Tenía finísima sensibilidad para dar con las aptitudes de sus discípulos y funcionarios al servicio de la jerarquía: para cada misión, para cada puesto, elegía cuidadosamente las personas, y los testimonios y las características que él anotaba en un registro, comprueban una gran seguridad de criterio, para el cual valía siempre en primer término lo humano, el temperamento. Y cuando se trataba de juzgar y manejar caracteres difíciles, se le pedía a menudo consejo. Esto ocurrió, por ejemplo, con el
estudiosus
Petrus, el último alumno preferido del ex
Magister Musicae
. Este joven, de la categoría de los fanáticos tranquilos, se había demostrado excelente en su papel originalísimo de compañero, cuidador y adorador del Venerable. Mas cuando este papel terminó lógicamente con la muerte del ex
Magister
, Petrus cayó en una melancolía y en un dolor que se comprendió y por un tiempo se toleró, pero sus síntomas causaron muy pronto serias preocupaciones al jefe de Monteport, el
Magister Musicae
Ludwig. Petrus, en efecto, insistió tercamente en quedarse residiendo en el pabellón que fuera refugio de la senectud del muerto; custodiaba la casita, mantenía la instalación y el orden exacta y laboriosamente como antes, consideraba, en fin, el cuarto en que vivió y murió el desaparecido, junto con el sillón, el lecho de muerte y el clavecín, como un santuario intocable y que él debía defender y, fuera de esta penosa conservación de reliquias, no quería otra preocupación, otro deber que el cuidado del sepulcro donde descansaba su querido maestro. Se sentía llamado a dedicar su vida a un culto permanente del muerto en estos sitios recordatorios, a conservarlos, buen servidor religioso como lugares consagrados, a verlos convertidos tal vez en metas de peregrinaciones. Durante los primeros días después del sepelio se abstuvo de tomar alimentos, luego se limitó a minúsculas y contadas comidas, semejantes a aquellas de que se satisfacía el maestro en sus últimos meses; parecía como si se propusiera entrar de este modo en la sucesión del Venerable y seguirlo en la muerte. No pudo resistirlo por mucho tiempo y entonces pasó a proceder como si hubiera sido encargado de la administración de la casa y del sepulcro, guardián eterno de esos lugares memorables. De todo esto se desprendía claramente que el joven, deliberadamente y dueño desde mucho atrás de una situación privilegiada para él seductora, quería mantenerla en toda forma con el fin de no volver al servicio cotidiano, para el cual no se sentía desdichadamente dispuesto. «En resumidas cuentas, aquel Petrus que había sido asignado al difunto ex
Magister
, ha enloquecido», decía breve y fríamente una corta misiva de Ferromonte. Naturalmente, el estudiante de música de Monteport nada tenía que ver con el
Magister
de Waldzell, no tenía ninguna responsabilidad en ese caso y, sin duda, no veía la necesidad de entrometerse en un asunto de Monteport, aumentando así sus tareas. Pero el desgraciado Petrus, a quien hubo que alejar por la fuerza del pabellón, no se calmó y se hundió con su dolor y sus trastornos mentales en un estado de aislamiento y ausencia de la realidad, en el cual no era posible aplicarle los correctivos habituales por infracciones disciplinarias, y como sus superiores conocían la bondadosa relación de Knecht con él, se originó en la cancillería del
Magister Musicae
un pedido de consejo e intervención, mientras se consideraba al rebelde como enfermo, por el momento, y se le mantenía en una celda de la enfermería en observación. Knecht aceptó lo decidido con bastante desagrado, pero después de meditar un poco y decidirse a un intento de ayuda, tomó el asunto en sus manos con enérgica resolución. Se ofreció a tener a su lado a Petrus, para Un experimento, con la condición de que se le tratase perfectamente, como una persona sana y se le dejara viajar solo; agregó una breve y amable invitación para el joven, en la que, si le era posible, le pedía una visita por un breve período, haciéndole comprender que deseaba recibir de él algunas informaciones acerca de los últimos días del ex
Magister Musicae
. El médico de Monteport accedió vacilando, se entregó la invitación al
estudiosus
y, como había previsto exactamente Knecht, que al desdichado en esa situación nada sería más grato y promisorio que un rápido alejamiento del lugar de su dolor, Petrus se declaró dispuesto prontamente al viaje, ingirió sin resistencia una abundante comida, recibió su pase y se puso en marcha. Llegó en un estado penoso a Waldzell; por indicación de Knecht se ignoró lo inestable y peligroso de su situación moral y se le alojó entre los huéspedes del archivo; así no se sintió tratado como un castigado o un enfermo, ni colocado en alguna manera fuera de la organización, y no estaba tan enfermo realmente como para no apreciar la agradable atmósfera de Waldzell y no aprovechar este camino de retorno a la vida que se le ofrecía. Ciertamente, causó bastantes molestias al
Magister
todavía en las largas semanas de ese destierro; Knecht lo hizo ocupar aparentemente, bajo vigilancia permanente, en anotaciones sobre los últimos ejercicios y estudios musicales de su
Magister
, completando esta tarea, de acuerdo con un plan, mediante pequeños trabajos manuales en el archivo; se le pidió, si disponía de tiempo, que diera una mano, porque había muchísimo que hacer y faltaban ayudantes. En fin, se ayudó al extraviado a hallar de nuevo su camino; cuando se hubo tranquilizado y se mostró visiblemente dispuesto para reintegrarse disciplinadamente a la vida castalia, Knecht comenzó en breves conversaciones a influir en él en forma directamente educativa y, al final, a destruir ese delirio por el cual creía que su culto idólatra por el desaparecido fuera algo posible y sagrado en la provincia. Mas como no podía vencer su miedo ante el retorno a Monteport, cuando pareció curado, se le proporcionó el cargo de ayudante del maestro de música en una de las escuelas inferiores de selección, donde se condujo respetuosamente.
Se podrían citar muchos ejemplos más de la actividad educativa y de cura de almas de Knecht, y no faltaron jóvenes estudiantes ganados a una vida en el verdadero espíritu castalio por la suave energía de su personalidad, de la misma manera en que fue ganado Josef por el
Magister Musicae
. Todos estos ejemplos no nos muestran al
Magister Ludi
como un temperamento problemático: todos son pruebas de buena salud y equilibrio. Eso sí, el amoroso cuidado del Venerable por caracteres débiles y amenazados como Petrus y Tegularius, parece indicar una atención y sensibilidad muy particulares para tales enfermedades o accidentes de los castalios, una atención nunca aquietada o apagada después del primer despertar, para los problemas y peligros innatos en la vida castalia. El no ver estos problemas por indiferencia o comodidad, como lo hace la mayor parte de nuestros conciudadanos, estaba muy ajeno de su claro y valiente modo de pensar y, probablemente, nunca adoptó la táctica de la mayoría de gas colegas de la dirección, que conocen por cierto la existencia de los peligros, pero los tratan fundamentalmente como si no existieran. Los veía y los conocía, en gran parte por lo menos, y su familiaridad con la prehistoria de Castalia le hacía considerar la vida entre los mismos como una lucha y afirmar y amar esta vida en peligro, mientras tantos castalios conciben su comunidad y su vida en ella solamente como un idilio. También a través de las obras del
Pater
Jakobus sobre la Orden benedictina se confirmó en la idea de la Orden como la de una comunidad militante y la de la piedad como posición de lucha. «No existe —dijo una vez— vida noble y elevada sin el conocimiento del demonio o de los demonios, y sin la lucha constante contra ellos».
Entre los hombres que ocupan los supremos cargos aquí muy rara vez nacen amistades firmes y claras; no nos sorprende, pues, que Knecht no haya tenido relaciones de esta naturaleza con ningún colega en los primeros años de magisterio. Tuvo gran simpatía por el viejo filólogo de Keuperheim y un profundo respeto por la Dirección de la Orden, pero en esta esfera lo personal, lo privado, está casi tan completamente eliminado u objetivado, que exceptuando la colaboración oficial, apenas son posibles serios acercamientos o amistades. Pero también a esto debía llegar nuestro protagonista.
No tenemos a nuestra disposición el archivo secreto de la autoridad educativa; acerca de la situación y la actividad de Knecht en sus sesiones y votaciones sólo sabemos lo que puede deducirse de manifestaciones ocasionales que tuvo con amigos. No parece haber mantenido el silencio de su primer período magistral hasta más tarde, pero pocas veces actuó hablando mucho, si exceptuamos los casos en que fue proponente o iniciador. Particularmente documentada está la rapidez con que asimiló el tono del trato habitual dominante en la cumbre de nuestra jerarquía, y ostentó la belleza y la riqueza de sus ideas y su juguetona alegría en el empleo de esas formalidades. Es notorio que los personajes más elevados de nuestro mundo directivo, los maestros y los miembros de la Dirección de la Orden, discurren entre sí solamente en un estilo ceremonioso cuidadosamente medido, y entre ellos —no sabríamos decir desde cuándo— predomina la tendencia o la secreta prescripción o la norma de servirse tanto más estricta y atentamente de una pulida cortesía cuanto mayor es la diversidad de opiniones y más importantes son los problemas discutidos acerca de los cuales hay que manifestarse. Probablemente, esta cortesía heredada desde tan lejos, juntamente con otras funciones que pueda tener, vale también como una norma protectora: el tono sumamente cortés de los debates no sólo evita a las personas que discuten la caída en el apasionamiento y les ayuda a mantener la conducta perfecta, sino que protege y guarda además la dignidad de la Orden y de las autoridades mismas; las viste con el hábito talar del ceremonial y los velos de lo sagrado, y por eso mismo, este arte del cumplido tan ironizado por los estudiantes, tiene su justo y útil sentido. Antes de la época de Knecht, su predecesor, el
Magister
Tomás, había sido un maestro admirado en modo especial en este arte. No es posible en realidad considerar a Knecht como su sucesor en eso, y menos como su imitador; fue más bien discípulo de los chinos, y su forma de cortesía era menos aguda y además impregnada de ironía. Pero entre sus colegas se le consideró como insuperable en tal cortesía.
EN nuestro intento, hemos llegado a un recodo del camino en que nuestra atención está totalmente ligada a la evolución que experimentó la vida del maestro en sus últimos años y que lo llevó a su alejamiento del cargo y de la provincia, a su paso a otro ciclo existencial y a la muerte. Aunque administró su cargo con fidelidad ejemplar hasta el instante de su despedida y gozó hasta sus últimos días del amor y la confianza de sus discípulos y colaboradores, renunciamos a continuar la reseña de su dirección magistral, porque lo vemos agotarse dentro de esas funciones y volverse hacia otras metas. Había sobrepasado el círculo de posibilidades que el cargo ofrecía al desarrollo de sus energías, para llegar al punto en que los grandes temperamentos abandonan el camino de la tradición y la obediente disciplina, e intentan (y se hacen de ello responsables) la novedad aún desdibujada y no vivida, confiando en supremas fuerzas innombrables.
Cuando tuvo conciencia de ello, examinó su situación y las posibilidades que permitieran alterarla, procediendo, eso sí, con cuidado y parquedad. En edad extraordinariamente temprana, se encontraba en la cumbre de lo que puede considerar deseable y digno de conquista un castalio bien dotado y ambicioso, y había llegado hasta allí no por orgullo y esfuerzo, sino sin codicia ni adaptación deliberada, casi contra su voluntad, porque hubiera satisfecho más sus deseos una vida de sabio oscuro, independiente, no sometido a los deberes oficiales de un cargo. No apreciaba de la misma manera todos los nobles bienes, ni la altas distinciones que le tocaron juntamente con la elevada dignidad, y algunas de tales distinciones o poderes le parecieron muy pronto casi desagradables. En realidad, consideró siempre como una carga la colaboración política y administrativa con las altas autoridades, sin dejar por eso de dedicarse a ella con menos conciencia de su deber. Y también su propia tarea, característica y singular para su posición, la de preparar una selección de perfectos jugadores de abalorios, aunque por temporadas le proporcionara mucha alegría y ella se sintiera orgullosa de su maestro, con el correr del tiempo tal vez llegó a ser para él más una carga que un placer. Lo que le daba alegría y satisfacción era el enseñar, el educar, y en eso había comprobado por experiencia que tanto el placer como el resultado eran mayores cuanto más jóvenes eran sus alumnos, de modo que le pareció deficiencia y sacrificio el que su cargo no tratara ya con niños, sino con jóvenes y adultos. Existían también otras consideraciones, experiencias y perspectivas que en el curso de sus años de
Magister
lo llevaron a situarlo en posición crítica frente a su propia actividad y a muchas cosas de Waldzell, o a hacerle sentir el cargo como un gran impedimento para el desarrollo de sus facultades mejores y más fructíferas. Mucho de esto es notorio, algunas cosas las suponemos. Tampoco nos extenderemos acerca de una cuestión bastante discutida, la de si el
Magister
Knecht tuvo realmente razón aspirando a la liberación de la carga de sus funciones, deseando una labor menos aparente pero más intensa, criticando la situación de Castalia, o si debe ser considerado como un precursor y un audaz luchador o una suerte de rebelde o aun de desertor; la disputa al respecto dividió por un tiempo a Waldzell y aun la provincia entera en dos bandos y no se ha acallado todavía del todo. Aunque nos declaramos agradecidos adeptos del gran
Magister
, no tomamos posición en este caso; la síntesis de aquella discusión de opiniones y juicios sobre la persona y la vida de Josef Knecht es ya una nota cultural y de algún modo está expuesta en nuestras páginas. Quisiéramos dejar a un lado los juicios y referir con la mayor veracidad posible la historia del fin de nuestro venerado maestro. Sólo que no se trata propiamente de una historia; nos parece merecer más exacto el nombre de leyenda, es decir, de una narración mezclada con noticias verdaderas y meros rumores, como justamente, fluyendo de fuentes claras y oscuras, circulan entre nosotros, los más jóvenes de la provincia.