El Prefecto (36 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—No tiene autoridad —dijo Crissel.

—Su ayudante está en Aubusson. Necesita ver esto.

Dreyfus cogió el compad y lo leyó. Su autorización Pangolín estaba desapareciendo y tardó más de lo normal en leer las palabras. Al principio estaba convencido de que había cometido un error, a pesar del miedo que ya albergaba.

Pero no había ningún error.

Habían ocurrido dos incidentes separados pero similares, con un margen de unos pocos minutos. Una nave estaba realizando el acercamiento final para atracar en Clepsidra Chevelure-Sambuke cuando el hábitat comenzó a atacarla con lo que parecían ser las defensas anticolisión normales. La nave había sufrido una rotura del casco casi fatal, demasiado grande para ser reparada por los sistemas de reparación de materia rápida. La nave había abandonado su acercamiento y había enviado una señal de emergencia, a la que el CCT había respondido redirigiendo dos naves cercanas. La tripulación de la nave siniestrada había sobrevivido, si bien sus miembros presentaban heridas producidas por la descompresión.

La nave que se acercó a Casa Aubusson fue menos afortunada. Las defensas anticolisión la habían despedazado al instante, desparramando aire y vida en el espacio. Su tripulación había muerto ipso facto, pero la nave había conseguido enviar su propia señal de emergencia. El CCT había vuelto a dirigir el tráfico que pasaba para que ofrecieran ayuda, pero esta vez no se pudo hacer nada para salvar a las víctimas.

Todo aquello había ocurrido en los últimos dieciocho minutos.

—Creo que podemos descartar la coincidencia —dijo Dreyfus, y puso el compad sobre la mesa.

—¿A qué nos enfrentamos? —preguntó Baudry con rigidez—. ¿A un fallo del sistema de defensa provocado por la pérdida de abstracción? ¿Podría ser esa la respuesta?

—Por lo que sé sobre sistemas de defensa, te aseguro que no pueden fallar de ese modo —dijo Crissel.

—Sin embargo, parece como si alguien quisiera impedir que la gente entrase y saliese de esos hábitats —observó Gaffney volviendo a leer el informe del CCT.

—¿Y los otros dos? —preguntó Baudry—. ¿Qué me dices de ellos?

—Son aislacionistas —dijo Dreyfus—. Nueva Seattle-Tacoma es un paraíso para gente que quiere tener el cerebro enchufado a la abstracción y no les importa lo que les ocurra a sus cuerpos físicos. Szlumper Oneill es una tiranía voluntaria que va de mal en peor. Ninguno de los dos hábitats tiene demasiado tráfico de entrada o de salida.

—Tienes razón —le dijo Crissel con un gesto conciliador. Se volvió a la funcionaría, que seguía esperando—. ¿Sigue en contacto con el CCT? —Sin esperar una respuesta ni consultar con los otros séniores, prosiguió—: Que identifiquen cuatro vehículos de carga no tripulados que ahora mismo estén pasando cerca de los cuatro hábitats. Luego pónganlos en trayectorias de atraque normales, como si tuvieran que aproximarse. Si han sido fallos, entonces alguien dentro de los hábitats habrá tenido tiempo de inhabilitar los sistemas anticolisión. Si no lo han sido, tendremos la confirmación de que no nos enfrentamos a incidentes aislados.

—Se armará un buen lío —dijo Gaffney sacudiendo la cabeza—. Aunque esos vehículos de carga no transporten nada importante, alguien es dueño de ellos.

—Entonces, espero que tengan un buen seguro —respondió Crissel de modo cortante—. El CCT tiene derecho a requisar cualquier tráfico civil dentro del Anillo Brillante, esté o no tripulado. Solo porque no se ha apelado a esa cláusula durante un siglo no significa que no siga siendo válida.

—Estoy de acuerdo —dijo Dreyfus—. Es la medida más lógica. Si Jane siguiera en su puesto, también estaría de acuerdo.

La funcionaría tosió con torpeza.

—Me pondré en contacto con el CCT de inmediato, señor.

Crissel asintió.

—Dígales que no se entretengan. No quiero tener que esperar horas para averiguar a qué nos enfrentamos.

Se hizo un silencio glacial durante varios segundos después de que la chica hubiera salido de la sala. Fue Dreyfus quien lo rompió.

—No nos engañemos —dijo—. Sabemos exactamente lo que va a pasarles a esos vehículos.

—Seguimos necesitando confirmación —dijo Crissel.

—Estoy de acuerdo. Pero también necesitamos comenzar a pensar en lo que vamos a hacer cuando llegue la noticia.

—Construyamos una hipótesis ahora —dijo Baudry con un temblor en la voz que no podía ocultar—. ¿Podríamos estar enfrentándonos a un movimiento disidente? ¿Cuatro Estados que desean separarse del paraguas de Panoplia y del Anillo Brillante?

—Si quisieran, podrían hacerlo con libertad —dijo Dreyfus—. El mecanismo ya existe, y no exige disparar a naves que se acercan.

—Quizá no quieran separarse en nuestros términos. —Parecía como si Baudry hubiera hecho la sugerencia por el debate en sí y no por una profunda convicción personal.

Crissel asintió con un gesto de paciencia.

—Quizá no quieran. Pero cuando uno decide salir de la protección de Panoplia, del aparato democrático, ¿qué gana quedándose dentro del Anillo Brillante?

—No gran cosa —dijo Dreyfus—. Por eso no puede ser un intento de secesión.

—¿Un secuestro? —especuló Baudry—. Concuerda con los hechos, de momento.

—De momento —concedió Dreyfus.

—Pero no crees que nos estemos enfrentando a eso.

—Uno no secuestra a menos que quiera algo que no tiene.

Crissel parecía satisfecho consigo mismo.

—Todo el mundo quiere ser más rico.

—Puede ser —respondió Dreyfus—, pero eso no se consigue secuestrando.

—Así que no están intentando hacerse más ricos —dijo Baudry—. Eso nos deja todavía un universo de posibilidades. Supongamos que alguien no quiere salir de nuestro sistema de gobierno, sino destruirlo por completo.

Dreyfus sacudió la cabeza.

—¿Por qué querrían hacer tal cosa? Si alguien quiere experimentar con un modelo social diferente, nadie se lo va a impedir. Lo único que tienen que hacer es reclutar la suficiente cantidad de colaboradores para poner en marcha un nuevo Estado. Siempre que permitan a los ciudadanos votar, pueden incluso permanecer dentro del aparato. Por eso tenemos monstruos como las tiranías voluntarias. Alguien en alguna parte decidió que quería vivir en esa clase de lugar.

—Pero como has dicho, tienen que cumplir ciertos principios fundamentales. Tal vez incluso esas estructuras básicas les parezcan demasiado asfixiantes. Quizá quieran imponer un único modelo político en todo el Anillo Brillante. Fanáticos ideológicos, por ejemplo; extremistas políticos o religiosos que no descansarán hasta que obliguen a todo el mundo a ver las cosas a su manera.

—Podríamos tener algo si no estuviéramos hablando de cuatro comunidades completamente dispares. Los hábitats de Thalia no tienen prácticamente nada en común.

—De acuerdo —dijo Baudry visiblemente cansada del debate—. Si esto no tiene un fin político, ¿qué es?

Dreyfus volvió a recordar las cosas que había averiguado dentro de la roca Nerval-Lermontov, incluida la posibilidad de que no se pudiera fiar de todos los presentes en la sala. Quería más tiempo para evaluar su posición, más tiempo para poner de su parte al menos a uno de los otros séniores y apoyarse en eso para volver a poner a Aumonier al mando. Pero las noticias sobre los últimos ataques lo obligaban a actuar antes de lo que habría deseado. Tenía que decir algo o sería culpable de ocultar información vital a su propia organización.

—La prisionera me explicó algo —dijo eligiendo sus palabras con el máximo cuidado, como un hombre que atraviesa un campo de minas—. Por supuesto, no puedo estar seguro de que estuviera diciendo la verdad, o de que su aislamiento no la haya vuelto loca. Pero mi instinto, mi instinto de viejo policía, podría decirse, me dice que no miente.

—Entonces será mejor que nos lo cuentes —dijo Gaffney.

—Clepsidra cree que algún grupo u organización dentro del Anillo Brillante ha obtenido información sobre una crisis futura. Algo peor que lo de ahora, incluso teniendo en cuenta las últimas noticias.

—¿Qué clase de crisis? —preguntó Baudry.

—Algo catastrófico. Algo parecido a un colapso de toda la matriz social, si no el fin del Anillo Brillante.

—Absurdo —dijo Crissel.

Gaffney levantó una mano.

—No. Escuchémoslo.

—Clepsidra cree que ese grupo u organización ha ideado un plan para evitar el desastre que se avecina, incluso si eso significa negarnos nuestras habituales libertades.

Baudry asintió con la cabeza en dirección al Planetario.

—¿Y el apagón, las acciones hostiles que nos acaban de comunicar?

—Creo que podríamos estar asistiendo al inicio de un golpe de Estado.

—No estás hablando en serio —dijo Baudry en tono cortante—. No puedes estar hablando en serio.

—Para mí tiene sentido —dijo Dreyfus—. Si no confiaras en nosotros para garantizar la seguridad futura del Anillo Brillante, ¿qué harías?

—Pero solo cuatro hábitats… ¡hay diez mil más ahí fuera que siguen siendo nuestros!

—Creo que Thalia tiene la clave —dijo Dreyfus—. Sin ser consciente de ello, por supuesto. Su código estaba contaminado. Debió de ser alterado para abrir un agujero de seguridad que no existía antes. Se suponía que Thalia tenía que hacer esa actualización en todo el ancho de banda, en los diez mil hábitats, de un solo golpe.

—Pero no quiso hacerlo, recuerdo —dijo Baudry.

—No —dijo Dreyfus—. Insistió en identificar cuatro de los peores casos probables y hacer las instalaciones de forma manual. De ese modo podría corregir errores en tiempo real, sobre el terreno, y asegurarse de que nadie se quedara sin su preciosa abstracción durante más de unos pocos minutos. Cuando supervisara las cuatro instalaciones, podría reajustar el código para garantizar que los diez mil restantes funcionaran sin contratiempos.

—Pero esos hábitats se han quedado sin abstracción durante horas —dijo Crissel.

—No es culpa de Thalia. Su diligencia no causó esto, Michael. Previno una crisis aun peor. Si Thalia hubiera hecho lo fácil, lo obvio, no estaríamos enfrentándonos a cuatro hábitats sin abstracción, sino a diez mil. El golpe de Estado sería completo. Habríamos perdido el Anillo Brillante.

—Bueno, no nos pongamos nerviosos —dijo Gaffney, sonriendo a los otros—. Ya tenemos bastante lío como para ponernos a fantasear sobre el Apocalipsis.

—No es una fantasía —dijo Dreyfus—. Alguien quiso que esto ocurriera.

—Pero ¿por qué? —preguntó Crissel—. ¿Qué grupo de personas podría organizarse para controlar todo el Anillo? Una cosa es quitarles la abstracción a cuatro hábitats. Pero los ciudadanos no se darán media vuelta como si no hubiera pasado nada. Se necesitaría una milicia armada para someterlos. Miles de personas en cada hábitat, como mínimo. Estaríamos hablando de un ejército invisible con la fuerza de diez millones para tener una posibilidad de que funcionase. Si hubiese un movimiento tan poderoso, hace años que lo habríamos detectado.

—Quizá sea un golpe de Estado diferente —dijo Dreyfus.

—¿Qué dijo la combinada sobre la gente que está detrás de esto? —preguntó Baudry.

—No mucho —Dreyfus dudó, consciente de que cada revelación suponía un riesgo mesurable—. Tengo un nombre. Una figura llamada Aurora. Puede que tenga alguna relación con la familia Nerval-Lermontov.

Baudry lo miró con atención.

—Perdieron a una hija en los ochenta. Su nombre era Aurora, creo. No estarás realmente sugiriendo…

—No estoy sacando ninguna conclusión. Quizá Clepsidra pueda decirme algo más cuando esté más fuerte, y si está segura de que puede confiar en nosotros.

—¿Te preocupa que no confíe en nosotros? —dijo Baudry.

Una llamada a la puerta indicó el regreso de la funcionaría. Entró en la sala con menos timidez que antes.

—¿Y? —preguntó Gaffney.

—Los vehículos han sido requisados, señores. El primero atracará en Szlumper Oneill dentro de once minutos. Dentro de veintidós minutos, los tres restantes habrán completado su aproximación a sus hábitats respectivos.

—Muy bien —dijo Gaffney.

—He preparado retroalimentaciones visuales de alta resolución para los cuatro hábitats, señores. Puedo enviar las observaciones a través del Planetario, con su permiso.

Gaffney asintió.

—Adelante.

El Planetario se reconfiguró y asignó la mayoría de sus recursos de materia rápida a proporcionar representaciones aumentadas a escala de las cuatro comunidades silenciosas. Las aumentaron al tamaño de una fruta, mientras el resto del Anillo Brillante se encogía una tercera parte de su tamaño anterior. Unas diminutas joyas en movimiento representaban los vehículos requisados, que se dirigían a los muelles de atraque. Los prefectos miraban el espectáculo en silencio mientras transcurrían los minutos.

Por favor, que esté equivocado
, rogó mentalmente Dreyfus.
Que todo esto resulte ser la tabulación ingenua de un prefecto de campo cansado, resentido por el trato mezquino que han dado a su jefe. Que el testimonio de Clepsidra sean los desvaríos de una chiflada, que se ha vuelto loca tras años de aislamiento. Que Thalia Ng cometiera algún error, a pesar de que todo indica lo contrario. Que los dos primeros ataques hayan sido accidentes causados por sistemas de defensa altamente sensibles que se revuelven como serpientes sin cabeza cuando se desactiva la abstracción
.

Pero no. Once minutos después de que la chica hablara, los sistemas anticolisión de Szlumper Oneill abrieron fuego sobre el vehículo que se aproximaba, y lo destruyeron por completo. El fuego era más concentrado, más resuelto si cabe que en las dos ocasiones anteriores. La representación del vehículo no tripulado se convirtió en una mancha de luz parpadeante del tamaño de un pulgar, luego volvió a recuperar la forma de icono tetraédrico que simbolizaba un objeto de estatus desconocido.

Tres minutos después, un segundo vehículo intentó atracar en Casa Aubusson, y sufrió exactamente la misma suerte. Cinco minutos después, un tercer vehículo fue aniquilado cuando intentaba atracar en Carrusel Nueva Seattle-Tacoma. Tres minutos después, veintidós minutos después de que la chica hubiera hablado, las armas de Clepsidra Chevelure-Sambuke dirigieron un fuego salvaje hacia el último vehículo.

El Planetario recuperó su configuración inicial. Le siguió un frágil silencio.

—Quizá sea la guerra después de todo —dijo por fin Baudry.

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