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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (7 page)

BOOK: El Prefecto
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La pared de paso se selló hasta desaparecer tras el prefecto sénior Gaffney. Acababa de regresar del Hospicio Idlewild y aún tenía los senos nasales bloqueados después de haberse expuesto al aire seco y caliente a bordo de la corbeta. Se hurgó en un orificio nasal y luego embadurnó la pared con la ofensiva sustancia nasal, que se mezcló con la absorbente matriz de materia rápida.

La sala (el centro de Seguridad Interna) era tan fría, silenciosa y vacía como la parte más profunda y húmeda de una cueva. No obstante, a medida que Gaffney se adentró en ella, los sistemas respondieron a su presencia y conjuraron muebles y otras comodidades, diseñadas según sus habituales preferencias ergonómicas. Gaffney se acomodó frente a una consola envolvente de la que salían varios paneles visualizadores, delgados como membranas. En la consola aparecieron unos símbolos perfilados en color azul neón. Los dedos de Gaffney los esquivaron y teclearon complejas cadenas de comandos de seguridad de gran riqueza sintáctica, que fue entrelazando como si fueran las cuentas de un collar. Sobre los paneles se arremolinaron textos y gráficos que pasaron a gran velocidad. Gaffney se enorgullecía de ser uno de los funcionarios de Panoplia con uno de los índices más elevados de velocidad de lectura.

Lejos de allí, en el ingrávido corazón de Panoplia, las turbinas de búsqueda se abrieron paso a través de cantidades ingentes de conocimiento archivado. Gaffney habría jurado que podía oír el ruido subterráneo de aquellas máquinas investigadoras; casi podía sentir la presión de los datos subiendo de forma vertiginosa a través de ellas, como el agua en una manguera de incendio.

Comenzó a ralentizar el flujo a medida que se acercaba al centro de su búsqueda.

—Atención —le advirtió el sistema—. Está entrando en una fuente de datos de alta seguridad. Es obligatorio disponer de autorización Pangolín. Si no tiene autorización Pangolín, interrumpa su búsqueda.

Gaffney prosiguió. No solo tenía autorización Pangolín, sino que él decidía quién más podía tenerla.

—Categoría: sistemas armamentísticos archivados y prohibidos —dijo el sistema.

Gaffney refino los parámetros de búsqueda una última vez.

—Elemento de recuperación específico —dijo el sistema—. Robot de guerra. Clase escarabajo.

—Muéstremelo —Gaffney respiró cuando sus manos imitaron la orden verbal.

Los paneles visualizadores se llenaron de diagramas lineales e ilustraciones con cortes de sección. Gaffney entrecerró los ojos para ver mejor. En algunas de las imágenes, los escarabajos estaban acompañados de figuras humanas para comparar la escala. Los robots eran más pequeños de lo que imaginaba, hasta que recordó que uno de sus principales usos había sido la infiltración. Sin lugar a dudas eran rápidos y tenían un elevado grado de autonomía estratégica.

No todo el mundo recordaba los escarabajos con claridad. Los sellos fechadores de las anotaciones databan al menos de hacía un siglo.

Gaffney volvió a mover las manos. Ahora los paneles se llenaron de líneas de texto desplazables y de símbolos en LEF, el Lenguaje Ensamblador de Fábrica, legible por los humanos. Las instrucciones se convirtieron en una imagen borrosa que se movía a toda velocidad. El borrón comenzó a bailar y a retorcerse con ritmos sutiles, y reveló la estructura a gran escala en el código de secuencia. Allí estaban los comandos que, introducidos en una fábrica suficientemente equipada, crearían un escarabajo completamente operativo.

O más de uno.

Tras comprobar que el guión LEF estuviese completo y libre de errores, Gaffney enquistó el código en una partición privada de su propia área de gestión de la seguridad. En el improbable caso de que alguien lo encontrara, lo único que verían serían los horarios rutinarios de entrada y salida de las paredes de paso herméticamente cerradas de Panoplia.

Hizo una copia de seguridad del nivel superior de la pila de preguntas. Sus manos se pasearon por las teclas. Cambió a solo voz.

—Recupere antecedentes sobre el término de búsqueda «Firebrand».

—Repita el término de búsqueda, por favor.

—Firebrand —dijo Gaffney con una lentitud exagerada.

Imaginaba que la búsqueda arrojaría algunos resultados, pero no la multitud que llenó los paneles. Aplicó filtros y redujo la pila, pero cuando acabó seguía siendo espantosamente larga, y no vio nada relacionado con Panoplia o con la cosa que tanto interesaba a Aurora.

Firebrand
.

¿Qué diantres significaba? Fue Anthony Theobald quien le había dado la palabra, y él creyó que era algo lo bastante útil como para dejar de torturar al hombre antes de convertirlo en un recluta involuntario del Estado Vegetativo Persistente. Pero ahora que lo había soltado, ahora que estaba solo con las turbinas de búsqueda, Gaffney se preguntaba si no tendría que haber insistido.

—Me engañaste, Tony —dijo Gaffney en voz alta—. Eres un chico muy, muy malo.

Pero en ese instante, recordó algo más que Anthony Theobald le había dicho. Los hombres que se habían ido de la lengua al darle aquella palabra en clave le habían dicho una vez que sus operaciones eran muy secretas. Imposibles de localizar, misteriosas y oficialmente impugnables a todos los niveles de mando y control de Panoplia, hasta la mismísima reina del escarabajo.

En otras palabras, no era sorprendente que no hubiera encontrado nada significativo en una búsqueda de dos minutos. Firebrand aún podía significar algo. Pero acercarse a la verdad iba a costarle un poco más que sentarse frente a una consola.

Gaffney pasó los cinco minutos siguientes ocultando sus huellas, borrando cualquier señal de la búsqueda que había realizado en los registros de las turbinas de búsqueda. Luego otros cinco minutos escondiendo las huellas de «eso». Cuando acabó, Gaffney estaba seguro de que ni siquiera él sería capaz de seguir su propia pista.

Se levantó de la consola y la conjuró de vuelta a la sala, junto con el asiento que había estado usando. Luego se pasó la manga de la túnica por las cejas, los dedos por su estropajoso pelo rojo y se dirigió a la pared de paso.

Sabía que lo que acaba de hacer estaba mal, igual que había estado mal interceptar, torturar y deshacerse del desgraciado de Anthony Theobald. Pero todo dependía del punto de vista, como Aurora gustaba de recordarle. No había nada malo en proteger a los ciudadanos, aunque lo que más necesitaran fuera protegerse de lo peor de sus propias naturalezas.

Y Aurora siempre tenía razón.

El nivel beta miró a Dreyfus con fría indiferencia. Dreyfus lo miró de forma solícita, como si estuviera esperando el final gracioso de un chiste. Era una antigua técnica de entrevista que a menudo daba buenos resultados.

La figura representada la de un hombre más alto que Dreyfus, de rostro delgado y con el cuerpo escondido bajo los voluminosos pliegues de una túnica o una toga color púrpura. Llevaba el hombro y el brazo derecho cubiertos de cuero negro acolchado, y la mano visible enfundada en un guante con anillos. El pelo corto y canoso, la curva aquilina de su nariz, la solemnidad de su expresión, su postura general recordaban la estatua de un poderoso senador romano. Solo una ligera traslucidez hacía que la figura pareciese un poco menos sólida.

Cuando el silencio llegó a resultar casi insoportable, Anthony Theobald dijo:

—Si no quería hacerme preguntas, quizá no debería haberme devuelto a la vida, prefecto.

—Tengo muchas preguntas —dijo Dreyfus con tranquilidad—. Solo quería darle la oportunidad de escuchar primero su opinión.

—Supongo que usted es el hombre que su colega mencionó durante mi última invocación.

Thalia ya había activado el nivel beta para comprobar su disponibilidad con respecto a ser interrogado. De los doce niveles beta salvados de Ruskin-Sartorious, solo tres eran lo bastante operativos como para ofrecer un testimonio útil, a pesar de los esfuerzos de Thalia y de Sparver por reparar los nueve restantes.

—Me llamo Dreyfus —dijo con amabilidad—. Bienvenido a Panoplia, ciudadano.

—Quizá sea una impresión mía, pero creo que «bienvenido» no tiene el grado necesario de solemnidad.

—Estaba siendo educado, eso es todo —respondió Dreyfus—. Opino que los niveles beta no tienen conciencia. Por lo que a mí respecta, usted no es más que una prueba forense. El hecho de que pueda hablar con usted, y de que usted afirme sentirse vivo, es completamente irrelevante.

—Qué tranquilizador es conocer a alguien con un punto de vista tan inteligente. ¿Qué opina de las mujeres? ¿Las considera capaces de sentir… o también tiene algunas reservas sobre ellas?

—No tengo ningún problema con las mujeres, pero sí con las entidades informáticas que afirman estar vivas y luego esperan que se les concedan los derechos y privilegios de los vivos.

—Si no estoy vivo, ¿cómo puedo esperar algo?

—No estoy diciendo que no pueda ser persuasivo. Pero en cuanto sienta que me oculta algo, lo enviaré de vuelta al congelador. Una vez allí, no puedo garantizar su seguridad. Las cosas se extravían. Los archivos se borran por error.

—Un policía de la vieja escuela —dijo Anthony Theobald asintiendo con aprobación—. Se salta el aperitivo, y va directo al plato principal de amenazas e intimidación. En realidad, me alegro. Es un enfoque directo muy refrescante.

—Me alegro de que nos entendamos.

—Ahora, ¿está dispuesto a decirme lo que ocurrió?

Dreyfus se rascó la adiposidad que le sobresalía por la parte posterior del cuello de la camisa.

—Mis archivos dicen que usted era el cabeza de familia de la Burbuja. Según el último censo, tiranizaba a más de novecientos sujetos.

—Miembros de la familia y ciudadanos libres. Se lo vuelvo a preguntar: ¿qué ocurrió?

—¿Qué le ha contado mi ayudante?

—Nada útil.

—Mejor para ella. Comenzaré diciéndole que Ruskin-Sartorious ya no existe. Su hábitat fue eliminado por el tubo de escape de una abrazadora lumínica, el
Acompañamiento de Sombras
. Parece que fue un acto premeditado. ¿Recuerda ese acontecimiento?

Anthony Theobald perdió un poco de aplomo y su mandíbula se aflojó.

—No lo recuerdo.

—¿Qué es lo último que recuerda? ¿Le suena de algo el nombre de esa nave?

—Por supuesto, prefecto. Estábamos negociando con el
Acompañamiento de Sombras
. La nave había atracado cerca de Ruskin-Sartorious.

—¿Por qué no usó el Enjambre, como todas las naves?

—Creo que tenían un problema con su lanzadera de larga distancia. Era más sencillo mover toda la nave y usar una de nuestras lanzaderas de corto alcance. Teníamos las instalaciones necesarias y la tripulación de Dravidian parecía contenta de que los alojásemos por cuenta nuestra.

Fue la primera mención del nombre del capitán.

—¿Negociaciones comerciales?

Anthony Theobald miró a Dreyfus como si la pregunta fuera absurda.

—¿Qué otra razón hay para relacionarse con los ultras?

—Solo era una pregunta. ¿Cómo fueron las negociaciones?

—Al principio, bien.

—¿Y luego?

—Luego menos bien. No teníamos experiencia en hacer tratos con los ultras. Sinceramente, no esperaba que las cosas llegaran a un extremo tan lamentable.

Teníamos algunas dificultades económicas y esperábamos que el romance entre Vernon y Delphine facilitara un poco las cosas… pero no fue así. Al final, no nos quedó más remedio que negociar con los ultras.

—¿Qué esperaba vender?

—Los trabajos de Delphine, por supuesto.

Dreyfus asintió como si no fuera necesario decir nada más, pero archivó la información para referencia futura. Thalia ya le había informado de que los otros dos testigos estables eran Delphine Ruskin-Sartorious y su amante, Vernon Tregent.

—Y cuando la tripulación los visitó, ¿con quién tuvo tratos?

—Sobre todo con Dravidian.

—¿Qué le pareció?

—Lo encontré bastante honesto para ser un cíborg, o un quimérico, o como quiera que se hagan llamar. Pareció interesado en algunas muestras del trabajo de Delphine. Creía que podía conseguir un buen precio por ellas en uno de los otros mundos.

—¿Cuál era su próxima escala?

—Confieso que no lo recuerdo. Fand, el Borde del Firmamento, el Primer Sistema, o algún otro lugar dejado de la mano de Dios. ¿A mí qué me importaba, una vez vendiera los trabajos?

—Quizá le importara a Delphine.

—Entonces hable con ella. Mi única preocupación era el beneficio económico de Ruskin-Sartorious.

—¿Y tuvo la impresión de que Dravidian le ofrecía un precio justo?

—Habría preferido más, por supuesto, pero la oferta parecía razonable. A juzgar por el estado de su nave y de su tripulación, Dravidian tenía sus propios problemas económicos.

—Así que el trato le pareció bien. Vendió la mercancía a los ultras. Dravidian se despidió y se llevó su nave. ¿Qué pasó después?

—Las cosas no sucedieron así. Estábamos concluyendo las negociaciones cuando Delphine recibió un mensaje anónimo. Me lo mostró de inmediato. Sugería que Dravidian no era de fiar: que el precio que nos estaba ofreciendo estaba muy por debajo del valor del mercado y que nos iría mejor si negociábamos con otros ultras.

—Pero no conocían a nadie.

—Hasta entonces. Pero el mensaje daba a entender que podría haber partes interesadas.

—¿Cómo reaccionó?

—Estuvimos discutiéndolo. Yo desconfiaba e insistí en concluir nuestro negocio con Dravidian. Teníamos un trato. Pero Delphine ponía reparos. Usó su privilegio ejecutivo para bloquear la transacción. Vernon la apoyaba, por supuesto. Yo estaba furioso, pero ni la mitad que Dravidian. Dijo que habíamos cuestionado el honor de su nave y de su tripulación. Profirió amenazas y dijo que Ruskin-Sartorious pagaría caro lo que habíamos hecho.

—¿Y luego qué?

—Su tripulación volvió a su nave. Nuestra lanzadera regresó. El
Acompañamiento de Sombras
se marchó. —Anthony Theobald extendió las manos—. Y eso es todo lo que recuerdo. Como usted ha tenido la amabilidad de recordarme, soy una simulación de nivel beta: mis percepciones dependen de los sistemas de supervisión distribuidos del hábitat. Dichas percepciones se procesaron y consolidaron en el núcleo, pero no fue un proceso instantáneo. No hubo tiempo suficiente para incorporar las observaciones finales en mi modelo de personalidad antes de que Ruskin-Sartorious fuera destruido.

BOOK: El Prefecto
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