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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

El líder de la manada (3 page)

BOOK: El líder de la manada
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Pero ¿cuál fue el resultado de la encuesta? Pues ¡que el 50 por ciento de ellos elegiría a su perro o a su gato!

La encuesta también arrojó el dato de que el 80 por ciento de los dueños de mascotas apuntaban la «compañía» como razón principal para tener un compañero animal, frente a otras razones como compañero de juegos para un niño, protección, cría con fines lucrativos y otras razones. El 72 por ciento señalaba la afectividad como el rasgo más atractivo de su mascota; el 79 por ciento hacía un regalo a su mascota tras haberse ido de vacaciones o por ser su aniversario; el 33 por ciento hablaba con sus mascotas por teléfono o a través del contestador y el 72 por ciento admitía firmar cartas o tarjetas con su propio nombre y el de su mascota.

Otra fascinante estadística: un estudio realizado en 2006 por investigadores geriátricos de la Universidad de Medicina de St. Louis arrojaba el resultado de que las personas mayores que vivían en residencias se sentían mucho menos solas cuando pasaban un rato con un perro que cuando recibían la visita de otras personas
[2]
. La parte buena de todo esto es que los animales eran capaces de aliviar su soledad. Y es cierto que los animales tienen esa capacidad; hablaré de ello más adelante en este libro. Pero la negativa es que un ser humano puede identificarse más con un animal que con otros miembros de su misma especie.

Quien vive en casa de cristal.

Hay un dicho popular que reza: «Quien vive en casa de cristal no debería tirar piedras». Bueno, pues ahora voy a revelar yo cuál es mi casa de cristal. Es muy frágil, pero a través de la escuela de los duros reveses de la vida, he aprendido al fin que no es síntoma de debilidad admitir las propias debilidades.

Psicología canina básica

  • Los perros se desenvuelven en el mundo primero mediante el olfato, luego mediante los ojos y, por último, mediante el oído. El olfato es su sentido más desarrollado. «Ver es creer» se traduciría para un perro en «oler es creer». Así que no te molestes en gritarle al perro; es la energía y el olor a lo que ellos prestan atención, y no a las palabras.
  • Los perros se comunican entre ellos —y con otros animales— utilizando el olor, el lenguaje corporal y la energía. También se comunican contigo constantemente, aunque puede que no seamos conscientes de las señales que le envías. A un perro es
    imposible
    mentirle sobre tu estado de ánimo.
  • Los perros tienen grabado el sentido de la manada. Si no eres un líder para él, tu perro intentará compensar esa carencia y mostrará un comportamiento dominante o inestable.
  • Los perros nunca «piensan que son humanos», como les gusta creer a muchos de sus dueños. A ellos les basta y son tremendamente felices siendo sólo perros. Si le dices a los demás que tu perro se cree una persona, es muy probable que lo que en realidad sepa es que
    él
    es tu líder.
  • En el mundo canino uno puede ser estable o inestable, líder o discípulo.
  • El «objetivo» natural de un perro es sentirse en sintonía, vivir en armonía, sincronizado, equilibrado, de acuerdo con la Madre Naturaleza.
  • Los perros viven el momento. No se dedican a recordar el pasado o a inquietarse por el futuro. Por tanto, pueden abandonar un comportamiento inestable muy rápidamente... si nosotros se lo permitimos.

Cuando llegué por primera vez a Estados Unidos, tuve la certeza de que mi relación con los perros sería más importante para mí que la relación con los humanos. En mi forma de pensar, las mujeres estaban para el placer y los hombres para relacionarme con ellos en el ámbito laboral. Nada más. ¿Para qué molestarse en trabar relación con los humanos teniendo a los perros?

Crecí en México. Mi familia pasaba temporadas en la granja de mi abuelo y temporadas en la bulliciosa ciudad de Mazatlán; allí mi padre se ganaba la vida y nosotros íbamos al colegio. Nunca me gustó la ciudad. Siempre preferí la vida más sencilla y natural de la granja. En la ciudad entre montones de gente, aprendí el modo de ganar estatus y poder —trabajo, dinero, categoría, sexo—, pero siempre con la sensación de que mi verdadero yo no encajaba en la ecuación. Mi afinidad con los perros era el centro de mi existencia, lo que me empujaba hacia la consecución de mi sueño, además de proporcionarme unos compañeros no humanos que satisfacían plenamente mi necesidad emocional de aceptación y cariño. Entre los perros no era necesario preocuparse por la opinión que los demás pudieran tener sobre mí. Los perros me aceptaban como el líder de su manada sin cuestionarse nada y sin juzgarme.

Creo que seréis muchos los que podréis identificaros con lo que yo sentía por aquel entonces. Un perro no es crítico contigo y vive el momento, de modo que perdona los errores que puedas cometer. Es siempre leal y digno de confianza. Puesto que yo consideraba a la gente malediciente, intolerante y falsa, los perros eran para mí los mejores compañeros que con diferencia se podían tener.

Años más tarde mi esposa, Ilusión, me hizo ver que no se puede dar la espalda a toda la especie a la que perteneces por el mero hecho de haber tenido unos cuantos desengaños con algunos de sus miembros. ¿Qué otra especie del planeta haría algo así? ¡Ninguna! Además, existe un objetivo de rango más elevado: la unión íntima con la esposa, los hijos, los padres y los amigos. El disfrutar de esa conexión íntima con nuestra propia especie nos permitirá trasladarla a nuestra relación con otras. Tras años de trabajar y de sorprenderme con los perros, me di cuenta de que había una línea que separaba a la gente que amaba a los animales de aquellos cuyas copas estaban igualmente llenas con amor humano y animal, y aquellos cuyas copas albergaban más de lo uno que de lo otro. Sin Ilusión, ¿quién sabe qué camino habría escogido? Al fin y al cabo, los animales nos ofrecen amor incondicional, pero no satisfacen todas las necesidades de nuestra especie. Y lo que es aún más importante: que tu perro y tú os queráis incondicionalmente no significa que tu perro sea un animal sano y equilibrado.

El Magnate transformado

Obviamente mi amigo el Magnate era un ejemplo de primera magnitud de esa clase de personas cuyo recipiente emocional se desbordaba de amor hacia sus perros, pero lo tenía vacío de relaciones humanas. Cuando acabamos la primera sesión, seguía culpando a Mary, su asistente, por el comportamiento de sus perros.

El siguiente paso en mi relación con el Magnate era la segunda parte del proceso de rehabilitación de los perros: sociabilizarlos con otros canes en mi Centro de Psicología Canina de Los Ángeles. Lo creáis o no, el dueño metió por separado a cada uno de sus perros en su avión particular y atravesó el país hasta Los Ángeles acompañado de su asistente. Fijaos bien: ¡cuatro viajes de avión en los que sólo viajaba un perro y su asistente! Estamos hablando de un hombre que guardaba los billones con un celo enfermizo, de modo que imaginaos cuánto significaban para él sus perros, tanto psicológica como emocionalmente. Desgraciadamente en su vida personal había muy pocas personas con las que pudiese establecer semejante vínculo. Mientras trabajaba con sus animales en mi centro, una parte fundamental de mi cometido consistía en enseñar a Mary, su asistente, cómo llevar a los dos perros juntos y ser para ellos un líder sereno y firme. Si fracasaba y los perros se hacían daño, la culpa recaería en ella, y su jefe no sólo se enfadaría, sino que descargaría toda su frustración en ella y en el resto de su personal. Mientras trabajaba con los perros, tuve ocasión de entrevistarme con varios miembros de su personal y a todos ellos el Magnate les inspiraba verdadero pavor. Por supuesto todos eran adultos y podían elegir. Podrían haberse marchado cuando hubiesen querido. No tenían por qué seguir siendo víctimas. Pero gracias a mi trabajo con los perros y con la gente, sé que incluso la cantidad más pequeña de energía negativa puede tener un efecto dominó en cualquier comunidad, tanto si se trata de un aula, una empresa, un país o una manada de perros. Una energía extremadamente negativa, como la depresión, puede conseguir que tanto personas como animales se convenzan de estar indefensos o inmovilizados. Y desde luego, la energía negativa de aquel hombre era muy intensa. Su personal incluso había llegado a creer que las luces del ático parpadeaban cuando el amo estaba de camino a casa. Tanto si eran imaginaciones suyas como si no, no cabe la menor duda de que los controlaba a todos a través del miedo.

Willy y Kid aprendieron a ser perros otra vez gracias a la manada estable de perros que tengo en el centro. Aprendieron a acercarse a otros miembros de su especie de un modo educado, empleando primero la nariz para olfatearse el uno al otro y conocerse, y sin saltar inmediatamente a modo defensa o ataque. Aprendieron a caminar con la manada y a sentirse miembros de una familia. A jugar con otros de su especie y a respetar a todos los humanos como líderes de la manada. Pero por supuesto no eran los perros los únicos que necesitaban ser rehabilitados. Como suele ocurrir con mucha frecuencia, entre mis clientes, la raíz del problema eran los humanos, y puesto que aún no tenía acceso al Magnate, decidí intentar un cambio total en Mary. Se trataba de una mujer inteligente, eficaz y extremadamente apta. Podía hacer miles de cosas a la vez, pero con Willy y Kid había perdido toda su confianza. Le aterraba pensar que pudiera ocurrirles algo mientras estuvieran a su cuidado, porque su jefe la despediría. Mary y yo trabajamos juntos para potenciar su energía firme: mejoramos la respiración, la postura y buscamos el lugar mental al que pudiera evadirse cuando necesitase energía positiva y confianza. En el fondo era ya una líder innata, pero no lo sabía. Más adelante, su energía serena y firme le proporcionó una recompensa que jamás habría imaginado, pero cuando terminamos nuestro periodo de entrenamiento, se sentía perfectamente capaz de manejar a Willy y a Kid.

Había llegado el momento de volver a enfrentarme cara a cara con el Magnate en su mansión de Beverly Hills. Todo lo que había llegado a conocer de él a través de su personal me había reafirmado en mi decisión de hablarle del daño que el desequilibrio de su existencia le estaba haciendo a sus perros... y a todos los que tenía a su alrededor.

—¡Nadie le ha hablado nunca a mi jefe en ese tono! —me advirtió Mary.

Pero él me había encomendado una tarea y yo iba a llevarla a cabo del mejor modo que supiera. Mi trabajo iba a valer la cantidad de dinero que se había gastado en él, ni un céntimo menos, y tanto si le gustaba como si no. Yo no tenía nada que perder, y los perros mucho que ganar.

Ante el espejo

El Magnate y yo nos sentamos en su salón ultramoderno y me dirigí a él con calma, pero con firmeza para sugerirle que quizás fuese él el problema y no sus perros ni su asistente. Una vez más empezó a evitarme: miraba a cualquier parte menos a mí, daba pataditas al suelo con el pie, consultaba casi constantemente el reloj. No quería oír lo que yo tenía que decirle. Él creía haber enviado a los perros a un taller de reparaciones en el que yo daría a sus asistentes unas instrucciones precisas que seguir y que, en caso de no ser respetadas, abrirían las puertas del infierno. Pero en aquella ocasión, a cada momento yo hacía una pausa y le preguntaba para detener su estrategia de evitación:

—No me está escuchando, ¿verdad?

Y él contestaba, obviamente molesto porque alguien se atreviera a desafiarlo de aquel modo:

—Sí, le estoy escuchando.

Luego yo seguía hablando pero poco después volvía a detenerme y le decía:

—Si no me presta atención, ¿cómo voy a poder comunicarme con usted?

El tipo empezaba a enfadarse:

—¡Le estoy escuchando! —me respondió.

—No. Está usted mirando para todas partes menos a mí, y necesito que preste atención a lo que le digo —le contesté con seguridad.

Al final, explotó:

—¡Maldito cabrón! —me espetó.

Viniendo de él era un halago, puesto que no solía rendirse ante nadie. De algún modo, al haberle plantado cara, me había ganado su respeto al menos de momento.

—Está bien —dijo—. Tengo cinco minutos.

—Bien. En cinco minutos podremos hacer un trabajo de calidad. Podemos conseguir mucho en cinco minutos, pero han de ser al cien por cien.

Cuando hablo con un cliente tengo la ventaja de poder abordar las cuestiones personales de un modo indirecto. Podemos empezar hablando de los perros para luego atacar el verdadero meollo del problema: el factor humano. Así es como trabajé con el Magnate. Me fascinaba el modo en que había trasladado todas sus necesidades emocionales a los perros cuando no había miembro alguno de su familia o amigos en los que confiar. Poco a poco fue saliendo la historia. De muchacho, había superado su inseguridad y su miedo consiguiendo cosas de forma continua, y de ese modo se había concentrado en ser siempre el mejor. Y había funcionado. Así había alcanzado poder y fortuna, pero también se había ido quedando solo. Podía competir con otras personas o controlarlas, pero nunca estar cerca de ellas. Y esa historia se había ido repitiendo a lo largo de su vida una y otra vez. No me sorprendió que bajo aquel exterior tan intimidatorio hubiese un buen corazón, y era precisamente ese buen corazón lo que quería desesperadamente compartir con sus perros. Pero a los animales no se los puede engañar. La energía negativa que emanaba de él era más fuerte, y eso era lo que los desestabilizaba a ellos y a todos demás.

Por supuesto yo no soy psicólogo, pero en muchos casos no es necesario serlo porque incluso el más despistado de los humanos podría darse cuenta de que los problemas del dueño de un perro se reflejan perfectamente en su mascota. El Magnate, inconscientemente, favorecía siempre a uno en detrimento del otro: Kid. No podía creer que fuese Kid quien atacaba a Willy. Al igual que él, la vida de sus perros giraba en torno a la competición y no a la colaboración.

En un principio le costó escucharme. ¿Cómo podía estar diciéndole a un hombre que ganaba cientos de millones de dólares y que dirigía con éxito docenas de empresas, que estaba desequilibrado? ¿Cómo podía estar diciéndole que no era un buen líder, cuando lo único que hacía todo el día era precisamente dirigir? ¿Acaso hacer negocios y prosperar en el mundo de la economía internacional no es ejercer el liderazgo? ¿No es necesario también poseer instinto? Intenté explicarle que sí, que en el mundo humano era considerado un líder con un excepcional instinto para los negocios. Pero la estrategia y el instinto necesarios en el mundo de los negocios y la política no siempre son los de la Madre Naturaleza. Ella es implacable con los débiles, pero no cruel arbitrariamente ni negativa. La Madre Naturaleza reserva la agresión para situaciones extremas, y en su lugar, emplea la dominancia o el liderazgo firme para contribuir a que las cosas discurran con normalidad. La Madre Naturaleza no gobierna mediante el miedo y la ira, sino empleando una fuerza serena y firme.

BOOK: El líder de la manada
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