—En realidad, tengo pensado acompañarle a usted durante ese paseíto que ha planeado.
—Entonces es una pena que no cargásemos dos trajes para la superficie, ¿verdad? Solo pedí uno, lo siento. Y no te valdría.
—Por eso hablé con Thyssen y le pedí uno prestado —dijo Sparver—. Las armas extras también fueron idea mía. No pensará que iba a llevarlas todas usted solito, ¿verdad?
Dreyfus suspiró. Sabía que Sparver tenía buenas intenciones, y no había otro prefecto que prefiriera tener a su lado. Pero se había resignado a ir solo. Ahora que había cruzado ese Rubicón mental, no podía aceptar fácilmente la idea de poner en peligro la vida de otra persona.
—Sparv, aprecio el gesto. Pero como te he dicho antes, eres una de las pocas personas que ha estado siguiendo esta investigación desde el principio. No puedo aceptar poner tu vida en peligro. Sobre todo no…
—Déjelo para después, jefe —dijo Sparver—. Ahora ya no hay secretos. Jane y los otros prefectos séniores saben lo mismo que nosotros. Volvemos a ser prescindibles. ¿A que es una sensación maravillosa y liberadora?
—Tienes razón —respondió Dreyfus con contundencia—. Somos prescindibles. ¿Y sabes qué? Seguramente no regresaremos de esta misión. Si el Relojero no nos coge, Firebrand o Aurora lo harán.
Sparver bajó la voz. Por una vez hablaba en serio.
—Entonces, ¿por qué hace esto, si está seguro de que va a fracasar?
—Porque hay una posibilidad de lograrlo. Pequeña, pero es mejor que nada.
Sparver señaló el compad con la cabeza.
—¿Tiene eso algo que ver con todo esto?
—No lo sé. —Dreyfus giró el compad para que Sparver pudiera ver el panel de lectura codificada—. Esto tiene tanto sentido para mí como para ti, y tú ni siquiera tienes Pangolín, y mucho menos Manticore.
—¿Jane le dio Manticore?
Dreyfus asintió con humildad.
—Pero aún no ha cambiado nada las cosas.
Pero era una mentira, aunque fuera pequeña. Dreyfus tenía que mirar fijamente el texto revuelto, pero de vez en cuando tenía la sensación premonitoria de que algo estaba a punto de revelarse, como una especie de hipo mental que nunca acababa de llegar. El texto seguía siendo ilegible, pero tenía la misma sensación que cuando tomaba Pangolín. La arquitectural neural necesaria para la fase de descodificación estaba empezando a formarse. Podría tardar otras seis a nueve horas hasta que fuese totalmente funcional, pero el proceso ya estaba comenzando a afectar su comprensión.
—¿Pero acabará entendiéndolo? —preguntó Sparver.
—Esa es la idea.
—¿Qué quiere Jane que sepa, jefe?
—¿Cómo puedo saberlo si aún no puedo leerlo? —respondió Dreyfus con brusquedad.
—Debe de haberle dado alguna idea.
—Sí.
—Supongo que es sobre el Relojero.
—Sí —dijo Dreyfus de modo cortante—. Es sobre el Relojero. Ahora, ¿te importaría dejarme solo para que al menos tenga una posibilidad de darle algo de sentido a esto antes de que aterricemos?
—De acuerdo —dijo Sparver, con más simpatía de la que Dreyfus sintió que merecía—. Lo entiendo, jefe. Si es sobre el Relojero, entonces también es sobre Valery, ¿verdad?
—Valery murió —dijo Dreyfus—. He superado su muerte. Nada que ponga aquí va a cambiar eso.
Sparver tuvo la sensatez de dejarlo solo después de eso.
La fase de frenado comenzó poco después, y supuso varios minutos a alta combustión. Cuando disminuyó en intensidad, Dreyfus estaba experimentando gravedad casi plena y el cúter ya había comenzado a entrar en la atmósfera superior de Yellowstone. No fue una entrada fuerte, nada parecido a la entrada a alta velocidad de Paula Saavedra, sino una inmersión progresiva en un aire cada vez más denso. El cúter usó sus motores para evitar una excesiva fricción aerodinámica. Para un observador casual, tendría el aspecto de otra nave de pasajeros que regresaba a Ciudad Abismo desde el glamour y la ostentación de las comunidades orbitales.
Dreyfus se quedó dormido. Manticore le daba sueño mientras trabajaba en su mente. No se sintió demasiado diferente cuando se despertó, pero cuando retomó la lectura del compad, supo que se había acercado un poco más a comprenderlo. Ahora entraban y salían de su mente frases enteras, como animales al acecho de su presa. Vio:
Instituto Sylveste de Inteligencia Artificial…
Medidas de emergencia iniciadas durante la crisis del Relojero…
Vehículo prototipo Ramscoop, fuera de servicio pero intacto…
Equipo técnico embarcó y asumió el mando…
Nave Atalanta funcional…
Efecto de contención del campo magnético…
Riesgo de víctimas civiles reducido, pero no eliminado…
Pérdidas inevitables…
Asignación de poderes de emergencia al prefecto de campo Tom Dreyfus, autorizado por el prefecto supremo Albert Dusollier…
Y luego sintió que algo se abría en su mente, como una pesada trampilla que había estado cerrada y olvidada durante once años. Vio el rostro de Valery, iluminado con una alegría infantil, arrodillada en el suelo, girándose hacia él desde parterre en el que había estado cuidando de unas flores.
Y supo que le había hecho algo muy malo a su esposa.
Mercier miró la intervención desde la sala de observación elevada con vistas al quirófano de Demikhov. Aunque el quirófano había sido totalmente equipado desde su creación, había visto muy pocos ocupantes en todo aquel tiempo. En alguna ocasión el equipo de Demikhov lo había usado para practicar un procedimiento quirúrgico, pero normalmente lo había hecho bajo el supuesto de que el escarabajo sería extirpado por medios más convencionales, y que Aumonier solo sufriría heridas superficiales. Solo en los últimos tiempos el quirófano había sido provisto de personal las veinticuatro horas, mientras el equipo de emergencia se preparaba para la eventualidad cada vez más probable de que tendría que aplicarse Zulu.
Cuando no estaba ocupado con sus propios pacientes, Mercier miraba el trabajo del equipo de emergencia inquietantemente preciso con pacientes artificiales, usando técnicas microquirúrgicas para volver a unir el cuerpo y la cabeza. A veces el cuerpo estaba intacto por debajo del cuello, pero también habían trabajado bajo el supuesto de heridas de gravedad diversa ocasionadas por la extracción del escarabajo. Ahora se enfrentaban a un caso real que estaba en un punto medio de sus resultados simulados. La cabeza estaba cortada con una precisión superhumana, pero el escarabajo había infligido un grave daño a las tres vértebras cervicales por debajo del punto de bisección. Nada que no pudiera ser arreglado. No sería necesario poner un cuerpo nuevo a la prefecto supremo, pero había que hacer mucho trabajo de reconstrucción.
Mercier no podía ver casi nada de la actividad quirúrgica. Los sirvientes médicos de color verde claro estaban apiñados alrededor del cuerpo y de la cabeza, que estaban colocados en dos mesas separadas a un metro de distancia. Las voluminosas máquinas parecían torpes hasta que uno se centraba en la velocidad a la que los manipuladores le reimplantaban tejido. Los secretos de la carne permanecían ocultos tras una nube de metal antiséptico. De vez en cuando uno de los sirvientes de cuello de cisne se giraba con rapidez para cambiar una extremidad manipuladora por otra, lo que confería a la escena el aspecto ligeramente cómico de una reproducción en modo acelerado. El personal humano de Demikhov estaba situado a varios metros de las máquinas, vestidos con guantes y mascarillas pero sin estar en contacto directo con la paciente. Estaban de pie frente a unos pedestales, estudiando paneles llenos de imágenes anatómicas, no tanto para controlar a las máquinas como para ofrecerles consejo cuando lo solicitaran. No era necesario que estuvieran en la misma sala, pero todos estaban listos para intervenir en el caso improbable de un fallo catastrófico en una máquina.
Mercier tenía una ligera idea de lo que estaba ocurriendo. Las máquinas estaban identificando las fibras nerviosas cortadas, y les hacían pruebas de compatibilidad entre las dos partes separadas del cuerpo. Estaban usando rastreos de campo inverso para estimular áreas del cerebro de Jane Aumonier, con especial atención en el córtex sensomotriz. Cuando las máquinas identificaban la función de un nervio particular, lo tapaban con un cilindro microscópico imprimado con materia rápida regenerativa. Usaban la estimulación mioeléctrica para conectar los nervios que salían del cuerpo de Aumonier. Cuando volvieran a unir la cabeza y el cuerpo, los dos cilindros correspondientes a un solo nervio se identificarían entre sí y estimularían una reconexión perfecta de los tejidos. Aún tendrían que hacer mucho más —Aumonier podía sufrir una parálisis parcial o completa durante algún tiempo tras la intervención—, pero Demikhov confiaba en restaurar los procesos básicos de soporte vital durante la primera fase de la operación.
Mercier miró hasta quedar satisfecho de que todo estaba bajo control. El equipo de Demikhov estaba trabajando con rapidez, pero no había nada en sus movimientos que indicara que las cosas iban mal. Se habían preparado para aquello y no parecía que estuvieran encontrando nada que no hubieran anticipado.
A regañadientes, Mercier apartó la vista del espectáculo. Quería ver el momento del reencuentro, pero tenía que atender sus propios asuntos. Se había enterado de la huida de Thalia Ng de Casa Aubusson, acompañada de un grupo de ciudadanos. El grupo no presentaba heridas de gravedad, pero todos necesitarían atención médica cuando el vehículo de exploración profunda llegara a Panoplia, aunque Mercier solo tuviera que curar algunos cortes y magulladuras.
Regresó a su sección de la enfermería. A través de la mampara distinguió la forma recostada del único paciente que tenía en aquel momento, dormido en una cama. Mercier abrió la mampara. Entró, se puso junto a la cama de Gaffney y cogió un compad. Sacó una aguja y un resumen del progreso de Gaffney desde la extracción del látigo cazador a su posterior interrogatorio por rastreo.
Mercier no aprobaba la manera en que Dreyfus había insistido en que su paciente fuese escaneado poco después del delicado proceso de extracción del objeto alojado en su garganta. Gaffney se encontraba bien, traumatizado pero sin ninguna herida grave, pero el principio seguía fastidiando a Mercier. Sin embargo, ahora estaba obligado a admitir que Gaffney no necesitaba más supervisión médica. Podría ser transferido a una celda normal en otro lugar de Panoplia, liberando así el espacio que podría usar cuando llegara el grupo de Thalia.
—Sheridan —dijo con suavidad—. ¿Puedes oírme? Es hora de levantarse.
Al principio Gaffney no se movió. Mercier repitió sus palabras. Gaffney murmuró algo y abrió los ojos con una lentitud resentida.
—Estaba profundamente dormido, doctor Mercier —dijo, y su voz seguía siendo un doloroso graznido.
—Lo siento. Aún necesitas descanso. —Mercier volvió a golpear su aguja y sacó un conjunto diferente de diagnósticos—. Por desgracia, tengo una nave que llega con un número no especificado de ciudadanos heridos a bordo. No puedo ocupar esta cama mucho más tiempo.
—¿Me está dando el alta? —graznó Gaffney.
—No exactamente. Aún tengo órdenes de mantenerte encerrado, pero no hay razón para que no seas transferido a una celda de detención normal.
—Me sorprende que Dreyfus no esté aquí para echarle una mano.
—Dreyfus está fuera —dijo Mercier.
—Es una pena. Aunque no puedo decir que eche de menos sus modales. ¿No sabrá adonde ha ido, por casualidad?
—No —dijo Mercier tras vacilar un poco.
—Bueno, esperemos que no fracase, esté donde esté. Creo que necesitamos aclarar las cosas. ¿Está seguro de que no le dio esta orden, doctor?
—Esto no tiene nada que ver con Dreyfus. No apruebo lo que hiciste, Sheridan, pero eso no significa que apruebe la manera en que te trataron.
—¿Aumonier, entonces? ¿Emitió ella la orden?
—Jane no está en condiciones de emitir ninguna orden —dijo Mercier, y luego lo lamentó al instante, pues Gaffney no necesitaba enterarse de la operación.
—¿A qué se refiere?
—Me refiero… a que ya he dicho bastante.
—¿Dónde está? —Gaffney inclinó la cabeza—. ¿Ha ocurrido algo, doctor? ¿Le están haciendo algo? Ahora que lo pienso, este lugar ha estado muy tranquilo últimamente.
—No te preocupes por Jane. Te aseguro que no te encontrarás más incómodo en una celda que aquí, y estarás bajo constante observación. Si sufres complicaciones, alguien te atenderá casi de inmediato.
—Si me lo pone así —dijo Gaffney con sarcasmo—, ¿cómo puedo negarme?
—Desearía que hubiera otra manera, Sheridan.
—Sí. Yo también, hijo. —Gaffney puso una cara de resignada determinación—. Pero así son las cosas. ¿Puede ayudarme a salir de la cama? La espalda se me ha quedado un poco agarrotada.
Mercier dejó el compad y la aguja y se inclinó para ayudar a Gaffney a ponerse en pie. En un momento Gaffney se puso de pie a su lado, torció el brazo derecho de Mercier contra su espalda y apretó la aguja contra su garganta. La aguja estaba desafilada, pero Gaffney estaba apretándola tanto que el dolor era desagradablemente punzante.
—Debo admitir que me siento un poco más fuerte de lo que pensaba —dijo Gaffney—. Lo siento, doctor, pero no voy a permitir que me lleve a esa celda.
La presión en la garganta hacía difícil que Mercier pudiera responder.
—No puedes salir de aquí.
—Demos un paseo hasta su despacho.
Mercier tuvo que caminar de lado arrastrando los pies porque Gaffney estaba apretando la aguja contra su nuca. El corazón le latía a toda velocidad, y se le estaba empezando a acelerar la respiración.
—Mi brazo —protestó Mercier.
—A la mierda su brazo. Abra la puerta.
Mercier entró en su anexo administrativo. Albergaba la vana esperanza de que hubiera alguien que pacificara a Gaffney o diera la alarma. Pero todo el personal médico estaba participando en la operación de Demikhov o se encontraba en el muelle esperando la llegada del crucero de exploración profunda, así que el centro médico estaba desierto.
—Ni se le ocurra gritar —advirtió Gaffney—. Ahora, mueva la mesa. Saque la silla y siéntese.
El despacho de Mercier era de materia inerte. Los muebles eran anticuados, como a él le gustaban. Pero aunque hubiera sabido el modo de conjurarla, no habría tenido el control necesario ni la presencia de ánimo para crear un arma o un dispositivo disuasorio.