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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (19 page)

BOOK: El Prefecto
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—¿Puedes comprobarlo?

—Ya lo he hecho. ¿Está listo? —Sparver envió una orden a la pared. Ahora solo quedaba una transmisión—. Tendrá que examinar las once que he rechazado, pero estoy bastante seguro de que podemos desecharlas. Esta es la nuestra.

—¿Cómo lo sabes?

—El punto de origen no es ningún sitio que reconozca, lo que de inmediato me pone sobre aviso. Solo es una roca, un trozo flotante de un asteroide no procesado que vaga sin rumbo por una de las órbitas medias.

—Alguien tiene que ser el dueño.

—La propiedad de la roca se remonta a una familia llamada Nerval-Lermontov. No sé si le suena de algo.

—Nerval-Lermontov —dijo Dreyfus, y repitió el nombre poco a poco—. El nombre de esa familia me suena de algo.

—Pero usted conoce muchas familias.

—Podrían ser inocentes. ¿Hay alguna razón para pensar que esa roca no sea otro
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?

—Puede que lo sea. Pero hay una cosa extraña. Quien hizo la llamada, quien envió la señal desde la roca Nerval-Lermontov, fue la única vez que se puso en contacto con Ruskin-Sartorious a través de ese nodo particular.

—Tienes razón —dijo Dreyfus en tono de aprobación—. Es extraño. Muy extraño.

Sparver dejó su té, y la porcelana tintineó con delicadeza contra la mesa de Dreyfus.

—Que no se diga que los cerdos no servimos para nada.

Un caballo volador estaba esperando a Thalia cuando llegó a Clepsidra Chevelure-Sambuke. Las alas del animal batieron el aire con lentitud somnolienta. Tenía la piel transparente, lo que ofrecía una visión anatómica precisa de sus órganos internos fuertemente comprimidos, así como de su modificado esqueleto y su musculatura. Las alas insectiles eran esbeltas, con intrincadas venas, pero carecían de una estructura ósea visible.

El pegaso de Thalia no era la única cosa que volaba. Había otros caballos voladores, formas translúcidas que batían lentamente las alas en la lejana distancia. Algunos llevaban jinetes; otros debían de ir a recoger pasajeros o estaban haciendo algún recado. También había cosas mucho más coloridas, como polillas gigantes estampadas, peces a rayas o cometas chinas de elaboradas colas. Los pegasos parecían confinados a las zonas de baja gravedad del hábitat (no era sorprendente, con aquellas alas prismáticas), pero las otras formas voladoras se desplazaban libremente por todo el interior. Entre ellas, casi demasiado pequeñas para ser vistas, había formas estrelladas de personas voladoras, con alas o superficies aerodinámicas propias. Thalia se puso las gafas, pero estas no revelaron diferencias significativas comparadas con la realidad desnuda, lo cual confirmaba lo todo que había leído sobre Clepsidra durante el vuelo: la gente allí prefería modelar la materia, no la información.

Poco a poco, se percató de que la gravedad la hundía cada vez más en la silla de montar. El caballo se dirigía a una pista de aterrizaje con forma de lengua, que surgía de una mansión blanca con chapiteles situada en la parte alta de una ciudad construida en la ladera del estrechamiento central de Clepsidra. Al acercarse al punto de aterrizaje, Thalia vio un grupo de bienvenida reunido alrededor del perímetro de la plataforma.

Un par de funcionarios se dirigieron a toda prisa al lado del pegaso para ayudar a Thalia a desembarcar en cuanto las pezuñas del animal tintinearon contra el suelo de cristal. El peso de la gravedad no superaba una décima de gramo, pero el caballo batía constantemente las alas, abanicando el aire con un audible susurro a cada serpenteante compás. Los funcionarios, que en apariencia eran más o menos humanos de base, se apartaron cuando Thalia bajó del caballo.

Un hombre gigante con aspecto de panda, vestido con piel blanca y negra, se dirigió hacia ella a paso lento. Se movía con una gracia notable a pesar de su corpulencia. Su enorme cabeza era tan ancha como un casco. Apenas se le veían sus verdaderos ojos, cubiertos con unos parches negros en forma de óvalo. Dejó de mascar un palo fino y verdoso y se lo pasó a otro funcionario.

—Bienvenida, prefecto de campo ayudante Ng —dijo con tono afectado—. Soy el alcalde Graskop. Es un placer darle la bienvenida a nuestro modesto mundo. Confiamos en que su estancia sea agradable y productiva.

Le tendió la pezuña. La pequeña mano de Thalia desapareció en un relleno de piel cálida y húmeda. Vio que el alcalde Graskop tenía cinco dedos y un pulgar que acababan en una uña negra y brillante.

—Gracias por enviar el caballo.

—¿Le ha gustado? Habríamos preparado algo especial si nos hubieran avisado de su visita con un poco más de antelación.

—Era un caballo muy bonito, gracias. No tenían que haberse tomado tantas molestias.

El alcalde le soltó la mano.

—Nos han informado de que desea acceder a nuestro núcleo de voto.

—Correcto. Lo que tengo que hacer no me llevará mucho tiempo. Es bastante sencillo.

—¿Y después? Se quedará a disfrutar un poco de nuestra hospitalidad, ¿verdad? No recibimos visitas de Panoplia a menudo.

—Me encantaría, alcalde, pero ahora no es un buen momento.

Él inclinó su enorme cabeza monocromática.

—Hay problemas ahí afuera, ¿verdad? Hemos oído los rumores, aunque confieso que no prestamos demasiada atención a esas cuestiones.

—No —dijo Thalia con diplomacia—. No hay problemas. Pero tengo que ajustarme al horario.

—Pero se quedará un poquito.

Cuando el alcalde habló, Thalia entrevió unas feroces hileras de dientes blancos y afilados, y le llegó el tufillo azucarado de los productos digestivos animales.

—No puedo, de verdad.

—Pero «tiene» que quedarse, prefecto.

El alcalde miró a los otros miembros del grupo de bienvenida para que Thalia no se atreviera a decepcionarlos. La mayoría de los rostros eran visiblemente humanos, aunque peludos, hechos a escala o distorsionados según algún modelo zoológico. Sus ojos eran inquietantemente hermosos, líquidos, intensos e infantiles.

—No la detendremos sin un buen motivo —insistió el alcalde—. Recibimos muy pocos visitantes, y mucho menos figuras de autoridad. En las raras ocasiones en las que lo hacemos, tenemos por costumbre celebrar un concurso improvisado, o torneo, e invitamos a nuestro huésped a participar en calidad de jurado. Esperábamos que nos ayudara con la adjudicación en un torneo en el aire…

—Me encantaría, pero…

Él sonrió triunfante.

—Entonces, decidido. Se quedará. —Se frotó las zarpas en anticipación—. ¡Oh, qué maravilla! ¡Un prefecto como juez!

—No voy…

—Solucionemos primero esa trivialidad del núcleo de voto, ¿le parece? Luego podemos centrarnos en el acontecimiento principal. ¡Será un torneo maravilloso! ¿Quiere seguirme? Si no le gusta nuestro bajo nivel de gravedad, podemos ofrecerle un palanquín.

—Estoy bien —dijo Thalia de modo cortante.

11

Dreyfus estaba sentado frente a su consola escribiendo una pregunta para las turbinas de búsqueda. Buscó información sobre la familia Nerval-Lermontov, seguro de que el nombre le resultaba familiar, pero incapaz de desenterrar la información relevante de los congestionados registros de su memoria, que empezaba a envejecer. Sin embargo, en cuanto lanzó la petición y se puso a pensar en la posibilidad de recorrer su propia mente, sintió una repentina y breve sacudida. Era como si Panoplia hubiera sufrido un terremoto.

Levantó el puño para llamar a su ayudante, temiéndose lo peor. Pero no había ni siquiera pronunciado el nombre de Sparver, cuando la consola le informó de que se había producido un grave incidente en la sala de las turbinas.

Dreyfus atravesó su pared de ropa y se dirigió desde su habitación a través de los laberintos de la roca hasta la sección acentrífuga en la que estaban situadas las turbinas de búsqueda. Supo que el incidente había sido grave incluso antes de llegar a la sala. Prefectos, técnicos y máquinas pasaban por delante de él a toda velocidad. Cuando llegó a la entrada de la sala de caída libre, los equipos médicos estaban sacando a los heridos. Sus heridas eran espeluznantes.

Una cinta transportadora lo llevó al enorme interior de la sala. Miró el espectáculo, estupefacto. Ya no había cuatro turbinas de búsqueda, sino tres. El cilindro del fondo había desaparecido, excepto por los puntos de anclaje en forma de manga que emergían desde la superficie interior de la cámara. La mortaja transparente estaba rota en innumerables fragmentos en forma de daga, muchos de los cuales estaban ahora incrustados en las paredes. Dreyfus no podía imaginar la fuerza exterior que habría sido necesaria para romper el blindaje, que estaba hecho de la misma sustancia acristalada que se usaba para fabricar los cascos de las naves espaciales. En cuanto a la maquinaria que habría estado dando vueltas dentro del cristal justo antes de que se rompiera, no quedaba nada excepto residuos polvorientos de varios centímetros de espesor sobre todas las superficies que flotaban en el aire, formando un asfixiante humo grisáceo. La turbina —sus pilas de datos y las cuchillas batidoras de recuperación— se había pulverizado con eficacia, pues no había dejado ningún componente más grande que una mota de polvo. Estaba diseñada para ello, se recordó Dreyfus, para que si un grupo hostil se hacía con Panoplia no tuviese acceso a ninguna clase de información. Pero no estaba diseñada para autodestruirse durante el transcurso de las operaciones habituales.

Examinó las otras turbinas. El armazón de la que estaba más cerca de la unidad destruida presentaba varias grietas prominentes. El aparato interior estaba disminuyendo visiblemente la velocidad. Las otras dos unidades estaban sufriendo la misma suspensión temporal de seguridad, aunque sus armazones parecían intactos.

Dreyfus se apartó para no obstaculizar el paso del personal médico que atendía a los técnicos de la sala que habían sido lacerados por el cristal y por la metralla de la turbina —ya habían sacado a los heridos más graves—, y se dirigió hacia una mujer llamada Trajanova. Era la prefecto encargada de los archivos, considerada muy competente por todos. Dreyfus no discrepaba de esa opinión, pero no le gustaba Trajanova y sabía que el sentimiento era mutuo. Una vez la había contratado como ayudante, pero luego la despidió porque no tenía el instinto necesario para el trabajo de campo. Ella nunca le perdonó aquello y sus raros encuentros eran tensos, secos. Sin embargo, Dreyfus se sintió aliviado al ver que no había sufrido heridas visibles excepto por un corte en la mejilla. Se estaba apretando la manga contra la cara, mientras su uniforme dispensaba agentes desinfectantes y coagulantes. Tenía los auriculares alrededor del cuello, las gafas encima de la frente y una fina capa de escombros grisáceos en la ropa y en la piel.

Trajanova debió de ver la expresión de su cara.

—Antes de que me lo preguntes, no tengo ni idea de lo que acaba de ocurrir.

—Iba a preguntarte si te encuentras bien. ¿Estabas aquí cuando ocurrió?

—Detrás de la cuarta pila, la más alejada de la unidad que ha estallado. Haciendo diagnósticos de velocidad de búsqueda.

—¿Y?

—Estalló. Un segundo antes estaba girando, y al siguiente dejó de existir. Me habría quedado sorda de no haber sido porque llevaba puestos los auriculares.

—Has tenido suerte.

Ella lo miró con el ceño fruncido. Se retiró la manga y dejó ver la sangre seca en la mejilla.

—Es curioso. Yo habría dicho que tenía bastante mala suerte de estar aquí.

—¿Ha muerto alguien?

—Creo que no. No de forma permanente. —Se frotó los ojos, irritados por el polvo—. Aunque ha sido un desastre. El cristal es lo que más daño ha hecho. Es hiperdiamante, Dreyfus. Hace falta mucha fuerza para romperlo. Era como si hubiese estallado una bomba.

—¿Fue una bomba? Lo digo en serio: ¿podría una bomba haber causado esto?

Ella negó con la cabeza.

—No creo. La unidad empezó a girar descontrolada, de repente. No hubo ninguna explosión, ningún fogonazo antes de que ocurriera.

—Esas cosas funcionan a una velocidad crítica, ¿verdad?

—Esa es la idea. Las hacemos girar lo más rápido posible. Si fueran más lentas, tú serías el primero en quejarte de la demora en la recepción de información.

—¿Es posible que la unidad haya girado demasiado?

Ella respondió a la pregunta con una rotunda negativa.

—No hacen eso.

—¿Es posible que el ensamblaje estuviera muy usado?

—Sometemos a todas las unidades a un mantenimiento rutinario, de una en una. Normalmente no te das cuentas porque asignamos su trabajo a las otras tres. La unidad que ha fallado estaba en perfecto estado durante la última revisión.

—¿Estás segura?

Su cara dijo:
No cuestiones mi competencia, y yo no cuestionaré la tuya
.

—Si no lo estuviera, no habría estado girando, prefecto.

—Tenía que preguntarlo. Aquí se ha producido un error terrible. ¿Podría una pregunta mal formulada haber causado el accidente?

—Es una extraña pregunta.

—Lo digo porque envié algo un segundo antes del accidente.

—Las unidades manejaron millones de preguntas en ese intervalo.

—¿Millones? No hay millones de prefectos.

—La mayoría de las preguntas que nos llegan están generadas por máquinas. Panoplia hablando consigo misma, consolidando su propia base de conocimientos. A las turbinas no les importa si quien envía la pregunta es un humano o una máquina. Todas son tratadas con igual prioridad.

—Sigo pensando que está relacionado conmigo.

—Tu pregunta no pudo haber hecho esto. Sería absurdo.

—Puede. Pero estoy realizando una investigación delicada, y justo cuando estoy a punto de llegar a algún sitio, cuando puede que esté a punto de relacionar el caso con una de nuestras gloriosas familias, cuando puede que esté a punto de hacer daño a alguien, sabotean una de mis herramientas de investigación principales.

—Fuera lo que fuese, no puede haber sido un sabotaje —dijo Trajanova.

—Pareces muy segura.

—Quizá no te hayas dado cuenta, pero esta es una instalación de máxima seguridad dentro de lo que ya es una organización de máxima seguridad. Nadie entra dentro de esta sala si no dispone al menos de una autorización Pangolín, y nadie, ni siquiera la prefecto supremo, puede acceder a las turbinas de búsqueda desde fuera de la roca. Sinceramente, no se me ocurre ninguna instalación más difícil de sabotear.

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