Read El Prefecto Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (61 page)

BOOK: El Prefecto
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Se abstendría de dar una explicación más detallada hasta que Jules Caillebot regresara con el equipo de la barricada. Paula Thory estaba casi roja de rabia e incomprensión, y su humor estaba empezando a hacer mella en algunos de los otros ciudadanos. Pero Thalia se mantuvo firme, y se quedó con los brazos cruzados delante de ella. No ganaría nada mostrando la más mínima señal de duda. Tenía que parecer que estaba al mando, completamente segura de su éxito.

—Nos vamos —dijo en cuanto Parnasse y Redon consiguieron tranquilizar al grupo—. Cyrus y yo ya hemos hecho los preparativos. Lo hacemos o esperamos a que lleguen los sirvientes. Nadie va a venir a rescatarnos.

—No podemos irnos —dijo Thory—. Estamos en un edificio, prefecto. Los edificios no se mueven.

Sin responderle, Thalia se dirigió al modelo arquitectónico. Ahora estaba descansando en la superficie plana y dañada de la caja transparente que una vez lo había cubierto. Entre ellos, Meriel Redon y Thalia habían eliminado la mayor parte de las estructuras que rodeaban el tallo, correspondientes al trabajo de demolición que había tenido lugar durante la noche.

Thalia se metió la mano en el bolsillo y sacó la bola blanca que representaba la esfera del núcleo de voto, se la limpió en el muslo y la colocó con suavidad encima del tallo.

—Para todo aquel que no haya prestado atención, estos somos nosotros. Las máquinas están intentando llegar hasta nosotros a través del tallo, y es más que probable que también estén escalando por el exterior. Así que tenemos que irnos. Esto es lo que va a suceder.

Tocó con el dedo un lateral de la bola y la derribó del tallo. Cayó a un lado y salió rodando por el desolado terreno del Museo de Cibernética hasta que llegó al extremo del modelo y cayó al suelo.

—Oh, Dios mío —dijo Thory—. Está loca. Esto no va a ocurrir.

—No creo que… sobrevivamos —dijo Jules Caillebot.

—No es tan malo como parece —dijo Thalia—. Para empezar, no vamos a caernos medio kilómetro. Vamos a volcar y rodar. La esfera caerá por el lado del tallo, pero nunca tocará el suelo. El tallo se va ensanchando cerca de la base hasta que es casi horizontal. Nos moveremos rápido, pero nada nos impedirá rodar y seguir luego una trayectoria horizontal. Por supuesto que habrá baches, pero con el impulso que habremos ganado durante la caída rodaremos un buen trecho, en particular porque no queda gran cosa ahí fuera para detenernos. Podemos dar las gracias a los robots. Si hubieran dejado los tallos circundantes, no tendríamos ninguna esperanza.

—La chica tiene razón —dijo Parnasse colocándose al lado de Thalia con los brazos cruzados y una mirada en su rostro que desafiaba a cualquiera a contradecirlo—. Desde un punto de vista estructural, la esfera aguantará. Rodaremos dos o tres kilómetros antes de empezar a perder impulso.

—Pero seguro que no podemos salir rodando del tallo así como así —dijo el joven del traje azul eléctrico—. ¿Qué quiere que hagamos? ¿Correr arriba y abajo hasta que volquemos?

—Ya nos hemos ocupado de esa parte —dijo Thalia—. Cyrus y yo hemos debilitado las conexiones entre el tallo y la esfera. Aguantará otros cien años tal como está, pero voy a darle un empujoncito en la dirección adecuada con mi látigo cazador. Lo pondré en el modo granada, a máxima potencia. Nos dará una buena explosión. Cortará las conexiones restantes y nos empujará en la dirección adecuada. Volcaremos.

—Nos aplastaremos como huevos en una caja —dijo Caillebot.

—No si primero nos sujetamos. —Thalia señaló las verjas de metal que rodeaban el núcleo de voto—. Se atarán con esas protecciones lo más fuerte que puedan. Meriel se asegurará de que todos tengan la ropa suficiente para hacer un buen trabajo. Tendrán que permanecer sujetos durante el trayecto. No quiero que nadie se suelte cuando acabemos boca abajo.

—Quizá me estoy perdiendo algo —dijo Caillebot—. Ha hablado de rodar dos o tres kilómetros.

—Correcto —dijo Parnasse.

—Eso no nos ayudará gran cosa, ¿no? Para cuando nos hayamos desatado, los robots nos habrán atrapado.

Parnasse miró a Thalia.

—Creo que será mejor que les expliques el resto, muchacha.

—Los robots no nos atraparán —dijo Thalia.

Caillebot frunció el ceño.

—¿Por qué no?

—Porque no nos detendremos. Hemos dicho que podíamos rodar dos o tres kilómetros. Eso debería ser suficiente para llegar hasta la ventana más cercana.

—Oh, no —dijo Thory sacudiendo la cabeza—. No estará pensando…

Thalia hizo una mueca. Se dirigió hacia la mujer y se puso frente a ella.

—Le diré una cosa, ciudadana. Ya no tengo un látigo cazador completamente funcional. Si lo tuviera, le haría probar algunas de las cosas más interesantes que puedo hacer con él. Pero tengo un par de manos. Si vuelve a hacer otra observación, si abre la boca para hablar, incluso si vuelve a mirarme de forma extraña, voy a ponerle mis manos alrededor de su gordo cuello y lo apretaré hasta que se le salten los ojos.

—Creo que será mejor que escuche a la chica —dijo Parnasse.

Thalia retrocedió y retomó su anterior posición.

—Gracias, Cyrus. Sí, vamos a rodar a través de la ventana. Reconozco que es bastante dura, puesto que ya está conteniendo aire a presión atmosférica, y está diseñada para tolerar estreses ocasionales por encima de su carga normal. Podría soportar la colisión de una nave pequeña, un volantor o un tren que se saliera de uno de los puentes. Pero no está diseñada para aguantar algo tan sustancial como la esfera. Parnasse y yo estamos de acuerdo en que se colapsará bajo nuestro peso, y nos permitirá caer al espacio abierto.

—Donde nos ahogaremos y moriremos —dijo Caillebot—. Y acto seguido morirán todas las personas que queden en Casa Aubusson, porque el aire se escapará por el agujero de cien metros que habremos abierto.

—No hay nadie más de quien preocuparse —dijo Thalia—. No se lo hemos dicho hasta ahora, pero todas las pruebas de las que disponemos indican que las máquinas se han embarcado en un asesinato sistemático de todos los ciudadanos. Los han acorralado, les han practicado la eutanasia y los han enviado a la fábrica para despedazarlos y transformarlos en elementos útiles.

—No pueden estar seguros de que no haya supervivientes —dijo la mujer del vestido rojo, con la cara pálida.

Thalia asintió.

—No, no podemos. Puede que otros grupos hayan aguantado un tiempo. Pero somos el único grupo capaz de protegernos porque estamos cerca del núcleo de voto. Nadie más habrá tenido esa seguridad. No habrá habido nada que detenga a las máquinas de asaltar a todos los demás.

—Pero ¿y nosotros? —preguntó Cuthbertson, que seguía con su búho mecánico posado sobre el hombro—. ¡Seguimos necesitando aire, aunque todos los demás estén muertos!

—Lo tenemos —dijo Thalia—. Hay aire suficiente aquí dentro para mantenernos vivos hasta que nos rescaten. No se escapará porque la esfera ya es hermética. Siempre y cuando los ojos de buey aguanten, estaremos bien. Las puertas internas impedirán que el aire se escape por la parte inferior de la esfera, donde se unía al tallo. Si hay un pequeño escape, podremos soportarlo. Deberían rescatarnos al cabo de unos minutos de salir, si mis suposiciones son correctas.

—¿Está segura de eso? —preguntó Caillebot.

—Estoy aun más segura de que no tenemos ninguna oportunidad contra esas máquinas cuando atraviesen la barricada. —Thalia se puso una mano en la cadera—. ¿Le basta con eso, o lo quiere por escrito?

Meriel Redon tosió.

—Sé que al principio parece una locura. Es lo que pensé inicialmente cuando me contaron este plan. Pero ahora que he tenido tiempo de pensarlo, creo que es la única manera de que sobrevivamos. Es rodar o morir, gente.

—¿Cuándo? —preguntó Cuthbertson.

—Muy pronto —dijo Thalia.

—Tenemos que pensarlo. Necesitamos tiempo para discutirlo, ver si se nos ocurre otro plan.

—Tienen cinco segundos —dijo Thalia mirándolo con beligerancia—. ¿Se le ha ocurrido algo? No, creo que no. Lo siento, pero este es el plan, y no pueden optar por quedarse aquí. Quiero que empiecen a sujetarse. Yo les ayudaré con lo que no puedan hacer. Pero no tenemos tiempo para debatir la cuestión.

—Funcionará —dijo Redon levantando los brazos para silenciar al grupo—. Pero tenemos que hacerlo rápido, o esas maquinas estarán encima de nosotros en menos que canta un gallo. Thalia nos ha dado una forma de escapar cuando no teníamos nada. No piensen ni por un segundo que me encanta lo que vamos a intentar, pero sé que no tenemos elección.

—¿Y el núcleo de voto? —preguntó Caillebot—. ¿Se ha olvidado de que quería sabotearlo?

Thalia sacó el látigo cazador y lo sujetó con la mano envuelta en un guante.

—Voy a derribarlo ahora. Luego iré abajo para escuchar si hay actividad detrás de la barricada. Si no oigo nada, y no hay señal de que las máquinas estén intentando entrar por alguna otra parte, reconsideraré nuestro plan de escape. Pero si decido seguir adelante, no tendré tiempo de volver a subir para decírselo hasta que estemos casi a punto de rodar. Será mejor que asuman que esto es lo que va a suceder.

Se metió por el hueco del recinto enrejado, alargando y endureciendo el filamento del látigo cazador. Sin ceremonia, lo blandió contra el pilar del núcleo de voto a la altura del pecho, y se esforzó por adentrarlo más hasta que encontró demasiada resistencia. El núcleo vibró a modo de protesta por el daño que Thalia le estaba infringiendo. Retiró el filamento y volvió a meterlo, cortando a un ángulo diferente. El látigo cazador emitió un zumbido y el mango le vibró en la mano. Thalia estaba sudando. Si no lograba inhabilitar el núcleo y de algún modo inutilizaba el modo granada del látigo cazador, todo aquello no habría servido de nada.

Volvió a sacar el látigo cazador. Ahora la mayor parte del pilar estaba consumida por formas negras geométricas. A algún nivel seguía funcionando —sus gafas le confirmaron que aún había algo de tráfico de abstracción de nivel bajo—, pero sin duda lo había dañado, tal vez hasta un punto en que no sería capaz de enviar paquetes coherentes a los sirvientes. Aquello tendría que bastar. La médula de materia rápida situada en el corazón del núcleo sería resistente al látigo cazador, y se cerraría después de que el filamento la atravesara, así que no podía arriesgarse a abusar del arma.

Thalia dejó que el filamento se debilitara y volvió a enroscarlo en el mango. Había hecho todo lo que había podido.

—Veamos si hemos provocado algún daño —le dijo a Parnasse.

Salió del nivel del núcleo de voto y miró atrás para asegurarse de que los ciudadanos estuvieran ocupados sujetándose a las rejas. Se alegró de ver que lo estaban, a pesar de lo destartalado de algunas de sus ataduras. Oyó algunos refunfuños de indignación, pero Meriel Redon estaba haciendo todo lo que podía por hacerles entender que no había elección.

Quizá no fuera necesario
, pensó.
Tal vez derribar el núcleo de voto había sido el final
.

Pero cuando Thalia y Parnasse llegaron al final de la barricada, supo que las máquinas seguían vivas. Es más, sonaban más alto y más cerca que nunca. Thalia tuvo la palpable impresión de que estaban a punto de atravesar la barricada en cualquier momento. Las máquinas sonaban el doble de enfurecidas por lo que Thalia acababa de intentar.

—A rodar, entonces —dijo Parnasse.

—Eso parece.

Comenzaron a alejarse de la barricada hacia el siguiente tramo de escaleras.

—¿Alguna idea de por qué esas cosas siguen moviéndose si acabamos de derribar el núcleo?

—Ninguna, Cyrus. Puede que las cargaran con autonomía suficiente para seguir funcionando incluso sin supervisión directa. Puede que no dañara el núcleo lo bastante. Puede que hayan construido otro en otra parte. No es tan difícil si conoces los protocolos.

Bajaron al siguiente nivel y llegaron a la trampilla en el suelo, que seguía abierta, tal como la habían dejado. Parnasse se arremangó y se agachó para entrar por el hueco, delante de Thalia.

—No te preocupes —dijo ella—. La última vez que bajamos aquí memoricé el camino bastante bien. Me enseñaste dónde poner el látigo cazador. Estoy segura de que puedo encontrar el camino sin ti.

—Voy contigo igualmente, muchacha.

—Preferiría que subieses con los demás, Cyrus, y te aseguraras de que hacen lo que les he dicho.

—Redon los tiene bajo control. Creo que los has convencido de que no había elección.

Thalia se había estado esforzando por mantener una fachada de seguridad, pero de repente las dudas se intensificaron en su interior.

—No la hay, ¿verdad?

—Por supuesto que no.

—Pero ¿y si estoy equivocada?

—No hay nada peor que esperar a que esos bastardos nos atrapen. Aunque no funcione, será mucho mejor que ser destrozado por unos robots asesinos. Al menos nos iremos con estilo.

—¿Aunque no haya nadie para aplaudir nuestros esfuerzos?

—Lo sabremos nosotros, muchacha. Es lo único que importa. —Le dio un pellizco de ánimo en el brazo—. Ahora, coloquemos ese látigo cazador en su sitio.

Treparon por la maraña de soportes intermedios hasta que llegaron a la zona en la que los puntales ya estaban debilitados o cortados en su totalidad.

—Menos mal que no es materia rápida —dijo Parnasse—, o esos cortes ya se habrían cerrado. Pero las normas dicen que no puede haber materia rápida cerca de un núcleo de voto.

—Me gustan las normas —dijo Thalia—. Las normas son buenas.

—Destapemos al bebé.

Thalia quitó el bulto de ropa protectora del látigo cazador. Estaba temblando, y algunas partes del revestimiento estaban comenzando a fundirse por el calor. Le sobrevino un olor a componentes quemados.

—De acuerdo —dijo girando el primer botón—. Rendimiento máximo. Parece que lo acepta. De momento, todo va bien.

Se detuvo para dejar que se le enfriaran los dedos.

—Ahora el temporizador —dijo Parnasse.

Thalia asintió. Giró el primero de los dos botones necesarios para programarlo. Estaba duro, pero al final se movió bajo sus dedos hasta que llegó al límite de su rotación. El botón doble de seguridad existía para impedir que se pusiera el modo granada por accidente.

—Cinco minutos —dijo Thalia.

—¿Comienzo a contar cuando gires el otro botón?

Thalia sintió.

—Deberíamos tener tiempo suficiente para volver a subir y atarnos. Si quieres empezar a subir ahora, para asegurarte…

BOOK: El Prefecto
11.01Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Circle View by Brad Barkley
The Promise of Amazing by Robin Constantine
Always and Forever by Lauren Crossley
Mob Star by Gene Mustain
Act of Fear by Dennis Lynds