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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (3 page)

BOOK: El Prefecto
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La Burbuja Ruskin-Sartorious había sido cortada por el centro, como si a alguien le hubieran rajado el globo ocular con una cuchilla. El corte prácticamente había seccionado el hábitat en dos hemisferios. A cada lado del corte, la estructura del hábitat estaba completamente calcinada y presentaba un color negro azabache. Las estructuras interiores aún estaban al rojo vivo.

—¿Heridos? —preguntó Dreyfus controlando su horror.

—El último censo indicaba una población de novecientos sesenta. Creemos que han muerto todos, pero necesitamos enviar un equipo que realice una inspección física inmediata. No descartamos que haya supervivientes. Como mínimo, puede haber recuperables de nivel beta.

—¿Por qué no se ha enterado nadie en el Anillo Brillante?

—Estamos manteniéndolo en secreto. No parece que haya sido un accidente.

—Alguien habrá notado que Ruskin-Sartorious abandonó las redes.

—Solo participaban en la abstracción a un nivel superficial, así que, de momento, podemos seguir simulando la existencia de un hábitat completamente funcional usando nuestros privilegios de la red.

—Y de momento… ¿cuánto tiempo será?

—Supongo que menos de veintiséis horas. Trece sería más acertado.

—¿Y cuando la historia salga a la luz?

—Tendremos una grave crisis en nuestras manos. Creo que sé quién lo hizo, pero tengo que estar completamente segura antes de dar un paso. Por eso quiero que vayas a Ruskin-Sartorious de inmediato. Llévate a quien necesites. Busca pruebas y recuperables y regresa a Panoplia. Luego contendremos la respiración.

Dreyfus volvió a mirar la imagen del hábitat destruido.

—Solo hay una cosa que pueda haberlo hecho, ¿verdad? Y ni siquiera es un arma.

—Veo que estamos de acuerdo —dijo Aumonier.

Las paredes de la sala estratégica eran de teca fina y estaban rematadas con un barniz de brillo impresionante. No había ventanas ni cuadros, ningún toque humanizador. El oscuro y pesado mobiliario era todo materia inerte: cultivado, cortado y construido por la naturaleza y la carpintería. Las puertas dobles tenían el marco de bronce, y estaban tachonadas con unos enormes clavos de metal. Cada puerta llevaba incrustada una versión estilizada del guante alzado, símbolo de Panoplia. En teoría, el guante significaba protección, pero fácilmente podía interpretarse como un puño amenazador, apretado para aplastar a los enemigos o a quienes le fallaran.

—Comience, por favor, Ng —dijo el hombre sentado frente a Thalia, el prefecto sénior Michael Crissel.

Estaba tan nerviosa que casi dejó caer los disquetes que había puesto en la punta de la mesa.

—Gracias, prefecto sénior. Estas son las tres copias del sumario físico extraídas del núcleo de voto de Perigal. —Señaló con la cabeza la forma de mecanismo de relojería del hábitat Perigal, representado como una diminuta imagen que había sido ampliada y elevada sobre su plano orbital real en el Planetario de la sala estratégica—. Ya hemos copiado en nuestros archivos toda la información de los mil días. He comprobado que los tres sumarios coincidan, y que no haya señales de manipulación.

—¿Y qué ha averiguado?

—Solo he tenido unas horas para estudiarlos, así que solo he podido leerlos por encima…

El prefecto sénior Gastón Clearmountain expresó su impaciencia con un gruñido.

—Al grano, Ng. Díganos qué tiene.

—Señor —comenzó Thalia casi tartamudeando—, el análisis preliminar confirma todo lo que dice el informe de confinamiento. Casa Perigal es en efecto culpable de manipular el proceso democrático. En al menos ocho ocasiones lograron influir en algunas votaciones marginales, bien para su beneficio o para el de sus aliados. Puede que haya más casos. Tendremos una imagen más clara cuando hayamos auditado todas las copias.

—Esperaba tener una imagen más clara ahora —dijo Clearmountain.

El cuero de la enorme silla negra en la que estaba sentado el prefecto sénior Sheridan Gaffney crujió cuando se inclinó hacia delante.

—Tranquilo, Gastón —gruñó—. Ha estado sometida a mucha presión para reunir toda la información en tan poco tiempo.

Gaffney era conocido por su poca paciencia y su acentuada intolerancia con los necios. Pero tanto como jefe de Seguridad Interna como de entrenamiento con el látigo cazador, el brusco Gaffney siempre había tratado a Thalia con una equidad impecable, e incluso la había apoyado. Ahora ella lo percibía como su único aliado en la sala. Habría sido diferente si Dreyfus o Jane Aumonier hubieran estado presentes, pero Dreyfus estaba ausente (pese a que su autorización Pangolín le habría permitido asistir a la reunión aunque no fuera un sénior), y la posición desde la que la prefecto supremo normalmente hablaba, (transmitida en forma de proyección), estaba visiblemente vacía. De camino a la sala, Thalia había oído rumores de que se estaba fraguando otra crisis, algo que no guardaba relación con el confinamiento que acababan de realizar.

Los otros séniores no estaban ni a favor ni en contra de ella. Michael Crissel era un hombre de aspecto amable con rasgos de intelectual y un aire de timidez. En el pasado había sido un excelente prefecto, pero había estado los últimos veinte años dentro de Panoplia y estaba desconectado de la dura realidad del trabajo sobre el terreno. La carrera de Lillian Baudry concluyó cuando estalló en pedazos a causa de un látigo cazador en mal estado. Aunque la recompusieron, su sistema nervioso nunca volvió a ser el mismo. Habría podido recurrir a los expertos médicos disponibles fuera del Anillo Brillante, pero las implicaciones para la seguridad derivadas de recibir tratamiento externo la habrían obligado a abandonar Panoplia para siempre. Así que sacrificó su bienestar en favor del deber y ello significaba sentarse en las reuniones como si fuera una rígida muñeca de porcelana.

El hecho de que solo cuatro séniores estuviesen presentes indicaba la importancia que concedían al informe de Thalia. Por lo general, al menos seis o siete de los diez séniores permanentes habrían asistido a la reunión, pero hoy había más asientos vacíos de lo normal alrededor de la mesa. Es cierto que querían zanjar aquel asunto lo antes posible, pero eso no significaba que lo viesen como algo más que una interrupción momentánea en la agenda de trabajo de Panoplia.

—Vayamos al grano —dijo Clearmountain—. Tenemos las copias. Confirman nuestras sospechas iniciales, es decir, que Perigal ha cometido una infracción. Podemos mantener el confinamiento. Ahora, lo único que tenemos que hacer es tapar el agujero antes de que alguien más se aproveche de la misma forma.

—Estoy de acuerdo, señor —dijo Thalia.

—¿Cuál es el daño exacto que han causado las infracciones en el proceso de voto?

—No mucho —respondió Thalia—. Se trataba de votaciones sobre cuestiones relativamente menores. Caitlin Perigal quiso inclinar la balanza en votaciones más importantes, pero si lo hubiera intentado habría tenido más posibilidades de que la descubrieran. Sinceramente, con la cantidad de vigilancia que ponemos durante las votaciones importantes, no me imagino a nadie alterando los votos en un grado estadísticamente significativo.

—Su trabajo es imaginarlo —dijo Michael Crissel.

—Ya lo sabe —replicó Gaffney en un susurro.

Thalia respondió a Crissel.

—Lo siento, señor. Quiero decir que, dado todo lo que sabemos, es improbable. De todos modos, el sistema no puede ser siempre inviolable: el teorema de la incompletitud de Gödel…

—No necesito que me aleccionen sobre Gödel, Ng —replicó Crissel de modo cortante.

—Lo que quiero decir, señor, es que la validez del sistema se demuestra con el uso. En realidad, Casa Perigal nos ha hecho un favor. Ahora sabemos que existe un fallo lógico que no habíamos detectado y que permite efectuar una diminuta alteración en las votaciones. Lo solucionaremos y seguiremos adelante. En algún momento, alguien más volverá a usar su creatividad para encontrar otro fallo, que también solucionaremos. Así es el proceso.

—Entonces, ¿confía en que podamos tapar el agujero? —preguntó Baudry.

—Por supuesto, sénior. Es nimio.

—Si es nimio, ¿cómo es que no lo hemos visto hasta ahora?

—Porque nosotros lo introdujimos —dijo Thalia intentando no sonar demasiado pretenciosa—. Nos creímos muy listos por haber tapado un agujero y, sin darnos cuenta, abrimos otro. El fallo estaba en nuestra rutina de manejo de errores. Fue diseñada para impedir que se perdieran los votos válidos, pero accidentalmente permitió que se registraran votos adicionales de modo fraudulento.

—Seguro que no es la primera vez que ocurre en la historia —dijo Crissel en tono seco.

Thalia entrelazó las manos y las puso encima de la mesa. Estaba intentando encontrar el punto medio entre una actitud defensiva y la objetividad profesional.

—Es lamentable. Pero, hasta la fecha, solo se han aprovechado del fallo unos pocos hábitats.

—¿Lamentable? —dijo Clearmountain—. Yo lo llamo reprobable.

—Señor, la actual rutina de manejo de errores ya alcanza los veintidós millones de líneas de código, entre las que se encuentran algunas subrutinas escritas hace más de doscientos veinte años, en el Primer Sistema. Aquellos programadores ni siquiera hablaban canasiano moderno. Leer su documentación es casi como… bueno, descifrar sánscrito o algo así.

—Ng tiene razón —dijo Gaffney—. Hicieron todo lo que pudieron. Y el agujero secundario era lo bastante sutil como para que solo cinco hábitats de los diez mil intentaran aprovecharse de él. Creo que debemos aprender la lección y seguir adelante.

—Siempre y cuando se arregle de forma fiable, por supuesto —dijo Baudry. Hizo un gesto rígido con la cabeza a Thalia—. ¿Ha dicho que sería sencillo?

—Esta vez, sí. La corrección no es en absoluto tan complicada como la alteración que introdujo el fallo en un principio. Solo hay que cambiar algunos miles de líneas. En cualquier caso, me gustaría ejecutar las primeras instalaciones de forma manual para resolver cualquier imprevisto que pueda surgir debido a las diferentes arquitecturas de los núcleos. En cuanto me dé por satisfecha, podemos activar los diez mil.

Gaffney miró a Thalia con dureza.

—Está claro que necesitamos solucionar este lío lo más rápidamente posible. En cuanto el confinamiento de Casa Perigal sea vinculante (y estoy seguro de que lo será) quiero que estemos listos para empezar a realizar la actualización. ¿La junta probatoria especial tiene acceso a las copias sumariales?

—Desde esta mañana, señor.

Gaffney sacó un pañuelo y se limpió suavemente el sudor que le brillaba en la frente.

—A juzgar por las actuaciones pasadas de la junta, podemos esperar su decisión en los próximos diez días. ¿Le dará tiempo a acabar?

—Si lo desea, señor, podríamos activar dos. Estoy segura de que las pruebas no mostrarán ninguna anomalía.

—La última vez también estábamos seguros —le recordó Gaffney—. No cometamos dos veces el mismo error.

Pero hay una diferencia entre entonces y ahora
, pensó Thalia para sí. Ella no formaba parte del equipo cuando se llevó a cabo la última actualización. No podía hablar en nombre de sus predecesores, pero ella nunca habría permitido que se escapara ese error.

—No lo cometeremos —aseguró.

Dreyfus examinó la escena del crimen desde la posición ventajosa que le proporcionaba el cúter de Panoplia. Había sido una muerte rápida, pensó, pero quizá no lo bastante como para ser indolora o compasiva. El hábitat era un cadáver y estaba desprovisto de presión. Cuando lo que provocó aquella herida tocó la atmósfera en el interior de la coraza, la transformó en una abrasadora bola de aire y vapor increíblemente calientes. Seguro que nadie había tenido tiempo de llegar a las lanzaderas, a las cápsulas de escape ni a las cámaras de seguridad acorazadas. Pero sí habrían tenido tiempo de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. La mayoría de la gente del Anillo Brillante no esperaba morir y mucho menos con dolor y miedo.

—Esto tiene mala pinta —dijo Sparver—. ¿Aún quiere entrar antes de que lleguen los forenses?

—Tal vez podamos conseguir algo de los núcleos de información protegidos —respondió Dreyfus con triste resignación. Ni siquiera confiaba en encontrar nada en los núcleos.

—¿Qué clase de arma ha hecho esto?

—No creo que fuera un arma.

—Pues a mí no me parece que haya sido un impacto. Hay quemaduras, lo que sugiere alguna fuente de energía dirigida. ¿Podrían los combinados haber planeado algo tan repugnante? Todo el mundo dice que tienen unas cuantas armas grandes escondidas en alguna parte.

Dreyfus negó con la cabeza.

—Si los arañas quisieran comenzar una pelea con un hábitat aislado, habrían hecho un trabajo más limpio.

—De todas formas…

—Jane tiene una idea clara de quién lo ha hecho, pero le preocupan las implicaciones.

Dreyfus y Sparver atravesaron la pared de trajes del cúter hasta el espacio vacío, y luego una cadena de esclusas de aire anticuadas pero operativas. Las esclusas conectaban con una serie de sucesivas cámaras de recepción más grandes, que ahora estaban oscuras, despresurizadas y llenas de nubes de escombros que revoloteaban lentamente, de los cuales Dreyfus apenas pudo identificar nada. El mapa interno que llevaba en su parche facial estaba basado en los datos que Ruskin-Sartorious había proporcionado de forma voluntaria durante el último censo. El núcleo de voto, donde seguramente encontrarían algún nivel beta, se encontraba al parecer en la superficie interior de la esfera, cerca del ecuador. Solo les cabía esperar que el rayo no lo hubiera dañado.

Los espacios interiores principales (la Burbuja, de dos kilómetros de ancho, había sido dividida en zonas delimitadas) eran negras cuevas carbonizadas, plagadas de ruinas deformadas por el calor o aplastadas por la presión. Cerca del corte, aún brillaban tracerías de metal estructural por el punto en el que el rayo asesino las había atravesado. Parecía que la Burbuja había sido una cultura de caída libre, y que solo había tenido una provisión limitada de gravedad artificial. Había muchos lugares así en el Anillo Brillante y sus ciudadanos crecían elegantes y esbeltos y no solían viajar mucho.

Sparver y Dreyfus flotaron a través del corazón de la esfera usando los reactores de sus trajes para esquivar los trozos más grandes de escombros en caída libre. Los trajes ya habían comenzado a avisarlos de la existencia de niveles de radiación elevados, lo cual no ayudó en nada a calmar las sospechas de Dreyfus de que Aumonier estaba en lo cierto sobre quién había hecho aquello. Pero necesitaban algo más que las lecturas de sus trajes para presentar un argumento sólido.

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