El Prefecto (33 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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Algo hizo
clic
en el mecanismo y la puerta se abrió con un zumbido.

—No sabía… —comenzó a decir Dreyfus.

—Le dije que no podía intervenir en la arquitectura óptica. No mencioné nada de las puertas.

—Estoy impresionado. ¿Todos ustedes pueden hacer esa clase de cosas?

—No, todos no. Los niños muy pequeños necesitan aprenderlo antes de adquirir la destreza necesaria.

—Los niños muy pequeños.

—Para un combinado hablar con las máquinas es tan sencillo como para un pez nadar en el agua. Apenas nos damos cuenta de que lo estamos haciendo. —Luego inclinó ligeramente la cabeza—. Ahora hay una señal portadora.

—¿Sparver? —preguntó Dreyfus—. ¿Me recibes?

—Alto y claro. Debe de estar más cerca que antes.

—Voy de camino a la superficie. Traigo una testigo conmigo, así que no te asustes.

—Estoy en la zona de almacenamiento justo debajo de la esclusa. Iba a buscarlo con una antorcha de plasma.

—Ya no es necesario. Reúnete con nosotros a bordo de la nave. ¿Has conseguido enviarle el mensaje a Thalia?

—Le di el mensaje a Muang, pero Thalia no respondía.

El ánimo de Dreyfus cayó en picado.

—¿Le dijiste que lo siguiera intentando?

—Es peor que eso. —Sparver sonaba verdaderamente apenado de tener que ser el portador de malas noticias—. Muang perdió todo contacto con ella. Ni siquiera recibe una señal de su brazalete.

—¿Tuvo tiempo de transmitirle algún mensaje?

—Nada, jefe. Pero al menos la ayuda está en camino.

—¿Puede afrontar un cruce en el vacío? —le preguntó Dreyfus a Clepsidra, preparándose para ponerse el casco—. Nuestra nave no está acoplada con la esclusa de aire exterior. También tendrá que pasar a través de una pared de trajes.

—Sobreviviría al vacío aunque no tuviera un traje. Preocúpese por usted antes de preocuparse por mí.

—Solo lo preguntaba —dijo Dreyfus.

Estuvieron a bordo de la corbeta en menos de cinco minutos. Sparver los estaba esperando al otro lado de la pared de trajes con los brazos cruzados en anticipación. El traje de Clepsidra permaneció intacto durante su paso por la pared, pero cuando estuvo dentro de la corbeta se quitó el casco en lugar de limitarse a guardarlo en el traje, y lo apretó contra una zona adhesiva en la pared con una naturalidad que sugería que había estado en naves similares más de mil veces. Dreyfus no pudo evitar interpretar el gesto como indicativo de la confianza provisional de Clepsidra en sus nuevos anfitriones.

—Este es mi compañero, el prefecto de campo ayudante Bancal —dijo Dreyfus a Clepsidra, presentando a Sparver—. No sé lo que habrá oído sobre los hipercerdos, pero no debe temer nada de él.

—Ni él de mí —respondió Clepsidra en voz baja y ecuánime.

—¿Es una invitada o una prisionera? —preguntó Sparver.

—Es una testigo protegida. Ha pasado por un infierno y ahora tenemos que proteger tanto a Clepsidra como a sus compañeros.

—¿Y cuántos hay allí abajo?

—Muchos. Ahora no podemos hacer nada por ellos, no hasta que llegue la ayuda. Espero que a Muang le quedara clara la gravedad de nuestra situación.

—Captó el mensaje.

—Hay casi cien combinados a bordo de esa nave. Cuando llegue la ayuda llamaré a Jane y le pediré que envíe algunos activos más. También necesitaremos un equipo médico, ¿TER, aproximadamente?

Sparver estaba echando una ojeada a la pared de paso de la cubierta de vuelo cuando sonó la consola.

—Alerta de proximidad —dijo—. Supongo que es la ayuda. Han ido rápido.

—Demasiado rápido —dijo Dreyfus, y sintió una desagradable sensación en la boca del estómago.

Sin pedir permiso a ninguno de sus anfitriones, Clepsidra cruzó la cabina y entró en el puesto de pilotaje vacante.

—¿Es el otro vehículo de Panoplia? —preguntó.

—Eso espero —dijo Sparver.

—Entonces, ¿por qué se acerca con tanta rapidez?

—Supongo que tienen prisa por sacarnos de aquí —dijo Sparver.

—Tienen algo más que prisa. Ni siquiera un vehículo combinado podría frenar a esa velocidad sin hacer papilla a todo el mundo a bordo.

—Entonces quizá estén planeando sobrevolar la roca y acercarse en la segunda vuelta —respondió Sparver.

—No van a sobrevolar la roca —dijo Clepsidra—. Si su sistema de seguimiento es correcto, esa nave está en un vector de colisión.

Rápidamente Dreyfus se presentó en el puesto de pilotaje y comprobó el panel de proximidad. Vio el icono del vehículo que se acercaba y reconoció su placa de identificación.

—No es el vehículo de exploración profunda que estábamos esperando —dijo—. Es el carguero del Ojo de Marco que vimos antes.

—Aurora debe de haber manipulado su sistema de navegación, y lo ha desviado de su ruta habitual —dijo Clepsidra—. Va a usarlo para borrarlos de la existencia y destruir las pruebas de esta roca.

—¿Es tan poderosa? —preguntó Dreyfus.

—No se requiere mucho poder, sencillamente mucha astucia y sigilo.

Sparver se unió a ellos.

—¿Cuánto tiempo nos queda?

—Ochenta y cinco segundos —dijo Clepsidra.

—Entonces estamos metidos en un buen lío —respondió Sparver—. No podemos mover esta cosa antes de un minuto, e incluso entonces no nos alejaríamos lo bastante de la superficie como para que importara.

—Setenta y cinco segundos.

—Podemos ponernos los trajes y regresar a la roca. Si podemos adentrarnos lo bastante…

—La roca será destruida —dijo Clepsidra con glacial indiferencia.

—En todo caso no hay tiempo —dijo Dreyfus—. Tardaríamos demasiado en pasar por la esclusa de aire.

—Tenemos menos de un minuto —dijo Clepsidra.

—La cuenta atrás no nos ayuda —replicó Sparver—. Quizá deberíamos empezar a pensar en las cápsulas. Tenemos suficientes para los tres. No tenemos mucho tiempo, pero…

—¿Nos expulsarán lejos de la roca o hacia ella? —preguntó Clepsidra.

—Son cápsulas dorsales. Ahora estamos boca abajo, así que…

—Nos expulsarán al espacio —terminó Dreyfus.

—Tenemos treinta y ocho segundos —dijo Clepsidra—. Sugiero que nos dirijamos a las cápsulas.

Estaban diseñadas para usarse en casos de extrema urgencia, donde cada segundo contaba, así que había que ocuparse de pocos preliminares. Aun así, Dreyfus estimó que les quedaban como mucho diez segundos antes de que los tres estuvieran a salvo dentro de sus cápsulas individuales.

—Las cápsulas tienen transpondedores —le dijo a Clepsidra justo antes de que sellaran su puerta—. El vehículo de exploración profunda los captará, pero tardará algún tiempo.

Cinco segundos después estaba acurrucado en su propia unidad. Levantó la mano por encima de la frente y tiró del mango rojo que activaba el sistema de escape de la cápsula. La materia rápida estalló en los espacios vacíos para protegerlo de la aceleración. Pero cuando esta llegó, sintió como estuvieran reduciéndole los huesos de la columna al grosor de un pergamino.

Luego perdió la consciencia.

Thalia se puso las gafas y miró con detenimiento la penumbra de la sala sin ventanas mientras Cyrus Parnasse retrocedía con sus musculosas manos venosas apoyadas en las caderas, como si fuera un granjero que estuviera vigilando su cosecha. Estaban solos en una sección de la esfera del núcleo de voto situada debajo de la galería de observación en la que los otros ciudadanos estaban escondidos. Unas estructuras grises en forma de caja surgieron de la oscuridad y se extendieron en la distancia.

Thalia tocó ligeramente con el dedo un lado de las gafas y las ajustó para ampliar la imagen.

—¿Qué es esto, ciudadano Parnasse? Parecen un montón de cajas y trastos viejos.

—Exacto, muchacha. Es un almacén del Museo de Cibernética, lleno de cosas que no caben en las zonas de exhibición principales. Hay cientos de salas como esta por todo el campus. Pero esta es la única a la que podemos llegar sin tener que volver a bajar al vestíbulo. —Oh.

—Creo que podríamos usar algunas de estas cosas para hacer una barricada en las escaleras. ¿Qué opina?

—Creía que ninguna de esas máquinas podría subir las escaleras.

—Y no pueden: la mayoría son demasiado grandes, o no tienen el diseño adecuado. Pero hay muchas otras que sí podrían. Ahora que saben que estamos aquí arriba, ¿cuánto tiempo cree que tardarán en llegar y comenzar a subir?

—No mucho —dijo Thalia—. Tiene razón. Tendría que haberlo pensado antes.

—No sea demasiado dura consigo misma. Ha tenido que pensar en muchas cosas en las últimas horas, me atrevería a decir.

Cierto
, pensó Thalia.
Cierto, pero sigue siendo inexcusable
.

—No cree que sea demasiado tarde, ¿verdad?

—No si empezamos a movernos. También tendremos que ocuparnos del ascensor.

—No lo había olvidado, pero pensé que no podíamos hacer gran cosa al respecto.

El ascensor seguía abajo, esperando en el vestíbulo donde lo habían abandonado.

—Si ese látigo suyo todavía funciona, podemos hacer un agujero y dejar caer todas las cosas que podamos. Son quinientos metros de altura. No detendrá a las máquinas para siempre, si de verdad están resueltas a mover el ascensor, pero sin duda desbaratará un poco sus planes.

—En nuestra posición, eso es mucho mejor que nada.

Pero cuando tocó el látigo cazador, este respondió con un zumbido y desprendió un olor acre. Tenían que usarlo para hacer un agujero en la puerta cerrada del almacén y de nuevo estaba protestando. Thalia se preguntó cuánto tiempo duraría antes de averiarse por completo; ya tenía un uso limitado como arma, a menos que se empleara en el modo granada.

—No deberíamos entretenernos —dijo Parnasse—, comenzaré a mover cajas si usted va a buscar ayuda.

—Espero que estén de humor para obedecer órdenes.

—Lo estarán si piensan que sabe exactamente lo que está haciendo.

—Pero no lo sé, ciudadano Parnasse. Ese es el problema. —Thalia se quitó las gafas y se las metió en el bolsillo—. He estado poniendo al mal tiempo buena cara, pero estoy completamente perdida. Ya ha visto a lo que hemos tenido que enfrentarnos ahí afuera.

—Se las ha apañado, muchacha. Puede que no lo crea, pero está haciendo un buen trabajo. —La expresión de Thalia debió de ser escéptica, porque añadió—: Nos ha traído hasta aquí vivos, ¿no?

—De vuelta al punto de partida, ciudadano Parnasse. Mi intento de huida no ha servido de gran cosa, ¿no le parece?

—Hizo lo correcto al intentarlo. Y no sabíamos lo de los sirvientes cuando empezamos, ¿no es así?

—Supongo que no.

—Piense en esto como una expedición de exploradores. Hemos salido a reunir datos sobre nuestra situación. Hemos averiguado cosas que no habríamos averiguado si nos hubiésemos quedado aquí arriba, esperando a que llegara la ayuda.

—Visto así, casi parece como si supiera lo que estaba haciendo.

—Y lo sabía. Ya me ha convencido a mí, muchacha. Ahora lo único que tiene que hacer es convencer a los otros. Y ya sabe por dónde se empieza, ¿verdad?

Sintió un pesado nudo en el estómago, pero se obligó a sonreír.

—Conmigo. Tengo que comenzar a actuar como si supiera exactamente lo que hay que hacer, o los otros no me escucharán.

—Así me gusta.

Miró la oscuridad del almacén.

—Quizá podamos bloquear las escaleras y el ascensor. Pero ¿qué hacemos después? Tarde o temprano esas máquinas encontrarán la manera de llegar hasta nosotros, igual que han hecho con los otros ciudadanos. Todo lo que hemos visto apunta a que están dirigidas por una inteligencia exterior, algo con capacidad para solucionar problemas. —Pensó en la manera en que los ciudadanos habían sido acorralados y pacificados, sometidos con alertas de un ataque contra el hábitat—. Algo lo bastante listo como para mentir.

—Cada cosa a su debido tiempo —dijo Parnasse—. Primero nos ocupamos de las barricadas. Luego de lo demás.

Hacía que sonara muy fácil, como si estuvieran hablando de la manera más adecuada de cocinar un huevo.

—De acuerdo.

—Es usted prefecto, muchacha. Puede que hayan cambiado muchas cosas desde que hoy se dejó caer por aquí, pero sigue llevando el uniforme. Hágalo valer. Los ciudadanos dependen de usted.

16

Dreyfus seguía dormitando cuando el crucero de exploración profunda completó su maniobra de atraque. Había dormido todo el camino de vuelta a Panoplia, casi desde el momento en que subieron su cápsula de escape a bordo de la nave y se reunió con Sparver y con Clepsidra. Soñó con hediondas salas de carne humana colgando de unos ganchos llenos de sangre, y con una mujer que se atiborraba de músculos y tendones, su boca una obscena mancha roja. Cuando se despertó y repasó los recuerdos de los últimos acontecimientos, su experiencia en la roca Nerval-Lermontov le pareció algo que hubiese ocurrido ayer, y no tan solo unas horas antes. La roca misma había dejado de existir. El impacto del carguero totalmente cargado y lleno de combustible la había pulverizado, así que ahora ya no quedaba nada de sus secretos excepto una nube de escombros esparcidos; un aguanieve arenoso que llovería durante muchas órbitas sobre los pegajosos escudos de colisión de los hábitats del Anillo Brillante. Incluso si Panoplia tuviera los recursos, de poco serviría revisar esa nube de escombros en busca de pistas forenses. Clepsidra era ahora el único testigo que Dreyfus tenía del inenarrable crimen que habían sufrido sus compañeros.

Pero no era Clepsidra quien más le preocupaba.

En cuanto atravesó la pared de trajes del crucero, Dreyfus no dejó de molestar a Thyssen, el encargado del muelle con cara de cansado.

—¿Cuándo ha regresado Thalia Ng, mi ayudante?

El hombre miró su compad. Tenía marcas rojas alrededor de los ojos, intensas como brasas.

—Sigue fuera, Tom.

—¿Está de camino?

—No según esto. —El hombre golpeó ligeramente su aguja contra una línea de texto—. Al CCT no le consta que haya salido de Casa Aubusson. Parece que sigue dentro.

—¿Cuánto tiempo hace que llegó?

—Según esto… ocho horas.

Dreyfus sabía que Thalia solo tenía una ventana de acceso de seiscientos segundos. Por muchos obstáculos que hubiera encontrado, ya debería estar fuera de allí.

—¿Alguien ha conseguido establecer contacto con ella desde el intento del ayudante Sparver?

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