Read El Prefecto Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (23 page)

BOOK: El Prefecto
8.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ah, pues entonces ya estoy tranquilo.

—Bien. Mantente alerta por si ves algo que podamos usar para enviar una señal a Panoplia.

Dreyfus comenzó a moverse a lo largo de las paredes marrones del túnel. Su propia sombra le seguía valientemente los pasos, proyectada por la luz de la linterna de Sparver. Miró el mapa inercial del traje, desplegado justo debajo de su parche facial principal.

—¿Tiene alguna teoría sobre para qué necesita la familia Nerval-Lermontov este lugar? —preguntó Sparver—. Porque esto está empezando a parecer algo más que un sencillo caso de rivalidad entre hábitats, al menos en mi opinión.

—Es algo más, sin duda. Y ahora me pregunto si la familia Sylveste no estará implicada.

—Siempre podemos hacerles una vista cuando acabemos aquí.

—No llegaríamos muy lejos. Tienen guardianes de nivel beta. Calvin Sylveste está muerto, y su hijo fuera del sistema. Lo último que sé es que no va a volver durante al menos otros diez o quince años.

—Pero sigue pensando que los Sylveste están implicados.

—Puede que sea una coincidencia, Sparv, y estoy de acuerdo en que la familia tiene muchos tentáculos. Pero en cuanto los ochenta aparecieron en nuestra investigación, tuve la sensación de que era algo más que una simple coincidencia.

Tras una pausa, Sparver dijo:

—¿Cree que los Nerval-Lermontov siguen por aquí?

—Alguien ha estado aquí recientemente. Un lugar se siente diferente cuando está desierto, cuando nadie lo ha visitado durante mucho tiempo. Aquí no tengo esa sensación.

—Esperaba que solo fuera una sensación mía —dijo Sparver.

—Más razón para investigar, entonces —dijo Dreyfus con determinación.

Pero en realidad no deseaba seguir avanzando por el túnel. Sentía la misma inquietud que Sparver. Habría preferido regresar a la corbeta y esperar refuerzos, por mucho que tardaran en llegar.

No habían recorrido más de doscientos metros a lo largo del curvilíneo túnel cuando Sparver se detuvo junto a una pieza que sobresalía de la pared. Para Dreyfus era igual que las innumerables piezas de maquinaria oxidadas que ya habían pasado, pero Sparver le estaba prestando una atención particular.

—¿Algo que podamos usar? —preguntó Dreyfus.

Sparver apartó un panel y reveló una matriz de controles y enchufes de entrada táctiles.

—Es un punto de entrada —dijo—. No le prometo nada, pero si está conectado con alguna clase de red local, debería poder localizar el transmisor y tal vez abrir un canal bidireccional hasta Panoplia.

—¿Cuánto tiempo tardarás?

El traje de Sparver había sido conjurado con una caja de herramientas estándar. La sacó y extrajo un hilo de cable luminoso en cuyo extremo había un adaptador universal de materia rápida, retorcido y en forma de bala.

—Lo sabré dentro de unos minutos —dijo—. Si no funciona, seguiremos avanzando.

—A ver qué consigues. Estaré de vuelta dentro de cinco o diez minutos.

Sparver abrió mucho los ojos detrás de su parche facial.

—Deberíamos permanecer juntos.

—Solo voy a echar un vistazo un poco más allá. Estaremos en contacto todo el tiempo.

Dreyfus dejó a su ayudante ocupándose del equipo, jugueteando con adaptadores y bobinas de cables eléctricos de diferentes colores. No le cabía la menor duda de que si había una manera de enviar un mensaje a Panoplia, Sparver la encontraría. Pero no podía esperar hasta que lo consiguiera. En algún otro lugar de la roca, alguien podía estar borrando pruebas o preparando su huida con una nave escondida o una cápsula.

Dreyfus se giró y vio que Sparver había desaparecido en la curva del túnel.

—¿Cómo vas? —preguntó a través del canal de comunicación del traje.

—Avanzo poco a poco, pero creo que es factible. Los protocolos son bastante arcaicos, pero no es nada que no haya visto antes.

—Bien. Mantén el contacto. Voy a seguir.

Dreyfus pasó por un estrechamiento del túnel, y tuvo que juntar los codos para evitar que chocaran contra las paredes. Si miraba atrás, ni siquiera podía ver el débil destello de la luz que salía de la linterna del casco de Sparver. Psicológicamente, se sintió como si estuviese a kilómetros de distancia en lugar de a unos cientos de metros.

De repente, oyó un ruido fuerte y metálico, similar al de una campana. Se le tensó el estómago. Sabía exactamente lo que había sucedido, incluso antes de que su mente consciente hubiera procesado la información. En el lugar del cuello estrecho ahora había una sólida pared de metal. Un mamparo, parte de un sistema interior de esclusas de aire, acababa de cerrarse de golpe entre él y Sparver.

Regresó a la puerta y tanteó el borde para buscar los controles manuales, pero no encontró nada. Un sistema automático había sellado la puerta, y el mismo sistema automático tendría que volver a abrirla.

—¿Sparver?

La voz de su ayudante le llegó entrecortada y metálica.

—Lo escucho, pero débilmente. ¿Qué ha pasado?

—Me he tropezado con una puerta —dijo Dreyfus, sintiéndose avergonzado—. No quiere volver a abrirse.

—Quédese donde está. Voy a ver si puedo abrirla desde mi lado.

—Déjalo. Teníamos un plan y nos atendremos a él, aunque tenga que quedarme aquí hasta que llegue la ayuda. Si fuera necesario, creo que podría cortarla con el látigo cazador, siempre y cuando la puerta no lleve materia rápida activa incorporada. Mientras tanto, intentaré circunnavegar y ver si puedo encontrarme contigo por el otro lado.

—Intente no tropezar con más puertas en el camino.

—Lo haré.

—Debería pensar en conservar aire —dijo Sparver en tono amable—. Estos trajes M no recirculan el aire, jefe. Solo dispone de veintiséis horas.

—Son veinticuatro horas más de lo que espero estar aquí.

—Solo le digo que tenemos que prever eventualidades. Yo puedo regresar a la corbeta; quizá usted no pueda.

—Entendido —dijo Dreyfus.

El traje seguía confirmando que el aire que lo rodeaba era respirable, y no tenía por qué no creerlo. Alzó la mano y se desabrochó el casco: el traje había sido conjurado en una sola pieza, pero le hizo el favor de separarse en componentes familiares.

Inspiró su primera bocanada de aire frío y nuevo. Tras el
shock
inicial en su sistema, lo consideró tolerable. No olía a humedad, como había imaginado.

—Estoy respirando el aire ambiente, Sparv. De momento no noto nada raro.

—Bien. Ahora lo único que tengo que hacer es convencer a este sistema de que soy un usuario válido, y luego deberíamos tener línea directa con Panoplia. No estaré disponible cuando llame a casa, porque tendré que reasignar el canal de comunicación del traje para que esto funcione.

—Haz lo que tengas que hacer.

Dreyfus se apretó el casco contra el cinturón. No había avanzado ni siquiera cien metros cuando se encontró con un cruce. El túnel principal que había estado siguiendo seguía despejado, pero ahora se le unía otro camino en ángulo recto que llevaba hasta el centro de la roca.

—Sparver —dijo—, ligero cambio de planes. Puesto que no estoy usando aire del traje, voy a explorar un subtúnel que acabo de encontrar. Parece que se adentra más. Supongo que conduce a lo que quiera que este lugar esconde.

—Tenga cuidado.

—Como siempre.

El nuevo túnel resultó ser mucho más corto que el que habían bajado desde la superficie, y al cabo de treinta metros detectó un ensanchamiento en el tramo final. Dreyfus siguió avanzando con una mezcla de cautela y curiosidad, hasta que salió a una cámara hemisférica con facetas de vidrio pesado. Más allá del vidrio reinaba una profunda oscuridad, más absoluta que el propio espacio, como si hubieran extraído el corazón de la roca.

—Es hueca, es un caparazón vacío —se dijo a sí mismo, tan maravillado como perplejo.

La cámara hemisférica no era solo alguna clase de galería panorámica. Una de las facetas estaba cubierta de una lámina de plata bruñida en lugar de vidrio, y a su lado había un sencillo panel de control con controles táctiles de un diseño anticuado. Dreyfus se propulsó hacia el panel y examinó su contenido. Los gruesos controles estaban diseñados para que los usara alguien que llevara un traje espacial con guantes anchos, y la mayoría estaban etiquetados en canasiano antiguo. La mayor parte de las abreviaturas no significaban nada para Dreyfus, pero vio que uno de los controles estaba marcado con una representación estilizada de un sol.

Movió la mano hacia el control. Al principio estaba tan rígido que temió que estuviera atascado. Luego se movió haciendo un estrepitoso ruido metálico, y unos enormes bancos de luz comenzaron a brillar más allá del cristal blindado.

Se dio cuenta de que se había equivocado. El interior hueco de la roca Nerval-Lermontov no estaba vacío.

Contenía una nave.

—He encontrado algo interesante —le dijo a Sparver.

—Lo que no entiendo —dijo Thalia mientras el tren pasaba a toda velocidad por la primera ventana de Casa Aubusson— es de qué viven. No se ofendan, pero ya he hablado con la mayoría de ustedes y estoy perpleja. Supongo que son una porción representativa de la ciudadanía, o no los habrían seleccionado para el grupo de bienvenida. Sin embargo, ninguno de ustedes parece estar realizando ningún trabajo que sea comercializable fuera de Aubusson. Uno de ustedes cría mariposas. Otro diseña jardines. Otro fabrica animales mecánicos, por diversión.

—Las aficiones no están prohibidas —dijo Paula Thory, la regordeta criadora de mariposas.

—Estoy totalmente de acuerdo. Pero las aficiones no pagarán el mantenimiento de un hábitat de sesenta kilómetros.

—Tenemos un complejo de fábricas en la tapa terminal posterior —dijo Caillebot—. Solíamos construir naves. Muy bonitas, por cierto: cascos de molécula única en rubí y esmeralda. Hace décadas que no funciona a pleno rendimiento, pero los hábitats más pequeños a veces nos contratan para construir piezas y máquinas. Las grandes empresas del Ojo de Marco siempre nos superarán en eficacia y en economía de escala, pero nosotros no tenemos que extraer nada de un pozo de gravedad, ni pagar impuestos de importación al Anillo Brillante. Eso cubre algunas de nuestras necesidades económicas.

—Pero no todas —replicó Thalia—. ¿No es verdad?

—Votamos —dijo Thory.

—Igual que todo el mundo —respondió Thalia—. Excepto Panoplia.

—No todo el mundo vota como nosotros. Esa es la gran diferencia. Hay ochocientas mil personas en este hábitat, y cada una de ellas se toma sus derechos de voto muy en serio.

—Eso no les pone comida en el plato.

—Si votamos lo bastante a menudo y de forma inteligente, sí. —Ahora Thory miraba a Thalia fijamente, mientras el tren pasaba a toda velocidad por un campus de edificios bajos, con los perfiles suavizados y el color pastel de las nubes de azúcar—. Usted es de Panoplia. Supongo que está bastante familiarizada con el concepto de ponderación de votos.

—Recuerdo que el mecanismo lo permite, bajo ciertas circunstancias.

Thory pareció sorprendida.

—Se acuerda. ¿No se supone que debería ser una experta, prefecto?

—Pregúnteme sobre seguridad, o sobre el
software
de los núcleos de voto, y la entretendré durante horas. El procesamiento de votos es un área completamente diferente. No entra dentro de mi competencia. —Thalia tenía las manos en el regazo, con el cilindro entre las rodillas—. Explíqueme cómo lo hacen en Aubusson.

—Es de sobra conocido que el aparato registra todos los votos que se han emitido en todo el Anillo Brillante —dijo Thory—. Eso representa al menos un millón de transacciones cada segundo en los últimos doscientos años. Lo que la gente normalmente no tiene en cuenta es que en ocasiones el sistema echa un vistazo a sus propios registros y observa los patrones de voto que determinaron un resultado particular. Suponga, por ejemplo, que los cien millones de habitantes del Anillo votan sobre una cuestión crítica. Imagine que se identifica una amenaza hipotética a la que se puede hacer frente con una variedad de respuestas, desde un ataque preventivo a la simple decisión de no hacer nada en absoluto. Suponga además que la mayoría vota a favor de una respuesta particular sobre todas las opciones disponibles. Suponga también que se toman medidas en base a esa votación, y que resultan ser equivocadas. El aparato es lo bastante inteligente como para reconocer errores democráticos como ese. También es lo bastante inteligente como para repasar los registros para ver quién votó otra cosa. Quién, en otras palabras, tuvo razón, mientras que la mayoría estaba equivocada.

Thalia asintió, y recordó detalles que una vez había aprendido y luego enterrado bajo conocimientos más relevantes.

—Y luego, tras identificar a esos perspicaces votantes, les otorga un índice de ponderación para cualquier voto futuro que puedan emitir.

—En esencia, así es como funciona. En la práctica, es infinitamente más sutil. El sistema sigue observando a esos individuos y afina constantemente el factor de ponderación adecuado. Si siguen votando de forma inteligente, entonces su ponderación permanece, o incluso aumenta. Si muestran una racha sostenida de mal juicio, el sistema les reduce la ponderación al valor defecto.

—¿Por qué no les quita sus derechos de voto, si lo hacen tan mal?

—Porque entonces no seríamos una democracia —respondió Thory—. Todo el mundo se merece la oportunidad de corregir su modo de actuar.

—¿Y cómo es para Aubusson?

—Es nuestra forma de ganarnos la vida. La ciudadanía posee un número muy elevado de votos ponderados, muy por encima de la media del Anillo Brillante. Hemos trabajado duro para ello, por supuesto: no se trata solo de una fluctuación estadística. Yo tengo un índice de ponderación de uno coma nueve, lo que significa que cada voto que emito tiene casi el doble de eficacia normal. Prácticamente equivalgo a dos personas que voten al unísono sobre cualquier cuestión. Uno coma nueve es elevado, pero hay cincuenta y cuatro personas que tienen un índice de casi tres. Son personas a las que el sistema ha identificado como poseedores de un discernimiento casi sobrehumano. La mayoría de nosotros vemos el paisaje de los acontecimientos futuros como un terreno desconcertantemente embrollado, envuelto en una niebla de posibilidades cambiantes. Los Triples ven un camino brillante, con sus cruces marcados en neón refulgente. —Thory adoptó un tono de voz reverencial—. En algún lugar ahí afuera, prefecto, hay un ser al que llamamos el Cuádruple. Sabemos que está entre nosotros porque el sistema dice que es un ciudadano de Casa Aubusson. Pero el Cuádruple nunca se ha revelado a ningún ciudadano. Quizá tema un apedreamiento público. Su propia sabiduría debe de ser un regalo maravilloso y aterrador a la vez, como la maldición de Cassandra. Sin embargo, solo supone cuatro votos en una población de cien millones. Piedrecitas en una playa infinita.

BOOK: El Prefecto
8.06Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Balls by Julian Tepper, Julian
the STRUGGLE by WANDA E. BRUNSTETTER
The Kingdom of Kevin Malone by Suzy McKee Charnas
Cody's Varsity Rush by Todd Hafer
Mercury by Ben Bova