Read El Prefecto Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (70 page)

BOOK: El Prefecto
6.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Alguien ha estado ahí recientemente —dijo. Pero sin saber cuánto tiempo habían necesitado las estalactitas para formarse, se dio cuenta de que la visita podía haber ocurrido hacía días, años o incluso décadas.

—Echemos un vistazo dentro —dijo Sparver—. Adoro los túneles subterráneos poco acogedores.

No vieron señales de que el sistema de vigilancia hubiera detectado su llegada. Recorrieron los últimos metros de superficie helada hasta que llegaron a la rampa y luego comenzaron a descender con cautela hacia el rastrillo. El suelo estaba resbaladizo bajo sus pies. Dreyfus se encorvó para evitar romper más estalactitas; Sparver solo tuvo que inclinar la cabeza ligeramente. Más allá de la apertura, la rampa seguía descendiendo hacia profundidades invisibles. El captador acústico del traje de Dreyfus transmitió a sus oídos los sonidos de líquidos que le goteaban y chorreaban. Cuando la oscuridad se hizo más profunda, dirigió la linterna del casco hacia abajo, atento a las grietas traicioneras en el suelo. Supuso que antaño aquello habría sido un punto de entrada para vehículos, aunque estaba claro que nada grande había entrado por allí en mucho tiempo.

Al cabo de cincuenta o sesenta metros, la rampa terminaba en una pared negra con una única puerta ancha. La puerta consistía en un conjunto de paneles articulados que bajaban desde un mecanismo en el techo. Se detenía a medio metro del suelo, sobre una ranura hermética en la que habría tenido que cerrarse la parte inferior.

—Alguien ha sido descuidado —dijo Sparver.

—O tenía prisa. ¿Crees que podemos meternos por ahí?

Sparver ya estaba arrodillado. Se quitó una parte de su equipo y de sus armas y la deslizó en primer lugar. Luego se puso a cuatro patas y pasó por el hueco.

—Está despejado —le dijo a Dreyfus, gruñendo al levantarse—. Páseme lo que pueda.

Dreyfus se desabrochó las piezas más pesadas de su equipo y se las pasó a su ayudante. Luego se agachó en el negro suelo agrietado y se metió por debajo de la puerta, rasgando su mochila en el proceso. Algo se atascó, y por un horrible instante creyó que estaba atrapado, inmovilizado por la presión de un torno. Por fin consiguió soltarse y pasar al otro lado, junto a Sparver. Su traje no había sufrido ningún daño, pero si la puerta hubiera estado un par de centímetros más baja, no habría podido pasar con él.

Dreyfus se volvió a abrochar su equipo y deseó en silencio no tener que volver a deslizarse por debajo de ninguna otra puerta. Habían llegado a una esclusa de aire para mercancías, diseñada para que los vehículos y el equipamiento pesado pasaran entre Ops Nueve y el mundo exterior. Frente a ellos, en la pared opuesta, había una puerta similar a la que acaban de cruzar a rastras, pero estaba herméticamente cerrada.

—Podemos cortarla —dijo Sparver golpeando la linterna de su cinturón con un guante—. O podemos intentar abrirla. De cualquier modo, si hay una sola alma viva en este lugar, se van a enterar. Usted manda, jefe.

—A ver si puedes abrirla. Yo intentaré cerrar la otra. Preferiría no inundar el lugar con aire de Yellowstone si podemos evitarlo.

—¿Se siente caritativo con Saavedra y sus amigos? —preguntó Sparver con escepticismo.

—Cometieron crímenes contra Panoplia. Me gustaría cogerlos vivos para que respondan por ello.

Dreyfus quitó masilla amarilla helada de un panel elevado junto a la puerta por la que acaban de arrastrarse. El panel contenía un sencillo conjunto de controles manuales etiquetado con escritura amerikana. Pulsó un botón señalado con una flecha que apuntaba hacia abajo y oyó un fatigoso chirrido de maquinaria enterrada. La puerta comenzó a descender hacia el suelo, escupiendo trozos de hielo amarillo de sus rieles.

—Parece que alguien ha pagado las facturas de la electricidad —dijo Sparver.

Dreyfus asintió. Si había albergado dudas persistentes de que Ops Nueve fuera realmente el lugar en el que Firebrand se escondía, acababa de disiparlas. Las instalaciones tenían electricidad y funcionaban, al menos de una forma espartana. La tecnología amerikana era robusta, pero no lo bastante como para abrir puertas después de doscientos años.

Dreyfus se estremeció cuando unas lamas se abrieron ruidosamente en las paredes sin previo aviso. Unas luces rojas tartamudearon tras unas rejillas en el techo y oyó el rugido de unos potentes ventiladores. El sensor de su traje comenzó a registrar el cambio de mezcla de gas y presión cuando el aire de la sala pasó a ser una atmósfera respirable. El proceso necesitó menos de tres minutos. Los ventiladores se apagaron y las lamas volvieron a cerrarse con estrépito.

—Creo que ahora puedo abrir la puerta —dijo Sparver.

Dreyfus sabía que no ganarían nada esperando.

—Hazlo —dijo, y se preparó mentalmente para lo que hubiera al otro lado. Sparver le dio al control, luego se colocó junto a Dreyfus y sujetó su rifle Breitenbach con ambas manos. Pero cuando la puerta se levantó, vieron que no había nadie esperándolos al otro lado. Dreyfus dejó que la boca de su arma bajara ligeramente, pero permaneció alerta. Los dos prefectos atravesaron el umbral.

Un pasillo curvado, triangular en la sección transversal, con rejas metálicas en el suelo y en las paredes, se extendía a ambos lados. Una franja roja iluminada recorría la longitud del pasillo en el vértice de las dos paredes angulares. Tras las rejas se arrastraban cañerías y maquinaria oxidadas y cubiertas de moho. La mayor parte de la maquinaria estaba roída, probablemente por las ratas. El vapor salía a chorros por las líneas resquebrajadas, y era lo bastante caliente como para quemarlos si no hubieran llevado puestos los trajes. Pero Dreyfus se dio cuenta de que algunas tuberías eran nuevas y brillantes. Firebrand debía de haber hecho lo justo para que la instalación fuera de nuevo habitable. No habían pretendido hacerla cómoda, ni acogedora.

—¿Quiere que lance una moneda? —preguntó Sparver.

—En el sentido de las agujas del reloj —dijo Dreyfus tomando la delantera.

El suelo enrejado sonó con estrépito bajo sus botas, y el ruido resonó en la curva del pasillo. Dreyfus no tenía idea de las dimensiones de las instalaciones, pero no era difícil imaginar que el ruido llegaría lo bastante lejos como para alertar a alguien de su llegada, si esa hipotética persona no había sido ya informada de la actividad en la esclusa de aire. Puesto que su traje le aseguraba que ahora el aire ambiental era respirable, Dreyfus se arriesgó a quitarse el casco. Se lo abrochó al cinturón, igual que había hecho en la roca Nerval-Lermontov cuando Clepsidra le puso un cuchillo en la garganta. Pero no creía que los cuchillos fueran a representar un problema en aquel momento.

—Sí, el ambiente está cargadito —dijo Sparver quitándose su propio casco. Respiró hondo y aspiró el mismo aire frío y metálico que Dreyfus acababa de probar—. Ya me siento mejor.

—Cuidado con esos chorros de vapor —dijo Dreyfus—. Y prepárate para volver a ponerte la tapa.

Siguieron la lenta curva del pasillo hasta que llegaron a un cruce. Se detuvieron para decidir qué camino tomaban, mientras el vapor teñido de rosa resoplaba como un dragón desde una tubería cortada. Dreyfus dirigió su linterna hacia un panel de metal bruñido estarcido con un texto amerikano.

—Operaciones Centrales por aquí —dijo alzando la voz por encima del furioso resoplido del chorro de vapor—. Parece el lugar adecuado para empezar, ¿no?

—O el lugar adecuado para mantenerse bien alejado de él.

—Me encantaría. Pero hemos venido a hacer un trabajo, prefecto.

Al cabo de un momento, Sparver dijo:

—¿Quiere decir «ayudante», jefe?

—Quiero decir prefecto. Jane acaba de ascenderme a sénior, así que no veo por qué no debería ascender a mi ayudante a prefecto de campo. ¿Cómo se siente, prefecto de campo Bancal?

—Genial. Aunque imaginé que ocurriría en circunstancias diferentes.

Dreyfus sonrió.

—¿Quieres decir ligeramente menos suicidas?

—Ahora que lo menciona…

—Es exactamente como yo me sentí cuando me ascendieron, así que ya somos dos.

—Pero sigue siendo un ascenso. Quiero decir que pondrán eso en mi esquela, ¿verdad?

—Lo pondrían —afirmó Dreyfus—. El único problema es que yo soy el único que lo sabe. Aparte de ti, claro.

—Entonces será mejor que uno de los dos sobreviva.

—Sí. Yo, preferiblemente.

—¿Por qué usted, jefe, y no yo?

—Porque si sobrevives no necesitarás una esquela, ¿verdad?

—Eso tiene sentido —dijo Sparver, apenas desconcertado.

Dreyfus sujetó con fuerza el rifle Breitenbach.

—Hay algo ahí delante —dijo bajando la voz.

Una débil luz azul se filtraba por la curva del pasillo, subrayando la red hexagonal de las rejas. Dreyfus pensó que estaban acercándose a la sección de Operaciones Centrales. Aunque era consciente de que apenas podían hacer nada para silenciar su acercamiento, redujo el paso y se acercó a la pared angulada en la parte interior de la curva, esperando usarla para cubrirse hasta el último momento. A medida que avanzaba lentamente, vio que el pasillo terminaba en una cueva ahuecada que se extendía a varios pisos por debajo del nivel actual. La luz azul procedía de una parrilla de luces suspendidas del desnudo techo rocoso que se arqueaba a diez o doce metros por encima de ellos. El pasillo daba a un balcón con barandilla que rodeaba toda la cueva. Había puertas colocadas en la pared de paneles a intervalos regulares, marcadas con números pintados en spray y símbolos crípticos que en el pasado se referían a diferentes departamentos administrativos y funcionales de las instalaciones. Dreyfus miró por la barandilla hacia el suelo de la cámara. Se dio cuenta de que era una especie de atrio. Unos senderos embaldosados rodeaban lo que una vez habían podido ser parterres de flores o pequeños estanques. Ahora los parterres solo contenían ceniza gris negruzca, los estanques nada excepto polvo. Había incluso un par de bancos hechos de roca sólida. Elevándose del suelo en medio del atrio había una escultura de metal de aspecto complicado, cuyo diseño no pudo entender desde su ángulo, pero que casi se parecía a un cactus de hierro.

Dreyfus se dio cuenta de que había tenido ideas preconcebidas sobre las personas que habían vivido allí al principio. La cultura amerikana podía parecer distante de la suya, sus valores extraños, pero los habitantes de aquel lugar habían necesitado un lugar para relajarse y relacionarse, lejos de las presiones de sus trabajos. A su manera, aquel lugar no habría sido muy diferente de su propio lugar de trabajo. Se preguntó qué clase de fantasmas habitarían Panoplia doscientos años después de que él hubiera muerto.

Se apartó de la barandilla con un hormigueo de inquietud. Sparver ya había recorrido la cuarta parte del balcón, probando cada puerta al pasar. Hasta el momento todas estaban cerradas, pero en el momento en que Dreyfus miró, Sparver llegó a una puerta que estaba entreabierta. La empujó ligeramente con la boca de su rifle, luego le hizo una seña a Dreyfus para que fuera hacia allí. Mirando de vez en cuando por el atrio, Dreyfus se acercó al prefecto recién ascendido y examinó lo que Sparver había descubierto.

—Supongo que tenía razón sobre Firebrand, jefe.

La habitación había sido en el pasado el dormitorio de algún miembro del personal amerikano. Ahora la habían convertido en el alojamiento improvisado de un miembro del equipo de Saavedra. Había una hamaca atada entre dos paredes. En una caja, Dreyfus vio un uniforme de Panoplia, el cinturón de un látigo cazador sin el látigo. Encontró un termo que aún contenía un poco de café, aunque estaba frío. No había polvo en ninguno de los objetos.

Siguieron inspeccionando el nivel superior, deteniéndose para investigar las habitaciones que no estaban cerradas. Encontraron más efectos personales y equipo, incluso un par de cuadernos de comunicación que funcionaban, pero cuando Dreyfus activó uno de ellos no pudo descifrar los contenidos, ni siquiera con Manticore. La unidad de Firebrand debía de tener su propio protocolo de seguridad.

Sparver y Dreyfus bajaron al siguiente nivel a través de una escalera, pero tuvieron que ir poco a poco para poder introducir su trajes y sus armas. Encontraron otro círculo de habitaciones, pero la mayoría eran más grandes y parecían haber servido una función administrativa o de laboratorio. Había incluso un complejo médico, una serie de habitaciones divididas con cristal que seguían iluminadas por una luz secundaria de color verde pálido. El anticuado equipo adquiría formas abstractas y vagamente amenazadoras bajo unas polvorientas sábanas de plástico. Las sábanas se habían quebrado con el paso del tiempo y habían adquirido un tono amarillento, pero las máquinas debajo de ellas apenas mostraban señales de deterioro.

—¿Qué pasó con la gente que solía vivir aquí? —preguntó Sparver en un susurro.

—¿No te enseñaron nada en la escuela?

—Deme un respiro. Incluso cincuenta años es historia antigua para un cerdo.

—Se volvieron locos —dijo Dreyfus—. Los trajeron aquí en las barrigas de unos robots, como huevos fertilizados. Los robots dieron a luz y los criaron para que fueran seres humanos felices y bien adaptados. Lo que consiguieron fueron psicópatas felices y bien adaptados.

—¿En serio?

—Estoy simplificando. Pero los niños no crecen bien sin gente normal a su alrededor, para poder modelar un comportamiento social razonable. Cuando estaba creciendo la segunda generación, surgieron algunas patologías horribles. La cosa se desmadró.

—¿Cuánto se desmadró?

—La gente empezó a lanzar hachas por las puertas.

—Pero no estarían todos locos.

—No. Pero no había el suficiente número de casos estables para mantener unida la sociedad.

Otra escalera los condujo al nivel más bajo del atrio, donde el camino discurría entre estanques secos y parterres de flores cubiertos de cenizas. Dreyfus supuso que una vez habría sido un sitio agradable para pasar el tiempo, al menos en comparación con el confinamiento claustrofóbico del resto de las instalaciones. Pero ahora se sintió como un intruso rompiendo la calma de una cripta. Se dijo a sí mismo que los agentes de Firebrand habían violado la santidad del lugar antes de que Sparver y él llegaran, pero la sensación de ser inoportuno no disminuyó.

Las salas, más grandes que cualquiera de las que habían visto en los niveles superiores, rodeaban el espacio del atrio y se adentraban en la roca decenas de metros. Los pasillos se adentraban aun más, alejándose hacia otras partes de Ops Nueve. En el extremo de uno de ellos, Dreyfus vio el brillo de la luz de lo que se imaginó que sería otro atrio, quizás al menos tan grande como aquel. Varios pasillos descendían hacia el suelo, sugiriendo que había más niveles debajo. Dreyfus hizo una pausa, inseguro de qué camino tomar. Había esperado encontrar a alguien en la zona de Operaciones Centrales, o al menos encontrar una pista de dónde estaba todo el mundo. Pero aparte de los objetos de Panoplia que ya habían visto, no había ninguna señal de presencia humana inmediata.

BOOK: El Prefecto
6.74Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Towering by Flinn, Alex
Chances Are by Michael Kaplan
Crais by Jaymin Eve
Aching to Submit by Natasha Knight
Aneka Jansen 7: Hope by Niall Teasdale
call of night: beyond the dark by lucretia richmond
Grab (Letty Dobesh #3) by Crouch, Blake