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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (4 page)

BOOK: El Prefecto
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—He encontrado algo —dijo de repente Sparver cuando se habían distanciado unas decenas de metros.

—¿Qué?

—Allí hay algo grande flotando. Podría ser un trozo de nave o algo así.

Dreyfus se mostró escéptico.

—¿Dentro del hábitat?

—Véalo usted mismo, jefe.

Dreyfus acercó su traje al de Sparver e iluminó el objeto flotante. Sparver tenía razón en que, a primera vista, la cosa parecía un trozo de nave u otro fragmento inclasificable de maquinaria pesada. Pero cuando se acercaron a inspeccionarlo, quedó claro que se trataba de algo bien distinto. El objeto ennegrecido era una obra de arte, por lo visto a medio acabar.

Alguien había comenzado a esculpir un pedazo de roca rica en metal, un pedrusco redondeado de unos diez o doce metros de ancho. Tenía un lustre azul oscuro, que cambiaba a verde oliva cuando la luz le daba de cierta forma. Una cara del pedrusco aún estaba sin pulir, pero la otra había sido tallada y revelaba una forma escultural intricada. Algunas partes de la zona esculpida aún estaban poco desarrolladas, pero otras daban la impresión de estar perfectamente acabadas, pues las habían limado con una precisión milimétrica. La forma en que la roca se había solidificado alrededor de las áreas trabajadas sugería que el artista había estado esculpiendo con antorchas de fusión en vez de usar martillos o buriles. Las formas líquidas de la foca fundida se habían convertido en una parte integral de la pieza, incorporadas a la composición de una forma que no podía ser accidental.

Aquello no significaba que Dreyfus supiese lo que representaba. El rostro de un hombre emergía de la roca, pero estaba orientado boca abajo desde la perspectiva de Dreyfus. Dio la vuelta al traje y, por un momento, tuvo la fugaz impresión de que había reconocido aquella cara, que pertenecía a una celebridad o a una figura histórica y no a alguien que conociera personalmente. Pero el momento pasó y el rostro perdió todo viso de familiaridad. Tal vez fuera mejor así. Era difícil leer la expresión del hombre, pero o bien estaba extasiado o consumido por el miedo.

—¿Qué opina? —preguntó Sparver.

—No lo sé —respondió Dreyfus—. Quizá los niveles beta nos digan algo, si logramos recuperar alguno.

Acercó el traje y disparó una marca adhesiva a la roca flotante para que los forenses la inspeccionaran.

Siguieron avanzando por la herida de entrada hasta que sobrevolaron el borde del corte. Ante ellos, el revestimiento hermético se había puesto negro y se estaba desconchando, dejando al descubierto la roca remodelada y fundida que había formado la piel de la Burbuja. El rayo había quemado, derretido y resolidificado la roca en formaciones orgánicas inquietantemente similares a las de la escultura, que brillaban con un color negro vidrioso bajo las luces de sus cascos. Las estrellas se veían a través de la apertura de diez metros de ancho. En algún lugar allí fuera, pensó Dreyfus, estaba todo lo que quedaba del bioma interior del hábitat, flotando en el espacio vacío.

Dirigió su traje hacia la grieta. Bajó flotando hasta la mitad de la profundidad de la piel perforada, luego se posó cerca de un objeto incrustado en la roca resolidificada. Era un trozo de metal, probablemente un trozo de revestimiento que había saltado y luego había quedado atrapado cuando la roca se solidificó. Dreyfus se desabrochó un cúter del cinturón y cortó una sección del trozo de metal del tamaño de un palmo. Cerca vio otro destello, y luego un tercero. Al cabo de un minuto había reunido tres muestras diferentes, que guardó en la bolsita abdominal del traje.

—¿Tiene algo? —preguntó Sparver.

—Seguramente. Si lo hizo un rayo de propulsión, este metal habrá atrapado muchas partículas subatómicas. Habrá espalación, isótopos pesados y productos de fragmentación. Los forenses pueden decirnos si corresponden a un motor combinado.

Ahora que lo había dicho, podían hablar de ello abiertamente.

—Vale, pero digan lo que digan los forenses, ¿por qué harían los ultras algo así? —preguntó Sparver—. Seguro que no esperaban salir impunes.

—Tal vez eso es exactamente lo que querían: cortar y largarse. Puede que no vuelvan a este sistema durante décadas, incluso siglos. ¿Crees que a alguien le importará lo que pasó con Ruskin-Sartorious para entonces?

Tras un momento pensativo, Sparver dijo:

—A usted sí.

—Yo no estaré aquí. Ni tú tampoco.

—Hoy rezuma optimismo por los cuatro costados.

—Han muerto novecientas sesenta personas, Sparver. No es exactamente la clase de cosas que me hace dar saltos de alegría.

Dreyfus miró a su alrededor, pero no vio ninguna otra muestra forense de fácil acceso. El equipo de análisis llegaría pronto, pero el trabajo realmente pesado tendría que esperar hasta que la historia se hiciese pública y Panoplia no se viese obligada a trabajar a escondidas.

Aunque, para entonces, se habría armado la gorda de todos modos.

—Vayamos al núcleo de voto —dijo sacando su traje del corte—. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor. Ya puedo sentir a los fantasmas impacientándose.

3

Ya fuera por accidente o porque los habían diseñado así (Dreyfus nunca había sentido la suficiente curiosidad como para averiguarlo) los cuatro muelles principales de la cara posterior de Panoplia se habían confabulado para sugerir el semblante sonriente y macabro de una calabaza de Halloween. Nadie había intentado suavizar ni perfilar la capa exterior de la roca, ni darle alguna clase de forma simétrica. Había miles de asteroides similares girando alrededor de Yellowstone: piedras sin pulir enviadas a órbitas de estacionamiento donde esperaban ser demolidas y transformadas en nuevos hábitats resplandecientes. Pero esta era la única que albergaba prefectos: apenas un millar en total, desde la mismísima prefecto supremo hasta el más novato recién salido de las filas cadetes.

El cúter atracó en la nariz, donde lo aparcaron junto a un tropel de vehículos policiales ligeros similares. Dreyfus y Sparver entregaron los paquetes de pruebas a un miembro de los forenses que los estaba esperando y firmaron el papeleo. Unas cintas transportadoras los empujaron al interior del asteroide, hasta que llegaron a una de las secciones rotatorias.

—Nos vemos dentro de trece horas —dijo Dreyfus a Sparver en el cruce entre la sección de entrenamiento y el dormitorio de los cadetes—. Descansa un poco. Vamos a tener un día agitado.

—¿Y usted?

—Aún tengo que atar unos cabos sueltos.

—De acuerdo —dijo Sparver moviendo la cabeza—. Es su metabolismo. Haga lo que quiera con él.

Dreyfus estaba cansado, pero no podía dejar de pensar en Caitlin Perigal y en el hábitat asesinado. Sabía que sería inútil intentar dormir. En lugar de eso, regresó a su cuarto para cruzar la pared de aseo y conjurar un cambio de ropa. Cuando salió para volver a atravesar la roca, las luces ya se habían atenuado para el turno de noche en el ciclo operativo de veintiséis horas de Panoplia. Todos los cadetes estaban dormidos; el refectorio, las salas de formación y las clases estaban vacíos.

Sin embargo, Thalia seguía en su despacho. La pared de paso era transparente, así que entró en silencio. Se colocó detrás de ella como un padre que admira a su hija mientras hace los deberes. Seguía trabajando en el caso Perigal, sentada ante una pared llena de códigos desplazables. Dreyfus miró fijamente las líneas de símbolos entrelazados, ninguno de los cuales significaba nada para él.

—Siento interrumpirte —dijo amablemente al ver que Thalia no levantaba la vista.

—Señor —dijo dando un respingo—. Creí que seguía fuera.

—Está claro que las noticias vuelan.

Thalia congeló el rollo desplazable.

—He oído que se avecinaba una crisis o algo así.

—Nada nuevo bajo el sol —Dreyfus dejó caer una pesada bolsa negra en su mesa—. Ya sé que estás ocupada, Thalia, pero me temo que tendré que añadir algo más a tu trabajo.

—No importa, señor.

—Dentro de esta bolsa hay doce recuperables de nivel beta. Tuvimos que sacarlos de un núcleo dañado, así que seguramente estén plagados de errores. Me gustaría que repares los que puedas.

—¿De dónde proceden?

—De un lugar llamado Ruskin-Sartorious que ya no existe. De las novecientas sesenta personas que vivían allí, los únicos supervivientes son los prototipos de estos niveles beta.

—¿Solo doce, de tanta gente?

—Es todo lo que tenemos. De todos modos, dudo que consigas doce invocaciones estables. Pero haz lo que puedas. Llámame en cuanto recuperes algo que pueda presentar.

Thalia volvió a mirar la pared de códigos.

—Primero acabo esto, ¿verdad?

—De hecho, me gustaría tener esas invocaciones lo antes posible. No quiero que descuides el caso Perigal, pero esto parece cada vez más grave.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo ha muerto esa gente?

—De mala manera —respondió Dreyfus.

El cordón de seguridad le dio una sacudida y lo detuvo en seco en presencia de Jane Aumonier.

—Los forenses están en ello —dijo—. Tendremos una respuesta sobre las muestras dentro de una hora.

—No es que tenga dudas —dijo Aumonier—. Imagino que vincularán el daño al rayo de salida de un motor combinado. —Dirigió la atención de Dreyfus a una parte de la pared que había ampliado antes de su llegada. Era la imagen congelada de una cosa lisa de color gris plateado, como un avioncito de papel—. Gaffney ha estado hablando con Control Central de Tráfico. Han podido rastrear los movimientos de esta nave. Se llama
Acompañamiento de Sombras
.

—¿Han podido situarla en la Burbuja?

—Lo bastante cerca como para que resulte sospechosa. No había ninguna otra abrazadora lumínica por la zona.

—¿Dónde está ahora?

—Escondida en el Aparcamiento Enjambre.

Aumonier amplió otra sección de la pared. Dreyfus vio una pelota de luciérnagas, demasiado apiñadas en el medio como para separarse en motas individuales de luz. Una sola nave no tendría dificultad en perderse en un núcleo tan concentrado.

—¿Ha salido alguna desde el ataque? —preguntó Dreyfus.

—No. Hemos estado vigilando el Enjambre de cerca.

—¿Y en el caso de que una saliera de su escondite?

—Prefiero no pensar en eso.

—Pero lo has hecho.

Ella asintió con un ligero gesto de la cabeza.

—En teoría, uno de nuestros cruceros de exploración profunda podría seguir a una abrazadora lumínica hasta la nube de Oort. Pero ¿de qué nos serviría? Si no quieren detenerse, o dejar que subamos a bordo… nada de lo que tenemos los convencerá. Sinceramente, desde que me dieron este trabajo he estado temiendo una confrontación directa con los ultras.

—¿Qué sabemos de esa nave?

—Nada, Tom. ¿Por qué?

—Estaba pensando en un móvil.

—Yo también. Quizá uno de los recuperables pueda verter algo de luz sobre este asunto.

—Si tenemos suerte —dijo Dreyfus—. Solo tenemos doce, y probablemente la mayoría estén dañados.

—¿Qué me dices de las copias de seguridad? Seguro que Ruskin-Sartorious se lo jugó todo a esa única carta.

—Estoy de acuerdo. Pero es improbable que hiciesen copias una vez al día. Una vez a la semana es mucho más probable.

—Los recuerdos pasados son mejor que nada, si no disponemos de otra cosa. —Su tono de voz cambió y se hizo más personal—. Tom, tengo que pedirte otro favor. Me temo que es aun más difícil y delicado que Perigal.

—Quieres que hable con los ultras.

—Quiero que vayas al Enjambre. No es necesario que entres todavía, pero quiero que sepan que los estamos vigilando. Quiero que sepan que si intentan esconder esa nave o ayudarla a que escape de la justicia, no nos lo tomaremos a la ligera.

Dreyfus sopesó las opciones, e intentó decidir qué clase de nave enviaría una señal más eficaz a los ultras. Nada en su anterior experiencia con las tripulaciones de naves espaciales le servía de gran ayuda.

—Saldré de inmediato —dijo, y se preparó para que el cordón volviera a tirar de él.

—Preferiría que no —replicó Aumonier—. Descansa un poco primero. Aunque tenemos que trabajar contrarreloj, quiero que los ultras se preocupen un poco, que se pregunten cuál va a ser nuestra respuesta. No estamos totalmente indefensos. Podemos golpearlos donde más les duele, en las redes comerciales. Ya es hora de que se sientan incómodos por una vez.

En otro lugar, un objeto atravesó el Anillo Brillante.

Era una esfera de dos metros de ancho que seguía una trayectoria de caída libre escrupulosamente calculada, que escaparía a las fisuras transitorias en los sistemas de rastreo civiles, del CCT y de Panoplia con la precisión de una bailarina que serpentea entre pañuelos. La trayectoria del no envoltorio era sencillamente una precaución adicional que no había costado nada excepto un nimio gasto de tiempo de programación y un igualmente pequeño retraso en su hora de salida. Ya era casi invisible a ojos de todos, incluso de los métodos de vigilancia de corta distancia más precisos.

Detectó la intrusión de luz de una frecuencia muy particular, que estaba programada para no desviar. La maquinaria del no envoltorio procesó la estructura temporal de la luz y extrajo un mensaje codificado en un formato previsto. La misma maquinaria compuso una respuesta y la escupió en la dirección contraria, de vuelta a lo que había transmitido el pulso original.

Un pulso de confirmación llegó unos milisegundos después.

El no envoltorio había permitido que lo detectaran. Formaba parte del plan.

Tres horas después, una nave se posaba sobre el no envoltorio usando sensores gravitatorios para refinar su acercamiento final. El no envoltorio pronto quedó escondido dentro de la zona de recepción de la nave. Unas abrazaderas lo sujetaron con firmeza para que no se moviera. Cuando detectó que había llegado a salvo, el no envoltorio relajó la estructura de su envoltorio de materia rápida y se preparó para soltar su carga. Cuando se encendieron las luces y el aire entró a raudales por la zona de recepción, la superficie del no envoltorio dio un coletazo y adoptó el aspecto de una gran canica cromada. Recuperó la estabilidad cuando la nave se alejó del punto de encuentro.

Una figura anónima vestida con un traje espacial negro entró en la zona de recepción. La figura se agachó al lado del no envoltorio y observó como se abría. La esfera se resquebrajó. Una de las mitades se dobló hacia atrás para revelar a su ocupante, que estaba metido dentro de un vidrioso capullo de sistemas de soporte en posición fetal. El hombre respiraba, pero apenas estaba consciente.

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