—Esas puertas… ¿forman parte del diseño original del hábitat? —preguntó Aumonier.
Baudry asintió.
—Cuando el hábitat tenía la capacidad y los clientes para construir naves enteras, necesitaban esas puertas para lanzarlas al espacio. Pero nuestros archivos dicen que no se han abierto hace más de un siglo.
—Entonces, ¿por qué se están abriendo ahora?
—Por eso —dijo Dreyfus.
Algo se estaba desparramando por los huecos que había entre las puertas, alejándose en una diáfana masa negra, como una erupción de avispas. Era una nube compuesta de miles de elementos individuales.
Los brazaletes de Dreyfus y de Baudry comenzaron a sonar de forma simultánea.
—Alguien más se ha dado cuenta —dijo Baudry.
—¿Qué es? —preguntó Aumonier con una sensación de náuseas en el estómago.
Hasta el momento, los parámetros de la crisis habían consistido en el escenario de un secuestro en el que Panoplia podía perder el control de cuatro hábitats. Cuatro era inexcusable, el peor desastre en once años, pero era abrumadoramente insignificante comparado con la inmensidad de los diez mil. Aún no sabía qué ocurría, pero tenía la absoluta certeza de que no eran buenas noticias, y que la crisis que se había imaginado no era nada comparada con la que ahora se estaba desencadenando.
—Tenemos que saber qué es… esa espuma —dijo, esforzándose para que su voz no temblara—. Necesitamos números y evaluaciones técnicas. Tenemos que saber para qué sirve y adonde se dirige.
—Las puertas se están abriendo en Szlumper Oneill —dijo Baudry leyendo un resumen de texto en su brazalete. En ese momento, una ventana se amplió y apartó a las otras mientras se llenaba con una vista de largo alcance del otro hábitat. Una nube negra se desbordaba por unas ranuras alargadas situadas cerca de uno de los complejos de atraque.
—Creo que es lo mismo —dijo Aumonier.
—Tiene que serlo —dijo Dreyfus—. La pregunta es: ¿y los otros dos hábitats?
—No hay exceso de actividad termal ni en Carrusel Nueva Seattle-Tacoma ni en Clepsidra Chevelure-Sambuke —dijo Baudry—. Pero según nuestros datos, ninguno de esos hábitats tiene capacidad de fabricación.
Dreyfus se rascó detrás del cuello de su camisa.
—Puede que la actualización de Thalia estuviera contaminada, pero estoy seguro de que eligió esos hábitats por sí misma, basándose en su propio criterio de selección.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Aumonier.
—Que Aurora no ha tenido influencia en los hábitats que está controlando. Con cuatro, había bastantes posibilidades de que al menos uno de ellos tuviera alguna clase de capacidad de fabricación. Pero no era seguro. En cualquier caso, parece que dos de los cuatro no le han servido. Los capturó, pero ahora mismo no puede hacer que trabajen para ella.
—No voy a dejar de vigilar ninguno de esos cuatro hábitats.
—Estoy de acuerdo. Pero nos indica que Aurora no está moviendo todos los hilos. Tuvo que jugar con las cartas que Thalia le repartió. —Dreyfus lanzó una sombría sonrisa—. No diré que me alegro, pero…
—El problema es que tal vez ya hayamos hecho el trabajo que necesita.
—Espero que no sea así. —Pero Dreyfus asintió, indicando a Aumonier que compartía sus temores—. Sin embargo, tienes razón. Tenemos que observar más de cerca lo que esas fábricas están vomitando. ¿Con qué rapidez crees que está saliendo esa cosa?
—No lo sé. A juzgar por la escala… cientos de metros por segundo, quizá más rápido.
—Estoy de acuerdo —dijo Baudry.
—Es lo que yo pensaba —dijo Dreyfus—. Muy rápido, en todo caso. Tengo que confirmarlo en el Planetario, pero dado el poco espacio entre los hábitats, no va a pasar mucho tiempo antes de que el enjambre llegue a otro. Imaginemos que el vecino más cercano de Aubusson esté a sesenta o setenta kilómetros en la misma órbita. Aunque esa cosa solo se esté moviendo a diez metros por segundo, estamos hablando de no más de dos horas. Por supuesto, espero equivocarme.
—Casi nunca te equivocas —dijo Aumonier—. Eso es lo que me preocupa.
Dreyfus miró a Baudry.
—Necesitamos enviar naves que se acerquen a una de esas nubes. Automatizadas, si es posible, pero tripuladas si es lo único que podemos conseguir en el tiempo disponible.
—Me pondré a ello. Tenemos un crucero de exploración profunda, el
Circo Democrático
, que ha entrado en el Aparcamiento Enjambre. Ya le he pedido al capitán Pell que pase por Aubusson para que intente ver los restos del
Sufragio Universal
, buscar supervivientes y observar de cerca el emplazamiento de esas armas.
—Diles que tengan cuidado —dijo Dreyfus.
Baudry dijo.
—Ya se lo he dicho. Ahora les diré que tengan aun más.
—El alcance de la crisis ya no se limita a los cuatro hábitats perdidos —dijo Dreyfus dirigiendo sus palabras a Aumonier—. Pondré en marcha el Planetario de inmediato, pero, mientras tanto, creo que deberíamos emitir un comunicado. Hasta ahora hemos mantenido a la ciudadanía al margen, pero ya es hora de alertar al Anillo Brillante sobre la naturaleza real de la crisis.
Aumonier tragó saliva.
—No quiero un pánico masivo. ¿Qué debemos decirles?
Dreyfus parecía pragmático.
—Sinceramente, el pánico masivo va a ser la menor de nuestras preocupaciones.
—Aun así… todavía no sabemos a qué nos estamos enfrentando, lo que Aurora quiere, o qué hará con esos hábitats cuando los controle.
—Diles que algo está intentando tomar el control —dijo Dreyfus—. Diles que no tiene nada que ver con los ultras, y que practicaremos eutanasia masiva si sospechamos que alguien está intentando ajustar cuentas con el Enjambre. Diles que Panoplia está declarando un estado de emergencia en todo el ancho de banda, y que esta vez necesitamos un voto a favor de usar armamento pesado.
—¿Aún no lo tenemos? —preguntó Aumonier.
—Perdí la oportunidad —dijo Baudry—. Convoqué una votación, hice énfasis en que teníamos una crisis en nuestras manos, pero no expliqué con detalle la verdadera gravedad de la situación. No mentí, pero dejé que pensaran que estaba hablando de la crisis con los ultras.
—¿Porque no querías que cundiera el pánico?
—Exactamente —dijo.
—Entonces hiciste exactamente lo que yo habría hecho. —Aumonier miró fijamente a Baudry durante un largo instante para indicarle que, a pesar de lo que la otra mujer había hecho, no cuestionaba su conducta profesional en su ausencia. Ahora necesitaba aliados a su alrededor, gente que supiera que tenía su confianza—. Pero Tom tiene razón —añadió—. Necesitamos ese voto. De hecho, presentaré una petición para poder usar todos los privilegios de emergencia de los que disponemos. Incluidos los confinamientos en masa y la restricción de la abstracción y de los servicios de voto en todo el ancho de banda.
—No hemos tenido que hacer tal cosa en… —comenzó Baudry.
Aumonier asintió.
—Lo sé. Once años. ¿Ya que parece que fue ayer?
Dreyfus pidió que lo avisaran en cuanto Sheridan Gaffney recobrase la conciencia. Mercier, que ahora estaba ocupándose del paciente después de la delicada operación supervisada por Demikhov, se mostraba reticente a dejar que Dreyfus se acercara al convaleciente prefecto sénior.
—Si tuvieras la más mínima idea de la gravedad del procedimiento por el que acaba de pasar, el alcance del daño interno causado por el látigo cazador… —dijo Mercier agitando sus manos de modo gráfico, su preciada pluma estilográfica agarrada como una daga mientras custodiaba la entrada del centro médico.
Dreyfus miró al doctor con amabilidad. Siempre había tenido una buena relación con Mercier y ahora no quería ponerla en peligro.
—Entiendo tu preocupación. Es admirable. Lo único que necesito saber es si puede hablar.
—Ha sufrido una grave laceración de la tráquea. Tiene la laringe dañada. Ahora mismo lo único que puede emitir es un graznido, e incluso eso le produce mucho dolor. Por favor, Tom. Por grave que fuera lo que hizo, sigue siendo un paciente.
—Si pudiéramos esperar, lo haríamos —dijo Dreyfus—, pero ahora mismo estamos en una situación en la que incluso una hora es demasiado tiempo. Gaffney tiene información vital para la seguridad del Anillo Brillante. Necesito hablar con él de inmediato.
Mercier se desanimó, consciente de que era una guerra que no podía ganar.
—Puedes obligarme, ¿verdad?
—Tengo la autoridad de Jane. Baudry también, por si Jane no te basta. Por favor, doctor. El tiempo pasa mientras tú y yo debatimos la salud de un hombre a quien no le importó asesinar a otra de tus pacientes.
Mercier parecía decepcionado.
—¿Crees que no sé sumar dos y dos, Tom? No soy tan estúpido. Sé perfectamente lo que Gaffney ha hecho. Pero sigue siendo un hombre enfermo, a pesar de lo que le ha hecho a Clepsidra.
Dreyfus puso una mano en el antebrazo de Mercier, que iba vestido con una bata verde.
—Tengo que hacer esto. Por favor, no me lo pongas más difícil.
Mercier se apartó.
—Haz lo que tengas que hacer. Luego sal de mi clínica, Tom. La próxima vez que vengas, será mejor que lo hagas como paciente.
Dreyfus entró en la sala de recuperación. Era un cubo espartano iluminado por unas delgadas tiras azules colocadas en las paredes superiores. Gaffney estaba en una cama situada en un extremo del cubo, atendido por un sirviente médico con un cuello de cisne blanco. La pared de paso transparente se selló tras Dreyfus, y cambió sutilmente la acústica de la sala. Se dirigió a la cabecera de la cama, luego conjuró su silla habitual. El rostro de Gaffney era una máscara impasible, casi moribunda, pero sus ojos delataban que estaba en alerta. Recorrieron a Dreyfus con una intensidad de reptil.
—¿No me traes flores? —dijo Gaffney—. Qué sorpresa.
—Estás más hablador de lo que Mercier me ha hecho creer.
—¿De qué me serviría no estar hablador? Vas a hacerme hablar de un modo u otro.
Las palabras emergieron secas como el carbón, obligadas a salir por separado. Algo horrible traqueteó en sus pulmones.
Dreyfus se puso las manos en el regazo.
—Tenemos un problema, Sheridan. Pensé que tú podrías iluminarnos.
—Te dije todo lo que sabía.
—Ahora tenemos una pista sobre Aurora, pero aún hay muchas cosas que necesitamos saber. —Comprobó su brazalete—. Hace treinta minutos, Casa Aubusson y Szlumper Oneill comenzaron a soltar nuevas entidades manufacturadas en el espacio del Anillo Brillante. Todavía no estamos seguros de qué son, pero al menos ahora tenemos alguna idea de adonde se dirigen. No se están expandiendo en todas direcciones. Se están moviendo en dos hileras dirigidas, como avispas que siguen el rastro de un olor. En menos de dos horas entrarán en contacto con otros dos hábitats con poblaciones de más de seiscientos cincuenta mil ciudadanos entre ambos. ¿Quieres especular sobre lo que ocurrirá cuando lleguen a los hábitats?
La expresión de Gaffney no había cambiado desde que Dreyfus había entrado en la habitación. Su máscara seguía fija en el techo.
—Si tanto te preocupa, ¿por qué no mueves los hábitats?
—Sabes que no podemos cambiar la órbita de una estructura de cincuenta toneladas así como así. Tampoco podemos detener la llegada de esas entidades: puede que los elementos individuales sean vulnerables, pero hay demasiados. Lo único que podemos hacer es alertar a esos hábitats para que preparen sus defensas e inicien el programa de evacuación que tengan disponible. Ya lo hemos hecho, por supuesto, pero dado el tiempo de que disponemos, tendremos suerte si conseguimos evacuar a diez mil ciudadanos antes de que las entidades ataquen. —Dreyfus se inclinó hacia la cabecera de la cama—. Por eso me gustaría saber qué va a ocurrir, Sheridan.
—Entonces tienes una suerte de mierda, Tommy.
—Me decepcionas, Sheridan. Sabes mejor que ninguno de nosotros que no tiene sentido ocultar información. Acabaremos sacándotela, por las buenas o por las malas. Estoy autorizado a hacerte un rastreo profundo del córtex. O podría usar uno de esos modelo C que tanto te gustan. A ver qué te parece una dosis de facilitador de sumisión mejorado.
—En mi estado, ¿cuánto crees que duraría?
—Buena observación —concedió Dreyfus—. Así que tal vez el rastreo sea la opción más segura. ¿Qué preferirías, por simple curiosidad?
—Soy anticuado. Nunca me he llevado bien con los rastreos.
Dreyfus asintió.
—Eso te gustaría, ¿verdad? Te aplico un látigo cazador y te mueres antes de desembuchar, fin de la historia.
—Se me ocurren finales peores.
Dreyfus desenlazó las manos y se golpeó ligeramente la sien con el dedo.
—Hay una cosa que no entiendo, Sheridan. Eres un hombre íntegro de Panoplia, tan buen prefecto como cualquiera de nosotros. ¿Qué hizo exactamente Aurora para convertirte en un traidor?
Por fin la máscara hizo una mueca a modo de sonrisa.
—Tú eres el traidor, Tom, no yo. Tú y todos los cobardes que apartan la vista ante lo que está ocurriendo en el Anillo Brillante. Lo he tenido claro desde que salimos de Infierno Cinco. La gente nos votó para que los protegiéramos. El problema es que abdicamos de esa responsabilidad hace años. Les fallamos.
—En mi opinión, las cosas no son así —dijo Dreyfus.
—Si tuvieras una perspectiva más amplia, lo entenderías.
—Ilumíname, Sheridan. Dime qué no estoy viendo. ¿Tiene esto algo que ver con lo que Aurora vio sobre el futuro?
Al cabo de un momento, Gaffney dijo:
—Entonces sabes lo del
Exordium
.
—Lo bastante como para saber dónde empezar a buscar si tú no me lo dices ahora.
—Aurora vio el fin de todo lo que nos importa, Tom. Hemos creado algo maravilloso en Yellowstone, algo glorioso, algo sin precedentes en la historia. Algo que podría durar mil años, o diez mil. Y, sin embargo, se acaba. Dentro de menos de cien años, todo esto habrá terminado. La humanidad abrió una ventana al paraíso y dentro de ochenta o noventa años se cerrará. El jardín del Edén no es una antigua historia bíblica sobre la caída del paraíso hace miles de años. Es una premonición.
—¿Cómo acaba?
—Todo desaparece en cuestión de días y de horas. Aurora caminó entre sus sueños. Vio hábitats que se quemaban, gente agonizando, vio Ciudad Abismo volviéndose contra sus propios habitantes y convirtiéndose en algo monstruoso.