El origen perdido (42 page)

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Authors: Matilde Asensi

BOOK: El origen perdido
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—El final de la Era Glacial... —murmuré, recordando de golpe el mapa del pirata turco, el lenguaje nostrático, la desaparición misteriosa de cientos de especies por todo el planeta (como el Cuvieronius y el toxodonte), etc. Pero la doctora no me escuchaba.

—«Éste es Dose Capaca, que emprendió el viaje a los seiscientos veintitrés años» —leyó en voz alta.

—¿Eso es lo que dice el tejido que cubre las piernas? —se apresuró a preguntar
Proxi
, inclinándose hacia los delicados restos del gigante.

—Sí —respondió Marta Torrent—, pero quizá ese tejido y algunos de los objetos sean varios siglos posteriores al cuerpo. No podemos saberlo.

La catedrática se dirigió a continuación, distraída, hacia la plancha de oro con tocapus que estaba incrustada en el muro, a la izquierda de los sarcófagos. Se plantó delante, levantó la cabeza para iluminar los grabados y empezó a traducir:

—«Habéis aprendido cómo se escribe la lengua de los dioses y estáis leyendo estas palabras. Merecéis conocer también sus sonidos. Venid a buscarnos. Ni la muerte del sol, ni el agua torrencial, ni el paso del tiempo han acabado con nosotros. Venid y os ayudaremos a vivir. Decid: vamos a buscaros porque queremos aprender. No traigáis la guerra porque no nos encontraréis. Queremos que sólo traigáis deseo de conocimiento.»

Su fantástica voz de locutora radiofónica había impreso un tono solemne a las palabras del mensaje, de modo que Marc, Lola y yo nos habíamos quedado con caras de imbéciles.

—Será una broma, ¿verdad? —observé tras hacer un esfuerzo para reaccionar.

—No lo parece, señor Queralt.

—Pero... Es imposible que existan todavía. Esto lo escribieron antes de marcharse y no parece probable que aún permanezcan en algún sitio esperando la llegada de unos visitantes que hayan pasado por aquí y leído su mensaje.

—¡De esos tipos ya no queda nada! —bramó Marc—. Alguien los habría visto alguna vez y lo habrían dicho en los telediarios. Además, el mensaje no tiene sentido. Empieza con una pregunta ridícula que invalida todo lo demás. Esto es la burla de unos estafadores.

—¿Por qué es ridícula la pregunta con la que empieza el mensaje? —quiso saber la catedrática, volviéndose hacia él.

—Porque ¿de dónde sacan que la gente que haya llegado hasta aquí haya aprendido a leer estas láminas de oro? ¡Si ni siquiera sabemos cómo salir de esta pirámide! Si no estuviera usted o no tuviéramos el «JoviLoom» de su marido, ninguno de nosotros habría sobrevivido lo suficiente para descifrar esta maldita escritura con tocapus. —
Jabba
parecía realmente enfadado; a pesar de la fresca temperatura, su camisa mostraba grandes manchas de sudor en el cuello y la espalda—. Le recuerdo que estamos encerrados y que hace ya muchas horas que tomamos nuestra última comida. Si no encontramos una manera de volver a la superficie, la palmaremos en unos pocos días, tiempo insuficiente y condiciones físicas nefastas para aprender una lengua sin ayuda.

—No lo crea, Marc —repuso ella, con el ceño fruncido—. Observe el muro. Fíjese en estos dibujos. —Y fue señalando con el dedo unos relieves grabados en los sillares de piedra a lo largo de una banda alta que recorría toda la pared.

Como autómatas empezamos a caminar lentamente examinando las ilustraciones, que se componían de un gran tocapu seguido por una escena de arte tiwanacota en la que se representaba el sentido del mismo, a modo de cartilla escolar para enseñar a leer.

—Observen que el primer tocapu del muro es también el primero que aparece en el mensaje —nos iba explicando Marta Torrent—, y que el segundo y el tercero, que forman, como pueden ver por el dibujo, el verbo entender o comprender con los sufijos de tercera persona y de acción realizada, o pretérito perfecto, son también el segundo y el tercero del texto, etc. Me había llamado mucho la atención, al leer el contenido de la plancha, que el mensaje estuviera escrito exclusivamente con tocapus de contenido figurativo y simbólico. No hay ninguno que represente el sonido de una letra o una sílaba fonética. El mensaje está muy bien estudiado para que pueda representarse en la pared de manera visual. Miren, si no, a este hombrecillo que talla con un pequeño martillo y un fino cincel sobre una lámina. El tocapu previo es la raíz del verbo escribir.

—O sea —dije yo, sin dejar de caminar—, que los yatiris dejan un mensaje que puede traducirse o, al menos, comprenderse parcialmente en poco tiempo. Dan por sentado que deben entregar su invitación a gentes que no conocen su idioma ni su escritura. Lo tenían todo muy bien pensado. Pero, ¿y si hubiesen llegado hasta aquí los conquistadores? Imaginad por un momento que Pizarro entra con su caballo en esta cámara. ¿Creéis que nadie se hubiera dado cuenta de que estos dibujos eran una cartilla litográfica?

—Lo dudo mucho, señor Queralt —me respondió la catedrática, embelesada como yo en las increíbles representaciones grabadas en los muros—. Para empezar, porque los yatiris se tomaron muchas molestias en ocultar este lugar y no creo necesario recordarle todas las cosas que hemos tenido que hacer para llegar hasta esta cámara. Pero, incluso si Pizarro hubiera llegado (lo que, afortunadamente, no hizo porque no quedaría nada de todo esto), no hubiera sido capaz de comprender lo que veía. Él era analfabeto, desconocía las letras y su funcionamiento y, como él, ya supondrá que también su ejército de rufianes y aventureros. Quizá algún sacerdote versado en latines hubiera podido, pero habría llegado después de que todo el oro fuera sacado de aquí y fundido en lingotes para mandarlo a España, de manera que no habría visto ni la plancha de la pared con la invitación ni la otra que representa un mapa y que todavía no hemos estudiado.

Como movidos por un resorte, los cuatro giramos sobre nosotros mismos sin pestañear y emprendimos el camino de vuelta hacia los sarcófagos, lo que nos hizo sonreír hasta que alcanzamos la plancha y nos colocamos delante.

—Oye,
Proxi
—dije pasándole un brazo sobre los hombros—. ¿Por qué no sacas varias fotografías del señor Dose Capaca y de este mapa?

—Del mapa, vale —repuso ella—, pero del gigante no me atrevo. Sé que la luz podría perjudicarle. En los museos no te dejan tomar fotografías.

—¡Pero eso es para que compres las postales a la salida, mujer! —exclamó
Jabba
.

—No, Marc, no —se alarmó la doctora—. Lola tiene razón. La luz concentrada del flash podría alterar las propiedades químicas de la momia, poniendo en marcha procesos biológicos de descomposición. Yo les rogaría, incluso, que volvieran a poner la cubierta en su sitio para no dañar más al Viajero con el oxígeno de esta cámara.

—Hablando de eso... —murmuré, cogiendo a
Jabba
por un codo y llevándomelo hacia el sarcófago para cumplir la orden—. ¿Por qué este sitio huele a gasolina? ¿No lo han notado?

—No se preocupe por eso, señor Queralt. Tiene una explicación lógica. En el proceso de momificación practicada en esta zona de Sudamérica se utilizaba abundantemente el betún, obtenido como residuo de la destilación del petróleo, así como resinas de distintas clases que, unidas al betún y sometidas al proceso de ahumado, producen también un fuerte olor a aceite de motor aun después de cientos de años.

—Después de miles de años, doctora —articuló
Jabba
sin resuello, ayudándome a poner la tapa sobre el sarcófago—, porque eso es lo que tiene este Capaca en los huesos.

Proxi
, mientras tanto, iba tomando fotografías del extraño mapa dibujado en la segunda plancha de oro.

—No sé qué decirle, Marc —murmuró Marta Torrent—, no soy bioarqueóloga y mis conocimientos sobre momificación se limitan a las técnicas practicadas durante el Perú incaico. Pero, con todo, sigue siendo sorprendente que este cuerpo se haya conservado así. No soy capaz de imaginar qué artes emplearon los yatiris para lograr que haya durado ocho mil o diez mil años. Me parece absolutamente sorprendente. En realidad, diría que es inaudito.

—Pues inaudito o no —repuse volviendo a su lado—, toda esta gran nave huele a gasolina, a pesar de que los cinco cuerpos están encerrados en pesados sarcófagos de oro.

Ella se quedó callada unos instantes y, luego, se pinzó el labio inferior con el pulgar y el índice en un gesto muy suyo y que me recordaba mucho a mi madre en el momento de interpretar la pantomima titulada
Estoy pensando profundamente
.

—Bueno, cuando encontremos a los yatiris —dijo, al fin, muy tranquila— se lo preguntaremos. ¿Le parece bien?

Jabba
estalló en una sonora carcajada que retumbó por toda la nave.

—¡Muy bueno, doctora, muy bueno! —exclamó.

Y siguió riéndose como un loco, sin darse cuenta de que Lola, Marta Torrent y yo le observábamos completamente serios.

—¿Qué pasa, eh? —preguntó al fin, sorprendido, secándose las lágrimas de los ojos—. ¿No os ha hecho gracia?

De repente, una luz se iluminó en su cerebro.

—¡Ah, no! ¡De eso nada! —exclamó a pleno pulmón—. ¡No pienso seguiros en esa locura! Pero, ¡si ni siquiera sabemos cómo salir de aquí! ¿Estáis mal de la azotea o qué?

Los tres seguimos mirándole sin sonreír. La verdad es que debíamos de parecer un trío de locos peligrosos que contemplan fríamente a su víctima antes de empezar a caminar lentamente hacia ella con intenciones criminales, pero, afortunadamente, no había ningún testigo que pudiera contarlo, salvo
Jabba
, claro, y a él se le podía hacer callar fácilmente con un buen soborno traducido en sueldo.

—En una cosa tiene razón —matizó
Proxi
sin cambiar ni el gesto grave ni la postura—. Primero tenemos que salir de aquí.

—Vale —fue mi inteligente aportación.

—Pues, venga, vámonos —se burló Marc, sentándose en el escalón de piedra que sostenía el sarcófago—. Es muy tarde y tengo hambre. También estoy cansado y necesito darme una ducha en cuanto lleguemos al hotel. ¡Oh, pero... pero si son las once y media de la noche, hora local! Bueno, pues mejor nos quedamos, ¿qué os parece? Podemos dormir aquí y mañana ya veremos.

—Cállate, Marc —le conminó
Proxi
, tomando asiento a su lado—. ¿No decías que los paneles de tocapus del segundo cóndor habían despertado tu parte de animal informático? ¿Por qué no pones en marcha ese magnífico cerebro de
hacker
y analizas la situación como si fuera un desafío de código?

Yo me dejé caer al suelo, delante de ellos, y solté la bolsa con descuido.

—Siéntese con nosotros, doctora Torrent —le dije a la catedrática—. A lo mejor se nos ocurre algo.

—Podría empezar por llamarme Marta a secas —respondió ella, sentándose con las piernas cruzadas a mi lado. Hacía bastante frío en aquel maldito lugar.

—Bueno, pero conste que a mí me gustaba mucho que me llamara señor Queralt. Nadie me llama así nunca.

Jabba
y
Proxi
se echaron a reír.

—Es que no tienes pinta de señor, Arnauet —se burló
Proxi
—. Con esa melena, ese pendiente y esa perilla de caballero decimonónico más pareces un poeta romántico o un pintor que un hombre de negocios.

Las tonterías continuaron durante algunos minutos más. Como otras muchas veces desde que había empezado aquella extraña historia, necesitábamos descompresión. Estábamos demasiado agotados y resultaba agradable olvidar por un momento la realidad que nos envolvía, sarcófagos incluidos. Pero, finalmente, nos quedamos callados.

—No hemos recorrido todo el perímetro de la cámara —comenté después de un rato.

—Cierto —corroboró mi amigo—. Quizá estamos aquí, perdiendo el tiempo, mientras hay una hermosa puerta entreabierta en algún lado.

—No sueñes —le dijo Lola, pasándole una mano por el pelo para arreglarle un mechón fuera de sitio.

—Bueno, pues algo parecido —insistió él—. Un agujero en el techo o algo así. Opino que deberíamos dividirnos. Somos cuatro, ¿no? Pues cada uno se queda con un muro de la nave. Si no encontramos nada...

—El planteamiento es malo —le atajé—. A quien le toque el muro de la puerta tiene que recorrer el pasillo o uno de los laterales para llegar, lo cual es una pérdida de tiempo. Propongo que hagamos dos equipos. Partimos desde aquí, desde los sarcófagos, luego cada equipo recorre un lateral y volvemos a encontrarnos en la puerta. De ese modo averiguamos si aquélla se puede abrir y, si no, volvemos por el pasillo hasta aquí y empezamos de nuevo. Tiene que haber una salida a la fuerza.

Mi idea fue aceptada porque, obviamente, era muy buena, pero no hubo ocasión de ponerla en práctica. Antes de separarnos, nos dio por examinar la tarima de piedra del sarcófago del Viajero y resultó que, justo donde
Jabba
había estado poniendo los pies para quitar y colocar la cubierta, se encontraba un nuevo panel de tocapus. Increíblemente, había estado pisándolo sin darse cuenta y, por suerte, no había ocurrido ninguna desgracia. Si hubiera habido luz ambiental, lo habríamos localizado en seguida, pero al iluminarnos sólo con los frontales, la zona posterior al sarcófago había permanecido todo el tiempo en la más completa oscuridad.

—¿Tiene algún sentido, Marta? —preguntó Lola, inclinándose.

La catedrática le echó un vistazo y asintió.

—«Ya habéis aprendido cómo se escribe la lengua de los dioses. Venid a buscarnos y os ayudaremos a vivir. No traigáis la guerra porque no nos encontraréis. Queremos que sólo traigáis deseo de conocimiento.»

—¿Pero eso no es lo mismo que dice la lámina de oro? —se enfadó
Jabba
.

—No exactamente.

Marta arrugó la frente y se quedó pensativa mirando el pequeño panel.

—Es sólo parte del mensaje original —se giró y estiró el cuello hacia la izquierda para observarlo—. Son frases del mensaje, pero no están todas.

—Bueno —me reí—, ya estamos en marcha de nuevo. Encendamos los cerebros.

—¿Y qué frases son las que faltan? —inquirió
Proxi
.

Marta Torrent, haciendo un repetido ejercicio de cuello, las fue destacando:

—Falta un pedazo de la pregunta inicial, en concreto la parte que dice «...y estáis leyendo estas palabras». Luego falta la siguiente frase completa, «Merecéis conocer también sus sonidos». La siguiente oración la mantiene pero la fusiona con la quinta, componiendo una sola, haciendo desaparecer «Ni la muerte del sol, ni el agua torrencial, ni el paso del tiempo han acabado con nosotros». Falta, asimismo, el sexto enunciado, «Decid: vamos a buscaros porque queremos aprender», y después el resto está igual.

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