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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (51 page)

BOOK: El Prefecto
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—Un tiempo de plagas —dijo Dreyfus.

—Nadie ve que se acerca. No hay tiempo para prepararse. Nos golpea cuando nos creemos menos vulnerables, cuando pensamos que estamos en nuestra hora más alta. —Gaffney se detuvo y tosió, el aire entraba y salía de sus pulmones con dificultad—. Aurora no podía permitir que eso sucediera, Tom. Cree que el Anillo Brillante no se merece acabar de ese modo.

—Pero estamos hablando de algo que puede suceder dentro de ochenta o noventa años. ¿Por qué actúa ahora?

—Prudencia —dijo Gaffney—. Aurora cree en el contenido de las predicciones del
Exordium
, pero no necesariamente en los detalles. Le preocupa que los combinados se equivocaran en el tiempo, que quizá ocurra antes de lo que predijeron. No hay tiempo para esperar a recibir señales de alerta. Si hay que actuar para asegurar la supervivencia futura del Anillo Brillante, tenemos que hacerlo ahora, no dentro de veinte años, ni de cincuenta. Solo así estará segura del éxito.

—¿Y qué piensa hacer? —se aventuró Dreyfus, preguntándose cuánto iba a contarle Gaffney sin coerción.

Pero Gaffney parecía decepcionado.

—¿No es obvio? Un golpe de Estado benigno. La instauración de una nueva autoridad que garantice la seguridad del Anillo Brillante para siempre.

—Podría haberse dirigido a nosotros, si tenía preocupaciones razonables.

—¿Y cómo crees que habría reaccionado Panoplia? —preguntó Gaffney—. No habría tomado las medidas necesarias, eso seguro. Ya hemos permitido que la gente nos quite las armas. ¿Crees que esa clase de sumisión implica una organización con la fuerza necesaria para tomar medidas difíciles e impopulares, solo porque se trata del interés común?

—Creo que tú mismo has respondido a esa pregunta.

—Quiero a esta organización —dijo Gaffney—. Le he dado mi vida. Pero poco a poco he visto cómo permitía que la ciudadanía desgastara su poder. Fuimos cómplices en eso, no cabe duda. Nos doblegamos y entregamos a la gente las herramientas que nos habían dado para hacer nuestro trabajo. Hemos llegado a un punto en el que tenemos que suplicar el derecho a armar a nuestros agentes. ¿Y qué sucede cuando finalmente hacemos la petición? La gente nos la escupe a la cara. Les encanta la idea de una fuerza policial, Tom. Pero una que no haga nada en realidad.

—Quizá quitarnos las armas no fuera tan mala idea.

—No son solo las armas. Cuando realizamos un confinamiento, nos pasamos todo el año defendiendo nuestras acciones. Lo siguiente será que nos quiten la autoridad para realizarlos. Antes de que nos demos cuenta, ni siquiera nos dejarán acercarnos a nuestros núcleos de voto. Aurora lo vio. Sabía que la utilidad de Panoplia siempre iba a ser limitada, y que si realmente queríamos proteger a la gente, alguien tendría que hacerlo por ellos.

—Y ese alguien será Aurora, y quien esté con ella —dijo Dreyfus en voz baja.

—No es una tirana, si es lo que estás pensando.

—Un golpe de Estado suena algo más que tirano, sinceramente.

—No será lo que tú piensas. Aurora solo prevé una situación en la que las personas estén protegidas de las consecuencias de sus peores acciones. Bajo el régimen de Aurora, la vida en los hábitats seguirá exactamente como hasta ahora. La ciudadanía seguirá teniendo acceso a las mismas tecnologías de las que dependen. A nadie se le negarán tratamientos de longevidad, ni otras medicinas que necesiten. Seguirán disfrutando de los mismos lujos que hasta ahora, y en la práctica sus sociedades serán las mismas. Los artistas seguirán trabajando.

Dreyfus inclinó la cabeza.

—Entonces me estoy perdiendo algo. ¿Qué cambiará?

—Solo las cosas estrictamente esenciales para nuestra seguridad futura. Por supuesto, el Anillo Brillante tendrá que aislarse del resto de la sociedad humana. Eso significará el fin del comercio con los ultras, y con Ciudad Abismo. No podemos arriesgarnos a que un agente exterior provoque la destrucción del Anillo Brillante.

—¿Crees que será algo interno, algo que nos hagamos a nosotros mismos?

—No podemos estar seguros, así que tenemos que tomar precauciones razonables. Es lo correcto, ¿no?

—Supongo.

—Asimismo, habrá que restringir los desplazamientos entre hábitats. Si el factor desestabilizador surge dentro del Anillo Brillante, al menos podremos impedir que se propague.

—Así que nadie podrá salir nunca de casa.

Gaffney parecía realmente perplejo ante la observación de Dreyfus.

—Pero ¿para qué querrían hacerlo, Tom? Lo tendrían todo servido en bandeja: todas las distracciones, todos los lujos.

—Excepto la libertad personal.

—Está sobrestimada. ¿Con qué frecuencia la ejercemos? Solo una minoría pone a prueba los límites reales de una sociedad. Los hombres razonables no hacen historia, Dreyfus. La mayoría de las personas están satisfechas con su destino, se contentan con hacer hoy lo mismo que hicieron ayer. Seguirán teniendo casi las mismas libertades que tenían.

—Pero no podrán salir. No podrán visitar a sus seres queridos, ni a los amigos de otros hábitats.

—No llegaremos a ese extremo. En cuanto Aurora se haga con el control de los diez mil, permitirá un periodo de gracia antes de que las restricciones entren en vigor. Se permitirá que la gente se desplace como desee hasta que se establezcan en un lugar permanente de residencia. Solo entonces se cerrarán las puertas.

—Siempre habrá alguien que lamente la elección que hizo —dijo Dreyfus—. Pero supongo que estás a punto de decirme que siempre podrán usar la abstracción para simular el viaje físico.

El tono de Gaffney era casi de disculpa.

—Bueno, en realidad… también habrá que controlar la abstracción.

—Y eso significa…

—Una reducción de las provisiones actuales. Por seguridad, por supuesto. Podría ser que el agente desestabilizador lograra establecerse como consecuencia de las redes de datos, ¿sabes? Aurora no puede arriesgarse. Los hábitats tendrán que quedar aislados.

—La cura está empezando a sonar peor que la enfermedad —dijo Dreyfus.

—Oh, no hagas que parezca peor de lo que es. Los hábitats seguirán teniendo servicios de abstracción internos. Para muchos ciudadanos, eso es suficiente. Y la infraestructura de datos seguirá igual, para que Aurora pueda seguir supervisando y ayudando a los diez mil.

—A ver si lo he entendido —dijo Dreyfus—. ¿Estamos hablando de un toque de queda en el que nadie podrá moverse, comunicarse ni tener voz ni voto sobre su destino?

Gaffney hizo una mueca: Dreyfus no supo si era por sus heridas, o por lo que acababa de decir.

—Pero será seguro, Tom. No solo hoy, ni mañana, sino durante los próximos noventa años y después. Bajo el régimen de Aurora, no se permitirá que ocurra el evento desestabilizador. El Anillo Brillante sobrevivirá.

—Sí, pero encadenado.

—Estamos hablando de una medida de seguridad provisional, no de algo que tenga que durar eternamente. Con el paso de los años, Aurora logrará identificar el foco probable del agente. Cuando cuantifique el riesgo, la gente volverá a ser dueña de su propio destino. —Gaffney miró fijamente las profundidades del techo, como si estuviera buscando inspiración—. Míralo de este modo, Tom —dijo de modo razonable, como si ambos estuvieran a punto de llegar a un acuerdo—. Un hombre lleva un instrumento afilado en un espacio atestado de gente. Está a punto de sufrir un ataque epiléptico. Podría dañarse a sí mismo o a los que lo rodean si nadie le quita ese instrumento y lo contiene. ¿Qué haces? ¿Te sientas y respetas sus derechos? ¿O actúas para garantizar no solo su seguridad, sino también la de quienes lo rodean?

—Le pediría con amabilidad que soltase el instrumento afilado.

—Y lo asustarías. Agarraría el instrumento con más fuerza que antes. ¿Y luego qué?

—Lo desarmaría.

—Demasiado tarde. Te corta de todos modos. Luego le da el ataque y comienza a cortar a todos los demás. La democracia es ese instrumento afilado, Tom. Es el arma final de la masa, y a veces no puedes fiarte de ella.

—Y de ti sí podemos.

—De mí no, ni de ti. ¿Pero de Aurora? —Gaffney sacudió la cabeza: no a modo de negación, sino de incapacidad para expresar lo que le estaba pasando por la cabeza—. Es más grande que nosotros. Más rápida y más inteligente. Yo también tendría mis dudas si no hubiera estado en su presencia. Pero desde el momento en el que la conocí, nunca he tenido la más mínima duda de que es quien nos liderará, quien nos guiará a la luz.

Dreyfus se levantó y conjuró la silla de vuelta al suelo.

—Gracias, Sheridan.

—¿Hemos acabado?

—Creo que me has dicho todo lo que estás dispuesto a decirme sin coerción. Realmente crees que esto no puede detenerse, ¿verdad? Por eso no te importa decirme lo que Aurora tiene en mente.

—La cosa estuvo complicada durante un tiempo —dijo Gaffney en confianza—. Y admito que los acontecimientos se precipitaron con tu descubrimiento de Clepsidra. Aurora no tenía pensado moverse hasta haber completado el control de todo el Anillo Brillante.

—¿Quieres decir cuando Thalia hiciera la actualización de los diez mil?

—Esa era la idea. Un segundo antes, los diez mil estarían en las manos de la ciudadanía y al siguiente, en las de Aurora. Habría sido una revolución sin sangre, Tom. Nadie habría salido herido. El dolor humano habría sido mínimo.

—Entonces siento haber desbaratado sus planes al hacer mi trabajo.

—No los has desbaratado mucho. Aurora siempre fue consciente de que podría ser necesario comenzar el golpe de Estado de forma gradual, hábitat por hábitat. Aunque no cambiará gran cosa a largo plazo. En cuanto a esas nubes de entidades manufacturadas que has mencionado antes, sigues sin tener ni idea, ¿verdad?

Dreyfus permaneció impasible, pero algo en su expresión lo delató.

—Las máquinas son robots de guerra de clase escarabajo fabricados en serie —dijo Gaffney—. Muy sencillos, muy robustos, con la suficiente autonomía para cruzar el espacio entre los hábitats. Un solo escarabajo no puede hacer mucho daño. Pero las fábricas están produciendo cientos de miles. Eso son muchos escarabajos juntos, Tom.

—¿Qué harán los escarabajos cuando lleguen a los otros hábitats? ¿Abrirse paso y matar a todo el mundo?

—Dado que el objetivo es preservar la vida humana, sería más bien contraproducente, ¿no crees?

—¿Entonces, qué?

—Los escarabajos llevan copias de la misma actualización que Thalia ya instaló en los cuatro primeros hábitats. Cuando lleguen a los hábitats de destino, entrarán e infectarán los núcleos con el mismo agujero de seguridad. Aurora tendrá entonces el control completo de seis hábitats, no de cuatro.

—Tus escarabajos tendrán que llegar primero a los núcleos de voto. La ciudadanía ya los está protegiendo.

—Retrasarán a los escarabajos, pero no los detendrán. Siempre habrá más escarabajos. Las fábricas no dejarán de producirlos. Y cuando Aurora gane el control de otro hábitat equipado con una fábrica, comenzará a producirlos también allí.

—Entonces cerraremos los núcleos de voto. Los destruiremos, incluso. Lo mismo que las fábricas.

Gaffney volvió a adoptar un tono de disculpa, como alguien que no deja de ganar a un adversario y está empezando a sentir pena por él.

—No funcionará. Los escarabajos son más que guerreros. Son sirvientes de construcción de uso general. No pueden reproducirse, pero no hay nada más que no puedan hacer. ¿Construir e integrar un nuevo núcleo de voto? En cuestión de horas. Les he dado los planos necesarios. ¿Reparar una fábrica destruida? En seis horas. Doce, tal vez. También tienen los planos. Aurora ha cubierto todos los frentes, Tom. ¿Por qué crees que te diría todo esto, si no?

—Supongo que tienes razón —dijo Dreyfus. Luego levantó el puño de su manga y mostró su brazalete—. ¿Jane? —preguntó.

—Aumonier —respondió con la voz reducida a un zumbido.

—Las máquinas son robots de guerra de clase escarabajo. Que alguien vaya a ver lo que tenemos sobre ellos en el archivo. Ordena al
Circo Democrático
que proceda con precaución máxima. Si pueden traer a uno intacto, que lo hagan, pero no quiero perder otro crucero de exploración profunda sin una buena razón.

—De acuerdo, Tom —dijo Jane Aumonier.

Bajó el brazo y examinó al hombre que estaba en la cama.

—Por supuesto, si me entero de que estás mintiendo…

—No he mentido. Y, por cierto, has hablado como un verdadero líder. Deberías haberte oído. Por la forma en que has dado instrucciones a Jane, cualquiera habría pensado que tú eras el prefecto supremo.

—Nos entendemos bien. Se le llama respeto mutuo.

—A mí me ha sonado más bien como una asunción natural de autoridad. ¿Quizás ambicionas su puesto, igual que Baudry y Crissel?

—No estábamos hablando de Jane. —Dreyfus se desabrochó el látigo cazador que había estado guardando detrás de la espalda, fuera de la vista de Gaffney. Lo puso delante de él y dejó que el otro hombre viera lo que sujetaba.

—Oh, eso sí que es rastrero. ¿Te ha visto el doctor Mercier entrar con esa cosa?

Dreyfus desplegó el filamento y dejó que siseara contra el suelo. Cortó la materia rápida como un estoque atraviesa el agua, y el material del suelo se volvió a sellar casi al instante.

—No te preocupes. No es un modelo c. No tiene ninguna de esas nuevas prestaciones modernas que tantas ganas tenías de instalar.

—¿Ahora vas a matarme?

—No. Matar prisioneros se lo dejo a los expertos. Te quiero con vida, Sheridan, para poder hacer un rastreo profundo del córtex mientras te quedan neuronas en el cerebro.

—Rastréame ahora. A ver dónde te lleva.

—Modo espada —dijo Dreyfus casi entre dientes. El filamento se puso rígido casi de inmediato. Lo deslizó sobre la forma recostada de Gaffney, lo bastante rápido como para levantar un silbido de aire—. Te ahorraré la promoción de venta. Ya sabes lo que uno de estos puede hacer en las manos equivocadas.

—Te lo he contado todo.

—No. Hay un tema importante que obviamente estás intentando ignorar, Sheridan. Se llama Ruskin-Sartorious. Tú preparaste la ejecución de ese hábitat, ¿verdad?

—Ya sabes que los ultras estaban detrás de eso.

—No —dijo Dreyfus con paciencia—. Eso es lo que querías que pensáramos. Tenía que parecer un acto de despecho para que no metiéramos nuestras narices intentando averiguar la verdadera razón. Dravidian y su tripulación fueron usados, ¿verdad? Metiste a alguien que sabía manipular los motores a bordo de esa nave.

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