El Prefecto (59 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Lo haré —dijo Aumonier.

26

Las temblorosas manos de Thalia estuvieron a punto de dejar caer el látigo cazador cuando acabó de debilitar el último puntal de apoyo en la esfera del núcleo de voto. Había sigo agonizantemente lento, y no solo porque el látigo cazador se había puesto demasiado caliente para sostenerlo durante más de un minuto cada vez, incluso con un pañuelo envuelto en la palma de la mano. La función espada del arma había comenzado a fallar, en ocasiones, el filamento perdía su rigidez mantenida piezoeléctricamente y los mecanismos de corte moleculares perdían algo de su eficacia. El látigo cazador había atravesado el granito como si estuviera cortando el aire con un láser, pero ahora Thalia tenía que usar todos sus músculos para convencer al filamento de que siguiera cortando los miembros estructurales. El noveno había sido el peor; había tardado casi media hora solo para cortarlo en parte, para que el puntal cediera cuando detonara el látigo cazador en modo granada.

—¿Es bastante? —susurró, aunque el sonido de los zumbidos y crujidos del látigo cazador parecían lo bastante fuertes como para que los susurros no tuvieran sentido.

—Eso espero —dijo Parnasse—. No creo que esa cosa pueda cortar mucho más.

Thalia guardó el filamento.

—No, no lo creo.

—Supongo que tendremos que darle las gracias a Sandra Voi por que esa cosa haya aguantado todo este tiempo. Ahora solo tiene que hacer una cosa más.

—Dos cosas —dijo Thalia recordando que aún quería sabotear el núcleo de voto—. Enséñame dónde tenemos que ponerlo.

—En cualquier parte de por aquí servirá. Un centímetro no va a decidir que vivamos o muramos.

Thalia colocó el látigo cazador bajo uno de los puntales debilitados.

—¿Aquí, por ejemplo?

—Ahí está bien, muchacha.

—Bien. Podré encontrar este lugar cuando vuelva a bajar.

—¿Cómo funciona el modo granada en esa cosa?

Thalia aflojó el envoltorio que rodeaba el mango y le mostró los controles del látigo cazador.

—Giras ese botón para establecer el límite. Lo pondré al máximo, obviamente. Nos dará de 0,1 a 0,2 kilotoneladas, dependiendo del polvo que quede en la burbuja de potencia.

—¿Y la demora temporal?

—Esos dos botones de ahí, combinados.

—¿De cuánto tiempo dispondrás?

—Del suficiente —dijo Thalia.

Parnasse asintió en silencio. Habían hecho lo que habían podido allí abajo, y aunque habría sido posible debilitar uno o dos puntales más, Thalia dudaba que tuvieran tiempo. Los equipos de la barricada ya estaban informando que el ruido de los sirvientes era más alto que nunca, lo que sugería que las máquinas se encontraban a tan solo unos metros de ellos. Thalia los había oído mientras cortaba.
Probablemente nos quede menos de una hora
, pensó.
Puede que ni siquiera treinta minutos
. Y eso sin tener en cuenta las máquinas de guerra que, según ella, estaban planeando ascender por el exterior del tallo, o incluso por el hueco del ascensor.

Thalia y Parnasse volvieron a subir por el bosque de soportes estructurales hasta que llegaron a la puerta que conducía a la sección inhabitable más baja de la esfera. Un minuto después, llegaron al piso del núcleo de voto, donde la mayor parte del grupo estaban ahora despiertos y nerviosos, consciente de que se estaba preparando algo aunque todavía ignorantes del plan de Thalia.

Querían hacerle preguntas, pero antes de que Thalia les hablase, se dirigió a la ventana más cercana y miró hacia la base del tallo. Observó, con una sensación de aprensión en el estómago, que la concentración de sirvientes de grado militar era ahora mucho menor que antes. Solo podía significar que la mayoría de las máquinas estaba ahora ascendiendo por el tallo, trabajando con una inevitabilidad metódica hacia el nivel del núcleo de voto.

—Suspenda el equipo de trabajo —le dijo a Caillebot—. Dígales que dejen lo que están haciendo y que suban.

—¿Por qué? —preguntó—. ¿Qué pasa con la barricada? Alguien tiene que vigilarla.

—Ahora ya no. Nos ha servido, pero ya no la vamos a necesitar.

—Pero las máquinas se están acercando.

—Lo sé. Por eso es hora de que salgamos de aquí. Llame al equipo, Jules. No tenemos tiempo para discutirlo.

La miró fijamente, congelado, como si estuviera a punto de hacer una objeción, luego se dio la vuelta y bajó por la corta escalera al siguiente nivel, donde el equipo de barricada actual seguía haciendo lo que podía para reforzar la obstrucción.

—¿Qué va a ocurrir? —preguntó Paula Thory levantándose del montón de ropa que había convertido en una cama provisional.

—Vamos a salir de aquí —dijo Thalia.

—¿Cómo? No esperará que bajemos por las escaleras, ¿verdad? No podemos abrirnos paso entre esas máquinas.

—No tendremos que hacerlo. Si todo va bien, no tendremos que enfrentarnos a ningún sirviente. Antes de lo que se imagina, estará fuera de Casa Aubusson, en el espacio abierto, esperando a que la rescaten.

—¿Qué quiere decir con eso de «en el espacio»? ¡Ninguno de nosotros tiene traje! No tenemos ninguna nave. ¡Ni siquiera tenemos una lanzadera de escape!

—No la necesitamos —dijo Thalia con cuidado—. Estamos en una.

Dreyfus se dio cuenta de que Aumonier estaba abriendo y cerrando las manos, y que su pecho subía y bajaba con profundas respiraciones.

—Pensé que te gustaría tener compañía —dijo—. En persona, quiero decir.

—Gracias, Tom. Y sí, tienes razón. Lo agradezco. —Hizo una pausa—. Por cierto, acabo de emitir ese comunicado, incluyendo tus observaciones.

—Necesitaban que los tranquilizasen.

—Sí, tenías razón.

—¿Estamos ya desconectados?

—No. Estoy esperando a que terminen con el Eje para eliminar los servicios de la red. Quiero que los ciudadanos sepan que nos enfrentamos a algo grave, pero que estamos haciendo todo lo que podemos para salvar al mayor número posible.

—¿No crees que la mitad de ellos se pegará un susto de muerte cuando vean que enviamos al Eje al otro barrio?

—Es más que probable. Pero si eso significa que comienzan a escuchar a la policía local, vale la pena pagar el precio.

Dreyfus miró la pantalla más grande.

—¿Cuánto queda?

—Tres minutos.

Tres minutos para que el flujo de escarabajos llegara al Eje Toriyuma-Murchison, pensó. Las naves de Panoplia habían hecho lo que habían podido para disminuir o desviar el flujo, pero sus esfuerzos habían resultado totalmente ineficaces. Ahora solo estaban esperando por si había supervivientes después de que el
Circo Democrático
hiciera su trabajo.

El crucero de exploración profunda sobrevoló el Eje con dos misiles apuntando hacia el objetivo, sintonizados a un rendimiento lo bastante elevado como para eliminar la todavía inactiva maquinaria de la fábrica del hábitat. Panoplia siempre había tenido un procedimiento de contingencia listo para destruir un hábitat, y la tripulación había experimentado una situación similar muchas veces durante el entrenamiento. Se suponía que la secuencia, desde la emisión de la orden hasta el disparo de las armas, era inmune al error. No solo requería la autorización de la prefecto supremo, sino también la de una mayoría de séniores. Incluso existían mecanismos para hacer frente a la posibilidad de que se produjeran cambios repentinos de rango por muerte o lesiones, de modo que la orden pudiera darse aunque hubiera un ataque directo sobre Panoplia.

Y, sin embargo
, pensó Dreyfus,
la tripulación no sería humana si no considerase al menos la posibilidad de que la orden fuera errónea, o que procediera de una acción maliciosa
. Se les pedía que hicieran algo que iba en contra de todo lo que defendía Panoplia. Igual que un cirujano que alarga la mano para recibir un bisturí y en su lugar le dan una pistola.

Pero lo harían, pensó. Se permitirían esa sombra de duda, y luego lo acabarían. El protocolo era a prueba de filtraciones. No había error posible: si la orden había llegado, entonces era seguro que la había enviado la prefecto supremo, con la aprobación de sus séniores.

La tripulación no tenía más remedio que cumplirla.

—Un minuto treinta segundos —dijo Aumonier. Luego cambió el tono de voz—. Tom, quería preguntarte una cosa.

—Adelante.

—Puede que sea una pregunta de difícil respuesta. Quizá te resulte incómodo responderla con honestidad.

—Hazla igualmente.

—¿Está ocurriendo algo? ¿Algo que no sé?

—¿Qué clase de algo?

—He estado oyendo ruidos. He pasado once años en esta habitación, Tom, así que estoy sorprendentemente sintonizada con mi entorno. Casi nunca he oído ruidos de ningún otro lugar de Panoplia, excepto hoy.

—¿Qué clase de ruidos?

—La clase de ruidos que hace la gente cuando está intentando por todos los medios hacer algo sin hacer ningún ruido. Algo que implica maquinaria pesada y herramientas. —Lo miró directamente—. ¿Está pasando algo?

Nunca le había mentido en todos los años que hacía que se conocían. Nunca le había mentido, ni le había ocultado la verdad, incluso cuando habría sido lo mejor para ella.

Hoy eligió mentir.

—Es el muelle de la boca —dijo—. La plataforma de lanzamiento sufrió daños cuando uno de los cruceros llegó con demasiada fuerza. Han estado trabajando contrarreloj para arreglarla.

—El muelle de la boca está a cientos de metros, Tom.

—Están usando maquinaria pesada.

—Mírame y repítelo.

Le aguantó la mirada.

—Es el muelle. ¿Por qué? ¿Qué crees que podría ser?

—Sabes exactamente lo que pienso. —Apartó la mirada. No estaba seguro si había aprobado o suspendido el examen de su escrutinio—. He estado intentando que Demikhov hablara conmigo. Está usando todas las excusas que puede para no devolverme las llamadas.

—Demikhov ha estado ocupado. Lo de Gaffney…

—De acuerdo, ha estado ocupado. Pero si supieras que estaba ocurriendo algo… si supieras que estaban planeando algo… me lo dirías, ¿verdad?

—Por supuesto —dijo Dreyfus.

Excepto ahora
.

—Es la hora —dijo Aumonier volviendo a poner su atención en el panel—. Contacto de los escarabajos en tres… dos… uno. Impacto confirmado. Han llegado. —Alzó el brazo y le habló a su brazalete—. Soy Aumonier. Separen el
Bellatrix
y ordénenle que proceda a toda velocidad. Repito, separen el
Bellatrix
.

Seguían recibiendo imágenes de las cámaras situadas en el muelle de atraque del Eje Toriyuma-Murchison. Cientos de personas permanecían apiñadas en los tubos de embarque, esperando a embarcar en el crucero que los aguardaba. Docenas de agentes de policía, reconocibles por sus brazaletes, estaban ayudando con el embarque. Dreyfus ya sabía que muchos agentes de policía habían elegido permanecer dentro del Eje en lugar de marcharse en vuelos de evacuación anteriores. Unas horas antes habían sido ciudadanos ordinarios que vivían sus vidas cotidianas.

—El
Bellatrix
se está moviendo —dijo Aumonier leyendo un resumen en su brazalete—. Está desatracando, Tom.

La cámara mostraba la imagen de un único pasillo de embarque. El punto de vista era del interior de un tubo de paredes transparentes lleno de civiles, agentes de policía y sirvientes, que flotaban en un desordenado revoltijo multicolor. El inmenso y blanco lado del
Bellatrix
, salpicado de ojos de buey, hizo su aparición más allá del cristal, enorme y empinado como un acantilado. Y el acantilado estaba comenzando a moverse: se alejaba del tubo con una lentitud como de ensueño. En el extremo del tubo, a cientos de metros de la cámara, Dreyfus distinguió una repentina nube de vapor blanco que escapaba al vacío. Supuso que las puertas de la esclusa de aire se habían cerrado, pero que una pequeña cantidad de aire había salido al espacio.

El
Bellatrix
siguió retirándose. Se centró en el brillo dorado de su esclusa de aire. Se desparramaron unos escombros informes. Se dio cuenta de que estaba pasando algo. Las puertas exteriores del crucero ya deberían estar cerradas.

—Jane… —comenzó.

—No pueden cerrar las puertas —dijo paralizada de miedo—. Los cerrojos del
Bellatrix
están atascados. Hay demasiada gente intentando meterse.

—No es solo el crucero —dijo Dreyfus.

El aire seguía saliendo disparado al espacio desde el extremo del tubo de embarque. Pero ahora llevaba gente con él, aspirada por la fuerza de la descompresión. Comenzaba en el extremo más lejano y luego subía por el tubo a toda velocidad, hacia la cámara. Dreyfus miró horrorizado mientras la gente más cercana a la cámara se percataba de lo que se les venía encima. Vio que gritaban y buscaban algo a lo que agarrarse. Luego los golpeó y simplemente desaparecieron, como si un desatascador invisible los hubiese absorbido.

Vio cómo cientos de ellos se desparramaban por el espacio: civiles, agentes de policía, máquinas, ropa, posesiones y juguetes. Vio que se movían agitadamente y morían.

La cámara se oscureció.

Otra cámara mostraba la maniobra del
Bellatrix
y daba una vista de sus blancos flancos. La arremetida de la esclusa de aire abierta había cesado. Las puertas interiores debían de estar cerradas.

—Está en marcha —dijo Dreyfus. Los motores cuádruples del crucero escupieron lenguas de fuego rosa. Al principio, parecía que la enorme nave apenas se movía. Pero, poco a poco, la lenta pero segura aceleración se hizo aparente. El
Bellatrix
comenzó a poner distancia entre el hábitat y ella.

Aumonier levantó su brazalete. Puesto que había salido de la parte delantera del Eje, el crucero tendría todo el grueso del hábitat entre él y la explosión de fusión cuando los misiles lo alcanzaran.

—Póngame en contacto con el
Circo Democrático
—dijo sin apenas respirar—. Capitán Pell: permita que el
Bellatrix
recorra diez kilómetros. Luego puede abrir fuego en la parte posterior del hábitat.

Puesto que el
Bellatrix
estaba manteniendo un empuje constante de medio g, solo tardó sesenta segundos en llegar a la distancia de seguridad designada. Para entonces, todos los hábitats circundantes —los que Aurora aún no había tomado— se hallaban en un estado de alta alerta defensiva, anticipando no solo el pulso electromagnético de cada ataque nuclear, sino también el riesgo probable de impacto de los restos. Para Dreyfus los segundos se hicieron lentos y luego parecieron detenerse por completo. Sabía que Aumonier habría preferido dar al crucero más espacio, pero pensaba en la posibilidad de que los escarabajos escaparan e hicieran más daño si esperaban. Los evacuados a bordo del
Bellatrix
tendrían que confiar en que la protección entre ellos y los motores les serviría para protegerlos de los peores efectos de la explosión.

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