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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (44 page)

BOOK: El Prefecto
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Retículos, blancos de tiro y vectores se deslizaron en una danza de complejidad hipnótica, acompañados de sus propios dígitos y símbolos crípticos.

—Estatus, por favor —dijo Crissel.

—Los misiles están a diez segundos del impacto —murmuró la voz del piloto—. Comenzamos la fase de frenado.

Los capullos de materia rápida envolvieron a los prefectos, incluido Crissel, y luego la deceleración los golpeó con una fuerza salvaje. Ahora que el
Sufragio Universal
había soltado sus misiles y dirigía sus tubos de escape hacia Casa Aubusson, se había convertido en un blanco claramente visible. El panel estratégico mostraba fuego de contraataque procedente de los lanzaproyectiles anticolisión. El crucero determinó las trayectorias de los proyectiles, computando y ejecutando movimientos evasivos de alta combustión que permitieran a los proyectiles pasar de largo sin causar ningún daño. Crissel apretó la mandíbula cuando la fuerza g se intensificó. El ángulo de su asiento se ajustaba constantemente para optimizar el flujo de sangre que le llegaba al cerebro, pero aun así sintió que sus procesos mentales se entrecortaban e interrumpían. Las líneas de los tubos de escape de los misiles eran ahora unas diminutas chispas de color blanco azulado, casi perdidas en la inminente presencia de Aubusson. Los diez segundos desde que el piloto había hablado por última vez le parecieron horas insoportables.

Comenzaron a dar en el blanco. Crissel no necesitó los datos estratégicos para ver que los misiles estaban llegando a Aubusson. Redujeron sus fuegos de fusión en el último momento, para no desencadenar una explosión termonuclear con el impacto. La energía cinética aún podía hacer un daño visible. Unas esferas de color gris blanco de escombros en expansión se esparcieron con una lentitud somnolienta, coronadas con fuego de color naranja intenso. Cuando las esferas se disiparon, cada unas de ellas había dejado un cráter hemisférico perfecto, que atravesaba decenas de metros la corteza de Aubusson. Dentro lo habrían sentido, pensó Crissel. No solo el estruendo de los impactos, sino la ola violenta similar a un terremoto cuando la energía se disipara a lo largo de los sesenta kilómetros de longitud del hábitat. Al margen de lo que estuviera sucediendo dentro de Aubusson, los ciudadanos sitiados sabrían que alguien estaba llamando a su puerta.

A medida que la fase de frenado continuaba, la velocidad de acercamiento al hábitat disminuía. El abultado disco de la tapa terminal cubría ahora la mitad del cielo. La mayor parte de los escombros del impacto habían desaparecido, revelando el alcance del daño. El fuego de contraataque había disminuido, lo que sugería que los misiles habían neutralizado los sistemas anticolisión en un solo ataque. Crissel también se alegró de ver que el muelle de atraque no había sufrido ningún daño visible, y que las naves atracadas seguían intactas.

La fuerza g disminuyó. El crucero había completado la intensa fase de deceleración y ya no estaba obligado a esquivar el fuego que llegaba. El capullo no dejó de sujetarlos, pero Crissel encontró por fin la claridad de mente necesaria para conseguir articular una frase.

—Excelente trabajo, piloto —dijo—. Complete el atraque forzado a su conveniencia.

Cuando se reanudó el fuego de contraataque, este llegó desde tres puntos situados en el borde exterior de la tapa terminal, tres puntos que no debían tener sistemas anticolisión de ninguna clase. No se había dirigido ningún misil hacia esas partes porque los planos no habían mostrado nada que fuese necesario neutralizar.

El
Sufragio Universal
seguía en estatus defensivo máximo. Rastreó los proyectiles y evaluó una acción óptima. Las armas salieron del casco de un salto y comenzaron a interceptar el fuego. Se lanzaron tres misiles más. Al mismo tiempo, los motores se esforzaron por mantener al crucero fuera del alcance de los disparos, e intentaron encontrar un camino abierto entre las líneas recortadas de los proyectiles que llegaban. Con una eficacia implacable, calculó la colisión que infligiría menos daño en el casco o en los pasajeros. Crissel sintió el viraje brusco, y luego el chorro de explosiones cuando los proyectiles chocaron contra el blindaje del
Sufragio Universal
.

Aubusson rotó hacia un lado cuando el crucero perdió el control lateral y empezó a caer lentamente. Crissel sintió el empujón cuando los reactores intentaron recuperar la estabilidad. El extremo de su parche facial comenzó a emitir destellos rojos. Una sirena de emergencia sonó en sus oídos, lo bastante fuerte como para ser audible, pero no para ahogar las otras voces.

—Estamos cayendo —oyó que decía el piloto.

Los tres misiles serpentearon por la retahíla de proyectiles que se precipitaban hacia ellos y dieron en el blanco. El fuego cesó de forma tan abrupta como había comenzado. Aubusson volvió a flotar en el centro del parche facial de Crissel, y el muelle de atraque se acercó a ellos como una ansiosa mano insegura, con las naves mordisqueando sus dedos. Los escombros del último asalto habían desplazado un par de lanzaderas transatmosféricas, que ahora se alejaban de sus muelles de atraque. Un instante antes eran cosas distantes de aspecto frágil, inofensivas como polillas. Al siguiente eran obstáculos enormes y de aspecto peligroso que se tambaleaban por el espacio en dirección al crucero. El
Sufragio Universal
volvió a virar con brusquedad y cortó el ala de estribor de una de las transatmosféricas. Crissel sintió el impacto en su espina dorsal. Todo se volvió oscuro, la visión de la cámara se apagó en garabatos de luz.

—¿Piloto? —dijo Crissel en el silencio.

El capullo de materia rápida se deslizó y lo dejó sin protección, excepto por su traje. La zona de reunión estaba a oscuras, y los otros prefectos eran invisibles. Crissel encendió la linterna de su casco justo cuando otras tres o cuatro figuras con traje hacían lo mismo. Evaluó la escena y concluyó que nadie parecía haber sufrido heridas.

Luego llegó un golpe seco, demasiado sólido y final para ser causado por los escombros que golpeaban contra el crucero. Era como si hubieran chocado contra una extensión de tierra, algo que no cedía lo más mínimo.
El atraque
, pensó Crissel sorprendido. El piloto los había llevado a buen puerto, contra todo pronóstico. Cambió al canal general traje a traje.

—Voy delante para ver cuál es nuestra situación —dijo soltándose las correas—. Quédense aquí, pero dispóngase a embarcar en cuanto regrese. La misión sigue en marcha. Hemos recibido más impactos de los que esperábamos, pero el crucero ha hecho su trabajo. Recuerden, no lo necesitamos para regresar. Si entramos y aseguramos Aubusson, tendremos todo el tiempo del mundo para esperar a que Panoplia nos envíe otra nave.

Pero mientras se preparaba para entrar en el puesto de pilotaje, la pared de paso le impidió entrar. Había detectado una pérdida de presión al otro lado. Alto vacío, si Crissel creía lo que le mostraban los indicadores. Intentó llamar al piloto y al personal de vuelo, pero esta vez lo único que obtuvo fue el gorjeo plano de una señal portadora.

Miró a los prefectos trajeados.

—¿Están todos herméticamente protegidos? Entonces, sujétense, porque voy a vaciar nuestro aire.

Crissel se desplazó a la esclusa lateral, se sujetó, deslizó un panel de vidrio blindado y luego tiró hacia abajo del mando a rayas amarillas y negras que controlaba los conductos de descarga a la atmósfera. Las lamas se abrieron casi de inmediato, y el aire salió a ráfagas en seis direcciones diferentes. Ni esclusas de seguridad, ni un cauteloso estudio de la situación. Crissel se estabilizó cuando el aire rugió y luego salió silbando. Los indicadores de su casco parpadearon para registrar que ahora estaba en un entorno de alto vacío.

Esta vez nada le impidió acceder al puesto de pilotaje. Pero en cuanto atravesó la pared de paso que ahora cedía, Crissel se encontró mirando una enorme herida abierta en la parte frontal del
Sufragio Universal
. Podía ver el espacio, las estrellas demasiado luminosas de otros hábitats, la curva amarillo cera del horizonte más cercano de Yellowstone. El casco acababa en tiras de láminas irregulares, que aún se movían nerviosamente después de los procesos de reparación fallidos, y rezumaban baba alquitranosa de materia rápida. Un palo de un metro de ancho sobresalía del espacio antes ocupado por el puesto de pilotaje. Todos los asientos de la tripulación, excepto uno, habían sido arrancados de cuajo. El piloto seguía allí, pero estaba empalado en un apéndice ahorquillado del palo.

El
Sufragio Universal
no había logrado el aterrizaje que había deseado. Pero se había aproximado mucho. La esclusa de aire del hábitat se encontraba a tan solo unos metros más allá del extremo del casco. Podían llegar hasta ella con facilidad si trepaban por el palo. Crissel trató de ignorar la situación en que se encontraba el piloto empalado, seguro de que volvería para atormentarlo a su debido tiempo, y regresó gateando a la zona de reunión.

—Hemos perdido al personal de vuelo —dijo—. Pero hay una manera de entrar en el hábitat, aunque es difícil. Aún tenemos una misión que completar, prefectos. Síganme y prepárense para encontrar resistencia en cuanto atravesemos la esclusa.

Los prefectos lo siguieron como si fueran una marea negra concentrada, moviéndose con la tranquilidad de los que tienen experiencia en condiciones sin gravedad. Rápidamente se dividieron en dos formaciones y atravesaron el palo como si fueran dos filas de hormigas negras, hasta que llegaron a la esclusa delante de ellos.

Mientras trabajaban para intentar abrirla, Crissel encontró por fin la tranquilidad mental para revisar lo que acababa de suceder. Los planos en posesión de Panoplia deberían haber incluido todos los cambios efectuados en el hábitat desde su construcción. Era posible que Casa Aubusson hubiera instalado los lanzaproyectiles en secreto, infringiendo el límite legal de los sistemas defensivos para un hábitat de ese tamaño. Sin embargo, de todos los lugares en que podía pensar, Aubusson era uno de los que menos probabilidades tenía de permitirse esa clase de actualización furtiva.

Lo que le dejaba con una explicación mucho menos agradable. Si las fábricas realmente estaban funcionando, y si los fabricantes tenían acceso a la suficiente cantidad de planos y materia prima, entonces el hábitat tenía los medios para crear casi cualquier cosa que necesitara. Forjar e instalar sistemas anticolisión adicionales no pondría a prueba ni siquiera una instalación modesta, solo requeriría unos cientos de toneladas de materia nueva. Instalar las armas habría sido la parte difícil, pero ni siquiera eso habría sido insalvable si hubieran podido secuestrar al menos una parte de la mano de obra de los sirvientes generales. Las fábricas habían estado desprendiendo calor desde que el crucero salió de Panoplia, pero podrían haber estado funcionando desde hacía más tiempo antes de que ese calor residual resultase tan visible. De hecho, si lo único que las fábricas tenían que hacer era crear las nuevas armas, no habrían derramado ni una gota de sudor.

Así que lo que estaban haciendo era otra cosa.

Los prefectos no tardaron mucho en convencer a la puerta para que se abriera. Se deslizó dentro de su pesado marco y reveló la ancha boca de una conexión de acoplamiento de alta capacidad. Estaba iluminada, y escupía presión hacia el espacio. Un paquebote podría desembarcar a cien personas por ese tubo en un minuto, sin que nadie tuviera que darse codazos.

Los prefectos se metieron en el túnel vacío. Unas cintas transportadoras recorrían la longitud del túnel, moviéndose en ambas direcciones. Los prefectos tocaron las cintas adhesivas con una mano y se dejaron empujar hacia el extremo, como habían hecho un millón de veces antes. Crissel los siguió, pero tuvo que apretar la palma de la mano dos veces antes de que el adhesivo lo sujetara con la fuerza suficiente como para superar el impulso de su cuerpo y de su traje. Luego empezó a moverse, y pasó a toda velocidad por una sucesión de anuncios brillantes y animados diseñados para atraer el visitante con un buen bolsillo.

Poco a poco de dio cuenta de que algo le llegaba a través del traje a traje. Era una voz delicada y distante, que repetía algo sin cesar. Crissel se percató de que era una voz de mujer.

—Cállense —dijo silenciando la poca comunicación que había—. Oigo algo en nuestro canal.

—Yo también, señor —dijo uno de los prefectos, posiblemente la chica que había hablado con Crissel antes—. Es alguien que está usando los protocolos de Panoplia, señor.

Crissel se esforzó por captar la voz. En algún momento entre la tercera y la cuarta repetición, de repente las palabras adquirieron sentido.

—…Soy Thalia Ng, de Panoplia. Estoy grabando estas palabras cinco horas después del final de la abstracción. Las repetiré hasta que mi brazalete se quede sin potencia. He asegurado el núcleo de voto, donde estoy resistiendo en la parte superior del tallo con un pequeño número de supervivientes. Fuera… hemos visto que las máquinas acorralaban a las personas. Han comenzado a matarlas. No sabemos quien está detrás de esto, pero han conseguido hacerse con el control total de los sirvientes locales. Por favor, envíen ayuda inmediata. No sé cuánto tiempo resistiremos aquí arriba antes de que las máquinas lleguen hasta nosotros. —Hubo una pausa, luego el mensaje volvió a comenzar—. Soy Thalia Ng, de Panoplia. Estoy grabando estas palabras cinco horas después del final de la abstracción…

—Thalia —dijo—. ¿Puede oírme? Soy el prefecto sénior Michael Crissel. Repito, soy Michael Crissel, por favor, responda.

No hubo respuesta, solo el interminable mensaje que se repetía una y otra vez. Crissel repitió su frase, volvió a escuchar, luego sacudió la cabeza, consternado.

—Nada —dijo—. Está claro que no está…

—Señor —le llegó una voz débil pero nerviosa—. Soy Thalia. Le escucho. ¿Ha recibido mi mensaje?

—Hemos recibido su mensaje, Thalia. Su señal es débil, pero audible. Estamos en el complejo de atraque. ¿Sigue en el núcleo de voto?

—Seguimos resistiendo, señor. —Su alivio era obvio—. Me alegro mucho de que hayan llegado. No sé cuánto podemos seguir aguantando. Las máquinas se están haciendo más inteligentes, más adaptables…

Crissel recordó el mapa del interior que había memorizado antes de salir de Panoplia.

—Thalia, escuche atentamente. Aún estamos muy lejos de usted: a muchos kilómetros, aun cuando atravesemos las esclusas.

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