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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (14 page)

BOOK: El Prefecto
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Tendría que ganarse su confianza.

—La cuestión es —prosiguió Delphine— que no me interesaba ni la familia ni la política del Anillo Brillante. Tenía y sigo teniendo mi arte. Es lo único que me interesaba.

—Entonces, hablemos de su arte. ¿Podría alguien haber estado celoso de su éxito?

Ella lo miró pasmada.

—¿Tanto como para matar a novecientas sesenta personas?

—Los crímenes no siempre van en proporción al móvil.

—No se me ocurre nadie. Si hubiera sido la comidilla de la sociedad Stoner, no habríamos negociado con un comerciante de segunda como Dravidian.

Dreyfus se mordió la lengua y puso la típica cara de póquer de un policía.

—De todos modos, alguien quería que todos murieran, y dormiré mejor cuando sepa por qué.

—Ojalá pudiera ayudarle.

—Aún puede. Quiero que me diga cuándo recibió esa llamada.

—Mientras Dravidian nos visitaba.

—Si pudiera ser más precisa, me ayudaría.

El nivel beta cerró los ojos un instante.

—La llamada llegó a las catorce horas, veintitrés minutos, cincuenta y un segundos, hora estándar de Yellowstone.

—Gracias —dijo Dreyfus—. Congela… —comenzó a decir.

—¿Ya ha terminado? —preguntó Delphine interrumpiéndole antes de que acabara de emitir la orden.

—De momento. Si necesito algo más de usted, será la primera en enterarse.

—¿Y ahora va a devolverme a la caja?

—Eso es.

—Creí que quería hablar de arte.

—Ya hemos hablado.

—No, hemos hablado de la posibilidad de que mi obra fuera el móvil del crimen. No hemos hablado de mi obra en sí.

Dreyfus se encogió de hombros.

—Podemos, si cree que es relevante.

—¿Usted no?

—Parece un detalle secundario, a menos que usted opine lo contrario. Usted misma ha expresado sus dudas de que los celos fueran el móvil. —Dreyfus hizo una pausa y se lo pensó mejor—. De todos modos, su reputación iba en aumento, ¿no es cierto?

Delphine lo miró con amargura.

—Hace que suene como si la historia de mi vida ya estuviera escrita hasta la última línea.

—En mi opinión… —pero Dreyfus recordó lo que Vernon le había dicho sobre la creencia de Delphine en la validez de las simulaciones de nivel beta.

—¿Qué? —preguntó Delphine.

—Las cosas serán diferentes. ¿No le parece?

—Diferentes. No necesariamente peores. Usted sigue sin creer en mí, ¿verdad?

—Lo estoy intentando —respondió Dreyfus.

—La última vez que hablamos, le hice una pregunta.

—¿Sí?

—Le pregunté si había perdido a algún ser querido.

—Le respondí.

—Con evasivas. —Lo miró larga y fijamente—. Ha perdido a alguien, ¿verdad? No solo a un colega o a un amigo. A alguien más cercano.

—Todos hemos perdido a alguien.

—¿Quién era, prefecto Dreyfus? ¿A quién perdió?

—Dígame por qué eligió trabajar en la serie Lascaille. ¿Por qué le importaba lo que le había ocurrido a un hombre a quien nunca conoció?

—Esas preguntas son muy personales para un artista.

—Me pregunto si se creó enemigos al elegir ese tema.

—Y yo me pregunto por qué le cuesta tanto reconocer mi existencia consciente. La persona que murió, ¿ocurrió algo que le hiciera volverse contra los niveles beta? —Sus ojos verde mar brillaron tanto que Dreyfus tuvo que apartar la mirada—. ¿Quién era, prefecto? Quid pro quo. Responda a mi pregunta y yo responderé a la suya.

—Tengo que hacer mi trabajo, Delphine. Empatizar con
software
no forma parte de él.

—Siento que piense eso.

—No —dijo Dreyfus, y algo dentro de él se quebró—, no lo siente. Sentirlo implicaría la presencia de una mente pensante, una voluntad capaz de experimentar la emoción llamada «arrepentimiento». Dice que lo siente porque es lo que la Delphine viva habría dicho en circunstancias similares. Pero no significa que lo sienta.

—¿De verdad no cree que esté viva, en ningún sentido de la palabra?

—Me temo que no.

Delphine asintió con frialdad.

—En ese caso, ¿por qué está discutiendo conmigo?

Dreyfus buscó una respuesta automática, pero no la encontró. Delphine lo miraba entre divertida y compasiva. Congeló la invocación y se quedó mirando fijamente al espacio vacío donde ella había aparecido.

Ella no
, se dijo.
Eso
.

—¿Hola? —Thalia saludó a una oscuridad fría y húmeda que resonaba—. Soy la prefecto de campo ayudante Ng. ¿Hay alguien?

No hubo respuesta. Thalia se detuvo y dejó en el suelo el pesado cilindro que llevaba en la mano izquierda. Con la mano derecha tocó el mango de su látigo cazador y, a continuación, se reprendió por su inquietud. Soltó el arma, sacó las gafas, se las puso y amplió la imagen. La oscuridad de la cámara disminuyó y reveló una puerta en una pared. Thalia volvió a tocarse las gafas, pero el revestimiento entóptico no cambió nada. Si un ciudadano del hábitat con el cráneo plagado de implantes modificadores de los sentidos hubiera estado en la misma posición que Thalia, habría visto las mismas paredes grises.

—Voy a adentrarme en el hábitat —informó Thalia al cúter—. De momento, no estoy precisamente apabullada por el comité de bienvenida.

Volvió a coger el cilindro con la mano izquierda. Tenía que ser precavida, así que esta vez decidió sacar el látigo cazador.

—Avanza delante de mí en posición defensiva uno —le ordenó antes de soltarlo. Con el ojo rojo encendido, el látigo cazador asintió para indicar que había entendido la orden y que ahora la cumplía. Luego el mango se alejó de ella y avanzó con sigilo hacia delante, deslizándose por el suelo con la punta enroscada de su filamento, como si fuera una cobra.

La puerta conducía a un túnel húmedo con el suelo agrietado. Más adelante, el túnel comenzaba a curvarse. El látigo cazador siguió deslizándose mientras la luz roja de su ojo explorador se reflejaba en las superficies húmedas. Thalia lo siguió dentro del túnel por una suave curva, que luego se ensanchó en una plaza débilmente iluminada. La curvatura del hábitat era evidente en el continuo y suave elevamiento del suelo, que ascendía delante de ella hasta quedar oculto por un techo igualmente curvilíneo. La única iluminación procedía de la luz del sol que entraba por unas inmensas ventanas enrejadas a cada lado del techo. Las cristaleras estaban cubiertas de una gruesa capa de polvo y moho que dejaba pasar una luz de color marrón sepia. Por encima de Thalia, interrumpidos solo por las ventanas, había varios pisos de lo que una vez fueron tiendas,
boutiques
y restaurantes. Puentes y rampas se extendían entre las dos paredes; algunos estaban combados o rotos. Los aparadores de vidrio estaban hechos añicos o cubiertos con varias formas de moho u otra clase de plaga vegetal. En algunas de las tiendas había incluso rastros de mercancías no vendidas, olvidadas y cubiertas de telarañas.

A Thalia no le gustaba nada aquel lugar. Se alegró de encontrar otro túnel que salía de la plaza. El látigo cazador se deslizó delante de ella, mientras su espiral siseaba de forma rítmica contra el suelo.

Sin previo aviso, desapareció.

Un instante después, Thalia oyó un ruido parecido al que produce alguien cuando golpea un trozo de metal contra otro. Con cautela, dio la vuelta a la curva y vio al látigo cazador enroscado alrededor de la forma inmovilizada de un robot, que se había caído de lado y cuyas ruedas de caucho giraban en vano. Thalia se acercó y dejó el cilindro en el suelo. Examinó la máquina para ver si llevaba armas, pero no había señal de que fuera otra cosa más que un sirviente de uso general de diseño antiguo.

—Suéltalo —dijo.

El látigo cazador se desenroscó y se apartó del robot, pero siguió con el ojo fijo en la máquina. Con gran esfuerzo, el robot extendió unas extremidades telescópicas para ponerse derecho. De la base con ruedas surgió un estrecho pilar con miembros y sensores que salían desde ángulos asimétricos del pilar.

—Soy la prefecto de campo ayudante Thalia Ng, de Panoplia —dijo—. Identifique su origen.

La voz del robot era desconcertantemente profunda y empática.

—Bienvenida a Carrusel Nueva Seattle-Tacoma, prefecto de campo ayudante Ng. Espero que haya tenido un viaje agradable. Lamento mi retraso. Me han ordenado que la escolte al núcleo participativo.

—Esperaba hablar con el ciudadano Orson Newkirk.

—Orson Newkirk está en el núcleo participativo. ¿Puedo ayudarla con su equipaje?

—No, gracias —dijo Thalia negando con la cabeza.

—Muy bien, prefecto de campo ayudante Ng. Por favor, sígame.

—¿Dónde está todo el mundo? Esperaba una población de un millón trescientas mil personas.

—La población actual es de un millón doscientas setenta y cuatro mil seiscientas dieciocho personas. Están todas reunidas en el núcleo participativo.

—No deja de repetir lo mismo. ¿Qué es un «núcleo participativo»?

—Por favor, sígame.

El robot dio un giro y sus neumáticos chirriaron contra el suelo húmedo. Empezó a caminar por el pasillo, dejando tras de sí un olor a quemado.

Jane Aumonier sonrió levemente a siete metros y medio de distancia.

—Eres como un perro con un hueso, Tom. No todo en la vida es una conspiración. A veces la gente se vuelve loca y hace cosas estúpidas e irracionales.

—Dravidian no sonaba ni loco ni irracional.

—Uno de los miembros de su tripulación, entonces.

—Actuaron conforme a un plan. Siguieron un guión para hacer que el ataque pareciera un arrebato del momento, cuando en realidad lo prepararon mucho antes de que Dravidian se reuniese con Delphine.

—¿Tú crees?

Dreyfus acababa de poner en marcha el Planetario en su habitación. Había hecho retroceder la configuración del Anillo Brillante a la hora en la que Delphine Ruskin-Sartorious le dijo que había recibido la llamada. Los datos estaban ahora en el cúter de Thalia, esperando a que completase su actualización para analizarlos.

—Siempre has confiado en mi instinto —dijo Dreyfus—. Ahora me dice que está pasando algo que alguien quiere que obviemos.

—¿Has hablado con los niveles beta?

—No se les ocurre nadie que pudiera querer hacer algo así a la familia.

—¿Así que no tienes ninguna pista sobre el móvil?

—No, todavía no. Pero te diré una cosa. Si quisieses hacer daño a una familia, hay muchas clases de armas asesinas capaces de hacer el trabajo sin dejar una pista para los forenses.

—Estoy de acuerdo… —dijo Aumonier en tono evasivo, para indicarle que le seguía la corriente.

—Pero quien lo hizo no solo quería eliminar a la familia. Mataron a todos los ciudadanos de ese hábitat y luego lo arrasaron.

—Tal vez no tenían acceso a armas asesinas.

Dreyfus la miró con expresión escéptica.

—¿Pero tenían los medios para infiltrar una nave ultra y manipular su motor?

—No estoy segura de adonde quieres ir a parar, Tom.

—Quiero decir que debió de ser más difícil usar a Dravidian que echar mano de un arma asesina. Lo que significa que necesitaban esa nave. La usaron por una razón. Matar a la familia no era suficiente. Tenían que calcinarlos, borrar cualquier rastro de su existencia. Si no tienes una bomba de hidrógeno o un misil, ¿cómo lo haces, si no es con un motor combinado?

—Sigue sin aclararnos gran cosa —dijo Aumonier.

—Al menos la nave les permitió achacárselo a los ultras, en lugar de hacer que pareciera obra de otro hábitat. Pero creo que Dravidian y su tripulación eran inocentes.

Aumonier miró cansinamente la pared de pantallas que reclamaban su atención. Solo con echar un vistazo, Dreyfus pudo ver que la mayoría se refería a los esfuerzos de Aumonier por contener la creciente crisis entre el Anillo Brillante y los ultras. Las pantallas envolvían la sala de un extremo a otro, y su presión combinada empujaba desde todas direcciones, como los pinchos punzantes de una doncella de hierro.

—Si tuviera alguna prueba —dijo—, si pudiera demostrar que los ultras son inocentes, las cosas se calmarían.

—Thalia Ng me está ayudando a rastrear la llamada que le tendió la trampa a Dravidian.

Aumonier miró a Dreyfus de manera inquisitiva.

—Pensé que Ng estaba fuera actualizando los núcleos de voto, ¿no? Vantrollier me pidió que firmara la autorización.

—Thalia está fuera —confirmó Dreyfus—. Y también me está ayudando, entre actualización y actualización.

Aumonier asintió con aprobación.

—Una buena ayudante.

—No contrato a ninguna otra clase.

—Y yo no contrato a ninguna otra clase de prefecto. Quiero que entiendas que te aprecio, por muy… frustrante que en ocasiones te parezca tu posición.

—Estoy muy satisfecho con mi papel en la organización.

—Me alegro.

Hubo una pausa.

—Dime una cosa, Jane, ahora que estamos hablando de ello.

—Dime, Tom.

—Quiero que me respondas con sinceridad. Voy a remover algunas piedras. Puede que debajo haya cosas desagradables. Tengo que estar seguro de que confías totalmente en mí cuando salga a hacer mi trabajo.

—Tienes mi completa confianza. De forma incondicional.

—Entonces, ¿no hay ningún motivo para pensar que puedo haberte decepcionado, o haber hecho mal mi trabajo?

—¿Por qué ibas a sentirte así?

—Siento que tengo tu confianza. Me has dado autorización Pangolín, lo cual agradezco. Tengo derecho a asistir a las reuniones de los prefectos séniores. Pero sigo siendo un prefecto, después de todos estos años.

—No hay nada de malo en ello.

—Lo sé.

—Si no fuera por esta… cosa en mi nuca, quizá yo también seguiría ahí fuera.

—Lo dudo, Jane. Te habrían ascendido igualmente. Te habrían mantenido dentro de Panoplia, donde puedes ser más útil a la organización.

—¿Y si hubiera dicho que no?

—Te habrían dado las gracias por tu opinión y te habrían ignorado. Ascienden a las personas mientras están en plenas facultades. Así es como funciona el sistema.

—¿Y si te dijera que la mejor manera en que creo que puedes servir a Panoplia es seguir siendo prefecto de campo?

—Me estoy haciendo viejo y estoy cansado, Jane. He comenzado a cometer errores.

—No he notado ninguno. —De repente, comenzó a hablarle con urgencia, como si hasta entonces hubiera estado mimándolo, pero ahora hubiera llegado el momento de dar órdenes—. Escúchame, Tom. No quiero oír nada más sobre el tema. Eres el mejor. No te lo diría si no lo creyera.

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