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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (22 page)

BOOK: El Prefecto
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—Puede ser —admitió Thalia.

—En Aubusson no hay dignatarios. No hay autoridad excepto el gobierno transparente de la voluntad colectiva. Todos los ciudadanos poseen la misma cantidad de poder político. Nos pregunta quiénes somos. Se lo diré, comenzando por mí mismo. Soy Jules Caillebot, jardinero paisajista. Últimamente he trabajado en el desarrollo de los jardines botánicos del barrio contiguo al teatro al aire libre en Valloton, una comunidad entre la quinta y la sexta ventana.

Hizo un gesto hacia la mujer regordeta, que había hablado en primer lugar.

—Yo soy una don nadie —dijo con una especie de desafío alegre. Su nerviosismo de antes había desaparecido—. Al menos algunas personas en Aubusson han oído hablar de Jules, pero a mí no me conoce nadie. Soy Paula Thory. Crío mariposas, y ni siquiera de especies raras o particularmente hermosas.

—Hola —dijo Thalia.

Paula Thory dio un codazo suave al hombre que había construido el búho.

—Vamos —dijo—. Sé que estás deseando decírselo.

—Soy Broderick Cuthbertson. Construyo animales mecánicos. Es mí…

—Afición, sí. Ya me lo ha dicho —Thalia sonrió con amabilidad.

—En Aubusson hay una subcultura de constructores de autómatas muy activa. Quiero decir verdaderos constructores de autómatas, por supuesto. Estrictamente precalvinistas. De lo contrario sería trampa.

—Lo imagino.

—Meriel Redon —dijo una mujer joven y esbelta levantando una mano indecisa—. Hago muebles de madera.

—Cyrus Parnasse —dijo otro hombre, fornido y de cara roja con aspecto de granjero, que pronunciaba marcadamente las erres y parecía recién salido de la Edad Media—. Soy el conservador del Museo de Cibernética.

—Creí que el Museo de Cibernética estaba en Casa Sylveste.

—El nuestro no es tan grande —dijo Parnasse—. Ni tan llamativo, ni de un nivel intelectual tan bajo. Pero nos gusta.

Los demás se fueron presentando uno por uno, hasta que hubo hablado el último de los doce. Como si obedecieran un proceso de toma de decisiones colectivas tan sutil que Thalia no lo pudo detectar, todos se giraron hacia Jules Caillebot.

—Nos eligieron al azar —explicó—. Cuando supimos que venía a visitarnos un agente de Panoplia, el núcleo de voto barajó los nombres de los ochocientos mil ciudadanos y seleccionó a los doce que tiene frente a usted. En realidad, fue un poco más complicado. Nuestros nombres fueron presentados al electorado, para que la mayoría certificara nuestra aptitud para el cometido. La mayoría votó nada que objetar, pero uno de los doce originales fue rechazado por un porcentaje de ciudadanos demasiado grande como para que el núcleo lo ignorase. Parece que era una especie de donjuán. Se había creado tantos enemigos que cuando tuvo la oportunidad de ser famoso, la fastidió.

—Si a esto se le puede llamar fama —dijo Parnasse, el conservador del museo—. Dentro de un par de horas se habrá marchado de Aubusson, muchacha, y todos nosotros regresaremos a una merecida oscuridad. Es esa clase de visita, ¿verdad? Si esto es un confinamiento, nadie nos ha avisado.

—Nunca se les avisa —dijo Thalia con sequedad, ignorando el tono gruñón que acababa de escuchar en la voz del hombre—. Pero no, no es un confinamiento, solo una actualización rutinaria del núcleo de voto. Y al margen de que crea que formar parte de este grupo de recepción sea algo de lo que deban sentirse orgullosos, les estoy agradecida por la bienvenida. —Recogió el cilindro, y agradeció que fuera más ligero que cuando se encontraba en gravedad cero—. Lo único que necesito es que alguien me dirija al núcleo de voto, aunque puedo localizarlo yo misma si lo prefieren. Pueden quedarse por aquí si quieren, pero no es necesario.

—¿Quiere ir directamente al núcleo? —preguntó Jules Caillebot—. Podemos hacerlo si lo desea. O primero podemos tomar una taza de té, algunos refrescos, y luego tal vez dar un paseo por uno de los jardines.

—No hay premio si adivina quién ha diseñado los jardines —dijo alguien soltando una risita.

Thalia alzó una mano tranquilizadora.

—Es muy amable por su parte, pero a mis jefes no les gustaría que regresara tarde a Panoplia.

—Podemos estar en el núcleo dentro de veinte minutos —dijo Jules Caillebot—. Está un poco más allá de la segunda ventana. De hecho, puede verlo desde aquí.

Thalia esperaba que el núcleo estuviera enterrado en lo más profundo del hábitat, como un implante subcutáneo.

—¿Ah, sí?

—Permítame que se lo muestre. El nuevo emplazamiento es bastante elegante, aunque esté mal que yo lo diga.

—Contra gustos no hay nada escrito —murmuró Parnasse lo bastante alto como para que Thalia pudiera oírlo.

La llevaron hasta la ventana. Los dos kilómetros restantes de la tapa terminal describían una curva que se alejaba para unirse luego al terreno plano del cilindro principal. Caillebot, el jardinero paisajista, se puso a su lado y señaló con el dedo un punto a media distancia.

—Allí —dijo en un susurro—. ¿Ve la primera y la segunda ventana? Ahora, fíjese en el puente blanco que cruza la segunda, cerca de ese lago en forma de riñón. Siga la línea del puente un par de kilómetros hasta que llegue a un círculo de estructuras agrupadas alrededor de un solo tallo alto.

—Ya lo veo —dijo Thalia. Puesto que el tallo se encontraba justo enfrente, estaba demasiado alineado con su vertical local como para que fuera una coincidencia, dada la curvatura de trescientos sesenta grados del hábitat. Era de suponer que la habían dirigido al punto adecuado para una visita al núcleo de voto.

—¿Le recuerda a algo? —preguntó Caillebot.

—No lo sé. Quizá. A la leche salpicando en leche, tal vez. Ese círculo de tallos, con las pequeñas esferas encima de cada uno, y luego el más alto en el medio…

—Es exactamente lo que es —dijo Parnasse—. Una representación perfecta de un instante físico. Es el Museo de Cibernética original. Luego al Comité de Planificación Cívica se le metió en la cabeza que lo que necesitaba era un gigantesco tallo que surgiera del medio, para ubicar el núcleo de voto en la esfera de arriba. Estropeó por completo la pureza del concepto original, por supuesto. No se puede conseguir un tallo central y un círculo de tallos de una sola salpicadura, por mucho que lo intentes.

—¿Por qué necesitaba el núcleo una nueva ubicación?

—No la necesitaba —dijo Parnasse antes de que alguien tuviera la oportunidad de hablar—. Funcionaba bien tal y como estaba, donde no se veía ni se pensaba en él. Luego el Comité de Planificación Cívica decidió que necesitábamos celebrar nuestra adopción de los verdaderos principios demarquistas haciendo del núcleo un símbolo visible que pudiera ser visto desde cualquier parte del hábitat.

—A la mayoría le gusta la nueva ubicación —dijo Caillebot con una sonrisa forzada.

Parnasse no iba a ceder.

—Eso lo dice porque tuvieron que destruir los antiguos jardines para acomodar el nuevo tallo. Los que hicieron sus rivales. No opinaría lo mismo si tuviera que trabajar allí.

Thalia tosió, y decidió que era mejor no tomar partido en ese momento. El traslado de un núcleo era algo rutinario, pero Panoplia habría sido consultada, y si hubiera habido alguna objeción técnica no lo habría permitido.

—Necesito verlo de cerca, al margen de las controversias —dijo.

—Llegaremos dentro de un momento —dijo Caillebot extendiendo una mano hacia la pared en la que había una fila de ascensores con las puertas abiertas—. ¿Necesita ayuda con su equipo? Pesará más en la superficie.

—Me las arreglaré —respondió Thalia.

12

Pájaro Milagro abrió su pico de metal, emitió un estridente sonido mecánico al alzar el vuelo y se dirigió hacia los ascensores.

Dreyfus contuvo la respiración, pues anticipaba otro ataque a pesar de lo que le indicaban los escáneres. Los sensores de la corbeta habían inspeccionado la superficie fortificada de la roca y no habían encontrado más rastros de armamento activo, aunque Dreyfus creía probable que hubiera más armas enterradas en el otro hemisferio. Los mismos escáneres habían señalado un punto de entrada probable, lo que parecía ser una esclusa de aire que conducía a alguna clase de excavación subterránea. Los escáneres solo podían dar indicios de la profundidad y la extensión del sistema de túneles. El cierre dorsal de la corbeta estaba ahora colocado sobre el punto de entrada de la superficie, separado solo por un par de metros.

—Puedo hacerlo solo —dijo Dreyfus, dispuesto a atravesar la pared de trajes—. No es necesario que entremos los dos.

—Y yo no voy a cuidar de la corbeta mientras usted se divierte —respondió Sparver.

—De acuerdo —dijo Dreyfus—. Pero dejemos una cosa clara: si a alguno de nosotros le sucede algo, ya seas tú o yo, el otro sale lo más rápido posible y se concentra en avisar a Panoplia. No sé a qué nos estamos enfrentando, pero es más importante que la vida de un solo prefecto.

—Mensaje recibido —dijo Sparver—. Nos vemos al otro lado.

Dreyfus atravesó la superficie gris de la pared de trajes. Como siempre, sintió un ligero cosquilleo mientras el traje se formaba a su alrededor, conjurado desde la estructura misma de la pared. Se dio la vuelta justo a tiempo de ver la aparición de Sparver: los bordes del traje se mezclaron con la superficie exterior de la pared de trajes y luego se alisaron. Al principio, los detalles del traje de Sparver estaban borrosos y mal definidos, luego se hicieron perfectamente nítidos.

Los dos prefectos completaron sus revisiones, comprobaron que sus trajes pudieran hablar entre sí, y luego se dirigieron hacia la esclusa de aire que les permitiría entrar en la roca. A Dreyfus no le sorprendió nada, excepto el hecho de que existiera. Era una esclusa estándar, construida con un diseño fuerte y de materia inerte. La habían ocultado antes de iniciar el ataque.

No fue necesario invocar el procedimiento operativo manual puesto que el cierre dorsal seguía en funcionamiento. La puerta exterior se abrió sin vacilar, y dejó entrar a Dreyfus y a Sparver a la cámara de intercambio de aire.

—Hay presión al otro lado —dijo Sparver, indicando la lectura de formato estándar de la puerta de enfrente—. No creo que haya nadie dentro de esta cosa, pero no podemos estar seguros, así que no podemos volarla para entrar.

Era una complicación con la que Dreyfus no había contado, pero coincidió con su ayudante. Tendrían que sellar la puerta tras ellos antes de seguir avanzando.

—Cierra la puerta exterior —dijo Dreyfus.

La cámara terminó la presurización. El traje de Dreyfus probó el aire e informó que era frío pero respirable, si fuera preciso.

Esperaba que no lo fuera.

—Permanece alerta —le dijo a Sparver—. Vamos a adentrarnos.

Dreyfus esperó a que la puerta interior se sellara antes de seguir avanzando. El protocolo común de las esclusas dictaba que tanto las puertas interiores como las exteriores tenían que cerrarse al vacío a menos que alguien estuviera atravesándolas.

—No veo nada —dijo, y sabía que la visión de Sparver era al menos tan pobre como la suya—. Voy a encender la linterna del casco. Dentro de un par de segundos, veremos si ha sido una buena idea.

—Estoy en vilo.

El casco reveló que habían llegado a una zona de almacenaje, un depósito de herramientas y piezas de recambio de maquinaria. Dreyfus distinguió material para excavar túneles, algunas piezas sueltas de esclusas de aire y un par de trajes espaciales estropeados de diseño precalvinista.

—Imagine cuánto tiempo hace que esta basura está aquí —dijo Sparver encendiendo su propia linterna.

—Podrían ser diez años, o doscientos —dijo Dreyfus—. Es difícil de decir.

—No presurizas un lugar si estás planeando abandonarlo. Es un despilfarro de aire y de energía.

—Estoy de acuerdo. ¿Ves algo que se parezca a un transmisor, o que pueda emitir una señal?

—Ni por asomo. —Sparver dirigió la linterna del casco hacia la pared de enfrente—. Pero si no me equivoco, eso es una puerta. ¿Cree que deberíamos ir a echar un vistazo?

—No es que tengamos mucho donde elegir, ¿verdad?

Dreyfus se alejó de la pared y se dirigió hacia la puerta. Sparver lo seguía de cerca. Sin duda la gravedad de la roca habría acabado por llevarlo hasta allí, pero Dreyfus no tenía tiempo de esperar. Abrió la puerta, que daba a un estrecho túnel provisto de pasamanos y mangos flexibles para sujetarse. Cuando el aire comenzó a impedir que siguiera avanzando, se agarró al mango más cercano y comenzó a arrastrarse hacia delante. A lo lejos, el túnel se ensanchaba y se adentraba en el corazón de la roca. Pensó que quizá siempre había estado allí: puede que lo hubieran perforado unos piratas aéreos que hacían prospecciones, y alguien había llegado y lo había descubierto por casualidad. Pero el equipo de excavación que habían visto no tenía el aspecto destartalado e improvisado de las herramientas de los piratas aéreos.

Estaba reflexionando sobre ello cuando vio el final del túnel.

—Voy a aminorar la marcha. Ten cuidado.

Dreyfus llegó al final y giró ciento ochenta grados para poner sus suelas en contacto con la superficie en la base del túnel. Arriba y abajo todavía no significaba gran cosa en la mínima gravedad de la roca, pero su instinto le obligó a orientarse como si sus pies estuvieran siendo arrastrados hacia el medio.

Estaba examinando el terreno que le rodeaba cuando Sparver llegó a su lado. Habían llegado a una intersección con un segundo túnel que parecía excavado horizontalmente en ambas direcciones, y que se alejaba en una suave curva hasta ocultarse más allá del límite de la iluminación que les proporcionaban las linternas de sus cascos. La pared del túnel era de color marrón teja y estaba chapada con paneles segmentados. Había anchos conductos y cañerías grapados a ambos lados. De vez en cuando la chapa se veía interrumpida por un trozo de maquinaria tan oxidada y envejecida como el resto del túnel.

—No nos hemos adentrado lo bastante como para trazar un mapa —dijo Dreyfus—. ¿Qué opinas?

—No gran cosa, para ser sincero.

—A juzgar por la curvatura, podría ser un círculo que rodee el centro de la roca. Tenemos que averiguar por qué está aquí.

—¿Y si nos perdemos?

Dreyfus usó su traje para pintar una cruz luminosa en la pared situada al lado de su punto de salida.

—No lo haremos. Si el túnel es circular, lo sabremos cuando regresemos a este punto, incluso si algo nos estropea las brújulas inerciales.

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