El Prefecto (47 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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La ausencia de Crissel no era lo único que la angustiaba. Después de acabar de cortar el pedestal de granito para obtener más material para las barricadas, había seguido mirando por la ventana. Poco después de la llamada de Crissel, había visto a uno de los sirvientes constructores pasar cerca de la base del tallo. Era uno de los transportistas abiertos por la parte superior, pero en lugar de escombros transportaba un cargamento diferente, infinitamente más perturbador. La máquina iba llena hasta los topes de cuerpos humanos apilados. Debía de haber miles de ellos en una sola carga, que arrojó al contenedor como si fueran chatarra.
Y eso eran
, pensó Thalia. La máquina que transportaba los cuerpos se dirigía al mismo lugar que todas las demás, llevando materia prima para las fábricas. Las personas muertas serían procesadas, desmontadas, reutilizadas. Aunque sus cuerpos no produjeran nada de valor, dentro de sus cráneos había metales útiles, semiconductores, superconductores y componentes orgánicos, cortesía de sus implantes demarquistas.

Hasta ese momento había creído que las máquinas solo estaban imponiendo un régimen totalitario. Había visto cuerpos arrojados a la fuente del estanque, pero se había convencido a sí misma de que eran personas que habían desobedecido de algún modo. Ahora sabía que los sirvientes estaban llevando a cabo una masacre sistemática. Las personas que había visto fuera, arrinconadas y aleccionadas, no habían sido agrupadas para que fuera más fácil vigilarlas, someterlas. Habían sido acorraladas para poder asesinarlas y usarlas en las fábricas.

Thalia no tenía manera de saber cuántos de los ochocientos mil ciudadanos de Casa Aubusson habían sufrido una suerte similar. Pero no creyó que hubiera habido muchas excepciones. Los sirvientes habían asumido el control a una velocidad sorprendente, y los agentes de policía los habían ayudado de forma inconsciente al pedir a la gente que mantuviera la calma y siguiera las órdenes de Lucas Thesiger. Pero era muy posible que Thesiger fuera unos de aquellos cuerpos amontonados sin cuidado.

Thalia supo entonces que no les quedaba mucho tiempo. La única razón por la que las máquinas todavía no habían derribado el tallo era que no podían arriesgarse a dañar el núcleo de voto. Pero acabarían entrando. La inteligencia que las guiaba, fuera cual fuera, era mayor que la de cualquier sirviente. Y Thalia estaba segura de que esa inteligencia lo sabía todo de ella y de su pequeño grupo de supervivientes. Incluso ahora estaría planeando una manera de matarlos. Si las máquinas no lograban atravesar la barricada (y Thalia no confiaba demasiado en que aguantara mucho más), entonces explorarían otras alternativas. Thalia tenía un elemento disuasorio: podría destruir o al menos incapacitar el núcleo. Pero si jugaba esa carta y las máquinas seguían llegando, no tendría nada más que ofrecer.

—Cada vez hacen más ruido —dijo Parnasse en voz baja, poniéndose a su lado en la pequeña ventana redonda.

—¿El qué, Cyrus?

—Las máquinas al otro lado de la barricada. Están quitando pieza por pieza, acercándose cada vez más arriba. Dudo que haya más de diez o quince metros de obstáculos entre ellas y nosotros. He intentado restarle importancia, pero los otros están empezando a darse cuenta.

Thalia tuvo cuidado en no alterar su expresión, para que nada perturbara la nerviosa disposición de los otros ciudadanos.

—¿Cuánto tiempo?

—Casi está amaneciendo. Aún nos quedan algunos cacharros que podemos lanzar por las escaleras, pero ya hemos tirado la mayor parte del material pesado. Puede que la barricada aguante hasta el mediodía, pero tendremos mucha suerte si sigue en pie al atardecer.

—Cyrus, necesito decirte algo. He visto algo horrible ahí afuera.

Puesto que no dijo nada, Thalia prosiguió:

—No lo he mencionado antes porque ya tenías bastantes preocupaciones. Pero ahora tienes que saberlo.

—¿Los cuerpos que se están llevando?

Ella lo miró fijamente.

—¿Ya lo sabías?

—Vi varias cargas mientras estabas cortando el pedestal. Pensé que no necesitabas preocuparte de nada más. Pero tienes razón. No son buenas noticias.

—Cuando las máquinas atraviesen la barricada, nos matarán a todos.

Él le puso una mano en el hombro.

—Supongo que tienes razón. Pero estamos haciendo todo lo que podemos por ganar tiempo hasta que llegue el rescate.

—Creo que no podemos contar con Panoplia para que nos ayude —dijo Thalia de forma indecisa—. He estado haciéndome la valiente, pero puesto que Crissel no ha llegado… No sé qué está pasando, Cyrus. Crissel dijo que no éramos el único hábitat desconectado. Pero aun así, no entiendo por qué Panoplia está tardando tanto en recuperar el control. Creo que debemos asumir que estamos solos.

—Entonces tenemos que encontrar la manera de sobrevivir. Estoy de acuerdo, muchacha. Pero aparte de seguir resistiendo aquí arriba, no veo qué otras opciones tenemos.

—Tenemos que encontrar una salida —dijo.

—No la hay. Y aunque hubiera otra manera de salir del tallo, ¿crees que duraríamos mucho ahí afuera, con todas esas máquinas merodeando por ahí? Puede que a ese látigo cazador tuyo le quede una baza más, si tenemos suerte. Pero necesitaremos algo más para llegar a la tapa terminal, aunque haya una nave esperándonos para sacarnos de aquí cuando lleguemos.

—Pero tenemos que hacer algo. No sé tú, pero yo no tengo muchas ganas de morir aquí dentro.

Él la miró con tristeza.

—Ojalá tuviera una varita mágica que nos llevara a todos a algún lugar seguro. Pero lo único que tenemos es esa barricada, y nos estamos quedando sin material para reforzarla.

Thalia miró al otro lado de la sala, al lugar donde había estado el pedestal. El modelo arquitectónico descansaba a un lado, excepto la esfera de la parte superior del tallo, que se había roto antes. Sin saber por qué, recordó la manera en que había rodado por el suelo cuando se había caído del modelo. En aquel momento no le había prestado atención, pues estaba concentrada en sacar el pedestal de granito para poder romperlo en pedazos.

—Cyrus —dijo—, si hubiera una manera de salir de aquí, aunque fuera peligrosa, aunque fuera casi suicida, ¿te arriesgarías, si la única alternativa fuera esperar a que esas máquinas nos atraparan?

—¿Es una pregunta hipotética, muchacha?

—No lo sé —respondió—. Depende. Pero primero responde a mi pregunta.

—Me arriesgaría. ¿Tú no?

—Sin dudarlo —dijo Thalia.

Dreyfus alzó la vista para mirar al prefecto sénior Gaffney mientras cruzaba la pared de paso. Se sentó en la cama, incapaz de juzgar cuánto tiempo había pasado desde la última visita. A través de una niebla de cansancio y aprensión, y un regusto amargo en la boca, consiguió esbozar una lacónica sonrisa.

—Gracias por dejarte caer. Me preguntaba cuándo tendría el privilegio de recibir una visita tuya.

Detrás de Gaffney la pared se selló hasta hacerse impermeable.

—De repente estás muy hablador. Veamos cuánto tiempo aguantas.

Dreyfus se frotó un dedo contra el sarro de sus dientes sin cepillar.

—¿Supongo que el gato ha venido a atormentar al ratón mientras los demás miran hacia otro lado?

—Al contrario. He venido a entrevistarte, con el beneplácito de Panoplia. Baudry me ha dado su aprobación personalmente.

Dreyfus bajó la vista para ver si Gaffney llevaba algo.

—No traes un rastreador —observó—. ¿Qué pasa, te preocupa que revele algunas verdades que prefieres mantener ocultas?

—Al contrario. Me preocupa que no nos des los datos que necesitamos de inmediato. Ahí fuera hay una crisis, Dreyfus. La pregunta es: ¿formas parte de lo que está sucediendo, o solo mataste a la prisionera porque te miró mal?

—Me he enterado que hemos perdido al
Sufragio Universal
.

—Mala suerte. Había algunos buenos novatos en esa nave.

—Por no mencionar al prefecto sénior Crissel.

—Hay peores maneras de morir que luchando por una causa.

—Todo esto es por una causa, ¿verdad? Para ti, en todo caso. He seguido tu carrera, Sheridan. Sé lo que te motiva. Eres el prefecto más desinteresado que he conocido. Comes, duermes y respiras por la seguridad. Nada te importa tanto como garantizar la seguridad del Anillo Brillante.

Gaffney pareció sorprendido por aquel despliegue de elogios.

—Si tú lo dices.

—Sí, lo digo. Eres una máquina, Sheridan. Eres como un juguete de cuerda, un autómata consumido por una única idea. Has dejado que esa causa se te tragara entero. Es lo único que ves, en lo único que eres capaz de pensar.

—¿Tú crees que la seguridad no importa?

—Oh, claro que importa. El problema es que en tu universo personal supera a todas las otras preocupaciones. Considerarás cualquier acción, contemplarás cruzar cualquier línea, si sientes que tu preciosa seguridad está en peligro. Marquemos todas las casillas, ¿quieres? Asesinato de un testigo. Traición a tus colegas de Panoplia. Estás a punto de añadir la tortura a la lista. Y ni siquiera has comenzado todavía. ¿Cuál es el próximo plato del menú, Sheridan, genocidio a gran escala?

—Lo que hago, lo que todos hacemos, es preservar la vida, no destruirla.

—Quizá sea como tú lo ves en tu visión distorsionada del mundo.

—No hay nada distorsionado, Tom. —Gaffney se golpeó ligeramente un lado de la cabeza con el dedo—. Disculpa, ¿ahora nos llamamos por nuestros nombres de pila? Recuerdo que te ofendiste la última vez que usé el tuyo. «Hijo de puta» fue la frase, creo.

—Lo que tú quieras, Sheridan.

—Te has equivocado. Tú eres la bala perdida de esta organización, Tom. Yo no traje a la bruja Araña a Panoplia ni dejé que curioseara en nuestros secretos operativos. No la maté cuando me di cuenta de mi error.

—Averiguarán que yo no la maté.

—Hay medio cuerpo en tu habitación, Tom. Yo no lo llevé hasta allí.

—Quizá caminó hasta allí, mientras tú le decías que todo iba a salir bien.

—No, no caminó. Los forenses encontraron rastros de tejido en la burbuja. Allí fue donde le dispararon. Quien la mató no se entretuvo en limpiar demasiado bien. Pero ya lo sabes, ¿verdad?

—¿Cómo pude haberla llevado desde la burbuja de interrogatorios hasta mi cuarto sin que tú lo supieras?

—Esa es una buena pregunta. Y espero que tú la respondas.

—Si quisiera mover un cuerpo, si quisiera manipular los registros de acceso para esconder mi propia entrada en la burbuja, ser jefe de Seguridad Interna sin duda me facilitaría mucho las cosas. Pero aun así, no estoy seguro de cómo lo hiciste.

—¿Por qué habría matado a una testigo clave?

—Porque sabía que estabas trabajando para Aurora. Porque cabía la posibilidad de que hubiera descubierto sus puntos débiles, y podría habernos dado una pista sobre cómo eliminarla.

Gaffney señaló a Dreyfus con el dedo.

—De acuerdo. Repite ese nombre.

—¿Qué te ha dado Aurora, Sheridan?

Gaffney puso cara de aburrido.

—Creo que ya hemos cubierto los preliminares.

—Y ahora vas a matarme —supuso Dreyfus.

—Voy a usar métodos de extracción de información contigo, Tom, eso es todo. Nada de lo que no te vayas a recuperar con tiempo y descanso.

—Sabes que no hay ninguna verdad que extraer. No voy a comenzar a confesar crímenes que nunca he cometido.

—Tendremos que ver lo que sale, ¿verdad?

—Ahora lo entiendo —dijo Dreyfus—. Es la única salida que tienes, ¿verdad? Debo mentir en el interrogatorio. Tendrás que dar algunas explicaciones, pero estoy seguro de que ya las has pensado. ¿Cómo sucederá? ¿Un fallo con el látigo cazador? He oído que ha habido algunos problemas de calidad con los modelos C.

—No seas ridículo —dijo Gaffney mientras se desabrochaba el látigo cazador y lo encendía—. He venido a interrogarte, no a matarte. No soy un carnicero.

Desplegó el filamento y dejó que encontrara la tracción contra el suelo, luego soltó el mango. Durante un instante el látigo cazador permaneció donde estaba, solo giró el mango para alumbrar el rostro de Dreyfus con el láser rojo de su ojo. Luego comenzó a avanzar, su filamento hizo un lento siseo al rozar el suelo. El mango estaba ligeramente inclinado, como la cabeza de una cobra.

Dreyfus sabía que no podía escapar, ni esconderse. Pero no pudo evitar encogerse contra la pared, levantar sus piernas hacia la litera como si el rincón le fuera a proporcionar un refugio contra la máquina interrogadora.

Gaffney retrocedió con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Supongo que ya te sabes la canción, Tom. No sirve de nada fingir que va a ser agradable. Pero dime lo que necesito saber y todo acabará enseguida. ¿Por qué mataste a Clepsidra, y cómo llevaste el cuerpo a tu habitación?

—La mataste tú, no yo. Estaba viva cuando la dejé.

El látigo cazador se acercó sigilosamente a la litera sin alterar la elevación de su mango. El brillo rojo del láser hizo que Dreyfus entrecerrara los ojos y levantara una mano para protegerse la cara. Se acercó hasta que Dreyfus pudo oír un estridente zumbido electrónico. Se encogió aun más contra el rincón y se puso las rodillas en el pecho. El látigo cazador siguió avanzando y colocó el extremo desafilado del mango a un palmo del rostro de Dreyfus. El brillo del láser y el zumbido electrónico se combinaban en un efecto hipnótico. Alrededor del escudo tembloroso de su mano vio que la punta del filamento se elevaba y se agitaba en el aire. Comenzó a ondularse, dispuesta a envolverse alrededor de Dreyfus. Una parte de él quería alargar la mano y cogerlo, intentar evitar que encontrara una entrada por su espalda. Otra parte más sensata sabía lo fútil que sería y lo que el intento produciría en sus dedos.

—Averiguarán lo que hiciste —dijo—. Son mejores que tú, Gaffney. No podrás esconderte de Panoplia para siempre.

Entonces sintió que el filamento se le enroscaba dos veces y lo sujetaba con su extremo desafilado. Tenía los brazos a ambos lados del cuerpo, las rodillas apretujadas contra la caja torácica. El mango siguió apuntando a su cara, su ojo láser transformó el mundo en color escarlata.

—El látigo cazador va a insertar la punta de su cola en tu boca —dijo Gaffney—, pero podemos hacerlo en cualquier orificio que desees. Tú decides, Tom.

Dreyfus cerró la boca y apretó los dientes con tanta fuerza que se mordió un trozo salado de su lengua. El filamento golpeó contra la verja de sus dientes, como si estuviera pidiendo permiso para entrar. Dreyfus soltó un absurdo gruñido de resistencia. El látigo cazador volvió a golpear. Sintió que el filamento tensaba sus espirales.

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