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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (7 page)

BOOK: El líder de la manada
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Matemáticas básicas: negativo y positivo

Cuando la segunda temporada de mi programa salió en antena, fue para mí un halago saber que la psicóloga clínica Alice Clearman, doctora en Medicina, utilizaba algunos capítulos de
El encantador de perros
para ayudar a ilustrar determinados principios del comportamiento
humano
a sus estudiantes de primer año de Psicología. Alice ha trabajado como terapeuta de toda clase de personas, desde pacientes con enfermedades mentales graves, pasando por niños con problemas de aprendizaje, hasta para la policía. La doctora Clearman me ha prestado su inestimable ayuda como persona que ha centrado su vida profesional en estudiar los mecanismos de aprendizaje y el comportamiento, y me ha descubierto los principios de la recompensa y el castigo aplicados tanto a humanos como a animales.

Según la doctora, hay dos modos básicos de cambiar el comportamiento: el refuerzo positivo y el castigo. En psicología humana existe el castigo positivo y el refuerzo positivo, y ambos trabajan del mismo modo que las matemáticas básicas: si añades algo, es un positivo. Si lo sustraes, es un negativo. Un refuerzo positivo significa incorporar algo que me gusta para animarme a repetir una conducta determinada. Si imparto un seminario y al final recibo una gran ovación, reforzará mi experiencia y querré volver a hacerlo. El refuerzo negativo suele asimilarse al castigo, pero no tiene ningún parecido. El refuerzo negativo consiste en reforzar un comportamiento
eliminando
algo que
no te gusta
. La doctora Clearman utiliza el ejemplo de tomarse una aspirina para el dolor de cabeza. Si tienes dolor de cabeza, te tomas una aspirina y el dolor desaparece, por lo que la experiencia ha sido positiva. El medicamento ha eliminado el dolor de cabeza, es decir, lo que no le gustaba.

El castigo positivo, por otro lado, consiste en
añadir
algo que no me gusta para intentar evitar que repita el comportamiento no deseado. Si imparto un seminario y todo el mundo en la audiencia me silba, me abuchea y me lanza objetos, se trata de un castigo positivo. Lo más probable después de semejante experiencia es que intente cambiar mi enfoque para el próximo seminario con el fin de evitar una experiencia parecida. El castigo negativo consiste en restar algo que me gusta. Cuando le digo a André que no puede ver la televisión durante tres semanas, eso es un castigo negativo. No olvidemos que las palabras
positivo
y
negativo
no tienen nada que ver con si la consecuencia puede resultar agradable o desagradable. No se trata de un juicio, sino de pura matemática.

Basándonos en las explicaciones de la doctora Clearman, algunas de mis técnicas de trabajo con los perros problemáticos podrían denominarse «castigo positivo», pero puesto que la palabra castigo posee connotaciones humanas, yo prefiero referirme a esas técnicas como simples «correcciones». Por ejemplo, colocar mi mano en posición de garra para simular la mordedura de los dientes de una perra madre o de un perro dominante, y aplicada con firmeza al cuello del perro.

Hay que hacer una aclaración importante en este sentido: no se pretende ni golpear ni pellizcar al perro. Simplemente estoy imitando el comportamiento que entre los canes se emplea como correctivo de modo natural y que tiene un significado primario para ellos. Es una forma de contacto que posee un significado muy claro: «no estoy de acuerdo con tu comportamiento». Si un perro está fuera de control cuando va con la correa, puedo dar un pequeño tirón de la correa o de la cadena de ahogamiento (véase capítulo 3) hacia un lado, o un toque con el pie en sus cuartos traseros. De este modo conseguiría sacarlo de su fijación y comunicarle que «ese comportamiento no es aceptable en mi manada». Por supuesto no estoy hablando de darle una patada, sino de un contacto. El mismo que emplearía para llamar la atención de un amigo cuando le doy una palmada en la espalda. La energía que hay detrás de ese contacto es esencial: no puede tratarse de una energía airada o frustrada, ni tentativa o temerosa, sino siempre serena y firme. No estoy corrigiendo al perro porque esté enfadado con él o porque haya perdido la paciencia, o porque me sienta avergonzado por su comportamiento, o aterrado por lo que se le ocurra hacer a continuación. Como líder de la manada, estoy siempre concentrado. Tengo una visión clara, en mi cabeza, de cómo debe comportarse la manada, y le estoy pidiendo que me preste atención mientras le comunico cuál debe ser su comportamiento. La recompensa por un comportamiento correcto puede ser golosinas, afecto, alabanzas y simplemente mi orgullo interior y silencioso, y la felicidad que me produce su logro. ¡Todo ello, en sí mismo, es el amor que sentimos por un perro! Muchos especialistas caninos en situaciones profesionales —cacerías, operaciones de búsqueda y rescate, misiones policiales, o incluso actuando en películas o en la televisión— no están tan cerca del perro como para poder reconocer su trabajo con golosinas, o tan siquiera con una palabra. Pero comunican al animal lo mucho que aprecian su gran trabajo con un leve asentimiento de cabeza, una señal con la mano y sobre todo su emoción pura, positiva y concentrada. No olvides que tu perro siempre va a ser capaz de leer tu energía y tus emociones... y de devolvértelas.

Cuando la gente visita mi Centro de Psicología Canina y se disponen a entrar a ver a mi manada de entre treinta y cuarenta perros por primera vez, aparte de decirles que «nada de hablar, ni de tocar, ni de establecer contacto visual», siempre les recuerdo que no dejen de avanzar, aunque un perro se les acerque o salte hacia ellos. Los perros no se lo toman de modo personal cuando los tocamos con firmeza, o cuando chocamos con ellos al caminar, siempre y cuando no lo hagamos con una energía desmedida u ofensiva. Si tu energía es firme y serena, un pequeño empellón es sólo pura comunicación. Los perros se comunican constantemente entre ellos y utilizan el contacto además de la energía. Se empujan, se desplazan los unos a los otros constantemente. Es una forma de reclamar su espacio personal, de mostrar interés o afecto, de estar o no de acuerdo con un determinado comportamiento de otro perro. De hecho, el primer modo de comunicación entre una madre y sus cachorros está basado en el contacto físico cuando sus pequeños la empujan para que les dé de comer, o cuando ella los empuja a ellos para apartarlos cuando ya está cansada
[1]
. Yo empleo en muchas ocasiones mi cuerpo para bloquear o redirigir a un perro que se está comportando de un modo con el que no estoy de acuerdo. En el mundo animal, es un modo muy sencillo y directo de hacer llegar un mensaje.

El refuerzo positivo es muy efectivo a la hora de cambiar el comportamiento tanto de humanos como de animales, y suele ser la forma de disciplina con la que la gente se siente más cómoda. El refuerzo positivo hace que tanto el objeto y el sujeto se sientan bien, pero es importante aplicarlo dentro de unos límites. Analicemos el ejemplo que me proporcionó la doctora Clearman del mundo humano. Si su hijo vuelve del colegio con un dibujo, ella le dice: «Qué dibujo más bonito. Has hecho un buen trabajo con esas palmeras, que son muy difíciles de dibujar».

En ese caso, ha hecho un uso bueno y limitado del refuerzo positivo. Es una respuesta instantánea e intensa. Sin embargo, si cada vez que trae un dibujo exagera su respuesta ante él y le dice: «¡Qué maravilla! ¡Eres el mejor niño del mundo! ¡Un verdadero genio! ¡Fabuloso! ¡Todo lo que haces es perfecto!».

¿Qué impacto tendrán sus alabanzas cuando verdaderamente las necesite? ¿Cómo va a conseguir que se lo crea cuando intente animarlo tras un fracaso? Como siempre lo recompensa haga lo que haga ha perdido toda credibilidad. Demasiado refuerzo positivo puede dar la sensación de debilidad en aquel que se excede en las alabanzas, o las golosinas, o los aplausos... da lo mismo el tipo de recompensa.

He visto esta clase de reacción en perros que no respetan a sus amos al cien por cien y que aun así se ven constantemente recompensados por prácticamente todo lo que hacen. Sus dueños emplean las golosinas para condicionar al perro a sentarse y a permanecer quieto, pero también en situaciones en las que la relación causa-efecto no está clara para el animal. Si un perro gruñe a otro, el dueño intentará redirigir su comportamiento y utilizará unas golosinas. Si está mordiendo algo, le dará una golosina para que tenga otra cosa que morder. Si se ha subido al sofá, el dueño arrojará una golosina al suelo para conseguir que se baje. Se habrá conseguido corregir el comportamiento, pero sólo temporalmente, ya que no se habrá dirigido al estado mental que causó inicialmente la conducta. No se ha ganado el respeto del perro haciéndole saber a través de la energía y el lenguaje corporal que no, que no nos parece bien que se siente en ese sofá. Además, estará insensibilizando al perro ante el método de refuerzo positivo, de modo que resultará menos eficaz, además de estar alimentando, casi con toda probabilidad, el comportamiento equivocado del animal. No me sorprendería que muchos de estos perros volviesen a gruñir, morder o subirse al sofá en cuanto se hubiesen comido sus golosinas. Como las palabras de la madre que pierden efectividad porque alaba a su hijo constantemente, haga lo que haga, el significado de la golosina se disipa, ya que el perro no la vincula directamente con el comportamiento no deseado.

Es más: el refuerzo positivo puede resultar incluso peligroso si alimenta una conducta que no deseamos. En el mundo de los humanos, si un niño se hace daño y empieza a llorar, sus padres lo consolarán con caricias y le dirán: «no pasa nada; anda, no llores», y otras cosas por el estilo. Pero la mayoría de los padres saben que si van demasiado lejos en ese momento, si se dejan arrastrar por el pánico y se desbocan sus sentimientos, sólo conseguirán aumentar la angustia del pequeño. Aunque acariciar a un perro puede tener un efecto calmante, también indica afecto, y éste es un refuerzo positivo de primer orden. No olvides que es positivo, lo cual significa que estás
añadiendo
energía. En
El encantador de perros
cité el ejemplo de Kane, un gran danés que tenía miedo de los suelos brillantes, después de haber resbalado en uno y acabar chocando con una puerta de cristal. Si su vida hubiera estado organizada de modo normal en el mundo natural, seguramente se habría recuperado por su cuenta. Probablemente habría sido más cauto en el futuro, pero no habría desarrollado ninguna fobia; pero, como su dueña montó un verdadero espectáculo a causa de la colisión, su trauma aumentó exponencialmente. Cada vez que ambos volvían al «escenario del crimen», la inseguridad de Kane se veía reforzada por las caricias, palmaditas y palabras de consuelo de su dueña. La doctora Clearman me dio otro ejemplo del mundo de los humanos: una estudiante está nerviosa porque tiene que enfrentarse a un examen final para que el no se siente bien preparada. Si su compañera de habitación le dice: «Ay, Dios. No me extraña que estés angustiada. Yo también he tenido a ese profesor y es una auténtica pesadilla. Es imposible prepararse lo suficientemente bien sus exámenes».

Obviamente su compañera está corroborando su comportamiento y compartiendo sus sentimientos, pero al mismo tiempo está reforzando su miedo. Del mismo modo, acariciar a un perro o darle golosinas cuando está asustado pueden conseguir distraerlo en ese momento, pero también pueden transmitirle que estás de acuerdo con su miedo.

El refuerzo positivo basado en las golosinas lleva empleándose desde que existen perros y humanos que quieren controlarlos. En todas las especies animales, un bocado sabroso de comida es un incentivo muy interesante para conseguir que un animal haga algo en particular —cualquier animal, desde los jerbos, pasando por los osos, hasta los niños—. El entrenamiento con
clicker
es un paso más sofisticado que el basado en golosinas. Lo desarrollaron hace más de treinta años los entrenadores de mamíferos marinos para que éstos realizasen determinadas piruetas y conductas. El
clicker
—o el silbato, en el caso de cetáceos y pinnípedos— sirve como puente entre la recompensa en forma de comida y el comportamiento. El
clicker
proporciona una respuesta instantánea y breve entre el animal y su entrenador, por tanto, en cuanto el animal alcanza su objetivo, el
clicker
emite una señal que anuncia la llegada de comida. En las fases tempranas del entrenamiento con
clicker
, una recompensa de comida sigue inmediatamente al sonido, una vez el animal ha realizado su tarea. Cuando ya se le ha condicionado debidamente y el entrenador se siente totalmente a gusto con el comportamiento que se espera de él, el
clicker
puede quedar reducido a un refuerzo positivo, puesto que se asocia con la recompensa y la promete. En situaciones controladas, el entrenamiento con esta técnica es increíblemente efectivo e incluso ha demostrado que puede acelerar el proceso de aprendizaje en muchas especies de animales. El
clicker
alcanza su mayor efectividad cuando añade comportamientos, no cuando los elimina, aunque puede emplearse para eliminar conductas no deseadas dando forma y recompensando nuevas actitudes.

El refuerzo positivo, tanto el basado en golosinas como en
clicker
, son técnicas ideales para enseñar a un animal a hacer determinados trucos, para que busque, para que cace, para que vaya a buscar un objeto...; es decir, para cosas que básicamente ya es capaz de hacer de modo natural. También funciona para que perros ya equilibrados y de media a baja energía aprendan comportamientos y reglas de obediencia básicos. Pero muchos de los perros con los que yo trabajo son animales altamente inestables que no sienten la tentación de cambiar de comportamiento por mucho que se les ofrezca una golosina y por sabrosa que ésta pueda ser. Podrías poner un chuletón delante de un perro en zona roja —un perro que desee matar a otro perro— y ni siquiera se daría cuenta. ¿Te imaginas intentando ofrecerle a tu perro una golosina o pretendiendo que escuche la señal de un
clicker
mientras te peleas con él a brazo partido para que no ataque a alguien o a otro perro? Un cliente mío de Nueva York cuyo caso incluí en
El encantador de perros
tuvo que enfrentarse a una situación similar, excepto por el
clicker
. Pete estaba desesperado ya con Curly, un cruce de labrador y galgo inglés en zona roja, y había consultado ya a varios adiestradores. Uno de ellos le dijo que pusiera una golosina a los pies de Curly cada vez que éste pretendiera agredir a otro perro durante le paseo. Pete me dijo que Curly no tardó en darse cuenta de que si se comía rápido la golosina, era como tomarse un aperitivo antes de atacar al otro perro. Dos por el precio de uno.

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