Read El Prefecto Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto (77 page)

BOOK: El Prefecto
13.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Puede que siga ahí afuera —comentó Sparver.

—No creo.

—No puede haber salido del planeta. Es una máquina, no una nave.

—Puede adoptar la forma que quiera —respondió Dreyfus—. ¿Quién dice que no puede transformarse en lo que necesite? Vi cómo manipulaba su forma ante mis propios ojos. Ahora que está libre, me pregunto si hay algo que no pueda hacer.

—Sigue siendo una cosa. Se le puede rastrear, localizar, volver a capturar.

—Puede.

—¿En qué está pensando? —preguntó Sparver.

—Puede que haya seguido el ejemplo de Aurora. Una inteligencia de nivel alfa es fácil de contener si se confina a una sola máquina, a una sola plataforma. Pero no tiene que ser así. Aurora averiguó la manera de moverse, de encarnarse donde necesitara. ¿Quién dice que el Relojero no hará lo mismo?

—¿Quiere decir para enfrentarse a ella en igualdad de condiciones?

—Si yo fuera él, y creyera que quiere matarme, es lo que haría.

—Entonces también nos resultará más difícil matarlo, ¿no?

—Sí —admitió Dreyfus.

Permanecieron en silencio, esperando que algo saliera del cielo y los rescatara. De vez en cuando un destello estroboscópico surgía a través de la oscuridad: un relámpago, o tal vez algo que orbitaba alrededor de Yellowstone, algo que no tenía nada que ver con el tiempo atmosférico.

Al cabo de mucho rato, Dreyfus volvió a hablar.

—Tenía una elección muy sencilla, Sparv. Los misiles estaban listos. Habrían destruido el ISIA y eliminado al Relojero. Ya habíamos sacado a Jane, así que sabíamos de qué era capaz. Sabíamos las cosas que podía hacerle a la gente aunque no los matara. Y sabíamos que quedaban supervivientes dentro de aquella estructura, gente a la que aún no había atrapado. Incluida Valery.

—No tiene que hablar de eso ahora, jefe. Puede esperar.

—Ha esperado once años —dijo Dreyfus—. Creo que es demasiado tiempo, ¿no te parece?

—Solo digo… que antes lo presioné. Pero no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.

—Había algo más, por supuesto. Aún teníamos que saber a qué nos estábamos enfrentando. Si destruíamos el ISIA sin averiguar más cosas sobre el Relojero, nunca sabríamos qué hacer si volvía a presentarse algo parecido. Era vital, Sparv. Como prefecto, no podía ignorar mi responsabilidad con la seguridad futura del Anillo Brillante.

—¿Qué ocurrió entonces?

—Por los datos técnicos que ya habíamos recuperado, y el testimonio de Jane, supimos que el Relojero era susceptible a los campos magnéticos intensos. Ninguna otra cosa, ni barrera física ni arma convencional, parecía capaz de detenerlo o frenarlo. Me di cuenta de que si podíamos atrapar al Relojero, si podíamos congelarlo, podríamos sacar vivos a los supervivientes. Entonces supe que teníamos que recuperar el
Atalanta
.

—El
Atalanta
—repitió Sparver.

—Era una nave diseñada para menoscabar a los combinados en el negocio de la construcción de naves estelares. La cuestión es que, aunque funcionó, nunca resultó económica. Así que la descartaron, dejaron que orbitara alrededor de Yellowstone mientras decidían lo que hacían con ella. Llevaba décadas allí, pero seguía intacta, igual que cuando la habían dejado.

—¿Qué tenía esa nave de especial?

—Era un ramscoop —dijo Dreyfus—. Una nave construida alrededor de un único motor enorme diseñado para absorber hidrógeno interestelar y usarlo como masa de reacción. Puesto que no tenía que transportar su propio combustible, podía ir casi todo lo rápida que quisiera, hasta el límite de la velocidad de la luz. Pero el sistema de propulsión era farragoso y el campo de absorción generaba tanta fricción que la nave nunca fue tan rápida como sus diseñadores habían esperado. Pero aquello no me importó. No quería mover la nave. Solo quería su absorción. El generador tenía quince kilómetros, Sparv: una boca tan grande que podía tragarse a todo el ISIA.

—Un campo magnético —dijo Sparver.

—Envié un equipo técnico a bordo del
Atalanta
. Pusimos unos remolcadores de alta combustión para cambiar su órbita, para acercarla al ISIA. No pudimos poner sus reactores en marcha a tiempo, así que encendimos el ramscoop usando los motores de nuestras corbetas. Al cabo de una hora, el campo estaba adquiriendo fuerza. Al cabo de dos, lo tuvimos posicionado alrededor del ISIA. —Dreyfus hizo una pausa, pues de repente las palabras se le habían secado en la boca—. Sabíamos que había un riesgo. Los supervivientes humanos en el ISIA iban a quedar expuestos al mismo campo magnético. No sabíamos las consecuencias que tendría en su sistema nervioso, y mucho menos en los implantes que la mayoría llevaban. Lo único que podíamos hacer era centrar el campo en la zona en la que habíamos ubicado al Relojero por última vez, e intentar que la fuerza del campo fuera lo más baja posible en el resto.

—Era mejor que bombardear. Al menos les daban una oportunidad.

—Sí —dijo Dreyfus.

—Antes me dijo que habían sobrevivido.

—Sí. Pero los efectos del campo fueron… peores de lo que esperábamos. Congelamos al Relojero, recuperamos sus reliquias, lo estudiamos lo mejor que pudimos y luego nos retiramos con los supervivientes. Así transcurrió el resto de las seis horas. Luego bombardeamos. Creímos que habíamos destruido al Relojero, por supuesto. En realidad, se había metido dentro de una de las reliquias. Estuvo esperando a que volvieran a abrirlo, como una caja de sorpresas.

—¿Y los supervivientes? —preguntó Sparver al fin.

Dreyfus tardó el mismo tiempo en responder.

—Nos ocupamos de ellos. Incluida Valery.

—¿Siguen vivos?

—Todos. En el Hospicio Idlewild. Se pidió a los mendicantes que cuidaran de una remesa de durmientes con el cerebro dañado. Nunca se les dijo de dónde habían venido en realidad.

—Valery está con ellos, ¿verdad?

A Dreyfus empezaban a picarle los ojos.

—La visité una vez, Sparv. Justo después de la crisis, cuando todo acabó. Creí que podía vivir con lo que se había convertido. Pero cuando la vi, cuando vi lo poco que quedaba de mi esposa, supe que no podría. Estaba cuidando de los jardines, arrodillada en el suelo. Tenía flores en la mano. Cuando me miró, sonrió. Pero no sabía quién era.

—Lo siento.

—Fue entonces cuando fui a ver a Jane y le dije que no podía vivir con lo que les había hecho. Así que autorizó el bloqueo de memoria.

—¿Y Valery?

—Nunca volví a verla. No durante once años.

En aquel momento, Dreyfus oyó un sonido más fuerte que el viento. Alzó la vista a tiempo de ver una gran nave que atravesaba las nubes a toda velocidad, su casco brillaba a causa de su entrada de alta velocidad. De inmediato vio que era un crucero de exploración profunda, aunque no pudo identificar la nave en sí. Sobrevoló sus cabezas en círculos. El tren de aterrizaje empezó a descender desde su barriga de reptil, y las armas salieron del casco como si fueran las espinas retráctiles de algún pez venenoso. El piloto seleccionó un trozo de terreno lo bastante grande como para acomodar el vehículo de noventa metros de largo, y descendió poco a poco usando los breves intervalos de la tracción para conseguir el descenso.

Dreyfus y Sparver alzaron las manos para saludar y comenzaron a caminar hacia la nave aparcada. La pierna derecha rígida de Dreyfus se arrastraba en el hielo. Una rampa descendió de la barriga. Casi de inmediato, una figura con traje comenzó a bajar con cautela por la superficie en forma de cuña. Por su pequeña estatura y la forma en que caminaba, Dreyfus supo exactamente quién era.

—Thalia —gritó encantado—. Eres tú, ¿verdad?

Ella respondió en el canal traje a traje.

—¿Está bien, señor?

—Lo estaré, gracias a Sparver. ¿Qué estás haciendo aquí?

—En cuanto el prefecto Gaffney los encontró, supimos que no había razón para intentar ocultarle este lugar a Aurora. Habríamos venido antes, pero hemos estado ocupados con los evacuados.

—Lo entiendo perfectamente. Habéis venido muy rápido.

Thalia atravesó el escarpado terreno hasta que estuvieron separados a tan solo unos metros.

—Siento lo ocurrido, señor.

—¿Qué es lo que sientes?

—La fastidié, señor. Las actualizaciones… No estaba preparada.

—No fue culpa tuya.

—Pero si no hubiera ido sola, si hubiera tenido un equipo de apoyo conmigo… las cosas habrían sido diferentes.

—Lo dudo mucho. Aurora ya había contemplado cualquier posible eventualidad. Habría encontrado la manera, por muchas precauciones que hubiéramos tomado. Quizá habría tardado más, pero habría ocurrido de todos modos. No se disguste por eso, ayudante. —Dreyfus extendió una mano y la invitó a que se acercara. Ella cruzó el resto de la distancia y dejó que su traje tocara el de Dreyfus. Dreyfus la cogió de un brazo, Sparver del otro—. Me alegro de tenerte de vuelta sana y salva —dijo.

—Ojalá hubiera podido hacer algo por todos los demás.

—Salvaste a algunos. Y nos avisaste de que Aurora no tenía intención de dejar a nadie con vida cuando se hiciese con el control. Hiciste un buen trabajo, Thalia. No estoy disgustado.

—Menudo cumplido —dijo Sparver—. Yo de ti lo aceptaría.

—¿Qué me dice de Gaffney, señor?

—Gaffney es historia —respondió Dreyfus.

—¿Y el resto de Firebrand? ¿El Relojero?

—Ya veo que te han informado bien. Supuse que querrías saber el resto.

—¿Y bien, señor?

—Veitch y Saavedra están muertos. El Relojero ha escapado.

Thalia asintió detrás de su placa.

—Lo suponíamos, señor.

—¿Por qué?

—Ha estado pasando algo. Imaginamos que tenía relación con el Relojero, que usted había conseguido convencerlo para que actuara contra Aurora.

—Yo no diría que lo convencí exactamente. —Pero la noticia lo animó—. ¿Qué ha ocurrido, Thalia?

—No estamos muy seguros. Las buenas noticias son que los ultras han estado contribuyendo al esfuerzo de evacuación y ayudando con la destrucción de los hábitats contaminados. En una sola noche hemos evacuado otros seis en el frente de expansión de Aurora.

—¿Evacuaciones totales? —tanteó Dreyfus.

—No, señor —dijo ella de forma indecisa—. Algunas personas se quedaron a bordo. Pero muchas menos que antes.

—Supongo que no podemos esperar milagros.

—Hay algo más, señor. Hace un par de horas, unos flujos de escarabajos llegaron a dos hábitats antes de tuviéramos los misiles o las abrazadoras lumínicas en posición. Habíamos sacado a la mayor parte de la ciudadanía, pero los agentes de policía locales seguían ayudando con la evacuación cuando los escarabajos llegaron.

—Continúa —dijo Dreyfus.

—Los agentes comenzaron a encontrar la resistencia esperada. Estaban haciendo todo lo que podían por detener a los escarabajos mientras se dirigían al núcleo de voto, pero estaban sufriendo muchas pérdidas. Entonces los escarabajos comenzaron a comportarse de forma extraña. Se volvieron descoordinados, erráticos. Detuvieron su avance. Los agentes supervivientes consiguieron desplegar armamento pesado y comenzaron a destruir los escarabajos.

—Pero debía de haber millones, aunque hubiera un fallo local a la cabeza del asalto.

Thalia negó rápidamente con la cabeza.

—No era un fallo local, señor. Ha comenzado a pasar en todas partes, allí donde hay escarabajos. Tienen cierto grado de autonomía, como cualquier sirviente, pero la influencia que los estaba controlando parece ausente, o al menos distraída.

—Como si Aurora tuviera la mente en otras cosas.

—Eso parece. Por eso imaginamos que debía de haber tenido éxito con el Relojero.

—Ya la ha encontrado —dijo Dreyfus maravillado, como si acaba de presenciar algún asombroso fenómeno de la naturaleza—. Sabía que no podía permitirse esperar mucho tiempo. Aunque Gaffney no lo consiguió, Aurora habría encontrado la manera de destruir esta instalación. Tenía que marcharse.

—Nosotros también tendríamos que marcharnos —dijo Thalia—. A menos que quiera seguir admirando el paisaje, claro.

—Ya he tenido suficiente paisaje —respondió Dreyfus—. No me gustan mucho los planetas.

—Ni a mí, señor.

—Thalia —dijo Dreyfus con dulzura—. Hay algo más que tienes que saber. Es sobre tu padre.

—¿Señor? —preguntó ella con cautela.

—Son buenas noticias —dijo Dreyfus.

Cuando Dreyfus regresó a Panoplia, incluso antes de que Mercier se ocupara de sus heridas, su primera parada fue la sala estratégica. Allí encontró a Clearmountain y a Baudry inmersos en el estudio del Planetario, moviéndolo adelante y atrás en el tiempo bajo diferentes hipótesis. A medida que los resultados de sus simulaciones variaban, también lo hacían el número y la distribución de los puntos rojos de luz en el remolino esmeralda del Anillo Brillante. A veces había docenas de brillos rojos, pero nunca los cientos de miles que habían figurado en sus previsiones iniciales, cuando la expansión de Aurora parecía incontenible.

—Dreyfus —ronroneó Clearmountain—. Bienvenido de nuevo a Panoplia. He oído que ya eres sénior.

—Es lo que ponía en la dosis de Manticore. Tendrás que hablar con Jane para ver si es un cambio permanente.

—¿Supongo que recibiste el mensaje? —preguntó Baudry de modo cortante—. Demikhov llevó a cabo Zulu.

—Lo sé.

—Hubo… complicaciones, pero la última vez que hablé con él, estaba seguro de que Jane se recuperará por completo. —Miró a Clearmountain de forma extraña—. No hay ninguna razón para que no retome sus obligaciones.

—Después de un buen descanso —dijo Dreyfus con contundencia—. Se lo merece, diga lo que diga.

—Sí. Nadie se lo va a negar.

—He perdido al Relojero.

Clearmountain asintió.

—Por lo que hemos oído, era inevitable. Podríamos haber bombardeado Ops Nueve, pero seguiríamos luchando contra Aurora solos. Hizo un buen trabajo, sénior Dreyfus.

—Gracias. —Dreyfus se frotó el dolor del brazo—. Por lo que respecta a Aurora… Thalia me ha dicho que ha habido algunos cambios. ¿Es correcto?

Baudry le respondió.

—La cosa aún no está completamente clara. Lo único que sabemos es que la actividad de los escarabajos es ahora mucho menos organizada, mucho menos sistemática. Aún no somos capaces de hacer mella en los flujos antes de que lleguen a los hábitats, ni siquiera con la ayuda de los ultras. Pero los agentes de policía locales y los prefectos de campo están haciendo grandes progresos para impedir que los escarabajos lleguen a los núcleos una vez que entran en los hábitats.

BOOK: El Prefecto
13.82Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Loving Lucy by Lynne Connolly
Jacked by Tina Reber
Raven (Kindred #1) by Scarlett Finn
The Quilter's Legacy by Chiaverini, Jennifer
Hadrian's Wall by Felicia Jensen
Friday's Harbor by Diane Hammond
The Sapphire Quest by Gill Vickery
DANIEL'S GIRL: ROMANCING AN OLDER MAN by Monroe, Mallory, Cachitorie, Katherine