos. Tegularius fue, como la mayoría de los genios solitarios, un precursor. Vivió realmente en una Castalia que no existía aún pero que podía existir mañana, en una Castalia más cerrada aún contra el mundo, degenerada íntimamente por el envejecimiento y la relajación de la moral meditativa de la Orden; mundo en el cual siempre serían posibles los más altos vuelos del espíritu y la más blonda dedicación a los nobles valores, donde empero una espiritualidad de fino desarrollo y libre acción no tendría otra meta que el goce egoísta de sus facultades sumamente perfeccionadas. Tegularius representaba para Knecht al mismo tiempo la encarnación de las supremas capacidades castalias y el signo premonitor de su desmoralización y su decadencia. Era maravilloso y valioso que existiera Fritz.

Pero había que impedir la disolución de Castalia en un reino de ensueño poblado exclusivamente por
Tegularii
. El peligro de que se llegara a ello estaba lejos todavía, pero existía. La Castalia que Knecht conocía, sólo necesitaba elevar un poco más los muros de su distinguido aislamiento; bastaría solamente la decadencia de la educación de la Orden, un hundimiento de la moral jerárquica, y Tegularius no sería más un ejemplar único y raro, sino el representante de una Castalia en degeneración y ruina. La posibilidad, el comienzo o la disposición para esta caída, esta importantísima revelación y preocupación del
Magister
Knecht probablemente le hubiera llegado mucho más tarde o tal vez nunca, si a su lado y por él conocido con toda exactitud no hubiera vivido este castalio del porvenir. Era y fue para la despierta percepción de Josef un síntoma y un grito de alarma, como lo hubiera sido para un médico inteligente el primero de un ser atacado por una enfermedad todavía desconocida. Y Fritz no era, por cierto, un hombre del promedio general, sino un aristócrata, una capacidad de alto grado. Si la enfermedad aun ignota, visible por primera vez en el precursor Tegularius, lograse contagiarse y alterar la imagen del hombre castalio, si la provincia y la Orden aceptasen alguna vez la figura degenerada y enferma, estos castalios del porvenir no serían meros
Tegularius, no
poseerían sus valiosas dotes, su melancólica genialidad, su llameante pasión artística, sino que la mayoría de ellos ostentaría solamente su inseguridad, su inclinación a la decadencia, su carencia de disciplina, educación y sentido común. En horas de mucha preocupación, Knecht debe haber tenido estas sombrías visiones, estos turbios presentimientos, y para vencerlos tuvo que emplear en parte mucha meditación, en parte mucha energía en su labor cada vez creciente.

Justamente el caso de Tegularius nos muestra también un ejemplo muy bello e instructivo de la forma en que Josef se esforzaba en dominar, sin rehuirle, al problemático, al difícil, al enfermo que encontrar. Sin su vigilancia, su cuidado y su dirección educadora, su amigo se hubiera perdido temprano, sin duda se hubiera llegado por él a infinitas molestias y situaciones intolerables en el
Vicus Lusorum
, como no habían faltado del todo ya desde que pertenecía a la selección de jugadores. El arte con que el
Magister
supo no sólo mantener en el buen camino de manera aceptable a su amigo, sino también emplear sus dotes al servicio del juego de abalorios y acrecerlas en nobles labores, la prudencia y la paciencia con que soportó sus caprichos y rarezas y los venció con la constante invocación de lo valioso de su ser, debemos admirarlas como obra maestra del trato de los hombres. Tal vez sería tarea hermosa que podría llevar a sorprendentes comprobaciones —y quisiéramos recomendarla cordialmente a cualesquiera de nuestros historiadores del juego de abalorios —estudiar alguna vez exactamente en su originalidad estilística los torneos anuales del período oficial de Knecht y hacer el análisis de estos juegos llenos de dignidad, resplandecientes en sus ocurrencias y formulaciones preciosas, de estos juegos brillantes, rítmicamente tan originales y, sin embargo, muy alejados del virtuosismo egoísta, cuyo plan básico, como la construcción y la dirección de la escuela meditativa eran propiedad espiritual exclusiva de Knecht, mientras que el cincelado y la labor de taracea técnica se debía en máxima parte a su colaborador Tegularius. Estos juegos hubieran podido extraviarse y olvidarse, sin que la vida y la actividad de Knecht perdiese para la posteridad mucha de su fuerza de atracción, de su calidad ejemplar. Mas no se han perdido, para nuestra fortuna, están descriptor y conservados como todos los juegos oficiales y no yacen muertos en el archivo, sino que viven todavía hoy en la tradición, son estudiados por jóvenes discípulos, brindan gratos ejemplos para muchos cursos y muchos seminarios. Y en ellos se perpetúa vivo también aquel colaborador que de otra manera estaría olvidado o a lo sumo sería una extraña figura fantasmal del pasado, sobreviviente apenas en algunas anécdotas. De esta manera, por haber sabido asignar un «lugar y un campo de acción a su tan indisciplinado amigo Fritz, Knecht enriqueció con algo de valor elevado el patrimonio espiritual y la historia de Waldzell y aseguró al mismo tiempo a la figura y a la memoria del amigo cierta perduración, Recordaremos de paso a este respecto que en sus esfuerzos por el amigo, el gran educador tuvo conciencia de los recursos más importantes de tal influencia formativa. Estos recursos eran el amor y la admiración del amigo, que como una corte de su fuerte y armónica personalidad, de su señorío, el
Magister
no mereció solamente de Fritz sino también de muchos de sus colegas y discípulos y más que en su autoridad por el cargo, en ella se fundó para ser grande y tener la fuerza que a pesar de su manera bondadosa y conciliadora ejerció sobre tanta gente.

Sentía exactamente la eficacia de una palabra amable en el diálogo o en el conocimiento, de una reserva o de un desprecio. Uno de sus discípulos más atentos contó mucho más tarde que Knecht una vez no habló con él una sola palabra durante una semana en el curso y en el seminario, no le vio siquiera en apariencia, lo trató como el aire,
y
que éste fue en todos sus años de estudio el castigo más amargo y eficaz que conoció.

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