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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (69 page)

BOOK: El Prefecto
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—No puedo dártelas —dijo Clearmountain.

—Oh, vaya, otro tubo que se ha salido. Esta vez el líquido es acuoso. ¿Qué aspecto tiene el fluido cerebroespinal, señores?

—No disponemos de una corbeta. Están todas fuera.

—Me conformo con un cúter, entonces, pero no haré concesiones con el combustible y las armas. Y ya que estamos, ponle un traje de superficie.

—Hablaré… con Thyssen.

—Que sea rápido. Voy de camino hacia el muelle. Y traigo una garantía conmigo. —Gaffney comenzó a arrancar el resto de cables y derivaciones—. Yo diría que tienes unos cuatro minutos.

Arrancó la cabeza cortada de Jane Aumonier de su plataforma de apoyo.

Dreyfus y Sparver atravesaron un ondulante paisaje de metano y amoniaco helado. Sus sombras se alargaron delante de ellos cuando la mancha naranja de Épsilon Eridani bajó hacia el horizonte a sus espaldas, quemando a través de nubes marrón ocre que los vientos de gran altitud habían transformado en extrañas formas anatómicas. El cielo ante ellos era de un púrpura siniestro, y palpitaba con distantes tormentas eléctricas. Encima, estaba coloreado y nudoso como la madera vieja, cuajado como la leche cortada.

—¿Quiere hablar ahora de lo que había en ese documento? —preguntó Sparver.

—No.

Dreyfus alteró su rumbo para aprovechar la sombra de una formación rocosa natural. Habían recorrido siete kilómetros desde el punto de aterrizaje: les quedaba aproximadamente la misma distancia. El esfuerzo físico era mínimo con los trajes propulsados con energía eléctrica. Pero la obligación de elegir todo el tiempo una ruta segura que evitara el terreno inestable y los mantuviera ocultos para que Firebrand no los descubriera era agobiante en sí misma.

—Jefe, apenas ha dicho una palabra desde que dejamos a Pell. ¿No está contento de que Thalia esté con vida?

—Claro que estoy contento. Solo que no estoy de humor para bromear. Recuerda que no pedí compañía.

—Pero ahora la tiene. ¿Ese documento tenía algo que ver con el Relojero?

—Imagina.

—Vale. Entonces, ¿qué había que fuera tan impactante? ¿Qué leyó que le parece personalmente difícil de aceptar?

—Eso es entre el documento y yo.

—Y yo soy su ayudante. Compartimos las cosas.

—¿Tienes autorización Manticore?

—No. Pero tampoco he tenido nunca Pangolín, y eso no le ha impedido darme información confidencial cuando lo ha considerado oportuno.

—Esto es diferente.

—¿Porque se refiere al Relojero? ¿O porque se refiere a Tom Dreyfus?

—Deberíamos hablar menos.

—No van a oír nuestra conversación.

—Quiero decir que deberíamos concentrarnos en caminar. Si te caes en el hielo, no voy a pararme a sacarte.

—Me alegra saber que le importo.

Siguieron caminando, zigzagueando por un laberinto de grietas y árboles caídos. Al cabo de al menos un kilómetro, Dreyfus dijo:

—Averigüé algo sobre mí que no sabía. Siempre creí que no había participado en los acontecimientos de aquel día, pero ahora sé que estuve allí. Estuve en el ISIA, directamente implicado en el despliegue de la crisis del Relojero. Debía de estar cerca cuando estalló. Seguramente estaba visitando a Valery, o de regreso de una visita.

—¿No lo recuerda?

—Me bloquearon los recuerdos. Ahora que he visto el documento están regresando, pero aún me siento como si los estuviera mirando a través de un grueso cristal.

—¿Por qué le bloquearon los recuerdos? ¿Fue una cuestión de seguridad?

—No exactamente. No me habrían permitido seguir trabajando como prefecto de campo con lo que sabía de aquel día, pero podrían haberme ascendido a sénior, que es lo que querían hacer. Aunque no me bloquearon los recuerdos por eso. Aquel día tomé una decisión, Sparver. Me tocó a mí. Pero después no podía vivir con lo que había hecho.

—¿Qué clase de decisión?

—Encontré la manera de salvar a la gente del ISIA, los que el Relojero aún no había atrapado. Por eso hubo un retraso. Siempre me he preguntado por las seis horas entre la liberación de Jane y la destrucción del ISIA. Ahora sé lo que ocurrió.

—¿Lo logró? —preguntó Sparver.

Dreyfus siguió caminando. Tras una docena de pasos se giró y dijo:

—Sí, lo logré. Los salvé a todos. Incluida Valery.

Hubo un frío inmenso, y luego una luz. Aumonier se sintió ligera y en su mente se formó el pensamiento de que habían fracasado después de todo, que estaba de vuelta en la sala con el escarabajo. Por un instante la perspectiva fue intolerable e intentó volver a la inconsciencia de la que acababa de salir. Pero luego se dio cuenta de que ya no podía sentir al escarabajo. Su ausencia era tan profunda que casi parecía un negativo de la propia cosa.

—Abra los ojos —dijo el doctor Demikhov con suavidad—. Todo ha salido bien. Se va a recuperar.

—No he estado durmiendo, ¿verdad?

—Sí. Ha estado durmiendo, después de todos estos años. Perdone, pero era necesario despertarla.

Demikhov estaba inclinado sobre ella, con una bata verde y una máscara contra un telón de fondo embaldosado de paredes verdes esterilizadas. Aumonier intentó hablar, pero no le salían las palabras. En lugar de eso oyó una imitación áspera de su propia voz, como si alguien que estuviera a su lado hubiera anticipado exactamente lo que deseaba decir.

—¿Dónde estoy?

—En el postoperatorio. ¿Recuerda algo?

—Recuerdo que lo llamé. Recuerdo que hablamos de sus planes para mí.

—¿Y después?

—Nada. ¿Qué le pasa a mi voz?

—Estamos leyendo sus intenciones con un rastreador. No se asuste; solo es una medida temporal.

Poco a poco, Aumonier se dio cuenta de que no tenía sensaciones por debajo del cuello. Podía mover los ojos, pero poco más. Su cabeza estaba en su sitio, incapaz de moverse de un lado a otro.

—Enséñeme lo que ha hecho, doctor.

—He hecho algo bastante drástico, pero no debe preocuparse. Se recuperará dentro de muy poco tiempo.

—Enséñemelo —dijo, y la simulación de voz recogió su insistencia.

Demikhov se movió a un lado. Una mano enguantada le pasó un espejo. Lo sujetó delante de Aumonier para que pudiera verse la cara, apretada con fuerza en un corsé acolchado.

—No me he visto la cara en once años. Nadie podía acercarme un espejo, pero esa no era la cuestión. No quería ver el escarabajo, ni siquiera por accidente. Ahora estoy tan vieja y delgada…

—No es nada que el tiempo no arregle.

—Incline el espejo.

Vio su cuello. Parecía como si se lo hubieran grapado al cuerpo, y la herida seguía abierta. Tenía cables y alambres hundidos en la piel, o en el hueco entre los dos bordes de piel.

—¿Entiende lo que tuvimos que hacer? —preguntó Demikhov.

—¿Cómo…? —comenzó.

—Necesitamos mucha planificación, pero el proceso en sí fue muy rápido. Estuvo unos segundos consciente antes de que llegara el equipo de emergencia, pero dudo que lo recuerde.

Se dio cuenta, en un instante de comprensión, de que era muy importante para ella no recordarlo. Pero lo hizo. Recordó unas luces brillantes y un rostro largo y preocupado mirándola con intensidad clínica, el rostro de Demikhov. Recordó un frío inmenso, como si el vacío interestelar estuviera subiéndole por el cuello, estirando sus helados dedos por la cavidad vacía de su cráneo.

Demikhov no necesitaba pesadillas para el resto de su vida.

—Tiene razón —dijo—. No lo recuerdo.

—El daño que sufrió su cuerpo fue severo, pero tratable. Neutralizamos los restos del escarabajo y mi intención era mantenerla anestesiada hasta que la cabeza y el cuerpo volvieran a estar unidos. Pero hubo una pequeña complicación.

—¿Conmigo?

—No exactamente. Se lo explicaré después, pero ahora lo único que necesita saber es que Gaffney consiguió escapar de Panoplia. Cogió un cúter y fue tras Dreyfus.

Tenía miles de preguntas, pero la mayoría tendrían que esperar.

—¿Cómo supo dónde tenía que ir? Seguro que nadie le contó lo de Ops Nueve.

—Gaffney fue… persuasivo —dijo Demikhov—. Clearmountain no tuvo más remedio que revelarle la presunta ubicación del Relojero. En su lugar, yo habría hecho exactamente lo mismo.

—¿Se sabe algo de Dreyfus?

—Nada. Pero por la hora que es, podemos suponer que estará andando desde el punto de descenso. —Demikhov devolvió el espejo a su ayudante—. No es por eso por lo que la he despertado. Como puede ver, el proceso de reunir la cabeza y el cuerpo solo está parcialmente completo, pero estamos progresando bien. En cuanto haya resuelto el problema en cuestión, confío en poder restablecer el control total.

—¿El problema en cuestión, doctor?

—Tal vez sería mejor que se lo explicase el prefecto supremo en funciones Clearmountain.

Demikhov hizo un gesto a la pared, y convirtió una parte en un panel. Desde su posición inclinada, Aumonier podía verlo sin dificultad. Clearmountain la estaba mirando desde la sala estratégica, y el extremo del Planetario asomaba por detrás de él.

—¿Puedo hablar con ella? —preguntó.

—Está completamente lúcida —respondió Demikhov.

—Prefecto supremo Aumonier —dijo Clearmountain con voz temblorosa—, siento que esto fuera necesario. Les aseguré que había delegado su autoridad en mí, pero no me escucharon.

—¿Quién no te escuchó? —preguntó Aumonier.

—Siguen esperando a hablar con usted. No aceptan órdenes de nadie más.

—¿De quién hablas?

—Puedo pasarle con ellos, si lo desea.

—Si me has despertado por eso, creo que es una buena idea.

Clearmountain desapareció. Fue sustituido por la cara de un monstruo, un hombre que una vez había sido humano pero que ahora miraba el mundo a través de una máscara de piel correosa, resistente a la radiación, y un chapado de metal articulado grabado con unos recargados diseños de bronce. Sus ojos eran dos cámaras telescópicas que le salían de las órbitas como un par de cañones. Tenía el cuero cabelludo remachado con unas rastas endurecidas con pegamento.

—Soy el capitán Tengiz, de la abrazadora lumínica
Ira Ascendente
. Estamos preparados para ayudarla.

—Gracias.—dijo Aumonier.

La imagen cambió. Ahora estaba mirando la cabeza enormemente ampliada de una mantis religiosa, o algo muy parecido, que salía del cuello en forma de rosca de un traje espacial antiguo. La boca de la mantis se abrió, mostrando unos dientes y una lengua de parecido humano.

—Soy el capitán Rethimnon, de la abrazadora lumínica
Viento Helado
. Estamos preparados para ayudarla.

—Gracias.

La imagen volvió a cambiar. Otro rostro, esta vez más reconociblemente humano, a pesar de la ausencia de nariz.

—Soy el capitán Grong, de la abrazadora lumínica
Éxtasis en la Oscuridad
. Estamos preparados para ayudarla.

Comenzó a responder, pero la imagen ya había cambiado.

—Soy el capitán Katsuura, de la abrazadora lumínica
Hija del Faraón
. Estamos preparados para ayudarla.

—Soy el capitán Nkhata, de la abrazadora lumínica
Narciso Negro
. Estamos preparados para ayudarla.

—Soy el capitán Vanderlin, de la abrazadora lumínica
Cuchilla del Amanecer
. Estamos preparados para ayudarla.

—Soy el capitán Teague…

—Capitán Voightlander…

La lista de nombres continuó; una docena de naves, luego otra, hasta que perdió la cuenta.

—Gracias, capitanes —dijo cuando habló el último ultra—. Les agradezco que hayan respondido a mi petición de ayuda. Creo que pueden hacer una contribución decisiva. Debo advertirles, aunque estoy segura de que ya lo saben, de que van a poner sus naves y su tripulación en grave peligro.

El rostro de Tengiz, el primer ultra que había hablado, reapareció en el panel.

—Me han pedido que hable en nombre de todas las naves, prefecto supremo Aumonier. Somos perfectamente conscientes de los riesgos. Nuestra intención sigue siendo ayudar.

—Se lo agradezco.

—Díganos qué quiere que hagamos.

—Pueden ayudarme de dos maneras —dijo Aumonier—. La capacidad de sus naves excede la que cualquier otra del Anillo Brillante, incluso la de los mayores cruceros del sistema. Si pueden empezar a embarcar evacuados, sería incalculablemente útil para nosotros.

—Haremos lo que podamos. ¿De qué otro modo podemos ayudar?

—Sin duda han presenciado nuestros esfuerzos por contener la expansión de Aurora destruyendo los hábitats contaminados por sus máquinas de guerra. Por desgracia, nos estamos quedando sin armas nucleares. Si hubiera otra manera…

—Desea que intervengamos.

—Sí.

—En un sentido militar.

—No dudo de que disponen de los medios, capitán. No deseo abrir una vieja herida, pero todos vimos lo que la nave del capitán Dravidian era capaz de hacer. Y ni siquiera iba armada.

—Díganos dónde y cuándo —dijo Tengiz.

—Me gustaría. Por desgracia, como seguramente sabe, me encuentro indispuesta ahora mismo y necesito más cirugía. Agradezco su insistencia en hablar solo conmigo, pero simplificaría mucho las cosas si me permitiera designar al prefecto Clearmountain para que hablara en mi nombre.

Tengiz la miró con sus ojos telescópicos en blanco. Aumonier no pudo leer ni una sola emoción humana en aquel cruce de máquina y carne que era su rostro.

—¿Confía en Clearmountain?

—Sí —dijo ella—. Confío plenamente. Tiene mi palabra, capitán. Permita que Clearmountain hable en mi nombre.

Tengiz hizo una pausa, luego asintió.

—De acuerdo.

—Ahora me vuelvo a dormir, si no le importa. Buena suerte, capitán. A usted y a todos los demás.

—Haremos lo que podamos. En cuanto a usted… —Tengiz se detuvo. Por primera vez Aumonier percibió indecisión en su voz—. Hace mucho tiempo que conocemos su difícil situación, prefecto supremo Aumonier.

—Nunca imaginé que pudiera interesar lo más mínimo a los ultras.

—Se equivoca. La conocíamos. La conocíamos y… hace mucho tiempo que la respetamos. Habría sido una capitana excelente.

Dreyfus y Sparver remontaron la última cuesta y se encontraron mirando una profunda depresión en el terreno, como un viejo cráter que hubiera sido erosionado de forma gradual y llenado con los lentos y mecánicos procesos del clima y la geoquímica. Sin embargo, había algo fuera de lugar en la base de la depresión, aunque Dreyfus estuvo a punto de no verlo en su primera inspección. Era una rampa que bajaba hasta el suelo, cuyas paredes habían sido creadas con alguna clase de material de construcción fusionado que tenía el lustre del azúcar quemado. Algunas partes estaban agrietadas y distorsionadas, señal de cambios en el paisaje subyacente, pero aún estaba extraordinariamente intacta para ser algo que había permanecido allí fuera durante más de doscientos años. La rampa bajaba al suelo en ángulo y desaparecía en un túnel de techo plano, cuyo borde había formado un rastrillo de estalactitas o carámbanos de hielo y amoniaco en forma de daga. Dreyfus señaló la parte central de la apertura, donde una serie de punchas estaban rotas a la altura de la cabeza.

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