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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (78 page)

BOOK: El Prefecto
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—¿Eso significa que ya no tenéis que seguir bombardeando?

—Es una posibilidad. Por ahora, al menos nos da tiempo a completar las evacuaciones antes de esterilizar. A largo plazo, una vez que los flujos actuales se hayan agotado, deberíamos ver un cese total de la actividad de los escarabajos. Habremos detenido a Aurora.

—Eso no significa que se haya ido para siempre.

—Somos conscientes de ello —dijo Baudry—. Seguiremos evacuando mucho más allá de su frente de expansión actual, aunque suponga vaciar cincuenta o cien hábitats. Tendremos preparados misiles y abrazadoras lumínicas para incinerar esos hábitats si vemos que los escarabajos reanudan su actividad. —Entrelazó los dedos—. Eso debería bastar, sénior. La emergencia podría terminar en dos o tres días.

—¿Cuántos hábitats habremos sacrificado para entonces?

—Cuarenta y cinco, muy probablemente. —Baudry respondió de forma automática—. Veinticinco en el mejor de los casos, más de ciento veinte en el peor.

—¿Pérdidas civiles?

—Suponiendo que podamos realizar una evacuación completa del resto de hábitats ocupados en veintiséis horas, estaríamos hablando de un total de dos a tres millones de víctimas.

—Un poco más de un treinta por ciento de toda la ciudadanía —dijo Clearmountain—. Es una catástrofe, no cabe duda. Pero tenemos que dar gracias por estar hablando de millones, no de decenas de millones. Y si salimos de esta y hemos perdido cuarenta y cinco hábitats… no es nada comparado con los diez mil, Dreyfus.

—Yo no diría que no es nada, pero entiendo tu punto de vista.

—La ciudadanía lo superará —dijo Baudry—. Seguirán con sus vidas, elegirán olvidar lo mucho que nos acercamos al desastre. Para algunos, el olvido será literal. En este momento estamos en plena emergencia. Dentro de unos días, si todo va bien, habrá quedado reducida a una crisis. El año que viene, lo veremos como un incidente. Dentro de diez, será algo que nadie fuera de Panoplia recuerde, algo que nuestros nuevos reclutas aprenderán con aburrida indiferencia.

—No si puedo evitarlo —dijo Dreyfus—. ¿Qué pasa con el pronóstico de Aurora? ¿La época de plagas?

—Nos mantendremos alerta —dijo Clearmountain.

Baudry miró a Dreyfus con interés.

—¿Tiene planes, sénior?

—No hemos ganado —le dijo—. Solo hemos pospuesto el día del Juicio Final. Si no es Aurora, nos enfrentaremos al Relojero.

—Hay una cosa que se llama el mal menor —dijo Clearmountain.

—Te lo recordaré cuando vuelva a aparecer de no se sabe dónde.

—¿Dónde crees que están? —preguntó Baudry.

—Dispersados —dijo Dreyfus—. Son dos inteligencias de nivel alfa esparcidas todo lo que pueden por la red sin llegar a dejar de ser entidades conscientes.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Porque es el único modo en el que pueden sobrevivir. Si Aurora se concentra en un hábitat, el Relojero encontrará la manera de entrar y destruirla en un solo ataque. Lo mismo puede decirse del Relojero. Pero distribuidos, esparcidos por todo el Anillo Brillante, son casi invulnerables.

—¿Por qué no adoptó Aurora esa estrategia desde el principio?

—Porque hay un coste. La velocidad de sus procesos de pensamiento depende de la distancia entre los nodos de procesamiento. El Relojero la ha obligado a dispersarse para sobrevivir. La desventaja para ella es que no puede pensar lo bastante rápido como para derrotarnos.

—Pero tampoco podemos matarla —dijo Clearmountain.

—No. Encontrarla ahora es casi imposible. Tal vez si escuchamos el tráfico de la red durante mucho tiempo veamos una diminuta disminución de la actividad causada por la presencia de Aurora. Pero eso no nos ayudaría a destruirla. Tendríamos que desactivar miles de nodos, miles de hábitats, antes de comenzar a hacerle daño.

—Y para entonces nos habríamos hecho aun más daño a nosotros mismos —dijo Baudry, asintiendo como si entendiera lo que Dreyfus quería decir—. Así que lo que estás diciendo, si te he entendido bien, es que no podemos hacer nada. Tenemos que quedarnos mirando mientras esos dos monstruos parasitan nuestra infraestructura.

—Exacto —dijo Dreyfus—. Pero yo no me preocuparía demasiado. Si han disminuido su velocidad tanto como creo, va a pasar mucho tiempo hasta que uno de ellos salga vencedor. Estamos hablando de una partida de ajedrez entre dos adversarios de una inteligencia y astucia casi ilimitada. El único problema es que solo hacen un movimiento al año.

—Espero que tengas razón —dijo Clearmountain.

Dreyfus sonrió.

—Y yo. Mientras tanto, aún tenemos trabajo. No podemos pararnos a pensar en los dioses que luchan sobre nuestras cabezas.

—Los dioses siempre serán dioses —dijo Baudry.

—Pero eso no significa que haya acabado con el caso —continuó Dreyfus—. Con el permiso del prefecto supremo en funciones, me gustaría que me autorizara a investigar el asesinato de Philip Lascaille. Si aún hay un cuerpo, quiero exhumarlo para analizarlo. Quiero ver si hay pruebas de que su cerebro fue sujeto a un escaneo de nivel alfa.

—Por supuesto que tienes mi permiso —dijo Clearmountain—. No dudo que Jane también te lo daría. Pero tienes que ser consciente de dónde te metes al desenterrar una vieja historia como esa. Te enfrentarás al aparato legal de Casa Sylveste. Es una organización que protege sus secretos con más celo aún que nosotros. No se puede jugar con ellos.

—Con todos mis respetos —dijo Dreyfus levantándose—, tampoco se puede jugar con Panoplia.

Poco después fue a visitar a Demikhov. El hombre parecía una sombra espectral de su yo anterior, agotado hasta la extenuación.

—He oído que hubo complicaciones —dijo Dreyfus.

—Te alegrará saber que no fue nada médico. El corte fue limpio como una guillotina. La reconexión de los nervios no ha podido ser menos problemática. La única dificultad fue ocasionada por la intervención de su anterior colega. —Demikhov encogió sus huesudos hombros con filosofía, que se movieron bajo el tejido verde de su bata quirúrgica—. Lo que le hizo fue indigno. Pero al menos estuvo inconsciente mientras se escapaba.

Dreyfus no tenía ni idea de qué estaba hablando. Supuso que se enteraría después.

—¿Y ahora?

—Completé una unión parcial, luego le hice recobrar la conciencia para que hablara con los ultras. Estaba lúcida y tranquila. Luego volví a anestesiarla para completar el procedimiento.

—¿Cómo fue?

—Vuelve a estar entera. Haría falta un médico mejor que yo para que notara que Zulu ocurrió.

—¿Entonces se pondrá bien?

—Sí, pero no ocurrirá de la noche a la mañana. En este momento puede respirar sola y hacer algunos movimientos limitados, pero tardará un tiempo en andar. Que vuelva a tener los cables en su sitio no significa que el cerebro esté listo para usarlos.

—Me gustaría verla —dijo Dreyfus.

—Está durmiendo. Quiero mantenerla así hasta que haya otra emergencia.

—De todos modos, me gustaría verla.

—Entonces, sígueme —respondió Demikhov con un profundo suspiro, levantándose para llevarlo hasta ella.

Llevó a Dreyfus a una tranquila habitación verde, donde la prefecto supremo se estaba recuperando. Aparte de su delgadez, la calvicie de su cráneo y la palidez de su piel, no había nada que indicara lo que había sufrido, ni el día anterior ni los últimos doce años. Parecía tranquila, serena.

Dreyfus se puso en la cabecera de su cama.

—No la despertaré —susurró.

—No podrías. La he anestesiado. Puedes hablar con normalidad.

Dreyfus tocó el rostro de Jane Aumonier con la mano. A pesar de todo el tiempo que hacía que se conocían, era la primera vez que se producía contacto físico entre ellos.

—Ahora me voy —dijo Dreyfus—. Tengo que ocuparme de algo, y no quiero posponerlo. Tengo que ir al Hospicio Idlewild. Tengo que ver a alguien a quien no he visto desde hace mucho tiempo. Seguramente no estaré en Panoplia cuando te despiertes, pero quiero que sepas que estaré contigo a cada paso que des. Si necesitas sujetar una mano, puedes contar con la mía.

—Se lo diré —dijo Demikhov.

—Lo digo en serio. No rompo mis promesas.

Demikhov estaba a punto de acompañar a Dreyfus fuera de la habitación cuando se detuvo.

—Prefecto… hay algo que debería enseñarte. Creo que es maravilloso.

Dreyfus asintió a la figura que dormía.

—Esto ya es suficiente para mí, doctor.

—Te lo enseñaré de todos modos. Mira la pared.

Demikhov conjuró un panel lleno de oscilantes líneas de color azul neón cuyo significado Dreyfus no pudo entender.

—¿Qué es? —preguntó.

—Sueños —dijo Demikhov—. Hermosos sueños humanos.

FIN

ALASTAIR REYNOLDS, nació en Barry, una ciudad portuaria no muy lejos de Cardiff y situada en Gales del Sur, en 1966. Reynolds creció entre las vías férreas, grúas y montañas de carbón olvidadas de la época antes de la Segunda Guerra Mundial en que Barry era un importante puerto de exportación de carbón. Tras la guerra, Barry se convirtió además en el lugar donde decenas de máquinas de vapor eran llevadas para ser desguazadas y convertidas en chatarra, otra de las imágenes que forman parte de los recuerdos infantiles del autor.

Reynolds pasó algunos años de su infancia en Cornwall. En esa época se aficionó a la ciencia ficción a través de la revista
Speed & Power
, que empezó a publicar historias de Arthur C. Clarke y en particular la historia «Encuentro con Medusa», y después de Isaac Asimov, sus dos pilares iniciales dentro del género. Después regresó a Gales, volviendo primero a Barry y después en distintos pueblos alrededor de Bridgend.

Estudió secundaria en la Pencoed Comprehensive School (1977-1985). Durante esos años empezó a escribir historias para sí mismo, muchas influidas por las novelas de Larry Niven. A los dieciséis años terminó su primera novela y con dieciocho terminó una segunda, en la época en la que estaba leyendo a Joe Haldeman, Gregory Benford y Frederik Pohl entre otros. Después se trasladó a Newcastle, ciudad por la que Reynolds reconoce sentir una gran debilidad, donde, a pesar de haberse sentido siempre muy inclinado por las artes, decidió estudiar Física y Astronomía. Fue allí donde descubrió la revista
Interzone
, en la que ha publicado la mayor parte de sus relatos desde entonces. Durante tres años envió sus historias sin éxito, hasta que en 1989 por fin consiguió su primera venta. Después de los tres primeros años en Newcastle tuvo que trasladarse de nuevo a St Andrews, en Escocia, para completar la carrera.

Después de entregar su tesis, Reynolds se mudó a Holanda en1991, donde conoció a su actual pareja Josette. Trabajó como investigador para la Agencia Espacial Europea (ESA) entre 1991 y 1994 y después como postdoctorado hasta 1996 en la Universidad de Utrecht. Desde su traslado a Holanda vive en la ciudad costera de Noordwijk.

Actualmente trabaja para la ESA en el desarrollo de una nueva clase de detector astronómico, especialmente capacitado para estudiar las estrellas binarias, ayudando en las pruebas y la definición del sistema así como en la interpretación y análisis de los datos que obtienen durante las campañas de observación.

Sus autores favoritos, y los que más le influenciaron durante sus prinicipios, son principalmente americanos, lo que le convierte quizá en un autor de estilo inusitado entre la tradicional ciencia ficción británica. Los que Reynolds reconoce admirar son Arthur C. Clarke, James White y Bob Shaw. Más adelante descubrió a Gregory Benford y Philip K. Dick, y tras oír hablar del cyberpunk, William Gibson y en especial Rod Sterling se añadieron a la lista, junto a autores más clásicos como Ballard y Gene Wolfe. Además ha compartido barra de bar más de una vez con Paul McAuley. Entre sus aficiones se encuentra el cine, especialmente las películas de Bogart, David Lean, westerns clásicos y películas bélicas.

Le gusta montar a caballo y tocar la guitarra, aunque reconoce que su habilidad en ambos casos dista de ser perfecta; pintar, afición que no ha perdido aun a pesar de su carrera en ciencias, beber cerveza y quedarse mirando durante largos ratos a fotografías de viejas máquinas de vapor.

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