El poder del perro (12 page)

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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: El poder del perro
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—Para empezar —dice O-Bop—, no llevamos la libreta encima.

—Oye, Ricitos —dice Peaches—, en cuanto empecemos a trabajarte, nos dirás dónde está la libreta. No te creas que tienes un as guardado en la manga. Y tú relaja el dedo sobre el gatillo, que aún estamos hablando.

Está mirando a Callan.

—Sabemos dónde está cada centavo de Sheehan —dice O-Bop.

—No me jodas... Está sudando la gota gorda para recuperar esa libreta.

—Que le den por el culo —dice O-Bop—. Si no recupera la libreta, no le debes una mierda.

—¿Es eso cierto?

—Por lo que a nosotros respecta —dice O-Bop—. Y Eddie Friel no nos va a llevar la contraria.

O-Bop nota el alivio en la cara de Peaches, de modo que insiste.

—Hay polis en esa libreta —dice—. Sindicalistas. Concejales. Un par de millones de dólares en la calle.

—Matty Sheehan es un hombre rico —dice Peaches.

—¿Por qué él? —pregunta O-Bop—. ¿Por qué no nosotros? ¿Por qué no tú?

Esperan mientras Peaches piensa. Le ven sopesar los peligros y las recompensas.

—Sheehan le ha hecho algunos favores a mi jefe —dice al cabo de un minuto.

—Si tuvieras la libreta —dice O-Bop—, podrías devolver los mismos favores.

Callan se da cuenta de que ha cometido un error al haber sacado las armas. Se le están cansando los brazos, le tiemblan. Le gustaría bajar la pistola, pero no quiere enviar ningún mensaje. De todos modos, tiene miedo de que si Peaches toma la decisión equivocada, sus manos tiemblen demasiado para disparar con puntería, incluso desde esta distancia.

—¿Le habéis dicho a alguien más que mi nombre sale en esa libreta? —pregunta por fin Peaches.

O-Bop se apresura a negarlo, tan rápido que Callan comprende que es una pregunta muy importante. Lo cual le lleva a preguntarse por qué Peaches pidió prestado el dinero, para qué lo ha usado.

—Irlandeses —masculla Peaches para sí—. Portaos con discreción —les dice—. Procurad no matar a nadie durante los dos próximos días, ¿de acuerdo? Volveremos a vernos.

Da media vuelta y sube la escalera, seguido de su hermano.

—Jesús —dice Callan. Se sienta en el suelo.

Sus manos empiezan a temblar como si se hubiera vuelto loco.

Peaches toca el timbre del edificio de Matt Sheehan.

Un irlandés grandote abre la puerta. Peaches oye a Sheehan dentro.

—¿Quién es? —pregunta.

—Es Jimmy Peaches —dice el grandote, y le deja entrar—.

Está en el estudio. —Gracias.

Peaches recorre el vestíbulo, se desvía a la izquierda y entra en el estudio.

La habitación tiene papel pintado verde. Tréboles y cosas así por todas partes. Una gran foto de John Kennedy. Otra de Bobby. Una foto del Papa. El tío tiene de todo, salvo un puto duende subido a un taburete.

Big Matt está viendo el partido de los Yankees.

Se levanta de la butaca, no obstante (a Peaches le gusta el respeto), y dedica a Peaches una de esas sonrisas de político irlandés.

—Me alegro de verte, James —dice—. ¿Has tenido suerte con esa pequeña dificultad durante mi ausencia?

—Sí.

—Has encontrado a esos dos animales.

—Sí.

—¿Y?

Jimmy le clava el cuchillo antes de que pueda decir «esta boca es mía». Hunde la hoja bajo el pectoral izquierdo y la empuja hacia arriba. La hace girar un poco para asegurarse de que en el hospital no tengan que enfrentarse a complicadas decisiones éticas.

El jodido cuchillo se queda atascado en las costillas de Sheehan, de modo que Jimmy tiene que apoyar el pie en el ancho pecho del hombre para extraer la hoja. Sheehan cae al suelo con tal fuerza que las fotos de la pared tiemblan.

El tipo grandote que le ha dejado entrar está en la puerta.

No parece que quiera hacer nada.

—¿Cuánto le debes? —pregunta Peaches.

—Setenta y cinco.

—No le debes nada —dice Peaches—, si desaparece. Cortan en pedazos a Matty, le llevan a Wards Island y le arrojan a las aguas residuales.

De vuelta, Peaches canta.

Anybody here seen my old friend Matty...

Can you tell me where he's go-o-o-ne?

Un mes después de lo que ha llegado a conocerse en la Cocina del Infierno irlandesa como el «Levantamiento del Río de la Luna», la vida de Callan ha cambiado un poco. No solo sigue vivo, lo cual le sorprende, sino que se ha convertido en el héroe del barrio.

Porque mientras Peaches estaba arrojando a Sheehan al vertedero, O-Bop y él utilizaban un rotulador negro en la libretita negra de Matty para saldar algunas deudas, literalmente. Se lo pasaron en grande: eliminaron algunas entradas, redujeron otras, conservaron las que iban a proporcionarles el mejor botín.

Una época estupenda para la Cocina.

Callan y O-Bop se aposentan en el pub Liffey como si les perteneciera, cosa que, si se examina con detenimiento la libreta negra, viene a ser así. La gente entra y solo hace falta que les besen los anillos, agradecidos por haberse librado de Matty, o porque están tan asustados que prefieren seguir pringados con los chicos que acabaron con Eddie Friel, Jimmy Boylan y, muy probablemente, el mismísimo Matty Sheehan.

Y también con alguien más.

Larry Moretti.

Es el único asesinato que Callan lamentará. Eddie el Carnicero era necesario. Y también Jimmy Boylan. Y también, sobre todo, Matty Sheehan. Pero Larry Moretti es simple venganza, por ayudar a Eddie a despedazar a Michael Murphy.

—Es lo que se espera de nosotros —dice O-Bop—. Es una cuestión de honor.

Moretti sabe lo que se avecina. Está encerrado en su casa de la Ciento cuatro, frente a Broadway, y no ha parado de beber para olvidar. No se ha encontrado con nadie durante un par de semanas (la borrachera ha sido permanente), de modo que es un objetivo fácil cuando Callan y O-Bop entran.

Moretti está tendido en el suelo con una botella. Tiene la cabeza entre los dos altavoces del equipo de música y está escuchando una mierda de disco, con el bajo atronando como una descarga de artillería lejana. Abre los ojos un segundo y ve a Callan y a O-Bop apuntándole con las pistolas, y entonces cierra los ojos y O-Bop grita «¡Esto es por Mikey!», y se pone a disparar. Callan lo siente, pero se suma, y le resulta raro disparar a un tipo que ya está muerto.

Después tienen que ocuparse del cadáver, pero O-Bop ha venido preparado, depositan a Moretti sobre una lámina de plástico pesada, y Callan se da cuenta ahora de lo fuerte que debía de ser Eddie Friel para cortar carne de esa manera. Es un trabajo de la hostia, y Callan entra un par de veces en el cuarto de baño para vomitar, pero al final consiguen cortar a Moretti en suficientes pedazos para meterle en bolsas de basura, y luego se llevan las bolsas aWards Island. O-Bop piensa que deberían meter la picha de Moretti en un cartón de leche y exhibirla por el barrio, pero Callan se niega.

No necesitan esa mierda. El rumor se propaga, y la gente desfila por el Liffey para rendirles homenaje.

Uno que no acude es Bobby Remington. Callan sabe que Bobby tiene miedo de que sospechen que fue él quien les delató a Matty, pero sabe que Bobby no lo hizo.

Fue Beth.

—Solo intentabas proteger a tu hermano —le dice Callan cuando ella aparece en su nuevo apartamento—. Lo comprendo.

Ella clava la vista en el suelo. Se ha puesto guapa, lleva el pelo largo cepillado y lustroso, y un vestido. Un vestido negro, con un escote que deja al descubierto la parte superior de sus pechos blancos.

Callan lo capta. Ha venido dispuesta a entregarse para salvar su vida, y la de su hermano.

—¿Lo comprende Stevie? —pregunta ella.

—Yo conseguiré que lo comprenda —dice Callan.

—Bobby se siente fatal —dice ella.

—No, Bobby está bien.

—Necesita un trabajo —dice ella—. No puede conseguir un carnet del sindicato...

Callan se siente raro cuando oye esto. Era la clase de favor que la gente pedía a Matty.

—Sí, nosotros nos encargaremos —dice. Tiene carnets de los sindicatos de camioneros, de la construcción, lo que sea—. Dile que venga. O sea, somos amigos.

—¿Y yo? —pregunta ella—. ¿Somos amigos?

Le gustaría tirársela. Mierda, le encantaría tirársela. Pero sería diferente, sería como tirársela porque puede, porque ella se lo debe. Porque él tiene poder ahora y ella no.

—Sí, somos amigos —dice.

Para informarla de que no hay problema, de que todo va bien, de que no tiene que entregarse así por las buenas.

—¿Y eso es lo único que somos?

—Sí, Beth. Eso es todo.

Se siente mal porque ella se ha vestido de gala, se ha maquillado y toda la pesca, pero ya no quiere acostarse con ella.

Es triste.

En cualquier caso, Bobby va a verles, le consiguen un empleo que su nuevo jefe considera pertinente (y Bobby no le decepciona en absoluto), y más gente acude a presentarles sus respetos o a pedir algún favor, y durante más o menos un mes Callan y O-Bop juegan a aprendices de padrinos desde un reservado del pub Liffey.

Hasta que llama el verdadero padrino.

Big Paulie Calabrese extiende una mano y les pide que vayan a Queens para explicarle en persona por qué
a
) no están muertos, y
b
) su amigo y socio Matt Sheehan sí.

—Les dije que fuisteis vosotros los que os cargasteis a Sheehan —explica Peaches.

Están sentados en un reservado de la Landmark Tavern, y Peaches está intentando comer cordero con patatas cubierto de salsa de carne grasienta. Al menos, en la reunión con Big Paulie les darán una comida decente.

Podría ser la última, pero será decente.

—¿Por qué lo has hecho? —pregunta Callan.

—Tiene sus motivos —dice O-Bop.

—Bien —dice Callan—. ¿Cuáles son?

—Porque —explica con cautela Peaches— si le dijera que lo hice yo, ordenaría que me mataran sin más.

—Un motivo estupendo —dice Callan a O-Bop. Se vuelve hacia Peaches—. Así que, ahora ordenará que nos liquiden.

—No necesariamente —dice Peaches.

—¿No necesariamente?

—No —explica Peaches—. No sois de la familia. No estáis sujetos a la misma disciplina. Si yo hubiera matado a Matt Sheehan, tendría que haber pedido permiso a Calabrese, que nunca me lo habría concedido. Por lo tanto, si hubiera seguido adelante pese a todo, me encontraría en serios problemas.

—Ah, una noticia cojonuda —dice Callan.

—Pero vosotros no necesitabais permiso —dice Peaches—. Solo necesitáis un buen motivo. Y la actitud adecuada.

—¿Qué clase de actitud?

—De futuro —dice Peaches—. Una actitud de amistad. De colaboración.

O-Bop alucina en colores. Es como un sueño convertido en realidad.

—¿Calabrese quiere contratarnos? —pregunta. Se está corriendo vivo.

—No sé si quiero que nos contrate —dice Callan.

—¡Es nuestra oportunidad! —exclama O-Bop—. ¡La puta familia Cimino! ¡Quieren trabajar con nosotros!

—Hay algo más —dice Peaches.

—Estupendo —dice Callan—. Ya imaginaba que eso no era todo.

—La libreta —dice Peaches.

—¿Qué pasa con ella?

—Mi entrada —dice Peaches—. Los cien de los grandes. Calabrese no debe enterarse. Si lo hace, estoy muerto.

—¿Por qué? —pregunta Callan.

—El dinero es de él —dice Peaches—. Sheehan le sacó un par de cientos a Paulie. Yo le pedí un préstamo a Matt.

—Por lo tanto, estás estafando a Paul Calabrese —dice Callan.

—Estamos —corrige Peaches.

—Santo Dios —dice Callan.

Hasta O-Bop parece menos entusiasta ahora.

—No sé, Jimmy —dice.

—¿Qué coño? —dice Peaches—. ¿No sabes? Yo debía liquidaros. Eran mis órdenes, y no las obedecí. Podrían matarme solo por eso. Salvé vuestras putas vidas. Dos veces. La primera porque no os maté, y después porque os libré de Matty Sheehan. ¿Y no sabes?

Callan le mira.

—O sea —dice—, que de esa reunión saldremos ricos o muertos.

—Más o menos —dice Peaches. —Hay que joderse —dice Callan.

Ricos o muertos.

Hay peores alternativas.

La reunión se celebra en el cuarto interior de un restaurante de Bensonhurst.

—En plena zona spaghetti —dice Callan.

Muy conveniente. Si Calabrese decide matarnos, solo tiene que marcharse y cerrar la puerta tras de sí. Sale por la de delante, y nuestros cadáveres por la de servicio.

O por la salida, o lo que sea.

Está pensando en esto mientras se mira en el espejo e intenta anudarse la corbata.

—¿Nunca te habías puesto corbata? —pregunta O-Bop. Su voz es aguda, nerviosa.

—Claro que sí —contesta Callan—. El día de mi primera comunión.

—Mierda. —O-Bop se acerca y empieza a anudarle la corbata—. Date la vuelta, no te la puedo anudar por detrás.

—Te tiemblan las manos.

—Joder, sí, están temblando.

Van a la cita desnudos. Sin armas de ningún tipo. Nadie lleva armas cerca del jefe, excepto la gente del jefe. Así será todavía más fácil eliminarles.

Tampoco es que su intención sea ir solos. Tienen a Bobby Remington y a Fat Tim Healey, y a otro tipo del barrio, Billy Bohun, que harán guardia en el coche delante del restaurante.

Las instrucciones de O-Bop son muy claras.

—Si alguien que no seamos nosotros sale por la puerta —les dice—, matadle.

Y otra precaución: Beth y su amiga Moira comerán en la parte pública del restaurante. Beth y Moira también llevarán una 22 y una 44 en sus respectivos bolsos, por si las cosas se ponen feas y los chicos pueden salir del reservado.

Como dice O-Bop, «si voy a ir al infierno, será en un autobús abarrotado».

Toman el metro hasta Queens porque O-Bop dice que no quiere salir de una reunión satisfactoria y productiva, subir al coche y bum.

—Los italianos no ponen bombas —intenta decirle Peaches—. Eso es mierda irlandesa.

O-Bop le recuerda que él es irlandés y toma el metro. Bajan en Bensonhurst, Callan y él siguen la calle hacia el restaurante, doblan la esquina y O-Bop dice:

—Puta mierda.

—¿Puta mierda? ¿Por qué?

Hay cuatro o cinco gangsters apostados ante el restaurante. Callan diría: ¿Y qué?, siempre hay cuatro o cinco gangsters apostados ante los restaurantes de los gangsters.

—Ese es Sal Scachi —dice O-Bop.

Un tipo grande y grueso, cuarenta y pocos, ojos azules a lo Sinatra y pelo plateado, demasiado corto para ser un spaghetti. Parece un gángster, piensa Callan, pero tampoco parece un gángster. Y calza auténticos zapatos negros de punta cuadrada, pulidos como el mármol negro.

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