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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (2 page)

BOOK: El líder de la manada
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La segunda posición la ocupa el aspecto emocional. Pasé mi infancia en México y allí me enseñaron que sólo las mujeres podían tener emociones. Allí son ellas quienes soportan toda la carga emocional, al igual que en muchos otros países del Tercer Mundo. Mi padre me enseñó que llorar era ser débil, ser una nenaza. A los hombres de mi cultura se les condiciona desde edades muy tempranas para que supriman sus sentimientos y los oculten detrás de una cortina de bravuconería, de tal modo que al poco nos encontramos tan distanciados de nuestras emociones que ni siquiera las reconocemos cuando aparecen. Cuando llegué a Estados Unidos, me di cuenta de que, si lo comparaba con lo que había conocido en México, todo el mundo parecía disfrutar de la libertad necesaria para mostrar sus emociones; incluso los hombres. Oí cómo el doctor Phil les decía a los hombres que estaba bien llorar, e incluso les pedía que hablasen de lo que sentían. «¿Qué? —me pregunté—. ¿Cómo es posible que sepan lo que están sintiendo?». Así de equivocado estaba yo en lo referente a las emociones. Cuando me casé, tuve que aprender a comunicarme, a utilizar mi lado emocional. Hasta que no fuera capaz de acceder a mis emociones, no podría sentirme equilibrado. Estoy convencido de que países como México nunca podrán llegar a ser sociedades saludables a menos que comprendan la importancia de las emociones, y aprendan a valorar a las mujeres y a los niños, en quienes reside actualmente la mayor parte de la fuerza emocional del mundo.

Otra parte del ser humano es su lado espiritual. Qué duda cabe que muchos de nosotros satisfacemos nuestras necesidades espirituales, bien al acudir a una iglesia, una sinagoga, una mezquita o un templo, o bien desarrollando otras formas de meditación y adoración. Todo ello suele proporcionarnos un apacible respiro en el que podemos sintonizar con un nivel de nosotros mismos más profundo que el que se levanta cada día, lee el periódico y acude al trabajo. Pero la satisfacción espiritual no tiene por qué significar creencia religiosa o desconfianza hacia la ciencia. En palabras del fallecido Carl Sagan: «La ciencia no es sólo compatible con la espiritualidad, sino que es una profunda fuente que alimenta esa espiritualidad». La espiritualidad adquiere muchas formas, pero en cualquiera de ellas resulta ser una parte profundamente enraizada en el ser humano, que ha existido desde el albor de la civilización. Tanto si creemos en una fuerza invisible y omnisciente, en el milagro de la ciencia y el universo, o simplemente en la belleza del espíritu humano, casi todos nosotros sentiremos un anhelo interior de formar parte de algo superior a nosotros mismos.

Por último, nos queda el lado instintivo de nuestra naturaleza. Dejarse guiar por el instinto significa mantener la mente despejada, abierta y receptiva a las señales que constantemente nos envían las demás personas, otros animales y nuestro entorno. Significa comprender nuestra conexión con el yo natural y el mundo natural, y reconocer nuestra interdependencia de ese mundo. Pasé gran parte de mi niñez en un entorno rural del Tercer Mundo donde teníamos que estar en sintonía con la Madre Naturaleza para poder sobrevivir. Cuando mi familia se trasladó a la ciudad, empecé a sentir que se erigía una barrera entre mi yo instintivo y mi yo civilizado, entre el atavismo y la forma de vida civilizada que se suponía que debía llevar. Y cuando me trasladé a la zona urbana del sur de California, observé incluso una última capa más de racionalidad e intelectualidad que separaba todavía más a las personas de su lado instintivo.

Los humanos seguimos a nuestros líderes intelectuales, espirituales y emocionales, y como especie, somos la única que decide seguir a un líder totalmente desequilibrado e inestable. Por el contrario, los animales —yo soy de la creencia de que ellos también poseen un lado emocional y espiritual— sólo seguirán a sus líderes instintivos, y estoy convencido de que es la falta de conexión con nuestro lado instintivo lo que nos impide ser un adecuado líder de la manada a ojos de nuestros perros. Quizás sea también la razón de que nos estemos mostrando incapaces de ser buenos guardianes de nuestro planeta.

Sin contacto con nuestro lado instintivo quedamos peligrosamente desequilibrados. La mayoría de nosotros ni siquiera nos damos cuenta, pero creedme: nuestros perros, sí. No podríamos engañarlos aunque lo intentásemos. Y en todos los casos de comportamientos inestables en los que he tenido que intervenir, me he dado cuenta de que se trataba de señales de alarma que intentan avisarnos de que hemos de volver a recuperar nuestro lado instintivo para conseguir de nuevo el equilibrio, que proviene de tener los cuatro elementos —intelectual, emocional, espiritual e instintivo— en sintonía. Sólo con este equilibrio seremos capaces de ser criaturas completas de la Madre Naturaleza.

La buena noticia es que nuestro yo instintivo permanece en nuestro interior sólo a la espera de ser redescubierto. Y nuestros mejores amigos y compañeros, es decir, nuestros perros pueden ser la guía del despertar de nuestra naturaleza instintiva. En este libro os invito a aprender esta lección de vuestro perro. Ellos son nuestro espejo, pero ¿nos atreveremos a mirarles de verdad a los ojos y a ver en ellos nuestro reflejo?

El Magnate

Estaba en la ciudad de Nueva York con mi esposa y mis hijos para asistir a la fiesta por el quinto aniversario del canal de televisión de National Geographic cuando recibí la llamada de una antigua clienta. Le había hablado de mí a un amigo, al parecer un hombre muy poderoso dedicado a las finanzas
[*]
. Quería que lo atendiera inmediatamente porque, en palabras suyas: «Mis perros están a punto de matarse el uno al otro». Cuando me dijo la cantidad de dinero que estaba dispuesto a pagarme, creí desfallecer. Aunque desde luego semejante cantidad era muy tentadora, no fue lo que me empujó a acudir, sino más bien la curiosidad. ¿Qué clase de magnate estaba dispuesto a poner en manos de un «experto en comportamiento canino» tal cantidad de dinero sólo para ayudar a esos dos animales? ¿Y cómo un hombre que obviamente era un líder natural de la manada en su propia vida había permitido que sus perros estuvieran fuera de control?

Cuando llegué a su casa, me dejaron boquiabiertos los altos techos, los suelos de mármol y las obras de arte de incalculable valor que había por todas partes. Nunca había visto un lugar así, pero mi instinto no tardó en percibir una gran cantidad de energía en desequilibrio.

La doncella que me abrió la puerta y se hizo cargo de mi abrigo parecía amedrentada y nerviosa, como si temiera hacer algo mal. Y cuando el cliente en persona vino a presentarse, me di cuenta de que el lenguaje corporal de la joven mermó aún más. (El lenguaje corporal, independientemente de cuál sea la especie que analicemos, es el lenguaje secreto de la Madre Naturaleza). Cuando el dueño de la casa se dirigió a mí, me di cuenta claramente de que me consideraba, también a mí, como una especie de sirviente.

Lo miré e interpuse cierta distancia, que es lo que hago siempre que me enfrento a un posible cliente, es decir, observando su nivel de energía y su lenguaje corporal, y analizando si encajaban o no con sus palabras. El tipo no era muy alto pero se movía con distinción, y la edad sólo se le veía en que el pelo se le había vuelto ralo en lo alto de la cabeza. Lo más interesante de él eran sus ojos, increíblemente intensos, muestra de un intelecto apabullante, pero que mi mujer —tan observadora como siempre— describió después como «vidriados; unos ojos que al mismo tiempo que te miraban a ti, parecían estar calculando a la vez su próximo negocio. En realidad no estaba contigo, más bien intentaba descubrir si podía convertirte en un valor negociable».

Cada vez que me encuentro en una situación semejante a ésta, recuerdo que el fin de mi visita son los perros y no el cliente. También intento no olvidar que los perros no reconocen la riqueza, las obras de arte ni lo que nosotros llamamos «poder» en el mundo humano. Lo único que buscan los perros es equilibrio. Y para entonces yo ya me había dado cuenta de que aquella casa no era precisamente un lugar equilibrado, de modo que me limité a halagarla en su belleza y a preguntar a su dueño:

—¿En qué puedo ayudarle?

El hombre me dijo que sus perros se habían vuelto imposibles y que no podían estar en la misma habitación porque se atacaban con intención de acabar el uno con el otro. Inmediatamente le echó la culpa a su asistente, Mary, diciendo que ella había sido la causante por malcriar a los animales. Un nuevo síntoma que anotar en mi cuaderno: cada vez que un cliente culpa a otra persona de los problemas de su perro, siempre recuerdo el viejo dicho de que «cada vez que señalas a alguien con un dedo, hay tres dedos más que te apuntan a ti». Es revelador que alguien no quiera ser realista y no esté dispuesto a aceptar la responsabilidad de sus propios actos. Pero claro, antes tenía que conocer personalmente a los perros.

Willy y Kid son dos schnauzer miniatura de color gris, acostumbrados a vivir en el lujo más absoluto, cada uno en su propia habitación. Son unos perros preciosos y bien educados. En cuanto aparecían, su dueño, de aspecto tan amenazante antes, se transformaba en un blandengue total:

—¡Eh, Willy! ¡Hola, Kid!

Alzaba la voz y su rostro se relajaba. Incluso ese velo que tamizaba sus pupilas desaparecía.

—Tienes que curar a estos perros. ¡Son mi vida!

Y la desesperación que se palpaba en su tono de voz, antes tan áspero y plagado de él mismo, me hizo comprender lo mucho que significaban para él.

Mientras contemplaba todo esto, me preguntaba por qué un hombre que parecía no dedicar emoción alguna a los seres humanos que tenía a su alrededor habría invertido tanta en aquellos dos perritos. En fin..., lo primero era averiguar si aquellos dos canes podían estar juntos sin pelearse. ¡Por supuesto que sí! Primero establecí mi papel dominante con Willy en una habitación, y luego con Kid en otra. En unos minutos, creé una estrategia para que pudieran estar juntos dirigiendo el comportamiento del que poseía un mayor nivel de energía y agresividad en aquel momento, que resultó ser Kid; era el favorito de su dueño, quien había venido culpando a Willy de los problemas por ser el que menos tiempo llevaba en la casa, pero resultó que era Kid quien creaba la mayor parte de los conflictos. Y no es que fuese un perro dominante o agresivo por naturaleza; de hecho necesitó muy pocas correcciones por mi parte para comprender la nueva situación, es decir, que era yo quien ejercía el control y le decía «nada de peleas con tu hermano». De pronto, justo ante la mirada de su dueño, Willy y Kid se llevaban perfectamente. ¿Creéis que lo apreció? Desde luego al principio, no; no era su estilo. Estaba claro que para él, mostrarse amable con alguien era síntoma de debilidad.

—Usted lo ha conseguido, pero mi personal nunca podrá hacerlo. Si los ponen juntos, se matarán.

Por mucho que intentase decirle, explicarle o convencerle de que sus empleados podrían hacer perfectamente lo mismo que yo, seguía insistiendo sobre lo mismo. Seguía mostrando su miedo, pero con un cariz airado y acusador.

Durante aquella primera sesión, me di cuenta de que iba a ser prácticamente imposible conseguir llegar a él en aquel momento. Al fin y al cabo, y como la mayoría de mis clientes, me había contratado para que ayudase a sus perros y no a él, pero mientras que la mayor parte de mis clientes terminaban abriéndose y comprendiendo cómo su propio comportamiento se reflejaba en sus perros, estaba claro que don Importante estaba convencido de que él no necesitaba ayuda ninguna. Seguía culpando a su asistente, a su personal, prácticamente a todo Manhattan del problema. Mientras intentaba llegar hasta él, me di cuenta de que no me miraba a los ojos. Miraba el reloj, o a su alrededor, por toda la habitación. En el mundo animal, ese comportamiento se llama comportamiento evitativo. La naturaleza se enfrenta a las amenazas de cuatro modos distintos: con la lucha, la huida, la elusión y la sumisión. Yo estaba amenazando su visión del mundo, y él primero había luchado, luego había huido y después lo había evitado. Aquél no iba a ser el día en que el poderoso mago de las finanzas se enfrentara al hecho de que sus propios problemas se reflejaban en el comportamiento de sus perros.

Pero ese día no tardaría en llegar.

Perros bajo presión

Al igual que Willy y Kid, muchos perros viven bajo la presión de las elevadas expectativas de sus dueños.

—¿Presión? —me preguntan—. Pero ¡si trato a mis perros mejor que a mis hijos! A los perros les doy lo que quieren y cuando lo quieren. ¿Qué presión van a soportar por eso?

Pues voy a desvelaros algo: cada vez que humanizas a tus perros al pretender que ocupen el puesto de tu hijo ausente, tu pareja, tu amigo, o tu padre, estás proyectando sobre él unas expectativas ilusorias. Con ello lo despojas de su dignidad, de la dignidad que es ser un perro. Y un perro es parte de la Madre Naturaleza, lo que significa que el animal está preparado desde su nacimiento para esperar un cierto orden en su vida; para aceptar que ha de trabajar para ganarse la comida y el agua, y que ha de seguir las pautas de comportamiento que impone un sistema social ordenado y bajo la vigilancia de un líder de confianza. Si no le estás dando todo esto, estás proyectando en él todas las emociones, afectos e intimidad de las que careces en tus relaciones humanas, y estás siendo muy injusto con él... además de convertirte muy probablemente en la causa de su mal comportamiento.

¿Que de qué pruebas dispongo para afirmar que las sociedades occidentales estamos sometiendo a nuestros perros a grandes presiones a fin de que sirvan para llenar el vacío y el desequilibrio que existen en nuestras vidas? En primer lugar, tengo a mis clientes. En las páginas siguientes podréis leer el estudio de casos a los que me he enfrentado tanto en mi clínica como en la serie de televisión y que ilustran dramáticamente cómo las necesidades psicológicas de los dueños se proyectaban injustamente en sus perros. Pero hay más pruebas.

Tomemos por ejemplo la encuesta realizada a mil diecinueve dueños de perros realizada por la American Animal Hospital Association en 2004
[1]
. El estudio hacía esta pregunta: «Está usted confinado en una isla desierta. ¿A quién elegiría como acompañante? ¿A un ser humano o a un animal?». Piensa tu respuesta un momento. Se podía contestar con el nombre que se quisiera: Angelina Jolie, Brad Pitt, Jennifer López, Antonio Banderas... Yo, a pesar de la devoción que me inspira mi Centro de Psicología Canina, elegiría a mi esposa Ilusión sin pensármelo dos veces.

BOOK: El líder de la manada
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