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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (10 page)

BOOK: El Prefecto
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Dreyfus asintió, pues no era necesario acabarla.

—Pero ha hablado de justicia —prosiguió Dravidian, cuando recuperó el aliento o la claridad de mente—. ¿Supongo que eso significa que tiene una opinión clara sobre mi culpabilidad?

—Se cometió un crimen terrible, capitán. Las pruebas que tengo en mi poder son claras sobre la implicación de su nave.

—Huí —dijo Dravidian—. Huí a buscar refugio en el Aparcamiento Enjambre, pensando que allí estaría seguro, que alguien sería comprensivo. Nunca debí huir. Debí confiar en su justicia y no en la de mi gente.

—Yo habría escuchado lo que hubiera tenido que decirme —respondió Dreyfus.

—Lo que sucedió… no es lo que parece.

—Su motor destruyó ese hábitat.

—Sí, eso es cierto.

—Se fue de allí enfurecido porque habían cancelado un trato lucrativo.

—Lamenté que la familia no cerrara las negociaciones. Pero eso no significa que planeara matarlos a todos.

—No fue un accidente, Dravidian. Nadie va a creérselo.

—No he dicho que lo fuera. Fue un asesinato deliberado contra un hábitat inocente. Pero yo no tuve nada que ver. Ni tampoco mi tripulación —añadió con una repentina intensidad.

—O pasó, o no.

—Alguien hizo que ocurriera, prefecto. Alguien se infiltró en el
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y lo usó contra la Burbuja Ruskin-Sartorious. Fuimos el arma, no el asesino.

—¿Quiere decir que alguien entró en la nave y averiguó la forma de encender y apagar los motores en el momento justo para destruir la Burbuja?

—Sí —dijo Dravidian con resignación, como si todas sus esperanzas de que lo creyeran acabaran de evaporarse—. Exactamente.

—Ojalá pudiera creerlo.

—Prefecto, pregúntese una cosa: ¿qué gano mintiendo ahora? Mi tripulación ha sido asesinada, quemada viva a bordo de su propia nave. Dejaron que oyera sus gritos, sus súplicas. Mi nave ha sido destrozada como un animal rabioso que arrojan a los lobos. Me han torturado y soldado al casco. Dentro de muy poco moriré.

—Aun así… —comenzó a decir Dreyfus.

—No sé por qué alguien quería que esto ocurriera, prefecto. No es mi trabajo responder a esa pregunta, sino el suyo. Pero le juro que mi tripulación no cometió ningún crimen.

—Tenemos que comenzar a pensar en bajar de esta cosa —dijo Sparver en voz baja.

Dreyfus alzó una mano silenciadora. Le dijo a Dravidian:

—Pero seguro que alguien de su tripulación fue responsable.

—Nadie en quien yo confiara. Nadie que yo considerase de mi tripulación. Pero otra persona… tal vez.

—¿Quién?

—Aceptamos nuevos reclutas después de llegar a Yellowstone. Algunos miembros de la tripulación se fueron a otras naves; llegaron otros nuevos. Es posible que uno de ellos…

—¿Capitán?

El tono de Dravidian cambió, como si se le acabara de ocurrir algo.

—Sucedió algo extraño. Nuestra lanzadera tuvo una avería. Por eso tuvimos que mover toda la nave cerca de Ruskin-Sartorious, en lugar de trasladarnos en lanzadera desde el Enjambre. No teníamos tiempo de preocuparnos de la causa de la avería, pues teníamos que cerrar un trato. Pero ahora que pienso en ello… ahora que no tengo ninguna otra distracción… estoy convencido de que la avería de la lanzadera fue un sabotaje.

—No lo entiendo.

—Alguien averió la lanzadera, prefecto. Alguien necesitaba una excusa para acercar el
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a la Burbuja. Hasta ahora pensaba que lo que ocurrió, lo que hicieron en nuestro nombre, fue por rabia, por la forma en que se canceló el trato. Que tal vez alguien en la nave pensó que Ruskin-Sartorious tenía que ser castigado por ello. Ahora no estoy tan seguro. —Se calló, y la cara detrás del cristal se quedó completamente quieta. Justo cuando Dreyfus estaba empezando a pensar que el capitán había muerto o perdido la conciencia, sus labios volvieron a moverse—. Ahora me pregunto si no fue premeditado.

—¿No un simple asesinato, sino asesinato a sangre fría?

—Solo puedo contarle lo que sucedió.

—Esos reclutas… ¿puede decirme algo de ellos?

—Eran seis o siete. Lo habitual. Tipos duros que ya habían estado en otras naves. Novatos que no distinguen un extremo de otro del casco. No conocí a ninguno de ellos en persona, solo hice el típico discurso melodramático cuando subieron a bordo.

—¿Ningún nombre, nada?

—Lo siento, prefecto. Si tuviera algo más que decirle, lo haría.

Dreyfus asintió. No había ninguna razón por la que ahora Dravidian quisiese esconder pruebas, si realmente creía en su propia inocencia.

—Lo que no entiendo es por qué alguien querría destruir la Burbuja, si no fue para vengar un trato que se había roto.

—Usted es el investigador, prefecto. Dígamelo usted.

—Va a morir —dijo Dreyfus con suavidad—. Nada que yo diga o haga ahora puede cambiar eso.

—Espero que sea bueno en su trabajo.

—No soy yo quien tiene que decirlo.

—Quienquiera que lo hiciese estaba dispuesto a matar a casi mil personas. Más, ahora que mi tripulación ha pagado con sus vidas. No les va a gustar nada que un prefecto se ponga a fisgonear e intente socavar su buen trabajo.

—No nos pagan para que seamos populares.

—Me parece un hombre decente, prefecto Dreyfus. Puedo oírlo en su voz. Los ultras somos buenos jueces de carácter. Mi tripulación también era gente decente. Aunque no pueda exonerarme a mí, le pido una cosa: haga lo que pueda por quitarles esta vergüenza de sus cabezas. No merecían morir así. El
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fue una buena nave hasta el final. Tampoco merecía morir así. —Vaciló, luego añadió—: ¿Cómo van esas armas nucleares?

Dreyfus echó una mirada a Sparver. Sparver se tocó la manga, como si llevara un reloj de muñeca.

—Veinte minutos, jefe.

Dreyfus paseó la vista por la proa en dirección a la trayectoria de la nave muerta. También estaba mirando de frente a Yellowstone y al Anillo Brillante. El planeta seguía iluminado en su cara diurna. No era imaginación suya que el arco del Anillo Brillante pareciera más ancho que la última vez que lo vio. Sintió como si pudiera distinguir la granularidad centelleante de los hábitats individuales. Con tiempo, paciencia y el conocimiento que tenía de sus órbitas, estaba seguro de que incluso habría podido comenzar a distinguir las estructuras más grandes a ojo. Por ejemplo, ¿no era aquel destello plateado, cerca del extremo oeste del planeta, Carrusel Nueva Venecia, moviéndose en la congestionada urbanización de las órbitas centrales? Y un poco más a la derecha, ¿no era aquella hilera de chispas rojo rubí la firma de los ocho hábitats de la Concatenación Remortal? Entonces, aquel destello azul al este tenía que ser Casa Sammartini, o tal vez el Instituto Sylveste para Estudios sobre los amortajados.

—Creo que ya casi he acabado aquí, capitán.

—Solo una cosa, prefecto. Tal vez no sea nada, o tal vez lo ayude. Tendrá que decidirlo usted mismo.

—Adelante.

—Nuestras negociaciones con Ruskin-Sartorious se llevaron a cabo con el habitual nivel de secretismo. Así es como hacemos las cosas. Sin embargo, alguien de fuera de la Burbuja se puso en contacto con Delphine y le prometió una oferta mejor que la que ya tenía sobre la mesa. Eso significa que alguien sabía lo que estaba pasando.

—Podría haber sido suerte. Vieron su nave atracada cerca de la Burbuja; sabían que la obra de Delphine estaba en venta, y sumaron dos y dos.

—¿Y superaron nuestra oferta por un margen calculadamente efectivo? Lo dudo, prefecto. Alguien ya había hecho todo lo posible por posicionar al
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como un arma asesina. Luego solo tuvieron que simular que les devolvíamos el golpe. Para ello necesitaban un motivo plausible.

—¿Así que lo que está diciendo es… que lo de romper el trato era una artimaña ideada para justificar su ataque?

—Exacto.

Dreyfus sintió en su cabeza el siniestro deslizamiento de las piezas de ajedrez mentales moviéndose en una nueva y amenazadora configuración.

—Entonces tenía que haber otra razón por la que alguien quería destruir la Burbuja Ruskin-Sartorious.

—Ahora lo único que tiene que hacer es averiguar cuál es esa razón —respondió Dravidian.

El capitán Pell soltó los misiles, que se dirigieron a toda velocidad hacia el
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. A veinte ges lo alcanzaron en un poco menos de un minuto y medio. En el último instante antes del impacto, los misiles se abrieron en abanico para que sus tubos de escape adoptaran la forma de una mano de tres zarpas, que se cerró alrededor de la nave de Dravidian con una rápida ansia predatoria.

Las tres explosiones nucleares se difuminaron en un solo destello inseparable. Cuando la radiación y los escombros se disiparon, no quedaba nada de la nave asesina, ni de su capitán.

Dreyfus se alejó de la ventana del casco con la fría sensación de que aún le quedaba trabajo por hacer.

7

En la calma enclaustrada de su anexo de seguridad privado, el prefecto sénior Sheridan Gaffney miraba el rostro de Aurora. Llegó a través de un canal de comunicación imposible de localizar, pues estaba disfrazado de un intercambio de datos domésticos rutinarios. La estaba esperando; había estado ordenando sus pensamientos y preparando una lista de posibles preguntas y respuestas. Sin embargo, la fuerza de su fulminante mirada lo hacía sentir aturdido y mal preparado.

—Ha pasado mucho tiempo, Sheridan —dijo.

—Lo siento —respondió pasándose una manga por la frente—. Las cosas se han complicado por aquí. Pero todo está bajo control.

—¿Todo, Sheridan? Entonces, ¿confías en que no habrá consecuencias adversas por el incidente de Ruskin-Sartorious?

—Creo que no.

Estaba mirando a una niña mujer, una chica de edad indeterminada sentada en un sencillo trono de madera. Llevaba una túnica verde oscuro bordada en oro sobre un vestido de color rojo fuerte, también bordado en oro. Sus dedos, curvados sobre el apoyabrazos, jugueteaban con él de una forma que sugería un ligero nerviosismo, más que aburrimiento o impaciencia. El pelo castaño rojizo, peinado con una raya al medio, le caía sobre los hombros en una simetría perfecta, y enmarcaba un rostro de una serenidad sorprendente y encantadora. Detrás de su cabeza, a modo de halo, había un motivo de oro brillante en un bajorrelieve de madera. Sus ojos, de color azul líquido, desbordaban una inteligencia perpleja. Gaffney sabía que haría cualquier cosa por esos ojos, por ese rostro.

—¿«Crees» que no? —preguntó ella.

—Por desgracia, Dreyfus lleva el caso. Preferiría que no estuviese metiendo sus narices en el asunto, pero no podía apartarlo de la investigación sin llamar la atención.

—Eres jefe de seguridad, Sheridan. ¿No podías haber sido más creativo?

—He estado muy ocupado preparando el terreno para Thalia Ng. Eso ha exigido mucho más que creatividad, te lo aseguro.

—Sin embargo, ese hombre, ese Dreyfus, es muy listo. Tenemos que controlarlo.

—No es tan fácil —dijo Gaffney, y se sintió como si ya hubieran mantenido esa conversación miles de veces—. Es el prefecto de campo preferido de Jane Aumonier. Incluso le ha dado autorización Pangolín, a pesar de mis protestas. Si interfiero demasiado, Jane se me echará encima, metafóricamente hablando. —Puso a prueba a Aurora con una sonrisa—. Ahora mismo no sería una buena idea.

—Jane es un problema —dijo Aurora, ignorando su sonrisa—. Y no podemos seguir posponiéndolo. Cuando la situación de Thalia se haya estabilizado, me gustaría que centraras tus esfuerzos en eliminar a Aumonier.

Gaffney mostró su indignación.

—Espero que no me pidas que la mate.

—No somos asesinos —dijo Aurora visiblemente sorprendida por la sugerencia.

—Hemos matado a novecientas sesenta personas. Si eso no es asesinato, es una manera muy rara de hacer amigos.

—Fueron las víctimas inevitables de una guerra que ya ha comenzado, Sheridan. Lamento la pérdida de esas personas. Si hubiera podido salvar a uno de ellos, lo habría hecho. Pero tenemos que pensar en los millones que salvaremos, no en los cientos que tenemos que sacrificar.

—Pero no dudarías ni un instante en matar a Jane, si se interpusiera en tu camino.

—No tiene que morir, Sheridan. Es una mujer valiente y una buena prefecto. Pero tiene principios que, si bien son admirables, a su manera, la obligarían a interponerse en nuestros planes. Cometería el error de anteponer la lealtad a Panoplia al bien de las personas.

Gaffney meditó las posibilidades.

—Aumonier ha estado sometida a mucha presión últimamente, de eso no cabe duda.

—¿Lo bastante como para que el doctor Demikhov se preocupe?

—Supongo que sí.

—Bueno, desde luego las cosas no van a ser menos estresantes para la prefecto supremo a corto plazo. Quizá podrías preparar su despido por motivos de salud.

—Los otros séniores no lo aceptarán si creen que yo quiero el puesto.

—No necesitamos que tú ocupes el lugar de Jane, Sheridan, solo que ella lo deje. De los otros jugadores importantes (Crissel, Baudry, Clearmountain… ), ¿quién sería su sucesor natural?

—Baudry es la siguiente en la jerarquía.

—¿Cómo lo hará?

—Baudry es competente, pero se centra mucho en los detalles, no tiene la perspectiva estratégica de Jane. Tendrá que ocuparse de muchas cosas a la vez cuando salgamos a la luz. Creo que Baudry podría meter la pata con algunas.

—En otras palabras, le viene muy bien a nuestros planes. —Aurora parecía satisfecha con él, o consigo misma: nunca estaba seguro—. Comienza a hacer los preparativos, Sheridan.

—Dreyfus me preocupa. No dudes que peleará por Jane. Baudry y los otros séniores le tienen mucho respeto, así que será difícil deshacerse de Jane mientras él esté rondando por aquí.

—Entonces solo veo una posibilidad, Sheridan. Será mejor que elimines a Dreyfus. Es un prefecto de campo, ¿correcto?

—Lleva mucho tiempo en el puesto, pero es uno de los mejores.

—Ser prefecto de campo puede ser un trabajo peligroso. —Durante un momento pareció ausente, como si la cara se hubiera alejado de la máscara. Gaffney estuvo tamborileando con los dedos el pedestal de su silla hasta que ella volvió a hablar. Se sentía como un colegial al que dejan solo en el despacho del director—. Tal vez pueda ayudar —prosiguió—. Necesitaré conocer sus movimientos cuando esté fuera de Panoplia. Supongo que puedes enviármelos.

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