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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (46 page)

BOOK: El Prefecto
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—Algunos te dirán que eso la convirtió en la mejor prefecto supremo que podíamos desear.

—Pero la cuestión es, Tom, que nunca hemos podido saberlo con certeza. Crissel y yo… y Gaffney, sí, lo admito, le hemos dado a esta organización nuestros mejores años, y lo único que hemos sacado son canas y arrugas, mientras esperamos a la sombra de Jane. ¡Ninguno de nosotros va a vivir para siempre!

—Ni Jane tampoco. Podrías esperar tu maldito turno.

Baudry suspiró. Algo en ella cedió.

—De acuerdo, quería apartarla. Pero eso no significa que le conviniera seguir al mando. No significa que no hiciésemos lo correcto para Panoplia.

—¿De verdad lo crees? Mírame cuando me respondas.

—Sí —dijo, mirándolo a los ojos durante un largo instante.

Dreyfus asintió, pero no dijo nada. Dejó que se preocupara, que se preguntara si la creía o no.

—De todos modos, tienes que detener a Gaffney. Está fuera de control.

—¿Quieres hablarme del nombre que has mencionado antes? Aurora, ¿verdad?

—Creo que nos enfrentamos a Aurora Nerval-Lermontov, que fue una de los ochenta.

—Murió, Tom. Todos murieron.

—Creo que ella no. Está ahí fuera, en alguna parte, y ha estado esperando su momento durante cincuenta y cinco años.

—¿Escondiéndose?

—Hasta que algo la obligara a salir. Se enteró de algo por Clepsidra, algo que la asustó mucho. Todo lo que ha ocurrido es la respuesta de Aurora a una amenaza percibida. Creo que está tomando el control porque no confía en que nosotros hagamos el trabajo.

—¿Clepsidra era su cómplice?

—No exactamente. Aurora está usando a los combinados, exprimiendo su inteligencia.

—Y ahora el único que queda ha desaparecido.

—Yo no la solté —dijo Dreyfus—. He tomado algunas decisiones cuestionables en mi carrera, pero esta no es una de ellas.

—Entonces, ¿quién lo hizo?

—Ya sabes quién.

—Él no nos traicionaría, Tom. Es un buen hombre, la esencia de Panoplia. Ha dado su alma a la organización. Nada le importa más que la seguridad del Anillo Brillante.

—Quizá. Pero piense lo que piense, está trabajando para Aurora. Trajanova sabía que quien saboteó las turbinas y corrompió mi nivel beta debía de tener acceso de seguridad de alto nivel. Ella misma estaba a tan solo un paso de desenmascarar a Gaffney. Por eso tuvo que matarla.

Baudry sacudió la cabeza una vez, como si estuviera intentando despejar un mal pensamiento que le zumbaba en los oídos.

—No creo que Gaffney actuara contra nosotros. Es más, ¿por qué querría que Clepsidra saliera de esa habitación?

—Porque sabe cosas que no quiere que averigüemos. —Dreyfus levantó el cuello de la litera—. Baudry, escucha. Creo que Gaffney quiere matarla. Creo que va a encontrarla y a matarla, si no lo ha hecho ya. Tienes que encontrarla antes que él.

—No sabemos dónde está.

—Pues empieza a buscarla. Gaffney controla Seguridad Interna, pero tú controlas Panoplia. Aún hay cientos de prefectos a los que no les ha puesto la mano encima.

—Sandra Voi, Tom. ¿De verdad estás proponiendo una guerra dentro de Panoplia?

—No tiene que ser una guerra. Muévete ahora y podrás acabar con Gaffney, borrar su autoridad. Seguridad le debe lealtad, pero también te son leales a ti.

Durante un momento tuvo la impresión de que estaba al menos considerando la idea, dándole espacio. Luego su cara se congeló, y solo le ofreció una negativa tajante.

—No puedo hacerlo.

—Al menos, encuentra a Clepsidra antes que él.

—Eso no va a ser fácil, sobre todo si no quiere que la encuentren.

El brazalete de Baudry eligió justo aquel momento para sonar, y emitió un ruido chillón que desentonaba con la reclusión de la celda. Lo miró, irritada, luego levantó el panel más cercano a su cara. Dreyfus vio que sus párpados se volvían pesados.

—¿Qué sucede?

—El
Sufragio Universal
. —Su voz sonaba distante, fantasmal—. Hemos perdido contacto con ellos durante la fase de acercamiento final a Casa Aubusson. Justo cuando las defensas del hábitat habrían entrado dentro del alcance de sus armas.

Dreyfus asintió. Sabía que el plan era eliminar los sistemas anticolisión con la artillería de largo alcance del crucero.

—¿Todas las comunicaciones, o solo telemetría estratégica?

—Todo. No hay señal. —Hizo una pausa, como si no se atreviese a decir lo que resultaba tan obvio—. Creo que los hemos perdido. Creo que están todos muertos. Crissel, todos esos jóvenes prefectos. —Luego miró a Dreyfus con una especie de terror de combustión lenta—. ¿Qué debemos hacer ahora?

—Confirma que realmente los hemos perdido —dijo Dreyfus—. Luego comienza a reunir todo lo que tengamos en otro lugar del sistema, aunque esté de servicio. Cada cúter, cada corbeta, cada crucero de exploración profunda.

—No podemos ignorar la crisis entre los ultras y el Anillo Brillante.

—Sí puedes —dijo Dreyfus—, porque ya no importa. Nunca fue una crisis. Una distracción, quizá, para que nos desviáramos de lo importante. Y funcionó, ¿verdad? Qué estúpidos hemos sido.

—Lo hicimos lo mejor que supimos —dijo Baudry con tristeza.

—No fue suficiente. Ahora tenemos que estar a la altura. La verdadera crisis empieza ahora.

—Estoy asustada, Tom. Han destruido un crucero de exploración profunda armado hasta los dientes. Se supone que eso no puede ocurrir.

—Yo también estoy asustado —dijo Dreyfus—, pero aún no hemos acabado. Encuentra a Clepsidra. Y asegúrate de volver a convocar una votación. Esta vez no te andes con rodeos. Necesitamos esas armas. Y ahora mismo me importa un rábano quién se enfade.

Gaffney miró el espectáculo surrealista con la combinación adecuada de conmoción y repugnancia. Estaba de pie, con los pies ligeramente separados, la espalda recta, las manos detrás de la espalda. Puede que su reacción fuese artificial, pero nadie podía dudar de la autenticidad de las expresiones en las caras de los otros prefectos internos reunidos en la habitación privada de Dreyfus. Tampoco había ninguna duda sobre los sentimientos de la prefecto sénior Lillian Baudry.

—Esto no puede ser —dijo sacudiendo la cabeza como si aquello pudiese aclarar su visión y mostrar que la escena había sido un espejismo psicológico—. Conozco a Dreyfus. Hemos tenido diferencias en el pasado, pero nunca habría hecho algo así. No a uno de sus testigos.

—Nunca se puede saber lo que va a hacer la gente cuando se vuelve loca —dijo Gaffney con una especie de altivo pesar, como si fuera una verdad que hubiera sabido muchos años antes—. Dreyfus siempre me pareció estable a mí también. Pero es obvio que los recientes acontecimientos han conspirado para llevarlo al límite.

—Pero matarla… Sandra Voi. No tiene sentido, Sheridan.

—Quizá la testigo sabía más de lo que decía —meditó Gaffney—. Ninguno de nosotros sabemos lo que realmente sucedió dentro de esa roca. Podría ser que supiera cosas que dañarían la reputación de Dreyfus.

—En el nombre de Voi, ¿por qué la traería aquí, en ese caso?

—Por formalidad, supongo. Quizá la presencia de Sparver le dificultaba no hacerlo.

—¿Y todo el tiempo tenía pensado matarla?

—Mira las pruebas —dijo Gaffney encogiéndose de hombros con humildad—. Hablan por sí solas, ¿no?

Clepsidra había muerto de un tiro en la cabeza. Al menos aquello era obvio para cualquier observador, igual que el probable punto de entrada de la bala que había acabado con su vida.

—Alguna clase de pistola de balas, no un arma de rayos láser —dijo Gaffney—. No hay quemaduras ni cauterización alrededor de la herida de entrada.

—¿Dónde crees que la mató?

Gaffney adoptó una expresión ambigua.

—Si la mató aquí, la arquitectura de materia rápida seguramente habrá absorbido y procesado los rastros de sangre y otros restos salpicados en las paredes. Ahora no quedará nada. Si murió hace unas horas, los trozos de ella que la habitación ya ha absorbido también se habrán reducido a sus elementos componentes y reciclado por toda Panoplia. —Se tocó los labios con el dedo—. ¿Has comido últimamente?

—No —dijo Baudry con desconcierto—. ¿Qué tiene eso que ver?

—Tal vez quieras evitar los dispensadores durante un tiempo. Si la idea de comer combinado reciclado te disgusta, quiero decir. Si no, adelante.

Baudry palideció.

—No hablas en serio.

—Es la manera en que funciona el sistema de reciclado. No está programado para distinguir entre residuos humanos y residuos domésticos normales. Se supone que no hay asesinatos dentro de Panoplia.

Baudry miró lo que quedaba del cuerpo.

—¿Por qué no fue completamente absorbida?

—Indigestión, supongo. La materia rápida tiene una capacidad de rendimiento específico; no puede absorber demasiado de una sola vez sin bloquearse. —Forzó una expresión afligida—. Sin duda esto es demasiado.

El cuerpo muerto de Clepsidra había sido medio absorbido en el suelo antes de que la materia rápida se hubiera atragantado y reducido sus esfuerzos por procesarla. El efecto era el de una escultura abandonada: el cuerpo de una mujer medio incrustado en un suave mármol negro. Su cabeza encrestada y la parte superior del torso, sus hombros y la parte superior de los brazos estaban al descubierto. Los antebrazos, el vientre y las caderas daban la impresión de estar sumergidos debajo del suelo. Los cuatro dedos de su mano derecha empujaban hacia arriba a través de la superficie como centinelas de piedra, rígidos. Su pierna izquierda salía del suelo, se elevaba hasta el arco de la rodilla, y luego volvía a sumergirse en la superficie absorbente.

—¿Esto es… todo lo que queda? —preguntó Baudry.

—Eso me temo. Tu mente insiste en que tiene que haber un cuerpo intacto debajo del suelo, como un cadáver que se ha hundido en arenas movedizas. Pero no hay nada. Las partes que sobresalen están desconectadas.

Gaffney empujó el dedo de su bota contra el arco formado por la pierna visible de Clepsidra, y la hizo caer. Baudry apartó rápidamente la vista, luego permitió que su mirada regresara al espectáculo. La pierna había dejado dos depresiones circulares en el lugar donde había estado en contacto con el suelo. Unas delgadas fibras de materia orgánica parcialmente procesada colgaban desde la pierna hasta el suelo.

—Se merecía algo mejor —dijo Baudry—. Se armará una buena cuando los otros combinados averigüen que murió aquí.

—Nosotros no la matamos —la tranquilizó Gaffney con amabilidad—. Esto es culpa de Dreyfus, no nuestra.

—Sigo sin entender por qué haría algo así, por no decir cómo. Mover un cuerpo de un lado a otro de la estación sin que nadie vea nada… ¿Cómo se las arregló Dreyfus?

—No es el cuerpo de un viejo, Lillian. Es el cuerpo de la prisionera de Dreyfus, y lo hemos encontrado en la habitación de Dreyfus. Es la última persona que la vio viva. En mi opinión, es razón suficiente para apretarle los tornillos.

—¿Y qué tornillo tendríamos que apretarle?

Gaffney acarició el mango negro de su látigo cazador, que seguía abrochado en su cinturón.

—Necesitamos respuestas, y las necesitamos rápido. Es posible que Dreyfus no se sienta inclinado a contar gran cosa sin un poco de estímulo.

—Hablaré con él, veré qué tiene que decir.

—No quiero ofenderte, pero Dreyfus no va a confesar sin más, aunque le enseñes el cuerpo. Ya has visto lo deseoso que estaba de implicarme.

Baudry miró la atrocidad del suelo.

—Sigo sin creer que Dreyfus haya tenido algo que ver en esto. Todo lo que sé de él indica que no es un asesino, ni un traidor.

—Suelen ser los más discretos.

Gaffney percibió que aquella decisión le provocaba una agonía que se agitaba bajo la suave superficie de su frente.

—No me gusta cómo están yendo las cosas. Pero estamos en una situación de emergencia. Consideraré emitir una orden de rastreo, si lo crees necesario. Solo un escaneo mínimamente invasivo. No quiero que se le haga daño de ninguna manera.

—Hay demasiadas incógnitas, Lillian. Un rastreo no sería la herramienta adecuada para este caso.

—Entonces, ¿qué recomiendas?

—Hay otros métodos a nuestra disposición. ¿Quieres que sea más específico?

—Por favor, dime que no estás hablando de tortura.

Gaffney hizo una mueca de dolor.

—Un viejo término, que no puede realmente aplicarse a un contexto moderno. La tortura son agujas debajo de las uñas, electrodos en los genitales. Sucia e imprecisa. Los nuevos métodos de extracción de información son mucho más refinados. Es como comparar la trepanación con la neurocirugía moderna. Por supuesto, si prefieres que haga un rastreo profundo del córtex…

Baudry se negó.

—No quiero oír nada de todo esto.

—No tienes que hacerlo —dijo Gaffney con una sonrisa tranquilizadora—. Relájate y espera los resultados.

—Es de los nuestros —dijo ella.

Gaffney dio un golpecito al látigo cazador.

—Y me aseguraré de que sea tratado con el respeto que se merece.

Aunque había tenido cuidado en ocultar sus sospechas a los otros, Thalia había llegado a la íntima conclusión de que no habría ningún rescate, al menos no por parte del prefecto sénior Crissel. Habían pasado cinco horas desde que habían hablado, y no había habido señales de su grupo de rescate prometido. Crissel le había advertido que tardarían en llegar hasta ella, pero sabía que ya habría visto alguna señal de su llegada. Había estado mirando el tubo oscurecido de Casa Aubusson por las ventanas del núcleo de voto, hacia la igualmente oscura tapa terminal por donde habían llegado hacía una eternidad. No había detectado ninguna señal de actividad humana, ni siquiera las luces en movimiento de los ascensores de la tapa terminal. Tampoco se había vuelto a comunicar con Crissel ni con ninguno de sus ayudantes. Durante un rato se permitió creer que se habrían encontrado con algún obstáculo inesperado, y que habrían esperado a recibir refuerzos de Panoplia. Pero durante el transcurso de aquellas cinco horas fue perdiendo poco a poco la esperanza. Creyó que no era probable que ni Crissel ni ninguno de sus prefectos hubiera sobrevivido mucho tiempo después de su conversación. Era más que probable que las malévolas máquinas los hubieran matado en cuanto entraron en Aubusson.

Durante aquellas cinco horas había estado observando la acelerada actividad externa, y no había señales de que la llegada de Crissel hubiera alterado el programa en modo alguno. Los sirvientes constructores trabajaban incansablemente, derribando edificios, carreteras y puentes que una vez habían servido a la población humana del hábitat. Cuando la noche de Aubusson comenzó a dejar paso a un amanecer frío y gris, Thalia contempló un paisaje totalmente desolador. El tallo del núcleo de voto era la única estructura grande que quedaba en varios kilómetros a la redonda. Los edificios circundantes habían sido reducidos a escombros, despojados de cualquier cosa que pudiera ser útil para las fábricas. Un polvo gris se había depositado en el césped y los árboles y el agua. Resultaba difícil reconciliar el desolado páramo con sus recuerdos de Aubusson tal como lo había visto hacía menos de un día. Un paisaje tan desolado solo podía ser el producto de años de guerra, no de horas de industria mecanizada.

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