El Prefecto (13 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—¿Y últimamente?

—Las cosas estaban empezando a irle mejor.

—¿Porque la gente empezó a comprender lo que estaba haciendo, o porque mejoró como artista?

—Buena pregunta —dijo Dreyfus—. He mirado algunos de sus trabajos anteriores. Hay similitudes con la escultura inacabada, pero también falta algo. Siempre ha sido muy competente desde un punto de vista técnico, pero no sentí una conexión emocional con los trabajos más antiguos. La habría calificado como otra rica postmortal con demasiado tiempo libre, convencida de que el mundo le debe la fama además de todo lo que ya le ha dado.

—Ha dicho que cree que conoce la cara.

—Sí. Pero los forenses no han encontrado ninguna conexión y cuando pasé la escultura por las turbinas de búsqueda, tampoco obtuve ningún resultado. Supongo que no es sorprendente, dada la forma estilizada que le ha dado a la cara.

—Así que se ha quedado en blanco.

Dreyfus sonrió.

—Pues no. Vernon me dijo una cosa.

—¿Vernon? —preguntó Sparver.

—El pretendiente de Delphine, Vernon Tregent, uno de los tres recuperables estables. Me dijo que la obra formaba parte de su serie «Lascaille». El nombre me sonaba de algo, pero no sabía de qué.

—Así que lo pasó por las turbinas.

—No ha sido necesario. Sentado aquí hablando contigo me ha venido a la cabeza.

Y era verdad. Cada vez que pronunciaba el nombre para sus adentros, veía una oscuridad incomprensible, un muro de color negro sin estrellas más profundo que el propio espacio. Veía oscuridad, y algo que caía en esa oscuridad, como un pétalo blanco que bajara flotando hacia un océano de tinta negra.

—¿Va a sacarme de dudas? —preguntó Sparver.

—La Mortaja de Lascaille —respondió Dreyfus, como si no fuera necesario añadir nada más.

Thalia estaba repasando el archivo de sumario sobre Carrusel Nueva Seattle-Tacoma cuando recibió una llamada. Levantó los ojos de su compad y conjuró frente a ella el rostro de su jefe. A través de la ligera opacidad del panel visualizador, vio hábitats que se movían con lentitud, vastos y señoriales como icebergs.

—No estoy interrumpiendo nada, ¿verdad? —preguntó Dreyfus.

Thalia intentó no sonar nerviosa.

—En absoluto, señor.

—Nadie me ha comunicado tu salida.

—Todo ocurrió muy rápido, señor. Tengo el parche para el virus electoral que le permitió a Caitlin Perigal alterar los resultados. Voy a probarlo antes de poner en marcha los diez mil.

—Bien. Será un dolor de cabeza menos. ¿Quién va contigo?

—Nadie, señor. Voy a ocuparme de las actualizaciones iniciales yo sola.

Algo se movió nerviosamente en el rabillo del ojo derecho de Dreyfus, el ojo vago.

—¿Cuántas vas a hacer?

—Cuatro, señor. Terminaré en Casa Aubusson. Les he dicho a los séniores que puedo completar las actualizaciones en sesenta horas, pero estaba mostrándose precavida a propósito. Si todo va bien, habré acabado mucho antes.

—No me gusta la idea de que vayas sola, Thalia.

—Soy perfectamente capaz de hacerlo, señor. Otro par de manos me ralentizaría.

—Esa no es la cuestión. La cuestión es que una de mis ayudantes ha salido sin refuerzos.

—No voy a iniciar un confinamiento, señor. Nadie va a enfrentarse conmigo.

—No vamos a ser populares solo porque no estemos aplicando confinamientos. Los ciudadanos pasan de odiarnos y temernos a tolerarnos con cierta sospecha, en el mejor de los casos.

—Hace cinco años que hago este trabajo, señor.

—Pero nunca sola.

—Estuve sola en Bezile Solipsista durante ocho meses.

—Pero nadie te vio. Por eso lo llaman Bezile Solipsista.

—Necesito demostrar que puedo ocuparme de una misión difícil yo sola, señor. Esta es mi oportunidad. Pero si de verdad cree que debo regresar a Panoplia…

—Por supuesto que no, ahora que ya has salido. Pero sigo enfadado. Tendrías que haberlo hablado primero conmigo.

Thalia irguió la cabeza.

—¿Me habría dejado ir sola?

—Seguramente no. No permito que un valioso miembro de mi equipo salga a un entorno peligroso sin estar completamente seguro de que está protegido.

—Entonces ya sabe por qué salí sin llamarlo.

Vio que algo cedía en su expresión, como si reconociese que era una pelea que no iba a ganar. Había escogido a Thalia por su inteligencia, por su mente independiente. No podía sorprenderle que la correa estuviera comenzando a molestarle.

—Prométeme una cosa —dijo—. En cuanto suceda algo que no te guste… me llamas, ¿entendido?

—Baudry dijo que no podrán enviar un destacamento si me encuentro en apuros, señor.

—Que Baudry diga lo que quiera. Encontraría la manera de mover a la propia Panoplia si supiera que alguien de mi equipo está en apuros.

—Lo llamaré, señor.

Al cabo de un momento, Dreyfus dijo:

—Para que lo sepas, no te he llamado para reñirte. Necesito algunas informaciones técnicas.

—Le escucho, señor.

—Pudiste recuperar todas las comunicaciones que se establecieron en los últimos mil días en Casa Perigal, ¿correcto?

—Sí —respondió Thalia.

—Supongo que necesitamos algo similar para la Burbuja Ruskin-Sartorious.

—Si los niveles beta no llegaron intactos, no espere gran cosa de los registros de transmisión.

—Eso pensaba. Pero un mensaje tiene que proceder de alguna parte. Eso significa que alguien debe de tener la transmisión de salida en alguna parte de sus registros. Y si esta viajó más de unos cientos de kilómetros a través del Anillo Brillante, seguramente pasó a través de un
router
o de un concentrador, tal vez de varios. Los
routers
y los concentradores guardan registros de todo el tráfico de datos que pasa a través de ellos.

—Pero no del contenido profundo.

—Me conformo con un punto de origen. ¿Puedes ayudarme?

Thalia pensó en ello.

—Es factible, señor, pero necesitaré acceso a una versión completa del Planetario.

—¿Tu nave puede hacer una copia?

—Es un vehículo policial ligero. Me temo que tendrá que esperar hasta que regrese.

—Preferiría no tener que esperar.

Thalia meditó aun más.

—Entonces… tiene que retrasar el Planetario a la hora de esa transmisión, si la conoce.

—Creo que puedo determinarla —dijo Dreyfus.

—Necesitará delimitarla a unos pocos minutos. Es el periodo de tiempo en el que la red de
routers
se optimiza. Si puede hacerlo, envíeme una instantánea del Planetario. Saque Ruskin-Sartorious y todos los
routers
o concentradores en un radio de diez mil kilómetros. Veré qué puedo hacer.

Dreyfus tenía un aspecto satisfecho muy poco característico de él.

—Gracias, Thalia.

—No le prometo nada, señor. Puede que no funcione.

—Es una pista. Puesto que no tengo nada más, aceptaré cualquier cosa.

Sparver recogió su comida del mostrador y se dirigió a una mesa vacía cerca de la esquina del refectorio. Las luces eran brillantes y el espacio, amablemente curvado y de techo bajo, estaba más animado que nunca. Un grupo de prefectos acababa de regresar de su ronda en uno de los vehículos de exploración profunda. Unos cien cadetes uniformados de gris se apiñaban alrededor de tres mesas situadas cerca del medio; la mayoría llevaba los látigos cazadores de juguete que les habían dado para su formación básica. Los rostros entusiastas y excesivamente fervientes de los cadetes no le eran familiares. En ocasiones Dreyfus daba clases, y a veces Sparver lo sustituía, pero era tan de vez en cuando que nunca había tenido tiempo de recordar el rostro de ninguno de ellos.

Pero estaba claro que todos conocían su nombre. Podía sentir sus miradas de reojo cuando él miraba a los demás comensales de la sala. Toda Panoplia conocía a Sparver porque era el único hipercerdo que había llegado al puesto de ayudante II en veinte años. Había habido otro candidato prometedor en la organización algunos años antes, pero había muerto durante un confinamiento. Sparver no vio a ningún hipercerdo entre los cadetes y no le sorprendió. Dreyfus lo había aceptado de forma incondicional, incluso había movido algunos hilos para que lo asignaran a su equipo y no al de otro, pero la mayoría seguía desconfiando y sospechando de los de su clase. Los humanos de base habían creado a los hipercerdos con propósitos siniestros, y ahora tenían que vivir con el legado de ese crimen. Estaban resentidos con él porque reflejaba los oscuros apetitos de sus ancestros.

Empezó a comer usando unos cubiertos especialmente afilados, con los que sus manos se desenvolvían mejor.

Sintió las miradas de los demás en su espalda.

Sacó su compad y accedió a los resultados del término de búsqueda que había introducido en las turbinas justo antes de entrar en el refectorio. «La Mortaja de Lascaille», había dicho Dreyfus. Pero ¿qué sabía Sparver, o Dreyfus, para el caso, de las Mortajas? No más que cualquier otro ciudadano del Anillo Brillante.

El compad le refrescó la memoria.

Las Mortajas eran «cosas» del espacio interestelar, a años luz de Yellowstone. Las habían encontrado en todas direcciones: esferas negras sin luz de composición desconocida, más grandes que las estrellas. Construcciones alienígenas, seguramente: por eso se llamaba amortajados a sus hipotéticos constructores. Pero nadie había establecido nunca contacto con un amortajado, ni tenía la más mínima idea del aspecto que podían tener los alienígenas, si es que ya no se habían extinguido.

El problema con las Mortajas era que nada que se enviara hacia ellas regresaba intacto. Las naves y las sondas regresaban a las estaciones de estudio completamente destrozadas, en el caso de que regresaran. Nunca se obtuvo ningún dato útil. El único hecho irrefutable era que los vehículos tripulados regresaban menos dañados, y en número mayor, que los robots. Había algo en las Mortajas que era, si no más tolerante con los seres vivos, al menos ligeramente no tan inclinado a destruirlos por completo. Aun así, la mayor parte del tiempo la gente regresaba muerta, con el cerebro demasiado pulverizado incluso para un rastreo post mórtem.

Pero en ocasiones había una excepción.

El compad informó a Sparver que la Mortaja de Lascaille llevaba el nombre del primer hombre que había regresado con vida de una de ellas. Philip Lascaille había salido en solitario y sin permiso de la estación de estudio en la que trabajaba. Contra todo pronóstico, regresó de la Mortaja con el cuerpo y la mente superficialmente intactos. Pero eso no quería decir que Lascaille no hubiera pagado un alto precio. Había regresado mudo, no dispuesto o incapaz de hablar sobre su experiencia. Su conexión emocional con otros seres humanos quedó empobrecida hasta un nivel autista. Se convirtió en una especie de loco que pasaba el tiempo haciendo intrincados dibujos con tiza en bloques de cemento. Lo enviaron al Instituto Sylveste para Estudios sobre los Amortajados, donde se convirtió en una curiosidad de interés cada vez más escaso.

Así que ya había resuelto un misterio, pero planteaba más interrogantes de los que respondía. ¿Por qué se había interesado Delphine en aquel tema, tantas décadas después del regreso de Lascaille? ¿Y por qué su decisión de retratar a Lascaille había resultado en un trabajo de tanto impacto emocional, si sus anteriores creaciones estaban tan desprovistas de emoción?

El compad no tenía nada que decir al respecto.

Sparver siguió comiendo, y se preguntó cuánto habría avanzado Dreyfus en su investigación.

Seguía sintiendo las miradas en su espalda.

—¿Ya ha vuelto del importante recado que tenía que hacer la última vez? —preguntó la invocación nivel beta de Delphine Ruskin-Sartorious.

—Lo siento —respondió Dreyfus—. Tenía que resolver un asunto.

—¿Relacionado con la Burbuja?

—Supongo. —Su instinto le decía que Delphine no necesitaba conocer todos los detalles sobre el capitán Dravidian—. Pero el caso aún no está cerrado. Me gustaría hablar un poco más con usted sobre la forma en que se rompió el trato.

Delphine levantó la mano, se apartó un mechón de cabello suelto y se lo colocó detrás de la cinta de tela que llevaba en la cabeza. Iba vestida con la misma ropa que en la última invocación: un blusón y unos pantalones blancos, las mangas remangadas hasta los codos y los pantalones hasta la rodilla. A Dreyfus volvió a sorprenderle la palidez de sus ojos y la simplicidad de sus rasgos, como los de una muñeca.

—¿Qué le ha contado Vernon? —preguntó.

—Lo bastante como para saber que alguien llamó y que eso bastó para que rechazase la oferta de Dravidian. Me gustaría saber quién hizo esa misteriosa llamada.

—Un representante de otro grupo de ultras, decidido a dejar fuera de juego a Dravidian. ¿Qué importancia tiene eso ahora?

—Imagine por un momento que a Dravidian le tendieron una trampa para que pareciera que quería hacerles daño de forma intencionada —dijo Dreyfus—. ¿Qué razón podría haber para que alguien quisiera dañar a su familia?

Su rostro se mostró receloso.

—Pero fue una venganza, prefecto. ¿Qué otra cosa podría haber sido?

—Sencillamente estoy abierto a otras posibilidades. ¿Usted o su familia tenían enemigos?

—Tendría que preguntárselo a otra persona.

—Se lo pregunto a usted. ¿Qué me dice de Anthony Theobald? ¿Estaba enemistado con alguien?

—Anthony Theobald tenía amigos y rivales, como todo el mundo. ¿Pero enemigos de verdad? No, que yo sepa.

—¿Salía del hábitat a menudo?

—De vez en cuando, para visitar otro Estado o para ir a Ciudad Abismo. Pero nunca hubo nada siniestro en sus movimientos.

—¿Y recibían muchos visitantes?

—Por lo general, nos relacionábamos poco.

—Así que no los visitaba nadie.

—Yo no he dicho eso. Sí, claro que venía gente. No éramos ermitaños. Anthony Theobald tenía sus invitados habituales; a mí me visitaba de vez en cuando algún compañero artista o algún crítico.

—¿Ninguno de ellos tendría ninguna razón para querer matarlos?

—A mí, no.

—¿Y cómo eran los invitados de Anthony Theobald?

En ese momento lo advirtió: una ligera duda en su respuesta.

—Nada fuera de lo corriente, prefecto.

Dreyfus asintió para hacerle creer que estaba satisfecho con aquella respuesta. No obstante, sabía que había tropezado con algo, por muy insignificante que resultase ser. Pero sus años de experiencia le habían enseñado que ahora sería contraproducente insistir. Delphine se vería atrapada entre su lealtad hacia Anthony Theobald y su deseo de que se hiciese justicia, y si la presionaba demasiado, podría asustarla de forma irrevocable.

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