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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (35 page)

BOOK: El Prefecto
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—Bueno, está el complejo de fábricas, por supuesto —dijo con brusquedad—. Pero eso tampoco tiene sentido.

Thalia experimentó un escalofrío premonitorio.

—Hábleme de ese complejo de fábricas, ciudadano Caillebot.

—Está prácticamente en desuso, como ya le dije antes. No ha funcionado a capacidad normal durante años. Décadas. Más tiempo del que recuerdo.

Thalia asintió con paciencia.

—Pero sigue allí. ¿No lo han derribado, destruido, sustituido o lo que sea?

—Cree que van a volver a ponerlo en marcha. Que van a comenzar a fabricar cosas a gran escala, con los escombros que las máquinas están recogiendo.

—Es solo una idea, ciudadano Caillebot.

—¿Naves? —preguntó.

—No necesariamente. Si pueden fabricar cascos de molécula única, no hay nada que no puedan hacer. —Luego añadió—: Suponiendo que tengan el plano de construcción, por supuesto. La fábrica no podrá hacer nada a menos que le den las instrucciones adecuadas.

—Parece aliviada.

—Seguramente no debería estarlo. Es que pensaba en todas las cosas desagradables que se podrían hacer con una fábrica si se tienen los planos adecuados. Pero la cuestión es que los únicos planos de dominio público son de cosas que no pueden dañar a nadie.

—Parece segura de lo que dice.

—Intente localizar el plano de construcción de un arma espacio a espacio, ciudadano Caillebot, o de una nave de ataque, o de un sirviente militar. Verá lo que tarda en tener a un prefecto llamando a su puerta.

—¿Panoplia supervisa esa clase de cosas?

—No solo las supervisamos, sino que nos aseguramos de que los datos no sean accesibles. En las raras ocasiones en que alguien necesita hacer algo peligroso, nos piden permiso. Recuperamos y desbloqueamos los archivos. Los enviamos y nos aseguramos de que después se borren.

—Entonces, ¿está segura de que no puede salir nada malo de esa fábrica?

—No sin la ayuda de Panoplia —dijo Thalia con rotundidad.

Caillebot respondió con un gesto de asentimiento.

—Hace un día, prefecto, esa afirmación me habría parecido absolutamente tranquilizadora.

Thalia se giró hacia la ventana y reflexionó sobre lo que el jardinero acababa de decir. Las máquinas estaban trabajando con la diligencia maníaca de los insectos. Habían excavado la parte más baja del tallo, dejando a la vista los puntales geodésicos que formaban el andamiaje de la estructura. A juzgar por los escombros y los restos que enviaban a la tolva, las herramientas cortantes lo estaban despachando con rapidez.

—No va a durar mucho —dijo Thalia.

Luego se dio la vuelta y miró el núcleo de voto. Esperaba tener razón sobre la necesidad de las máquinas de mantenerlo intacto y, por lo tanto, sobre la imposibilidad de un ataque masivo del tallo que sostenía la esfera en la que estaban refugiados.

Hoy ya se había equivocado en varias cosas.

Esperaba que esta no fuera otra más.

Dreyfus supo que algo no iba bien en cuanto se acercó a la pared de paso dé la esfera de Jane Aumonier y vio que los dos prefectos internos esperaban a ambos lados con los látigos cazadores desenfundados, atados a unas líneas de desenganche rápido que iban desde sus cinturones hasta unos ojetes situados en el marco de la puerta. La pared de paso también había sido programada para impedir el paso.

—¿Hay algún problema? —preguntó Dreyfus con suavidad. En alguna ocasión le habían prohibido hablar con Aumonier cuando estaba realizando alguna actividad que excedía su autorización Pangolín. Pero nunca había requerido la presencia de guardias de seguridad, y por lo general Aumonier le avisaba con un plazo de tiempo razonable.

—Lo siento, señor —dijo el guardia más joven—, pero no se permite que nadie hable con la prefecto Aumonier en este momento.

—¿Por qué no me dejan que lo juzgue yo mismo?

—No sin la autorización de la prefecto supremo, señor.

Dreyfus miró al chaval como si le hubiera pedido que respondiera a una sencilla adivinanza.

—Ella es la prefecto supremo.

El joven guardia parecía avergonzado.

—En este momento no, señor. La prefecto Baudry es ahora la prefecto supremo.

—¿Por qué motivo han retirado a la prefecto Aumonier de su cargo? —preguntó Dreyfus con incredulidad.

—Estoy autorizado a decirle que la decisión fue tomada por razones médicas, señor. Creí que le habían informado, pero…

—No. —Estaba intentando mantener su cólera a raya, no quería descargar su rabia con el chico del mismo modo que había hecho antes con Thyssen—. De todos modos, quiero hablar con la prefecto Aumonier.

—La prefecto Aumonier no está en condiciones de hablar con nadie —dijo una áspera voz masculina detrás de Dreyfus. Se dio media vuelta y vio a Gaffney flotando hacia él a lo largo del mismo pasillo que acababa de atravesar—. Lo siento, prefecto de campo, pero así son las cosas.

—Déjeme hablar con Jane.

Gaffney sacudió la cabeza, con aspecto apesadumbrado.

—No necesito explicarle lo precario de la situación. Lo último que necesita ahora mismo es que alguien la preocupe sin necesidad.

—Jane no será quien tenga que preocuparse si no entro a verla.

—Tranquilo, prefecto de campo. Sé que ha tenido un día duro. Pero no lo use como excusa para arremeter contra sus superiores.

—¿Ha tenido usted algo que ver en su destitución?

—No ha sido destituida. Se le ha quitado la carga del mando en un momento en el que continuar habría sido una imposición intolerable para ella.

De reojo, Dreyfus vio que los dos guardias miraban al frente con expresiones resueltamente neutrales, fingiendo que no formaban parte de aquella pelea de altos vuelos. Ninguno de los dos hombres había llamado al prefecto sénior. Gaffney debía de estar merodeando por los alrededores, pensó Dreyfus, esperando a que él intentara visitar a Aumonier.

—¿Qué opina usted de esto? —preguntó Dreyfus—. Lillian Baudry es una buena prefecto cuando se trata de prestar atención a los detalles, pero no tiene la perspectiva de Jane. Está esperando que cometa un error, ¿verdad?

—¿Por qué diablos querría que Lillian cometiera un error?

—Porque con Jane fuera de juego, se acerca un poco más a convertirse en prefecto supremo.

—Creo que ya ha dicho bastante. Si tuviera la más mínima idea de lo ridículo que suena, se callaría ahora mismo.

—¿Dónde está Baudry?

—En la sala estratégica, sin duda. Por si no se había dado cuenta, se ha producido una crisis mientras usted estaba fuera ocupado en sus cosas.

Dreyfus le habló a su brazalete.

—Póngame con Baudry.

Ella respondió de inmediato.

—Prefecto Dreyfus. Esperaba hablar con usted hace rato.

—Permítame hablar con Jane.

—Lo siento, pero no sería prudente. ¿Le importaría venir de inmediato a la sala estratégica? Tenemos que discutir algo.

Gaffney se lo quedó mirando con una débil sonrisa.

—Iba de camino cuando me tropecé con usted. ¿Por qué no vamos juntos?

Baudry, Crissel y Clearmountain estaban esperando cuando Dreyfus y Gaffney llegaron a la sala estratégica. Los séniores estaban mirando el Planetario desde diferentes ángulos. Dreyfus vio que cuatro hábitats habían sido extraídos de la espiral de los diez mil y ampliados hasta hacer visibles sus estructuras.

Crissel indicó una posición vacante.

—Siéntese, prefecto de campo Dreyfus. Esperábamos que pudiera explicarnos una cosa.

Dreyfus permaneció en pie.

—Entiendo que usted forma parte del grupo de linchamiento que ha arrebatado el poder a Jane mientas yo estaba fuera.

—Si insiste en describir los acontecimientos en esos términos, entonces sí, yo tomé parte en la decisión. ¿Tiene algún problema?

—Imagíneselo.

Crissel lo miró fijamente y se negó a responder a la provocación.

—Quizá no se haya dado cuenta, pero ha habido cambios preocupantes en el estado del escarabajo, precursores de algo médicamente catastrófico.

—Me he dado perfecta cuenta.

—Entonces sabrá que Demikhov está muy preocupado por la prognosis futura de Jane. Lo único que esa cosa de su nuca está esperando es un motivo. Cuando sus hormonas del estrés superen algún nivel arbitrario, le partirá en dos la columna, o la hará estallar en pedazos.

—Muy bien —dijo Dreyfus, como si por primera vez hubiera visto algo claro—. ¿Y cree que apartarla de su cargo es la clave para disminuir sus niveles de estrés?

—Está en el régimen terapéutico más seguro que podemos diseñar, y cuando todo esto acabe, cuando desviemos la crisis, buscaremos una estrategia para devolver a Jane al menos algún nivel de responsabilidad funcional.

—¿Es eso lo que le dijeron? ¿O le mintieron diciéndole que podría recuperar su antiguo puesto cuando las cosas se calmaran?

—No tenemos tiempo para esto —ronroneó Gaffney. Era la primera vez que hablaba desde que habían llegado. Se había sentado al lado de Lillian Baudry. Tenía las manos apoyadas en la mesa, los dedos de una acariciando el puño apretado de la otra—. Eche una ojeada al Planetario, prefecto de campo.

—Ya lo he visto, gracias. Es muy bonito.

—Mírelo mejor. ¿Le suenan esos cuatro hábitats?

—No lo sé —Dreyfus sonrió con sarcasmo—. ¿Ya usted, prefecto sénior Gaffney?

—Permítame que se lo recuerde. Está mirando Nueva Seattle-Tacoma, Chevelure-Sambuke, Szlumper Oneill y Casa Aubusson. Los cuatro hábitats que Thalia Ng tenía programado visitar y actualizar.

Dreyfus sintió que una parte de su seguridad se evaporaba.

—Continúe.

—Hace más de seis horas que no podemos ponernos en contacto con esos cuatro hábitats. Han salido de la abstracción. —Gaffney escudriñó la reacción de Dreyfus y asintió, como para resaltar que el asunto era tan grave como parecía—. Los cuatro hábitats han salido de la red con un margen de sesenta milisegundos cada uno.

—Usted siempre ha respondido por Thalia Ng —dijo Crissel—. Fue ascendida a prefecto de campo ayudante bajo su recomendación. Ahora comienza a parecer un error, ¿verdad?

—Sigo teniendo plena confianza en ella.

—Conmovedor, sin duda, pero la cuestión es que ha visitado cuatro hábitats y ahora están desactivados. Lo único que tenía que hacer era una serie de actualizaciones sin importancia del núcleo de voto. ¿No le parece incompetencia procesal, como mínimo?

—En mi opinión, no.

—¿Entonces qué? —preguntó Crissel, fascinado.

—Creo que es posible… —pero Dreyfus se calló, pues sintió una repentina reticencia a explicar su teoría de forma abierta. Los séniores lo miraban con indiferencia glacial—. ¿El crucero de exploración profunda que nos rescató sigue disponible? —preguntó.

Ahora habló Baudry.

—¿Por qué lo pregunta?

—Porque la única manera de solucionar esto es hacer una visita a Aubusson. Es la última visita que tenía que hacer Thalia. Si uno de mis ayudantes tiene problemas, me gustaría saberlo.

—Ya ha deambulado bastante por hoy —dijo Gaffney—. Hemos declarado el estado de emergencia, por si no se había dado cuenta.

Baudry tosió con amabilidad.

—Hablemos de la otra cuestión, ¿quiere? Y, por favor, siéntese.

—¿De qué cuestión? —preguntó Dreyfus con cortesía exagerada. Pero se sentó como Baudry le había pedido.

—Ha traído una combinada a Panoplia, lo cual contraviene de forma expresa el protocolo.

Dreyfus se encogió de hombros.

—El protocolo puede irse a la mierda.

—Puede leer nuestras máquinas, Tom. —Baudry miró a los otros en busca de apoyo—. Es un sistema de vigilancia andante. Cada secreto operativo de nuestro núcleo es suyo, si lo desea, y dejas que se pasee por Panoplia sin ni siquiera ponerle una caja Faraday en el cráneo.

Dreyfus se inclinó hacia ella.

—¿No está escrito en alguna parte que debemos cuidar de las víctimas y perseguir a los criminales?

Crissel parecía exasperado.

—No somos la agencia de aplicación de la ley que tú crees que somos, Tom. Estamos aquí para garantizar que el aparato democrático funcione sin problemas. Estamos aquí para castigar el voto fraudulento. Eso es todo.

—Mi cometido va más allá, pero allá tú con el tuyo.

—Centrémonos en la cuestión de la combinada —insistió Baudry—. Puede que ya haya hecho un daño incalculable en el poco tiempo que ha estado dentro de Panoplia. Ahora no podemos hacer nada. Lo que podemos hacer es asegurarnos de que no haga más daño.

—¿Quieres que la arroje al espacio, o lo harás tú?

—Comportémonos como adultos, ¿quieres? —dijo Crissel—. Si la espi…, si la combinada es una testigo, entonces por supuesto que debemos protegerla. Pero no a costa de nuestros secretos operativos. Tiene que ser trasladada a una instalación de máxima seguridad.

—Quieres decir a una celda de interrogatorios.

Crissel parecía afligido.

—Llámalo como quieras. Allí estará más segura. Y lo que es más importante, lo estaremos nosotros.

—Será trasladada cuando Mercier considere que se encuentra bien —dijo Dreyfus.

—¿Respira? —Puesto que Dreyfus no respondió, Crissel se dio por satisfecho—. Entonces, se encuentra lo bastante bien como para trasladarla. No va a morir, Tom. Es una máquina de supervivencia. El equivalente humano a un escorpión.

—O a una araña —dijo Dreyfus.

Alguien llamó suavemente a la puerta. Los ojos de Crissel miraron con rabia el hueco que se abría. Una funcionaría de bajo rango, una chica apenas salida de la adolescencia, con un corte de pelo al estilo paje, entró tímidamente en la sala.

—Perdón, séniores, pero me han pedido que les traiga esto.

—Espero que sea importante —dijo Crissel.

—El CCT se ha puesto en contacto con nosotros, señores. Dicen que están recibiendo informes de Casa Aubusson y de Clepsidra Chevelure-Sambuke.

—Están fuera de la red. Sí. Lo sabemos.

—No es eso, señor. —La chica puso el compad sobre la mesa, junto a Gaffney. Este lo cogió por una esquina, e inspiró lentamente mientras digería el mensaje. Sin mediar palabra, se lo pasó a Crissel. Este lo miró, volvió a mirarlo, y luego le pasó el compad a Baudry. Esta lo leyó a su vez moviendo lentamente los labios, como si necesitara el sonido de su propia voz para dar al informe una sensación de realidad.

Luego le pasó el compad a Dreyfus.

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