—No —dijo Thalia—. Solo de servicio. Aquí hay gente en apuros. Puesto que la policía local les ha fallado, Panoplia se hace cargo del caso.
—Pero está sola.
—Entonces será mejor que me haga valer, ¿no? —Thalia se tocó la manga e intentó sonar más valiente de lo que se sentía—. Cinco minutos, gente. Lo digo en serio.
Salió de la sombra del arco y se agachó para recorrerlo de punta a punta. Con la mano derecha sujetó el látigo cazador como si fuese una porra. Lejos del grupo, lejos de sus demandas y de sus riñas, empezó a pensar con claridad. Los sirvientes estaban programados con cierto grado de autonomía, pero, a menos que les hubiesen introducido unas nuevas rutinas de control de masas muy especializadas, la clase de acción coordinada que había visto a través del búho implicaba que alguien estaba moviendo los hilos desde lejos. Eso, a su vez, significaba que la abstracción no podía estar completamente desconectada.
Recordó sus gafas. Furiosa consigo misma por no haberlas usado antes, hurgó en el bolsillo de su túnica con la mano izquierda y las sacó. La vista apenas cambió, lo que confirmó que no había abstracción o, al menos, que funcionaba a un nivel muy bajo. Pero unos símbolos que bailaban en la parte inferior derecha de su campo visual le indicaron que las gafas estaban detectando unas señales muy parecidas a los protocolos de los sirvientes. Alguien estaba jugando a las marionetas con las máquinas después de todo. La abstracción no estaba desactivada, solo que habían dejado fuera de ella a las personas.
Todo era demasiado accidental. La habían enviado a hacer una actualización del sistema, y justo cuando la había acabado, algo había introducido un error en él.
Thalia se sintió aturdida. Había tenido un momento de claridad y se había sentido como si la fina piel del mundo se abriera bajo sus pies.
Controló sus pensamientos antes de que la llevaran a algún lugar peligroso. Todavía agachada, moviéndose de escondite en escondite como si estuviera evitando a un francotirador, Thalia llegó por fin a la zona verde donde las máquinas estaban agrupando a los ciudadanos. Se había situado tras un seto bajo, lo bastante alto como para ocultarla cuando estaba agachada. Tenía la forma de una verja, y ofrecía unas mirillas en forma de diamante que le permitían ver el otro lado. Thalia agradeció llevar un uniforme negro. Un sirviente de grado militar ya la habría visto, usando imágenes termales u otro sensor de entre la docena que llevaban diseñados para olfatear presas humanas escondidas. Pero aquellos sirvientes estaban hechos para cuidar jardines formales, no para realizar misiones de busca y captura.
Desde aquel ángulo tan bajo no resultaba fácil saber con exactitud lo que estaba sucediendo. Podía ver el cordón de robots, y a los humanos apiñados en una multitud detrás de ellos. Las máquinas habían acorralado a las personas en un rincón del terreno, contra el ángulo formado por dos setos altos. Una docena de sirvientes parecía realizar aquella operación. Si alguien intentaba salir del grupo, solo conseguía dar unos pocos pasos antes de que una de las rápidas máquinas le cortara el paso a toda velocidad.
Thalia se dio cuenta de que la mayoría no intentaba escapar. Estaban más sometidos que antes. Estaban más tranquilos, hablaban en lugar de gritar, y algunas personas se mostraban incluso relajadas. Parecía como si el tamaño físico y el volumen de las máquinas fuera un elemento disuasivo —algunos de los sirvientes eran mucho más altos que una persona—, pero también llevaban armas improvisadas. Thalia ya había visto las cuchillas del cortador de setos, pero no sólo cuchillas. Entre su arsenal, los sirvientes también tenían mangueras de agua de alta presión para limpiar las baldosas de mármol. Tenían mayales para recortar los bordes de los parterres. Tenían brazos manipuladores para sostener las herramientas y los materiales.
Ahora que la multitud estaba más tranquila, pudo oír una voz que sobresalía de entre todas las demás. Era tranquilizadora, moderada. Tenía un tono amplificado que sugería que procedía de uno de los sirvientes.
Susurró una orden al látigo cazador.
—Modo de vigilancia hacia adelante. Avanza veinte metros y espera cien segundos antes de regresar. Posición de sigilo extremo.
Soltó el mango. Con una velocidad extraordinaria, el látigo cazador desplegó su filamento y se deslizó por uno de los huecos del seto en forma de diamante. Thalia oyó un ligero silbido entre el follaje agitado, luego nada. Se tocó un lado de las gafas con el dedo y abrió una ventana que mostraba el punto de vista del látigo cazador. La imagen permaneció nivelada mientras la máquina se deslizaba hasta su punto de vigilancia, directamente frente a Thalia. A través de los huecos del seto podía ver el fino cordón de su filamento, que serpenteaba a lo largo del suelo con el mango a tan solo unos palmos del césped.
La máquina llegó a su punto de vigilancia. No había nada, excepto hierba entre el látigo cazador y el cordón exterior de sirvientes. Se detuvo y poco a poco elevó su mango hasta que la multitud volvió a ser visible. La imagen se amplió e hizo
clic
a través de los factores de magnificación. El látigo cazador tenía la inteligencia suficiente para identificar a las personas y centrar su atención en ellas. Thalia examinó los rostros, vio miedo y confusión en varios, rabia en otros, pero también una especie de confiada aceptación en muchos.
El captador de sonido del látigo cazador amplificó una voz en el auricular de Thalia.
—… Ha entrado en vigor un estado de emergencia —dijo una voz—. Aunque aún no disponemos de toda la información, hay pruebas suficientes de que Casa Aubusson ha sufrido el ataque de un grupo hostil. Este incidente todavía no se ha resuelto. Además del sabotaje a los servicios de abstracción, parece que se ha introducido un agente neurotóxico aerotransportado en la biosfera. Hasta que no se determine el foco y el alcance de este agente, lamento comunicarles que es necesario suspender la libertad normal de movimiento y comunicación. En las zonas en las que los agentes de policía no puedan ser activados o desplegados, los sirvientes realizarán las mismas funciones. Esta medida provisional ha sido puesta en marcha para su seguridad. Los agentes de policía están ahora evaluando de forma activa la magnitud y la amenaza del ataque. También se ha notificado la situación a los funcionarios de Panoplia, que están formulando una respuesta estratégica adecuada. Mientras tanto, por favor, ayuden a la policía cooperando con los operativos designados localmente, ya sean humanos o sirvientes, para que los recursos del hábitat puedan dirigirse con eficacia a eliminar la amenaza. Les agradezco su ayuda en este difícil momento. —La voz se calló, pero solo momentáneamente, pues lo que sin duda era una grabación habló de nuevo—: Soy el agente de policía Lucas Thesiger, y hablo en nombre de la policía de Casa Aubusson, bajo los términos de la Ley de Emergencia Civil. Lamento informarles de que ha entrado en vigor un estado de emergencia. Aunque aún no disponemos de toda la información…
El látigo cazador abandonó su vigilancia y comenzó a regresar junto a Thalia. Ella se quitó las gafas, las plegó y volvió a guardarlas en el bolsillo de la túnica. El látigo cazador emergió a través del seto con un susurro. Thalia abrió bien los dedos de la mano derecha y permitió que el mango saltara; el filamento se replegó en el mismo instante.
Al girarse para mirar el camino por el que había llegado y trazar su ruta, vio la forma en movimiento de un sirviente grande de seis ruedas. Solo podía ver la mitad superior de la máquina, pues el resto estaba oscurecido por la línea de un seto. Era un robot naranja con un caparazón brillante. En la parte delantera llevaba las pinzas y la pala de un aparato industrial de recogida de basura. La máquina estaba rodando de forma lenta y ruidosa por un sendero de gravilla, y aplastaba las piedras bajo sus neumáticos. Thalia repitió mentalmente el camino que había seguido y supuso que el robot llegaría junto a ella en quince o veinte segundos; antes, si ella regresaba por donde había venido.
Puede que no le hiciera nada. Puede que solo pasara ruidosamente por su lado para hacer algún recado preprogramado.
No iba a arriesgarse.
Empezó a caminar agachada todo lo rápido que pudo, sosteniendo con fuerza el látigo cazador. Llegó a un callejón sin salida en el que convergían tres setos que le bloqueaban el paso. El sirviente se acercó un poco más. Thalia se arriesgó a echar una mirada y vio que la luz del sol azulada se reflejaba en su caparazón. Con los ejes de sus seis ruedas desplegados, su sistema de recogida de basura en forma de pinzas y el poco halagüeño grupo de cámaras metido bajo el borde delantero del caparazón, la máquina que se dirigía hacia ella tenía un aspecto fiero y parecido a un cangrejo. Una hora antes habría pasado delante de ella sin mirarla siquiera. Ahora hacía que se sintiera mortalmente asustada.
Thalia pulsó uno de los controles de alta resistencia que el látigo cazador llevaba instalado en el mango. Modo espada. El filamento se alargó un metro y se puso rígido como un rayo láser. Thalia lo sujetó con ambas manos y empujó la cuchilla hacia el seto. Cortó de lado, y automáticamente el látigo cazador torció la cuchilla para poner en juego los microscópicos mecanismos ablativos del filo cortante. No se produjo ninguna resistencia detectable. Una bajada en picado, un movimiento horizontal, otro hacia arriba. Retiró la cuchilla, luego empujó el trozo de seto en forma de cubo que había cortado. Cedió hacia dentro, luego cayó pesadamente en el césped del otro lado. En retrospectiva, pensó que debería haber cortado un agujero más ancho.
No tenía tiempo para las retrospectivas.
Pasó al otro lado zigzagueando. Justo cuando sus talones acababan de atravesar el agujero, el robot dobló la esquina final. Thalia se agachó y permaneció inmóvil. Había entrado en una zona del parterre que delimitaba uno de los estanques, fuera de la vista de los otros sirvientes. El estanque era circular, con una fuente decorativa en el centro.
La máquina se acercó en silencio, excepto por el constante crujido de la gravilla bajo sus ruedas. Thalia se puso tensa, convencida de que la máquina iba a aminorar la marcha o a detenerse. Vería el agujero, pensó; la encontraría, luego llamaría a las otras. Pero la máquina no se detuvo, ni siquiera cuando llegó al corte en el seto. Thalia permaneció todo lo quieta que pudo hasta que el ruido del crujido pasó a formar parte de los sonidos de fondo: el borboteo de la fuente, las voces distantes de la multitud agrupada y el eternamente repetitivo mensaje del agente de policía Lucas Thesiger llamando a la tranquilidad.
Cuando por fin estuvo segura de que la máquina no iba a volver, sacó la cabeza por encima del seto. No había ningún otro sirviente cerca, o al menos ninguno lo bastante grande para que ella lo viera. La máquina naranja estaba girando y cambiando su rumbo para desplazarse a noventa grados en relación al seto que Thalia había cortado, pero no en una dirección que la fuera a alejar más. Thalia miró la línea del seto que la máquina estaba atravesando y vio una abertura en su extremo más lejano, que le había pasado desapercibida en su primera inspección. Si la máquina llegaba a ese punto y luego se daba la vuelta hacia ella, Thalia quedaría expuesta. Thalia guardó el látigo cazador. Volvió a atravesar el agujero que había hecho, y las esquirlas de la gravilla se le clavaron en la piel de las palmas de las manos cuando se agachó de nuevo. Adoptó una pose inmóvil otra vez y vio que el sirviente naranja se dirigía al final del seto y luego giraba hacia el cercado alrededor del estanque. Había tenido razón al escabullirse a través del seto. Aunque la máquina solo llevara un sistema de visión rudimentario, la habría visto.
Su instinto le dijo que se moviera mientras la máquina estaba ocupada en sus cosas, pero se obligó a permanecer inmóvil. Había visto algo en la pala del sirviente, algo que no tenía por qué estar allí.
La maquina rodó de forma lenta y ruidosa hasta el borde del estanque. Unos brillantes pistones se alargaron cuando levantó la pala. El ángulo de la pala se inclinó hacia abajo. La cosa que Thalia había entrevisto se deslizó y cayó al agua. Era un cuerpo, un hombre muerto vestido con el mono marrón de los guardas del parque. Cuando el cuerpo cayó al estanque, lo bastante flácido como para sugerir que la muerte había sido reciente, Thalia percibió un profundo corte rojo en el pecho del hombre, que le había atravesado la ropa. Luego el cuerpo desapareció. Durante un instante un codo sobresalió del agua y luego se hundió. La fuente sacó una espuma blanca sobre la superficie del estanque que ocultó el cuerpo por completo.
Thalia estaba temblando. Volvió a desabrocharse el látigo cazador. No se había creído el mensaje grabado de Lucas Thesiger, si es que tal persona existía. Pero al menos hasta ese momento se había preparado para creer que los sirvientes estaban actuando bajo algún protocolo de extrema urgencia. Quizá la verdad era sencillamente demasiado inquietante para revelársela a la ciudadanía, por miedo a que cundiera el pánico.
Pero incluso en un estado de emergencia, uno no enterraba cuerpos en estanques cívicos.
—Antes éramos cien —dijo Clepsidra—. Dormíamos en esta sala, o al menos aquí descansábamos durante el vuelo interestelar. La mayoría de nosotros aún seguimos vivos, conectados al
Exordium
a través de conexiones neurales.
—¿Dónde está? —preguntó Dreyfus.
—En otro lugar de la nave.
—¿Puede enseñármelo?
—Podría, pero entonces tendría que matarlo.
No estaba seguro de si estaba intentando gastarle una broma o si lo había dicho completamente en serio.
Le contó lo menos que pudo sobre la tecnología del aparato. Lo único que Dreyfus tenía claro era que el
Exordium
era una especie de periscopio cuántico que trataba de ver dentro de un turbio y brumoso mar de imbricados Estados futuros. Lo que Clepsidra llamaba la «función de probabilidad retrocausal» era generada por versiones futuras de los mismos durmientes, enchufados a la máquina
Exordium
más abajo de la línea del tiempo. Las mentes de esos mismos durmientes transformaban los nebulosos datos del
Exordium
en predicciones coherentes sobre cosas que aún no habían sucedido.
Miró a los durmientes heridos.
—Por favor, no me diga que están conscientes.
—Es un estado de consciencia similar al del sueño lúcido. Sus mentes han sido esclavizadas para los propósitos de Aurora, nada más. Puesto que sus mentes están dedicadas a procesar las imágenes del
Exordium
, apenas tienen capacidad para lo que usted llama pensamiento normal. Aurora lo ha hecho imposible.