—Estoy de acuerdo —respondió Aumonier—. La gente no debe sospechar que vamos forzados. En cuanto a ayuda para la evacuación, me pondré en contacto con el CCT. Pueden requisar y redirigir todo el tráfico espacial sin necesidad de una votación. Estaremos limitados por la capacidad de las naves y el flujo de los muelles de atraque, pero tendremos que hacerlo lo mejor que podamos. —Miró directamente a Baudry—. Quiero los nombres de diez hábitats, Lillian. De inmediato.
—Me gustaría volver a hacer la simulación variando un poco los parámetros —dijo Baudry.
—No hay tiempo. Dame esos nombres.
Baudry se quedó boquiabierta, como si estuviera a punto de decir algo y las palabras se le hubieran escapado de repente. Cogió su aguja y su compad y comenzó a hacer la lista. La mano le temblaba ante la enormidad de lo que estaba haciendo.
—¿Cuánto tiempo vas a darles antes de lanzar las armas nucleares? —preguntó Dreyfus.
—No podemos esperar un día —dijo Aumonier—. Sería demasiado tiempo, demasiado arriesgado. Creo que trece horas es un compromiso razonable, ¿no crees?
Sabía que no podía hacerse, pensó Dreyfus. Excepto por los Microestados familiares más pequeños, no había ningún hábitat en el Anillo Brillante que pudiera ser evacuado en ese tiempo. Aunque los vehículos de evacuación estuvieran atracados y preparados, listos para abandonar su mundo de una forma ordenada y tranquila, un mundo en el que muchos de ellos habían pasado toda su vida.
No podía hacerse. Pero al menos esas personas tendrían una oportunidad de salir, en lugar de ninguna. Era lo único con lo que Jane contaba.
—Tengo los nombres —dijo Baudry.
Aumonier flotaba inmóvil como una roca, anclada en el epicentro de su propio universo sensorial. La mayoría de sus paneles estaban vacíos, a excepción de una brillante franja ecuatorial que se centraba solo en los veinticinco o treinta hábitats que corrían un riesgo inmediato o secundario de ser asaltados por Aurora. Las vistas no dejaban de cambiar, lo que confundía el sentido de la orientación de Dreyfus.
—Vamos a perder Brasilia y Flamarión —dijo Aumonier para reconocer su presencia—. Los escarabajos se han adentrado en ambos hábitats y la ciudadanía no puede contenerlos. Ya han sufrido pérdidas atroces, y lo único que han hecho es frenar su acercamiento a los núcleos de voto.
Dreyfus no dijo nada, pues sintió que Aumonier no había terminado. Al final le preguntó:
—¿Le han sacado algo a Gaffney?
—No mucho. Acabo de leer el resumen inicial del equipo de rastreo.
—¿Y?
—Han aclarado al menos un misterio. Sabemos cómo movió a Clepsidra de la burbuja a mi habitación. Usó un no envoltorio.
—No estoy familiarizada con el término —dijo Aumonier.
—Es un dispositivo de invisibilidad. Un caparazón de materia rápida con cierta autonomía y la capacidad de ocultarse a la observación superficial. Guardas en él lo que no quieres que la gente encuentre.
—Suena justo como la clase de cosa que debería estar prohibida en cualquier sociedad honrada. ¿Cómo se hizo con él?
—Parece que pertenecía a Anthony Theobald Ruskin-Sartorious. Anthony Theobald debió de conseguirlo a través de sus contactos en el mercado negro de armas. Usó el no envoltorio para escapar de su hábitat justo antes de que fuera incendiado por la nave de Dravidian.
Aumonier arrugó ligeramente el ceño.
—Pero Anthony Theobald no escapó. Lo único que pudiste interrogar fue su copia de nivel beta.
—Parece que Gaffney interceptó el no envoltorio antes de que cayera en manos de los aliados de Anthony Theobald.
—¿Y luego qué?
—Lo abrió. Luego le hizo un rastreo a Anthony Theobald para ver si podía averiguar dónde estaba la cosa a la que Ruskin-Sartorious estaba dando refugio.
—Voi. ¿Gaffney lo rastreó?
Por su expresión, Dreyfus podía imaginar qué estaba pensando. Una cosa era que te rastrearan dentro de Panoplia, donde se aplicaban normas estrictas, y otra muy distinta recibir el mismo tratamiento en otro lugar, infligido por un hombre que actuaba fuera de los límites de la ley y a quien no le importaban nada las consecuencias de sus acciones.
—Por desgracia, no consiguió toda la información que esperaba.
—Supongo que siguió rastreando a Anthony Theobald hasta quemarle el cerebro.
—Eso es lo extraño —dijo Dreyfus—. Parece que se detuvo al final. Le sacó algo, y luego se detuvo antes de quemarlo completamente.
—¿Por qué no llegó hasta el final si pensaba que podía sacarle algo más?
—Porque Gaffney no se ve como un monstruo. Es un prefecto, sigue haciendo su trabajo, sigue adhiriéndose a sus principios mientras el resto de nosotros traiciona la causa. Mató a Clepsidra porque no tenía alternativa. Mató a la gente de Ruskin-Sartorious por la misma razón. Pero no es un asesino indiscriminado. Sigue pensando en las decenas de millones que va a salvar.
—¿Qué más consiguió?
—Ahí es donde el equipo de rastreo encontró resistencia. Gaffney no quería decir lo que le había sacado a Anthony Theobald. Pero consiguieron una palabra.
—Dímela.
—«Firebrand».
Aumonier asintió muy lentamente. Se dijo la palabra a sí misma, como si estuviera probando cómo sonaba en sus labios.
—¿El equipo de sumario tiene algo sobre esa palabra?
—Para ellos no significa nada. «Firebrand» podría ser un arma, una nave, un agente, cualquier cosa. O podría ser el nombre de un perrito que Anthony Theobald tenía a los cinco años.
—¿Tienes alguna teoría?
—Me inclino a pensar que no significa nada: algo que salió de Anthony Theobald, que a Gaffney le pareció importante, o algo que salió de Gaffney. He buscado la palabra. Mucha información, pero nada que me haya llamado la atención.
—Es normal —dijo Aumonier.
Dreyfus oyó algo en su tono de voz que no esperaba.
—¿Porque no significa nada?
—No es por eso. «Firebrand» tiene un significado muy específico, sobre todo en Panoplia.
Dreyfus sacudió la cabeza.
—No he encontrado nada, Jane.
—Porque estamos hablando de un secreto operativo tan altamente clasificado que ni siquiera Gaffney lo conocía. Es muy oscuro, protegido de cualquier escrutinio incluso dentro de la organización.
—¿Vas a explicármelo?
—Firebrand era una célula dentro de Panoplia —dijo Aumonier—. Fue creada hace once años para estudiar cualquier artefacto relacionado con el Relojero.
—¿Te refieres a los relojes, a las cajitas de música?
Aumonier respondió con una tranquilidad sobrehumana, pues no disfrutaba contradiciéndole.
—Más que eso. El Relojero creó otras cosas durante su orgía asesina. Los archivos públicos dicen que no sobrevivió ninguno de esos artefactos, pero en realidad se recuperaron algunos. Eran cosas pequeñas, de uso desconocido, pero como las había hecho el Relojero se consideraban demasiado únicas para destruirlas. Al menos no hasta que las hubiéramos estudiado y hubiéramos averiguado lo que eran y cómo podíamos aplicar esos datos para la seguridad futura del Anillo Brillante. —Antes de que Dreyfus pudiera hablar, añadió—: No nos odies por haberlo hecho, Tom. Teníamos el deber de averiguar todo lo que pudiéramos. No sabíamos de dónde había venido el Relojero. Puesto que no lo entendíamos, no podíamos descartar la posibilidad de que surgiera otro. Si eso volvía a ocurrir, teníamos que estar preparados.
—¿Y? —preguntó—. ¿Lo estamos?
—Yo instigué Firebrand. La célula era solo responsable ante mí, y durante un par de años permití que funcionara en el más absoluto secreto dentro de Panoplia.
—¿Cómo es que Gaffney no lo sabía?
—El predecesor de Gaffney lo sabía, pues no podríamos haberla creado sin cierta cooperación de Seguridad Interna, pero cuando entregó las riendas no había necesidad de informar a Gaffney. Para entonces, la célula era autosuficiente, operaba dentro de Panoplia, pero estaba completamente aislada de los mecanismos usuales de vigilancia. Y así siguieron las cosas durante un par de años.
—¿Qué ocurrió después?
—Hubo un accidente: uno de los artefactos, que en apariencia estaba muerto, se reactivó. Mató a la mitad de la célula antes de que el resto pudiera controlarlo. Cuando me enteré, tomé la decisión de cerrar Firebrand. En aquel momento me di cuenta de que ninguna ventaja podía ser mayor que los riesgos de permitir que esos artefactos siguieran existiendo. Ordené que se destruyeran todos los restos, que se borraran todos los archivos y que la propia célula se disolviera. Los implicados retomaron los trabajos que oficialmente nunca habían dejado.
—¿Y? —preguntó Dreyfus.
—Poco después, recibí confirmación de que mis órdenes habían sido ejecutadas. La célula había dejado de existir. Los artefactos habían sido destruidos.
—Pero eso ocurrió hace nueve años. ¿Por qué volvería a reunirse Firebrand ahora?
—No lo sé.
—Alguien está provocando a viejos fantasmas, Jane. Si Firebrand está relacionada con Panoplia, ¿cómo es posible que Anthony Theobald conociese su existencia?
—No estamos seguros de eso. Podría ser una deducción equivocada del rastreo.
—O podría explicar por qué Gaffney estaba tan interesado en la familia Ruskin-Sartorious —dijo Dreyfus—. Tú desactivaste esa célula, Jane. Pero ¿y si la célula tenía otros planes?
Los ojos de Aumonier brillaron nerviosamente.
—No te sigo.
—A ver. Los miembros de esa célula decidieron que su trabajo era demasiado importante para dejarlo, a pesar de lo que tú opinaras. Te dijeron que habían cumplido tus órdenes. Pero ¿y si solo se trasladaron?
—Me habría enterado.
—Ya me has dicho que esa célula era prácticamente imposible de encontrar —dijo Dreyfus—. ¿Puedes estar segura de que no siguieron trabajando sin tu conocimiento?
—Nunca habrían hecho algo así.
—Pero ¿y si creían que estaban haciendo lo correcto? Tú estabas convencida de la utilidad de Firebrand cuando la fundaste. ¿Y si sus miembros pensaran que esas razones seguían siendo válidas, aunque tú intentases acabar con ella?
—Me eran leales —dijo Aumonier.
—No lo dudo. Pero tú ya habías puesto un mal ejemplo, Jane. Les habías enseñado que el engaño era aceptable, en interés del bien común. ¿Y si decidieron que tenían que engañarte a ti para mantener la célula operativa?
Durante un largo instante, Aumonier no dijo nada, como si las palabras de Dreyfus no solo la hubieran dejado perpleja, sino también hubieran socavado toda su seguridad.
—Les dije que acabaran con ella —dijo en voz tan baja que Dreyfus no la habría oído si no hubiese estado esperando una respuesta—. Les ordené que acabaran con Firebrand.
—Parece que ellos no estaban de acuerdo.
—Pero ¿por qué sale todo esto ahora, Tom? ¿Qué tiene que ver con Anthony Theobald, o con Gaffney, o con Aurora?
—Había algo en la Burbuja Ruskin-Sartorious que tenía que ser destruido —dijo Dreyfus—. Algo que ni siquiera nosotros sabíamos que estaba allí, pero que Aurora consideraba un impedimento para sus planes, algo que tenía que ser eliminado antes de que pudiera comenzar el golpe de Estado.
—¿Crees que Firebrand se trasladó a la Burbuja Ruskin-Sartorious hace nueve años?
—Si tú habías terminado con la célula, les habría resultado demasiado difícil seguir siendo operativos dentro de Panoplia, sobre todo si algo volvía a salir mal. También habría sido demasiado arriesgado trasladarse a otro lugar del sistema, puesto que ello habría implicado viajes que no podrían justificar como asuntos rutinarios de Panoplia. Así que, ¿por qué no otro hábitat? Algún lugar lo bastante cercano para que fuese fácilmente accesible, pero lo bastante discreto como para contener algo tan secreto que ni siquiera nosotros lo supiésemos.
—¿Cuál habría sido la implicación de Anthony Theobald?
—No lo sé —dijo Dreyfus, que seguía ordenando las ideas en su cabeza—. ¿Tenía alguna relación anterior con Firebrand?
—No que yo sepa.
—Entonces seguramente le dijeron que mantuviera la boca cerrada a cambio de ciertos favores. Fueran lo que fuesen esos favores, parece que estaba dispuesto a sacrificar a su propia familia para salvaguardarlos. Él fue el único en salir con vida justo antes de que la Burbuja fuese destruida. Supongo que tu célula ya tenía acceso a ciertos fondos, sin tener que pasar por los canales habituales.
—Como he dicho, era algo extremadamente secreto. Si necesitaban algo, recursos, equipamientos, expertos, lo tenían, sin preguntas.
—Entonces imagino que tenían muy contento a alguien como Anthony Theobald.
—Debió de enterarse con antelación de que la Burbuja iba a ser destruida —dijo Aumonier.
—O sumó dos y dos. Según el rastreo de Gaffney, Firebrand salió de la Burbuja en el último minuto. Debieron de recibir información de que algo los estaba acorralando, intentando apoderarse de los artefactos del Relojero.
—Aurora —dijo Aumonier.
—Casi seguro. Fuera lo que fuese, bastó para asustarlos y para que saliesen corriendo a esconderse. Quizás avisaron a Anthony Theobald: saca a tu familia de aquí mientras puedas, esa clase de cosa. Luego cambiad de identidad y escondeos durante un par de siglos, hasta que las cosas se calmen. Pero obviamente Anthony Theobald decidió dar prioridad a salvar su propio pellejo.
—Excepto que Gaffney fue más listo.
—Necesitamos averiguar quién sigue detrás de Firebrand, Jane. Tenían algo en la Burbuja que asustó mucho a Aurora. Por razones obvias estoy interesado en averiguar qué era.
—Si aún existe.
—No lo destruyeron hace nueve años. Es muy posible que tampoco lo hayan destruido esta vez. Lo trasladaron. Encuentra a alguien relacionado con Firebrand y tendremos una oportunidad de hacernos con los artefactos.
—No será fácil.
—Es lo único que tenemos. Necesito nombres, Jane. Todos los que formaban parte de la célula original cuando la cerraste. Los recuerdas, ¿no?
—Por supuesto —dijo, aparentemente consternada ante la pregunta—. Los memoricé. ¿Qué vas a hacer con ellos?
—Hacerles preguntas difíciles —dijo Dreyfus.
Thalia y Parnasse estaban solos debajo del nivel público más bajo de la esfera del núcleo de voto. Ya habían estado en aquellos pasillos y salas antes, buscando material para la barricada, pero la expedición había sido en gran parte infructuosa. Thalia no esperaba tener que hacer otro viaje a aquel desapacible espacio, y desde luego no con la destructiva intención que ahora ocupaba sus pensamientos. Aunque fuera era de día, muy poca luz llegaba a aquellos lóbregos subniveles.