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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (68 page)

BOOK: El Prefecto
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—¿Qué quieres de mí? —preguntó después de sentarse en la silla. Gaffney seguía apretando la aguja contra su garganta—. ¡Me vas a dislocar el brazo!

—A veces pasa. Ahora, abra el cajón de su derecha.

—¿Mi cajón?

Gaffney intensificó la presión tanto en la aguja como en el brazo.

—No estoy de humor para repetir las cosas, hijo.

Mercier abrió el cajón con el brazo izquierdo.

—Aquí no hay nada excepto papeles —dijo abriéndolo lo suficiente para demostrarle que decía la verdad.

—Le gusta el papeleo —comentó Gaffney—. Ahora, meta la mano hasta el fondo del cajón.

—No hay nada en el fondo.

—Hágalo.

Mercier obedeció y sus dedos chocaron contra algo desconocido alojado en el fondo del cajón, donde no interfería con su querido papeleo.

—Sáquelo —dijo Gaffney.

Mercier tiró y la cosa salió de golpe. Era pesada, como una barra de hierro frío. Su forma le resultaba familiar, aunque nunca había tenido en sus manos nada remotamente parecido.

—Esto no es posible —dijo—. No puede ser…

—¿Cuántas veces ha registrado este despacho Seguridad Interna? —preguntó Gaffney.

Mercier sacó la mano del cajón. Estaba sujetando el mango negro de un látigo cazador.

—¿Cómo…?

—Yo lo puse ahí. Los puse en muchos sitios, donde creí que podría necesitarlos. No podía ignorar la posibilidad de que me descubrieran y me arrestaran. En realidad, hay uno en la celda a la que tenía intención de llevarme. Dirá que es imposible. ¡Seguridad nunca lo habría permitido! ¿Lo entiende ahora? —Gaffney graznó una risa gutural—. Ponga el látigo cazador sobre la mesa.

Mercier soltó el látigo cazador. Chocó pesadamente contra la mesa y abolló la superficie de madera bajo la lamparita de escribir. Con un único movimiento fluido, Gaffney soltó el brazo de Mercier, dejó de ejercer presión con la aguja y cogió el látigo cazador.

Desplegó el filamento.

—Ya sabe lo que puede hacer una de estas cosas en las manos equivocadas —dijo—. Así que no haga ninguna gilipollez, ¿de acuerdo?

Pell detuvo el cúter en un saliente justo debajo del borde del cañón que habían estado siguiendo durante los últimos veinte kilómetros. Apagó los motores y permitió que el peso del vehículo se acostumbrara a su tren de aterrizaje trípedo.

—Esto es todo lo cerca que puedo dejarlos.

Dreyfus sintió un movimiento desestabilizador cuando el tren de aterrizaje se abrió paso por el hielo que cubría la plataforma.

—¿Está seguro?

Pell se subió las gafas y asintió.

—Yo no me acercaría más, a menos que sienta un ardiente deseo de averiguar a qué clase de defensas le ha echado el guante Firebrand.

—De acuerdo. —Dreyfus no iba a discutir aquel asunto con Pell, pues sabía que había hecho todo lo que había podido—. ¿Cuánto durará nuestro paseo?

Pell indicó un plano acotado conjurado en su consola del puesto de pilotaje.

—Están aquí —dijo señalando la cabeza del cañón con un movimiento brusco del dedo.

—Ops Nueve está aquí. —Movió el dedo unos centímetros a la derecha—. Diez u once kilómetros en línea recta. Las buenas noticias son que el terreno está bastante nivelado entre aquí y allí, y solo deben evitar una brecha, así que su camino será de menos de quince kilómetros. Esos trajes de superficie tienen amplificación, ¿verdad? Eso espero, dado el tamaño de esos rifles. Con energía eléctrica, supongo que pueden hacer tres o cuatro kilómetros por hora. Digamos que cuatro o cinco horas hasta el punto de entrada más cercano.

—Si esas son las buenas noticias, ¿cuáles son las malas? —preguntó Sparver.

—Tendrán cobijo limitado, por eso no podemos volar más cerca. Deberán permanecer agachados y evitar caminar en campo abierto. Si algo los señala con un láser, agáchense bien y no se muevan durante al menos treinta minutos. El sistema del perímetro asumirá que ha captado un vehículo sin piloto que merodea por la superficie buscando baratijas amerikanas.

—¿Qué me dice de nuestra entrada? —preguntó Dreyfus.

—Las imágenes muestran varios puntos de entrada posibles. No les recomiendo que entren por la puerta principal. —Pell movió ligeramente el dedo—. Si se acercan del modo que sugiero, deberían llegar a alguna rampa de acceso secundaria por aquí. Está todo en sus trajes, así que no se preocupen por eso.

—No lo haremos —dijo Dreyfus.

—Eso es todo lo que tengo que decirles. Pueden abandonar el saliente con facilidad: hay un lecho seco de un río que sube hasta la meseta. Vigilen cuando lleguen allí, y usen todos los lugares naturales en los que puedan esconderse. Es posible que lleguen a Ops Nueve antes del anochecer. Sugiero que lo intenten.

—¿Si no lo logramos? —preguntó Sparver.

—Las temperaturas bajan muy rápido. En infrarrojos, esos trajes iluminarán el paisaje como un par de faros.

—Entonces nos vamos ahora mismo —dijo Dreyfus leyendo su traje para ver la temperatura de Yellowstone. Recogió el pesado bulto del rifle Breitenbach y se lo cargó al hombro—. Gracias por el viaje, capitán. Le agradezco que se haya arriesgado tanto para acercarnos.

—No soy yo quien se está arriesgando. —Pell tocó un control de su consola y luego examinó una lectura durante un instante—. Estamos estables. Pueden salir.

Dreyfus hizo un gesto con la cabeza a Sparver y los dos hombres se dirigieron hacia la pared de trajes del cúter.

—He olvidado mencionarle una cosa —dijo Pell—. Cuando se estaban poniendo los trajes, llegó algo de Panoplia.

—Se supone que no tenían que ponerse en contacto con nosotros.

—No lo hicieron, no específicamente. Era una emisión general, a todos los activos. Sonaba como un código. Para mí no significa nada, pero pensé que debía saberlo.

—Dígame —dijo Dreyfus tragando saliva.

—El mensaje era: «Zulu ha ocurrido. Repito, Zulu ha ocurrido». —Pell se encogió de hombros—. Eso era todo.

Dreyfus cerró su placa frontal de un golpe.

—Tiene razón. Significa algo.

—¿Bueno o malo?

—Es demasiado pronto para saberlo —respondió.

30

Gaffney sujetaba el rígido filamento del látigo cazador contra la garganta de Mercier del mismo modo que Dreyfus lo había hecho con él. Estaban fuera del quirófano, donde el equipo Zulu seguía trabajando.

—No puedo permitir que entres ahí, Sheridan.

Gaffney dejó que el borde afilado del filamento le hiciera un poco de sangre.

—Me temo que no es una cuestión de «no puedo». Va a hacerlo, o tendrán que volver a unir otra cabeza cuando acaben con Jane.

—No puedo permitir que hagas daño a la prefecto supremo.

El pulgar de Gaffney acarició el mango del látigo cazador.

—Abra la puerta. No volveré a pedírselo.

Mercier empujó la puerta con la mano, ignorando las señales de advertencia para que no entrara. La puerta se abrió y reveló las espaldas del equipo de emergencia de Demikhov, de pie en sus pedestales, con los sirvientes médicos más allá. Durante un momento todo fue engañosamente normal. Mercier oyó las voces urgentes pero tranquilas de los cirujanos discutiendo el progreso hasta el momento; vio los dedos enguantados alargar las manos hacia los paneles de datos, cambiando entre opciones. Una de las figuras se dio cuenta de que alguien había abierto la puerta. Miró por encima del hombro y abrió los ojos como platos al ver el espectáculo de Gaffney sosteniendo a Mercier como rehén.

—¿Hay algún problema? —preguntó Demikhov.

—¿A ti qué te parece, cerebro de mierda?

—Estamos en medio de una operación delicada —dijo Demikhov en un tono admirablemente tranquilo—. Si tiene algún problema, si quiere algo, sugiero que hable con el prefecto sénior Clearmountain.

—Ordene a su equipo que suspenda las máquinas y se aleje de sus pedestales.

—Me temo que no es posible.

—Mataré a Mercier si no lo hace.

—Estamos intentando salvar la vida de la prefecto supremo. Por si no le habían informado, su cabeza y su cuerpo quedaron separados al extraerle el escarabajo.

—No me gusta repetirme. Ordene a su personal lo que acabo de decirle.

—No sé qué quiere, pero sea lo que sea, no podemos dárselo.

—Eso lo decidiré yo. —Mercier dejó que el látigo cazador mordiera un poco más, hasta que la sangre comenzó a bajar por la garganta de Mercier en un flujo continuo—. No volveré a pedírselo. Haga lo que le digo y le prometo que ni Mercier ni la prefecto supremo sufrirán ningún daño. Jódame y estará limpiando restos hasta la semana que viene.

—Por favor —dijo Mercier.

Demikhov suspiró e hizo un gesto con la cabeza a su personal. Los dedos enguantados tocaron unos paneles. Los robots quirúrgicos se detuvieron.

—Ahora, aléjense de los pedestales —dijo Gaffney—. Todo lo que puedan.

El personal retrocedió hasta que habían dado al menos diez pasos. Gaffney empujó a Mercier hacia delante, manteniendo el látigo cazador en su sitio. Caminaron entre los pedestales, luego pasaron por delante de los inmóviles sirvientes médicos y se colocaron junto a la paciente. Desde que Mercier había visto la escena por última vez, las dos mesas se habían acercado de modo que la distancia entre la cabeza y el cuerpo era solo de diez centímetros. La complejidad de la operación era incluso más sobrecogedora vista de cerca. La cabeza de Aumonier descansaba en un soporte reforzado, con sondas de rastreo que giraban constantemente dispuestas alrededor de su cráneo afeitado. La oxigenación de la cabeza era mantenida gracias a una maraña de derivaciones arteriales insertadas bajo la piel del cuello o por el mismo muñón.

—Usted es doctor —le dijo Gaffney a Mercier—. ¿Cuánto tiempo cree que puede durar sin esas líneas que le llegan a la cabeza?

—¿Sin sangre? No mucho.

—Dígame una cifra. ¿De cuántos minutos estamos hablando? ¿Tres? ¿Cinco? ¿Seis?

—Cuatro como mucho. ¿Por qué?

—Cuatro, entonces. Quítese el brazalete y acérquemelo a la boca.

Mercier hizo lo que le ordenó, y se quitó el brazalete con torpeza.

—Póngame con Clearmountain —dijo Gaffney.

El prefecto supremo en funciones respondió casi de inmediato.

—Soy Clearmountain. ¿Sucede algo, doctor…?

—No soy Mercier. Soy Gaffney.

Clearmountain comprendió de inmediato lo que estaba sucediendo.

—No me lo esperaba, Sheridan.

—No te preocupes, no me voy a quedar por aquí.

—¿Dónde estás?

—Aquí abajo, con Demikhov, en el quirófano. Estoy justo al lado de Jane. De momento ha hecho un buen trabajo.

—No le pongas un dedo encima a Aumonier —dijo Clearmountain.

—Jane va a estar de primera, siempre y cuando no hagáis nada que me irrite, claro está.

—Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo.

—En realidad, estoy seguro de que no podemos. Estoy acabado aquí. He quemado mis naves. Puede que te sorprenda, pero soy un hombre racional. Hice lo que hice porque creía que era lo adecuado para la ciudadanía. Sigo creyéndolo. Amo esta maldita organización, o al menos lo que solía defender. Pero sé que no tengo futuro a menos que Aurora derrote a Panoplia.

—Es una máquina, Sheridan. Has estado trabajando para una inteligencia de nivel alfa, el fantasma de una niña que debería haber muerto hace cincuenta años.

—La naturaleza de Aurora es irrelevante. Lo que cuenta son sus intenciones.

—Es una asesina en serie. Hemos recibido confirmación directa de que todos los ciudadanos de Casa Aubusson fueron asesinados poco después del golpe de Estado.

—Buen intento —dijo Gaffney.

—Es la verdad.

Mercier creyó ver que Gaffney vacilaba un poco antes de responder.

—Quiere proteger a la gente.

—Escúchame, te lo ruego. Aurora no es lo que crees que es. Su único objetivo es su propia supervivencia.

—¿Sabes? —dijo Gaffney—, realmente creo que podrías haberlo intentado con un poco más de empeño. ¿Sinceramente crees que voy a dejar todo y a saltar como un perrito solo porque tú me dices que algunas personas han sido asesinadas?

—Te lo demostraré —dijo Clearmountain—. Te permitiré entrevistar a la prefecto Ng en cuanto regrese a Panoplia.

—Lo siento, pero no voy a quedarme tanto tiempo.

Sin avisar, soltó a Mercier y lo empujó con tanta fuerza que el doctor se tropezó con sus propios pies y cayó hacia atrás contra uno de los sirvientes, tirándolo al suelo con gran estruendo.

—Únase a los demás —dijo.

—¿Sheridan? —dijo Clearmountain.

—Sigo aquí. —Gaffney había cogido el brazalete de Mercier al empujarlo. Se lo puso en la muñeca y siguió hablando—. Me voy, pero no antes de que hagas un par de cosas por mí. Empieza diciéndome dónde está Dreyfus.

—No puedo hacerlo.

—Estoy a menos de un metro de la prefecto supremo, con un látigo cazador. ¿Quieres volver a pensarte la respuesta?

Clearmountain respondió tras una pausa.

—Dreyfus está en otro lugar del Anillo Brillante. Puedo darte las coordenadas dentro de un momento…

Mercier se levantó, magullado pero sin heridas. Se puso una mano en la sangre que se estaba secando en su garganta, y juzgó que la herida era superficial.

—Oh, buen intento —dijo Gaffney—. Vamos a echar una ojeada por aquí, ¿de acuerdo? —Alargó la mano y arrancó una de las líneas que llegaban hasta el cuello de Aumonier—. Acabo de arrancar algo. No sé si era importante o no.

—Sheridan…

—Volveré a preguntártelo. ¿Dónde está Dreyfus? No me mientas, Clearmountain. He pasado toda mi vida profesional atrapando a mentirosos.

—Una instalación en el Ojo de Marco…

—Oh, por favor. Me pregunto qué hace esta. Le sale un poquito de sangre por aquí. Vale, te doy otra oportunidad. Yo de ti me lo pensaría muy bien.

—Ha ido a Yellowstone.

Gaffney inclinó la cabeza y asintió.

—De momento me gusta, prefecto. ¿A qué parte de Yellowstone? ¿No me digas que lo han movido a Ciudad Abismo?

—Está en Ops Nueve.


Um
. Voy a tener que rebuscar en mi memoria.

La voz de Clearmountain sonaba derrotada.

—Una estación de investigación amerikana en desuso.

—Bien, ahora estamos llegando a alguna parte. Eso suena plausible. ¿Crees que puedes darme una nave, Gastón? Estoy pensando en una corbeta con capacidad
transat
. Quiero el tanque lleno y armas, y las coordenadas de Ops Nueve programadas en el autopiloto.

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