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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (39 page)

BOOK: El Prefecto
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Dreyfus alzó la manga y le habló a su puño. Sus labios comenzaron a pronunciar la palabra «congelar».

—No —dijo Delphine—. No me congele. Estoy asustada.

—La recuperaré en cuanto haya realizado una comprobación exhaustiva.

—Creo que me estoy muriendo. Creo que alguien me está comiendo. ¡Ayúdeme, prefecto!

—Delphine, ¿qué está ocurriendo?

Su imagen se simplificó y perdió detalle. Su voz le llegó lenta, asexuada y grave.

—El diagnóstico indica que este nivel beta se está autoborrando. Borrado en bloque progresivo en las particiones uno a cincuenta.

—¡Delphine! —gritó.

Su voz era muy lenta, casi a una velocidad subsónica.

—Ayúdeme, Tom Dreyfus.

—Delphine, escúcheme. La única manera en que puedo ayudarla es llevando a su asesino ante la justicia. Pero para eso tiene que responderme a una última pregunta.

—Ayúdeme, Tom.

—Ha mencionado que algunas personas iban a visitar a Anthony Theobald. ¿Quiénes eran?

—Ayúdeme, Tom.

—¿Quiénes eran? ¿Por qué fueron a visitarlo?

—Anthony Theobald dijo…

Se detuvo.

—Hábleme, Delphine.

—Anthony Theobald dijo que teníamos un invitado. Un huésped que vivía abajo. Y que no debía hacer preguntas. Dreyfus le habló a su brazalete.

—Congela invocación.

—Ayuda, Tom.

Lo que quedaba de ella se volvió inmóvil y silencioso.

Dreyfus llamó a Trajanova. Se sentía nerviosa y no le gustó que la distrajeran del trabajo que tenía entre manos. Estaba apretujada en el hueco de una de sus turbinas, suspendida en una eslinga con la espalda contra el curvado tubo de vidrio que recubría la maquinaria.

—Es importante —dijo Dreyfus—. Acabo de invocar a uno de mis niveles beta. Se ha colgado delante de mí en mitad de la entrevista.

Trajanova se cambió la herramienta de una mano a otra con la boca.

—¿Has vuelto a invocarlo?

—Lo he intentado, pero no ha ocurrido nada. El sistema dice que la imagen de nivel beta está irremediablemente corrupta.

Trajanova gruñó y se puso de lado para encontrar una posición más cómoda.

—Eso no es posible. ¿Has tenido una invocación estable hasta la mitad de tu entrevista?

—Sí.

—Entonces la imagen base no puede estar dañada.

—Mi sujeto parecía estar dándose cuenta de que algo la estaba corrompiendo. Ha dicho que sentía como si se la estuvieran comiendo. Era como si pudiera sentir que le borraban la personalidad segmento a segmento.

—Eso tampoco es posible. —Entonces un pensamiento turbador hizo que arrugase el ceño—. A menos, claro…

—¿A menos que qué?

—¿Podría alguien haber introducido alguna clase de arma de datos en tu nivel beta?

—En teoría, supongo que sí. Pero esos recuperables de Ruskin-Sartorious que sacamos fueron sometidos a todas las pruebas y filtros habituales que normalmente realizamos antes de la invocación. También estaban gravemente dañados. Thalia trabajó horas extra para recomponer las piezas. Si hubiera habido un arma de datos, u otra clase de función autodestructiva, Thalia la habría visto.

—¿Y no te informó de nada inusual?

—Me dijo que solo había conseguido recuperar tres. Nada más.

—¿Y podemos confiar en que Thalia no se dejó nada?

—Pondría la mano en el fuego.

—Entonces solo hay una respuesta: alguien accedió al nivel beta después de que entrase en Panoplia. Desde un punto de vista técnico, no habría resultado difícil. Lo único que necesitaban hacer era encontrar algún arma de datos en los archivos e incrustarla en el nivel beta. Podría haber sido programada para empezar a comerse el recuperable en cuanto tú lo invocaras, o quizá en una determinada frase o gesto.

—Dios mío —dijo Dreyfus—. Entonces los otros… quiero hablar también con ellos.

—Podría ser demasiado peligroso si han incrustado el mismo código. Perderás a tus otros dos testigos.

—¿Qué quieres decir? ¿No tengo una copia de seguridad?

—No hay copias de seguridad, Tom. Perdimos todas las imágenes duplicadas cuando la turbina estalló.

—Estaba todo planeado.

—Escucha —dijo Trajanova con repentina intensidad—, voy a estar aquí encerrada unas cuantas horas más. Tengo que reparar esta turbina antes que nada. Pero en cuanto acabe me miraré los recuperables, a ver si puedo salvar algo del que ha fallado, y buscaré un arma de datos en los otros dos. Hasta entonces, no los invoques.

—No lo haré —dijo Dreyfus.

—Te llamaré en cuanto acabe.

Cuando acabó de hablar con Trajanova, Dreyfus se detuvo a reflexionar. Lo que encontró fue inesperado y espeluznante. Hacía tan solo unos días habría considerado la pérdida de un testigo de nivel beta similar a la destrucción de alguna prueba forense potencialmente incriminatoria. Se habría sentido irritado, incluso enfadado, pero solo porque se estaba obstaculizando una investigación. No habría sentido ningún sentimentalismo emocional por la pérdida del artefacto en sí, porque no era más que eso.

Ahora no se sentía así. No podía dejar de ver el rostro de Delphine en esos últimos momentos, cuando aún retenía la suficiente consciencia para reconocer la inevitabilidad de su propia muerte.

Pero si los niveles beta nunca habían estado vivos, ¿cómo podían morir?

El primer pensamiento de Gaffney fue que Clepsidra estaba muerta, o al menos en coma. Experimentó un momento de alivio al pensar que se ahorraría la carga de otra muerte, antes de que la verdad se hiciera evidente. La combinada aún respiraba: su postura era solo su estado natural de reposo cuando no había nadie presente. Su rostro anguloso ya se estaba girando hacia él, moviéndose con la suavidad de un lanzamisiles dirigido a su objetivo. Las dos rajitas somnolientas de sus ojos empezaron a abrirse.

—No esperaba que volviera tan pronto —dijo—, pero quizá el momento sea fortuito. He estado pensando en nuestra última conversación…

—Bien —dijo Gaffney.

Hubo una larga pausa antes de que Clepsidra volviera a hablar.

—Esperaba a Dreyfus.

—Dreyfus no ha podido venir. Está ocupado. —Gaffney se detuvo en la burbuja tras juzgar su velocidad con precisión experta—. No le supone un problema, ¿verdad?

Sintió que la atención de Clepsidra le atravesaba la piel de la cara y rastreaba los huesos situados debajo. Le picaba el cráneo. Nunca se había sentido mirado con tanta intensidad en toda su vida.

—Imagino por qué ha venido —dijo—. Pero antes de que me mate, debe saber que sé quién es.

La frase lo puso nervioso. Tal vez era un farol, tal vez no. Si hubiera mirado en los archivos de Panoplia, entonces habría visto la información sobre los empleados. Daba igual. Podía ponerse a gritar su nombre y el mundo no la oiría.

—¿Quién ha hablado de matar? —preguntó con suavidad.

—Dreyfus vino sin armas.

—Muy estúpido por su parte. Yo no entraría en una sala con una combinada dentro a menos que llevara un arma. ¿O quiere hacerme creer que no podría matarme en un abrir y cerrar de ojos?

—No tenía ninguna intención de matarlo, prefecto. Hasta ahora.

Gaffney extendió los brazos.

—Adelante, entonces. O mejor dicho, dígame lo que iba a contarle a Dreyfus. Luego máteme.

—¿Por qué debería decírselo? Ya lo sabe todo.

—Bueno, quizá no todo. —Gaffney se desabrochó el látigo cazador y lo puso en marcha—. Nada me gustaría más que dejar que saliera de aquí viva y se reuniese con su gente. Voi sabe que se lo merece. Voi sabe que se ha ganado el derecho a alguna recompensa por el servicio que ha proporcionado. Pero no puede ser. Porque si la dejo salir de aquí, pondría en peligro lo que ahora tiene que suceder. Y si lo hiciera, sería indirectamente responsable de las cosas terribles que su gente soñó que ocurrirían, las cosas terribles que estoy intentando evitar.

—Usted no tiene ni idea de lo que vimos en el
Exordium
—dijo Clepsidra.

—No es necesario. Eso es asunto de Aurora.

—¿Sabe qué es Aurora, Gaffney?

Deseó que ella no captara la duda subliminal en su respuesta. Pero lo hizo. A los combinados no se les escapaba nada, por muy subliminal que fuera.

—Sé todo lo que necesito saber.

—Aurora no es un ser humano.

—Me pareció bastante humana cuando nos conocimos.

—¿En persona?

—No exactamente —admitió.

—Aurora fue una persona hace mucho tiempo. Ahora es otra cosa. Es una forma de vida que nunca ha existido antes, excepto de forma intangible. Ser humana es algo que recuerda del mismo modo que usted recuerda la época en que se chupaba el dedo. Es una parte de ella, una fase necesaria en su desarrollo, pero tan remota que apenas puede comprender que alguna vez fue tan pequeña, tan vulnerable, tan ineficaz. Es lo más cercano a una diosa que jamás haya existido, y se hará cada vez más fuerte. —Clepsidra le envió una sonrisa que no le pegaba demasiado a su cara—. ¿Y se siente cómodo confiando el destino del Anillo Brillante a esa criatura?

—El plan de Aurora es la continuidad de la especie humana en Yellowstone —dijo Gaffney de forma dogmática—. Si miramos la perspectiva a largo plazo, ella cree que nuestro pequeño cubo cultural es crítico para toda la diáspora humana. Si el cubo falla, la rueda se separará. Elimine Yellowstone y los ultras pierden su puerto más lucrativo. El comercio interestelar morirá. Las otras colonias demarquistas caerán como piezas de dominó. Puede que pasen décadas, incluso siglos, pero ocurrirá. Por eso tiene que pensar en la supervivencia ahora.

Clepsidra esbozó una sonrisa despectiva.

—Su plan es sobre su propia supervivencia, no la de ustedes. En este momento le deja participar en su juego. Cuando ya no le sea útil, y ese momento llegará, yo de usted me aseguraría de tener un buen plan de escape.

—Gracias por el consejo. —Su mano apretó el látigo cazador—. Estoy confuso, Clepsidra. Sabe que puedo matarla con esta cosa. También sé que puede influir en él, hasta cierto punto.

—Se está preguntando por qué no lo he vuelto contra usted.

—Se me ha pasado por la cabeza.

—Porque sé que sería un gesto fútil. —Señaló su muñeca con la cabeza—. Lleva la mano enfundada en un guante, por ejemplo. Podría ser porque quiere evitar contaminación forense del arma, pero creo que hay algo más. El guante le llega hasta la manga. Supongo que lleva alguna clase de protección ligera debajo del uniforme.

—Ha dado en clavo. Es una protección de entrenamiento, como la que llevan los reclutas cuando están aprendiendo a usar los látigos cazadores. Tejido cruzado de hiperdiamante, ribeteado a escala microscópica para desafilar y obstruir los mecanismos cortantes en el lado afilado del filamento. Aunque pudiera doblar la cola hacia mí, no podría cortarme el brazo. De todos modos, me sorprende que no lo haya intentado.

—Me resigné a morir en cuanto vi que no era el prefecto Dreyfus.

—Le ofrezco un trato —dijo—. Sé que los combinados pueden eliminar el dolor si quieren. Pero estoy seguro de que prefiere una muerte rápida a una lenta. Sobre todo aquí. Sobre todo cuando está sola, lejos de sus amigos.

—La muerte es la muerte. Y puedo morir todo lo rápido que yo desee, no usted.

—De todos modos, le haré una propuesta. Sé que ha mirado en nuestros archivos. Una confesión menor: dejé que ocurriera porque sabía que tendría que matarla igualmente. Pensé que tal vez descubriera algo que pudiera serme útil.

—Sí.

—No estoy hablando de Aurora. Me refiero al Relojero.

—No sé de qué me está hablando.

Supuso que estaba mintiendo. Aunque no tuviera conocimiento del Relojero antes de su llegada a Panoplia —y los durmientes del
Exordium
no habían estado totalmente aislados de la información sobre el mundo exterior— seguro que lo había averiguado durante su inconveniente registro en los archivos de Panoplia.

Se enroscó el mango del látigo cazador en la palma de la mano.

—Le contaré un pequeño secreto. Oficialmente, fue borrado de la existencia cuando Panoplia destruyó el Instituto Sylveste de Inteligencia Artificial. —Bajó la voz, aunque sabía que nadie podía oírlo—. Pero no es lo que en realidad ocurrió. El ISIA solo fue bombardeado después de que Panoplia entrara para extraer información y
hardware
. Creyeron que habían destruido al Relojero, pues encontraron lo que parecían sus restos. Pero guardaron las reliquias, los relojes y las cajitas musicales y todas aquellas pequeñas y peligrosas bombas trampa. Y una de aquellas reliquias resultó ser… bueno, igual de maligna que la propia entidad. Peor, en algunos aspectos. Era el Relojero.

—Nadie habría sido tan estúpido —dijo Clepsidra.

—Fue menos una cuestión de estupidez, creo, que de arrogante vanidad intelectual. Lo que no quiere decir que no hayan sido listos. Para mantenerlo en secreto durante once años… necesitaron mucho trabajo, mucha astucia.

—¿Por qué está interesado en el Relojero? ¿Es tan estúpido como para pensar que también puede usarlo? ¿O es Aurora la estúpida?

Gaffney movió la cabeza de forma intencionada.

—No, Aurora no cometería esa clase de error. Pero ahora el Relojero le preocupa mucho. Sus redes de información han determinado que no fue destruido. Sabe que una célula que trabaja dentro de Panoplia lo ha mantenido bajo estudio en el mismo lugar durante la mayor parte de los últimos once años. Aurora teme que el Relojero deshaga todo su buen trabajo en el último momento. Por lo tanto, debe ser localizado y destruido, antes de que la célula tenga la oportunidad de activarlo.

—¿Han intentado ya destruirlo? ¿Quizá en los últimos días?

Él la miró con aspecto maravillado.

—Oh, es usted buena. Muy, muy buena.

—Ruskin-Sartorious —dijo Clepsidra, pronunciando las sílabas con un particular cuidado—. Lo vi en sus archivos. Allí es donde esperaban encontrar al Relojero. Por eso tenían que destruir ese hábitat. Excepto que llegaron demasiado tarde, ¿verdad?

—Supongo que Aurora estuvo indagando ese secreto de forma un tanto incauta, y alguien se puso nervioso. La pregunta es: ¿adonde lo han trasladado?

—¿Por qué no tortura a alguien útil y lo averigua?

Gaffney sonrió.

—No crea que no lo intenté. El problema es que al final el viejo no sabía gran cosa. Aunque mantuve mi palabra: le dejé la cantidad suficiente de cerebro para que pudiera hacer algo de jardinería. No soy un monstruo, ya lo ve.

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