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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (2 page)

BOOK: El Prefecto
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—Toda esa gente atrapada aquí por accidente, las personas que solo habían venido de visita.

—A veces, la única solución viable no es justa.

—Pero quedar aislados del Anillo Brillante, de Yellowstone, de los amigos y la familia, de la abstracción, de sus programas médicos… Algunos podrían incluso morir antes de que acabe el confinamiento.

—Entonces se lo deberían haber pensado antes. Si no te gusta la idea de quedar atrapado en un confinamiento, entérate de lo que pasa en tu hábitat.

—Es un punto de vista muy cruel.

—Han estado jodiendo la democracia. No voy a perder ni un minuto de sueño cuando la democracia los joda a ellos.

Thalia sintió que recuperaba su peso cuando se acercaron a su destino y el tránsito se ralentizó. Los dos prefectos desembarcaron en otra cueva, más pequeña y luminosa que la primera. El suelo era una extensión de baldosas blancas y negras entrelazadas, pulidas con un brillo lujoso. Una estructura cilíndrica ancha como el tronco de un árbol emergía de un agujero situado en el centro del suelo. El extremo, rematado en punta, llegaba casi hasta el techo. La superficie negra del cilindro parpadeaba con representaciones esquemáticas de flujos de datos: líneas rojas y azules que cambiaban con rapidez. Una escalera en espiral sin barandilla se enroscaba alrededor del pilar y ofrecía acceso a los puertos de la interfaz, en forma de rama.

Un hombre con uniforme beis (
alguna clase de técnico o funcionario
, pensó Thalia) situado de pie junto a la base del tronco los miraba con recelo.

—No se acerquen más —exclamó.

—¿Perigal no ha dejado claro que veníamos y que no se nos podía impedir la entrada? —le preguntó Sparver.

—Es una trampa. Son agentes de Casa Cantarini.

Sparver lo miró con escepticismo.

—¿Tengo aspecto de ser un agente de Casa Cantarini?

—Cualquiera puede parecer un agente.

—Soy un cerdo. ¿De verdad cree que enviarían a un feo espécimen como yo si tuvieran otra alternativa?

—No puedo arriesgarme. Si tocan este núcleo, perderé mi empleo, mi rango, todo.

—Apártese, señor —dijo Thalia.

—Lo siento. No puedo dejar que se acerquen. —El hombre abrió la palma de la mano y les mostró un dispositivo de color plata mate provisto de un botón disparador rojo—. Hay armas apuntándolos. Por favor, no me obliguen a usarlas.

—Si nos mata, Panoplia enviará más prefectos —respondió Sparver.

A Thalia le escocía la piel. Podía sentir la mirada atenta de aquellas armas ocultas, listas para borrarla del hábitat con un ligero movimiento del pulgar.

—No los mataré si dan media vuelta y se marchan.

—Nos iremos cuando tengamos las pruebas que hemos venido a buscar.

Sparver se puso la mano en el cinturón. Desabrochó el mango de su látigo cazador y con un golpecito desplegó el filamento. Este chasqueó al estirarse en toda su extensión, y dio un latigazo en el suelo.

—Le ha dicho la verdad —explicó Thalia intentando ocultar el temblor de su voz—. Somos de Panoplia.

—Por favor. —El hombre acariciaba el botón rojo con el pulgar—. Haré lo que tenga que hacer para proteger el núcleo.

Sparver soltó el látigo cazador. El mango permaneció a la altura de su cintura, sostenido por el extremo enroscado de su filamento endurecido. Se balanceaba de lado a lado con el movimiento ondulante de una serpiente. Luego se enroscó y apuntó hacia el hombre.

Un punto rojo y brillante apareció en la nuez de su garganta.

—Necesito que me responda una cosa —dijo Sparver—. ¿Le tiene mucho aprecio a sus dedos?

El hombre tomó aire y aguantó la respiración.

—Ahora el látigo cazador tiene una huella suya —dijo Sparver—. Si detecta movimientos hostiles, y es muy, muy bueno detectando movimientos hostiles, tardará en llegar hasta usted menos que un impulso nervioso en bajar por el brazo. Cuando lo alcance, hará algo bastante repugnante con el lado afilado de este filamento.

El hombre abrió la boca para decir algo, pero lo único que salió fue un graznido seco. Extendió las manos, y abrió los dedos todo lo que pudo.

—Muy sensato —dijo Sparver—. Ahora, mantenga esa postura, pero aléjese del núcleo.

Hizo un gesto con la cabeza a Thalia para que comenzara a buscar las pruebas. El látigo cazador permaneció junto a él mientras el lado no afilado seguía el movimiento del hombre, que se alejó de la columna central.

Thalia se dirigió al núcleo. Era un diseño estándar, instalado en los últimos veinte años, así que sabía exactamente por dónde empezar.

—Soy la prefecto de campo ayudante Thalia Ng —dijo en voz alta—. Confirme reconocimiento.

—Bienvenida, prefecto ayudante Ng —respondió con la voz neutra y asexuada propia de todos los núcleos—. ¿En qué puedo ayudarla?

Thalia recordó el código de un solo uso que le habían dado después de salir de Panoplia en el cúter.

—Confirme invalidación del acceso de seguridad Narciso Ocho Palisander.

—Invalidación confirmada. Dispone de seiscientos segundos de acceso, prefecto de campo ayudante Ng.

—Desactive el acceso bidireccional a la abstracción exterior.

—Acceso desactivado.

Las líneas rojas desaparecieron. Ahora el pilar solo mostraba tráfico azul. No había señales que llegaran al hábitat o salieran de él. El tráfico azul se intensificó casi de inmediato, cuando los ciudadanos empezaron a angustiarse y a enviar consultas de emergencia al núcleo.

Thalia miró al hombre inmovilizado por el látigo cazador de Sparver. Por primera vez en su vida, sus implantes dejarían de estar en constante comunicación con la matriz informativa más allá de Casa Perigal. Debió de sentirse como si lo fueran a guillotinar.

Thalia volvió a centrar su atención en el núcleo.

—Prepáreme tres copias del sumario físico con toda la información del tráfico que ha entrado y salido de este hábitat en los últimos mil días.

—Preparando las copias. Por favor, espere un momento.

Thalia alzó la mano y se tocó el micrófono que llevaba en la garganta.

—Thalia, señor. Ahora estamos esperando las pruebas. Estaremos con usted dentro de diez minutos.

No hubo respuesta. Esperó unos momentos para dar tiempo a que Dreyfus activara su propio micrófono, pero este no respondió. Thalia miró a Sparver.

—No responde.

—Puede que el jefe esté ocupado —dijo Sparver.

—Ya tendría que haber respondido. Estoy preocupada. Quizá deberíamos volver y…

—Necesitamos esas copias, Thalia. Dentro de cinco minutos dejarás de tener acceso al núcleo.

Sparver tenía razón. El código de un solo uso, válido para diez minutos de actividad ilimitada, no le permitiría acceder al núcleo por segunda vez.

—Date prisa —dijo con los dientes apretados.

Intentó volver a ponerse en contacto con Dreyfus, pero seguía sin haber respuesta. Tras lo que le pareció una eternidad, el núcleo expulsó las copias del sumario por una ranura situada cerca de su base. Thalia sujetó los anchos disquetes con un clip y luego se los abrochó al cinturón. Por absurdo que pareciera, habría jurado que podía sentir el peso de la información dentro de ellos. Habrían sido necesarios varios días para transferir esa cantidad de información por puerto infrarrojo.

—¿Has acabado? —preguntó Sparver.

—Esto es todo lo que necesitamos. Podemos dejar la abstracción local activada.

—¿Y si intentan esquivar el bloqueo que acabas de instalar?

—Tendrán un núcleo muerto en sus manos. Tendrán suerte si el soporte vital sigue funcionando después de esto, y mucho menos la abstracción. —Thalia regresó al núcleo y lo autorizó a rescindir el privilegio de acceso que acababa de concederle—. Pues ya está —dijo, y sintió una inesperada sensación de anticlímax.

—¿Lo ves? ¿A que no ha sido tan difícil?

—Estoy preocupada por el jefe.

—La roca de la que está hecha esta cosa debe de estar bloqueando nuestras señales. —Sparver volvió a sonreír al técnico—. Ya hemos terminado. ¿Puedo confiar en que no hará ninguna tontería si guardo el látigo cazador?

El hombre tragó saliva con gran esfuerzo y movió nerviosamente la cabeza, como si tuviera un tic.

—Lo tomaré como un «sí» —dijo Sparver. Extendió la mano y atrajo el látigo cazador hacia sí. El arma saltó hacia la mano de Sparver dando un coletazo y se metió de nuevo en la funda con un chasquido.

Sparver dio una palmadita al mango y volvió a atárselo al cinturón.

—Vamos a ver qué hace el jefe.

Pero cuando regresaron con Dreyfus, lo encontraron solo e inmóvil, en medio de una carnicería casi indescriptible. Sostenía las gafas en una mano y el látigo cazador en la otra.

Thalia se quitó rápidamente las gafas para ver las cosas tal como eran. Había personas gritando, arrastrándose y chapoteando para alejarse del prefecto y de sus objetos de atención. Los dos invitados de Caitlin Perigal se habían desplomado dentro de la piscina, ahora teñida de sangre. El hombre de cabello gris había perdido el antebrazo, que yacía en la zona marmórea alrededor de la piscina con la mano apuntando acusadoramente a Dreyfus. Detrás de la muñeca, la carne le sobresalía como si un arma injertada en los huesos hubiera estado intentando salir a la superficie. El otro hombre estaba temblando como si le fuera a dar un ataque epiléptico, y sangraba por los dos orificios nasales. Tenía los ojos abiertos como platos, fijos en el techo. Tres o cuatro invitados que se encontraban cerca presentaban heridas de diversa gravedad. Con toda la sangre que había en el agua (que chorreaba de piscina en piscina a través de las cataratas y los conductos) resultaba difícil saber cuántas personas habían resultado heridas. Los sirvientes médicos ya habían llegado y estaban atendiendo a los heridos más graves, pero incluso las máquinas parecían confusas.

Perigal seguía viva, aunque respiraba con dificultad. Tenía un corte profundo en la mejilla derecha, desde la comisura de los labios hasta la oreja, y los ojos abiertos y blancos de rabia y de miedo.

—Te has equivocado —dijo respirando con dificultad—. Te has equivocado y lo pagarás caro.

Dreyfus se giró lentamente cuando vio llegar a Thalia y a Sparver.

—¿Tenéis las copias? Thalia tenía la boca seca.

—Sí. —Se obligó a responder intentando mantener la compostura.

—Entonces, vámonos. Aquí ya hemos acabado.

2

Dreyfus había recorrido la mitad de la distancia que le faltaba para llegar hasta el centro del despacho de la prefecto supremo cuando el cordón de distancia de seguridad lo detuvo con una sacudida. Durante un momento, Jane Aumonier pareció ajena a su presencia, absorta en una de las pantallas de la pared. Dreyfus tosió con discreción antes de hablar.

—Si quieres mi dimisión, es tuya.

Sin mover el resto del cuerpo, Aumonier giró la cabeza y lo miró.

—¿Por qué motivo, Tom?

—El que tú digas. Si crees que he cometido un error de procedimiento, o que soy culpable de haber realizado un juicio incorrecto, solo tienes que decirlo.

—Tu error ha sido mostrarte demasiado prudente a la hora de defenderte a ti y a tus ayudantes. ¿Cuál es el número final de víctimas?

—Seis —respondió Dreyfus.

—Podría haber sido peor. Ya sabíamos que Perigal iba a ser un hueso duro de roer. Un número de víctimas de una sola cifra me parece totalmente aceptable, teniendo en cuenta lo que podría haber sucedido.

—Esperaba que las cosas no se hubieran desmadrado tanto.

—Eso fue decisión de Perigal, no tuya.

—Creo que aún no hemos acabado con ella. Lo que me dijo… —Dreyfus hizo una pausa, seguro de que Aumonier ya tenía bastantes preocupaciones como para agobiarla con sus dudas—. Siento como si hubiera saldado una deuda. No está bien que un prefecto se sienta así.

—Es humano.

—En el pasado se salió con la suya porque no fuimos lo bastante listos o lo bastante rápidos para auditarla antes de que las pruebas quedasen obsoletas. Pero aunque hubiéramos podido acusarla de algo, sus crímenes no habrían merecido un siglo entero de confinamiento.

—Y esta vez tampoco sabemos si cumplirá condena.

—¿Crees que volverá a esquivarnos?

—Dependerá de las pruebas. Es hora de utilizar a esa inteligente experta que acabas de incorporar a tu equipo.

—Confío plenamente en Thalia.

—Entonces no tienes nada que temer. Si Perigal es culpable, el confinamiento continuará. Si las pruebas no demuestran nada, permitiremos que Casa Perigal se reincorpore al Anillo Brillante.

—Con seis personas menos.

—Los ciudadanos se sienten aterrados cuando pierden abstracción. No es problema nuestro.

Dreyfus intentó leer la expresión de Aumonier, y se preguntó qué estaba pasando por alto. No era propio de ella preguntarle cuántas personas habían muerto durante una operación: normalmente, habría memorizado la cifra antes de que él hubiera regresado a Panoplia. Pero era imposible leer en la impávida máscara de Aumonier. Podía recordar su aspecto cuando sonreía, cuando reía, cuando estaba enfadada, cómo era antes de su confrontación con el Relojero, pero esta vez no consiguió entenderla.

—Perdona —dijo—, pero si esto no es una reprimenda… ¿para qué me quieres exactamente?

—¿Para conversar? ¿Para bromear? ¿Para sentir el calor de la compañía humana?

—Lo dudo.

—Ha sucedido algo. La noticia llegó mientras tú estabas fuera. Es tan delicado como el asunto Perigal, o más. También es urgente. Necesitamos acción inmediata.

Dreyfus no estaba al corriente de lo que había ocurrido.

—¿Otro confinamiento?

—No. Por desgracia, no tendría demasiado sentido.

—¿Cómo dices?

Aumonier alargó la mano hacia la pared y amplió una de las pantallas. Apareció la imagen de un hábitat esférico, una bola gris empañada de detalles microscópicos, rodeada de paneles solares, con un conjunto de enormes espejos situados en los polos y alrededor del ecuador. Resultaba difícil juzgar la escala, aunque Dreyfus estaba seguro de que tenía como mínimo un kilómetro de ancho.

—No lo reconocerás. Es una imagen reciente de la Burbuja Ruskin-Sartorious, un hábitat acorazado de magnitud cinco situado en la parte alta de las órbitas exteriores. Nunca ha sido inspeccionado por Panoplia.

—¿Qué han hecho ahora?

—Esta es una imagen más reciente, tomada hace tres horas.

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