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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (10 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—¿Qué estás haciendo, Nero? —preguntó con voz gélida Overlord.

Nero no respondió, se limitó a romper con el puño el cristal, sin hacer caso del dolor, y a sacar de la vitrina la pesada hacha. Se dio la vuelta y comenzó a bajar despacio los escalones que conducían al centro de la sala.

—Te he preguntado qué estás haciendo —rugió esta vez Overlord.

—Lo que tengo que hacer —repuso Nero sin detenerse.

—Tú no eres más que un hombre, Nero, un frágil hombrecillo —gruñó Overlord.

Un nuevo rayo salió de entre las piedras negras y se abatió sobre Nero, que cayó de rodillas. No gritó a pesar del dolor. No estaba dispuesto a dar esa satisfacción a Overlord.

—Y tú… tú no eres más que una máquina —le espetó poniéndose de pie.

Ya estaba a muy poca distancia del monolito más próximo. Le quedaban solo unos pasos.

—No puedes hacer nada contra mí, Nero. Nadie puede hacer nada contra mí.

Cuando ya casi se encontraba al lado del monolito, un flash de luz cegadora descargó un rayo de una violencia increíble que golpeó a Nero y lo arrojó al otro extremo de la sala, estrellándolo contra las grandes puertas de hierro que sellaban el laboratorio. El hacha saltó de sus manos y sus pedazos se desperdigaron por la sala.

Nero comprendió entonces que había perdido y luchó por conservar sus últimos vestigios de conciencia mientras las tinieblas comenzaban a invadir su campo de visión. Overlord se reía con una risa demencial que le llenó de horror y desesperación.

De pronto se oyó un zumbido atronador. Las puertas de acero contra las cuales se había estrellado un momento antes se abrieron para dejar paso a una figura vestida de negro y cubierta de nieve. Una máscara negra ocultaba su rostro. Llevaba en una mano una caja negra del tamaño de una maleta y en la otra un disparador.

—Una visita inesperada, qué agradable —dijo triunfante Overlord—. ¿Y tú quién eres, pequeño humano?

Cuando Nero sintió que se hundía sin remedio en la inconsciencia, aquella figura inconfundible habló:

—Me puedes llamar Número Uno. Esto se ha terminado.

Se oyó un pitido cuando se accionó el disparador y, luego, un ruido sordo partió de la caja negra.

—¡Nooooo! —Overlord soltó un espeluznante alarido distorsionado.

Nero vio el destello cegador de una luz roja y después le reclamó la oscuridad.

Nero abrió los ojos. El fuego de la chimenea se estaba acabando. La familiaridad del entorno contrastaba vivamente con la claridad de sus recuerdos de aquel horrible día.

Nunca le había contado a nadie lo que había ocurrido exactamente. El Número Uno le había ordenado que guardara el secreto, y ese era un juramento que no podía romper. Algunos sabían que Overlord había resultado un fracaso, que había habido muertos, pero nadie más que Nero conocía el papel que había desempeñado el Número Uno en la destrucción de aquel ente cibernético asesino. El objeto que llevaba el Número Uno había generado un intenso campo electromagnético de alcance limitado que destruyó todos los equipos electrónicos existentes en un kilómetro a la redonda y que terminó con la breve y aterradora vida de Overlord. Pero el precio que hubo que pagar fue terrible.

Habían comunicado a Nero que él era el único superviviente del laboratorio central y, hasta que le llegó el paquete de Xiu Mei, no tuvo motivos para no creerlo. Si, en efecto, era ella quien se lo había enviado, el Número Uno le había mentido, pero ignoraba por qué. Había barajado la idea de encararse con su superior y preguntárselo, pero eso habría significado revelar la existencia del amuleto, y la nota que lo acompañaba decía que no debía revelar su existencia a nadie, ni siquiera al Número Uno. La base de investigación y desarrollo había sido destruida, todo rastro de Overlord se había borrado y Nero, una vez recuperado, regresó a sus obligaciones en HIVE. Creía sinceramente que todo aquello había terminado para siempre, pero había algo relacionado con aquel paquete —así como con el incidente, mucho más reciente, de aquellos dos hombres que habían tratado de apoderarse del medallón en Viena— que le ponía nervioso. Era como si un espectro del pasado hubiera vuelto para acosarle.

Volvió a pensar en las recientes aberraciones que se habían producido en la conducta de la mente de HIVE y no pudo evitar preguntarse si había sido prudente su decisión de dejar en manos de una conciencia artificial una responsabilidad tan grande como era el funcionamiento de la escuela. La instalación de la mente solo se llevó a cabo después de varios meses de pruebas exhaustivas, cuyo propósito era confirmar que su arquitectura, mucho más rudimentaria, no le permitiría exhibir ninguna clase de emoción. Pero su extraña conducta durante el intento de fuga de Malpense le hacía pensar a Nero si no haría bien en destruirla sin más. A pesar de las repetidas garantías en sentido contrario que le había dado el profesor Pike, no podía correr el riesgo de que se repitieran los acontecimientos ocurridos en las heladas montañas del norte de China. Si la mente daba la más mínima señal de un nuevo comportamiento extraño, ordenaría su inmediata destrucción. Rogó en silencio que las cosas no llegaran a ese punto.

Capítulo 6

O
tto atacó con satisfacción el plato humeante de comida que tenía ante sí. Durante el viaje en
El Sudario
el cáterin había sido inexistente y no se había dado cuenta del hambre que tenía hasta que el Agente Uno colocó los platos de comida recién hecha ante Wing y él. El comedor estaba decorado en estilo moderno y nada indicaba que aquello fuera una propiedad del SICO. Era similar a cualquier otro piso de Tokio espacioso y bien situado. Los grandes ventanales, que llegaban del suelo al techo, brindaban una vista espectacular del panorama nocturno de los rascacielos de la ciudad, cuyo estridente arco iris de neón casi les deslumbraba. Raven, el Agente Uno y el Agente Cero se encontraban en la zona de la cocina, que se hallaba separada del comedor por un largo mostrador. Estaban muy serios y hablaban en voz baja.

—Parece que Raven y los Hermanos Binarios están decidiendo con qué correa nos atarán mañana —dijo Otto sin levantar los ojos del plato.

—Con una muy corta, seguro —repuso Wing, con un esbozo de sonrisa.

—¿Cuántos sitios como este tendrán en el mundo? —se preguntó Otto señalando las paredes con el tenedor.

—Supongo que uno en cada ciudad importante —respondió Wing—. Una cosa que sabemos del SICO es que les gusta estar preparados para cualquier eventualidad.

—Perdona que te lo pregunte, ¿pero qué era exactamente lo que hacía tu padre para el SICO?

—La verdad es que nunca me dijo nada concreto. No hablábamos mucho desde que murió mi madre. Se refugió en el trabajo; en realidad, se obsesionó con él. Nunca tenía tiempo para hablar conmigo, y menos aún para darme algún detalle de su trabajo.

—¿Pero tú sabías que trabajaba para el SICO? —preguntó Otto en voz baja.

—Sí, aunque no supe que la organización se llamaba así hasta que llegué a HIVE. Solamente sabía que estaba metido en algo clandestino y que no trabajaba para el gobierno.

De pronto, Wing se sumió en sus pensamientos.

—Perdona, Wing, no debería meter las narices en tus asuntos, no hace falta que hablemos de eso ahora —dijo Otto sacudiendo un poco la cabeza.

—No, no, tranquilo. Mi padre se convirtió en otro hombre cuando murió mi madre. Se escondió del resto del mundo, incluso de mí. Creo que, de alguna forma, entonces lloré la pérdida de los dos.

Aunque Otto no había conocido a sus padres, comprendió lo que quería decir Wing.

—Lao, el viejo que cuidaba del jardín de la casa, fue lo más parecido a un padre que tuve desde entonces —continuó Wing—. Mi madre se había ocupado de que yo aprendiera artes marciales desde muy pequeño. Nunca me explicó por qué, pero sí me dijo que eran importantes. Cuando murió y mi padre se sumergió en su trabajo, Lao me tomó a su cuidado y me enseñó a defenderme. Yo seguía recibiendo clases normales de mis tutores, pero, en realidad, no me interesaban, solo quería aprender a luchar. No sé dónde habría aprendido Lao todo aquello, pero desde entonces hasta que entré en HIVE él me enseñó todo lo que sabía.

Wing no parecía entristecido mientras hablaba, más bien daba la impresión de irse relajando, como si le aliviara hablar con alguien de todo aquello.

De pronto se oyeron unas risas que venían de la zona de la cocina y, al volver la cabeza, Otto vio cómo Raven se despedía de los agentes moviendo la cabeza y sonriendo. Luego se acercó a su mesa.

—Bueno, señores, ya veo que les ha gustado la comida —dijo mirando sus platos vacíos—, pero mañana nos espera un día muy ajetreado, por lo que sugiero que se vayan a acostar.

—¿No nos va a contar un cuento? —preguntó Otto.

—Ah, sí, claro, les contaré uno de mis favoritos. Se llama
El niñato y el dardo tranquilizante
.

—¿Tiene un final feliz? —preguntó Otto.

—Nada tiene un final feliz, señor Malpense. A estas alturas ya debería saberlo.

Laura estaba sentada en la oscuridad: no se trataba de una simple escasez de luz, sino de su total ausencia. De pronto parpadeó una luz en medio de las tinieblas. Al principio no era más que un contorno borroso, pero poco a poco se fue enfocando hasta quedar convertida en una equis que refulgía suspendida en el aire. Intentó alcanzarla, pero estaba a unos centímetros fuera de su alcance. De golpe empezaron a refulgir más letras y números blancos a su alrededor. Al principio parecían moverse al azar, como agitados por una brisa invisible, pero pasados unos instantes empezaron a moverse más deprisa. Pronto la oscuridad se vio sustituida por una masa de caracteres refulgentes que la rodeaban por todas partes. Sintió que ella misma se movía, atraída por la gran equis brillante que había sido el primer símbolo en aparecer. Al avanzar hacia ella, la letra creció hasta alcanzar unas dimensiones colosales, bañando la oscuridad con un chorro de luz. Se acercó más y más a la letra gigantesca y, cuando logró tocarla, vio que la propia equis estaba compuesta por millones de caracteres que pululaban por su superficie. Una fuerza desconocida tiró de Laura e intentó apartarla del símbolo, pero ella se resistió y estiró el brazo para tocar aquella aparición misteriosa. Cuando hizo contacto con ella, sintió un escalofrío y sus ojos se abrieron como platos.

—Criptografía fractal —musitó—. Claro.

De pronto descubrió a Shelby, que la miraba con cara de sueño.

—Brand, son las cuatro de la mañana y por mucho que me divierta tu blablablá tecnológico, ¿no podrías por lo menos dejarlo para cuando sea de día?

Laura no contestó. Saltó de la cama y echó a correr hacia el escritorio de su compañera.

—Cada día estás más rara —dijo Shelby cuando Laura enchufó el ordenador.

—Criptografía fractal, Shel —contestó Laura, muy nerviosa, sacando el archivo que contenía el misterioso mensaje que había interceptado—. Pero mira que soy idiota, si es evidente.

—Sí, es evidente —Shelby se frotó los ojos—. Justo lo que yo estaba pensando.

—Si pudiera adaptar mi algoritmo descriptivo… —las manos de Laura volaron sobre el teclado.

—¿Eso quiere decir dormir? —preguntó Shelby.

—Observa y aprende —dijo Laura sonriendo antes de pulsar la tecla de retorno.

Por unos instantes no pasó nada, pero después, poco a poco, letra por letra, el mensaje descodificado apareció en la pantalla.

—¡Dios mío! —gritó Laura.

—Tenemos que enseñar esto a Nero inmediatamente —dijo Shelby, que de pronto parecía muy despierta.

Laura y Shelby corrieron hacia la zona residencial del profesorado.

—Mente —dijo Laura a su caja negra sin dejar de correr. No pasó nada—. Mente de HIVE —intentó de nuevo sin recibir respuesta.

—¿Qué pasa? —preguntó Shelby.

—No puedo conectar con la mente.

La preocupación de Laura era patente. Tenía un espantoso presentimiento. Estaba ocurriendo algo gravísimo y no se trataba solo del mensaje descodificado que acababan de leer hacía unos minutos.

—Bueno, ya casi estamos llegando —dijo Shelby.

Se dieron la vuelta para tomar otro pasillo y de pronto se detuvieron cuando dos figuras oscuras les cortaron el camino. Una de ellas dio un paso hacia delante y las luces del techo iluminaron sus facciones. Las dos chicas reconocieron de inmediato la cara de Block. Era uno de los estudiantes del nivel de los Esbirros; Otto y Wing ya habían tenido algunos encontronazos con él durante los últimos meses. Cuando el segundo personaje salió a la luz, ninguna de las dos se sorprendió al ver que se trataba de su eterno compañero, Tackle. La pareja era conocida en toda la escuela por ser el ejemplo más acabado de los excesos de violencia propios de los estudiantes que componían ese grupo.

—Hola, chicos —les saludó Laura alegremente. Pero la rápida mirada que dirigió a Shelby lo decía todo.

Los dos matones las contemplaron con mirada inexpresiva.

—¿Qué os pasa? —preguntó Shelby—. No os pega nada quedaros ahí como unos…

Laura la echó a un lado con un manotazo cuando Block les apuntó con una adormidera, una de las armas tranquilizantes que usaban los guardias de HIVE. Disparó contra ellas y el tiro resonó por el tranquilo corredor.

El disparo distorsionó el aire al surcar con un zumbido el espacio que hacía medio segundo había ocupado la cabeza de Shelby.

—¡Corre! —gritó Laura cuando Tackle alzó otra arma idéntica a la anterior y disparó contra ellas.

Aunque falló el tiro, dio en una de las luces del techo, que explotó soltando miles de chispas. Las dos chicas giraron sobre sus talones y echaron a correr por el pasillo perseguidas por Block y Tackle.

Laura esprintó por el primer desvío del pasillo principal. Repasó mentalmente el mapa de HIVE que había ido construyendo en su cabeza en los últimos meses, intentando recordar dónde estaba el puesto de seguridad más próximo. Necesitaban ayuda enseguida. Estaba claro que quien había enviado el mensaje que había descodificado estaba decidido a asegurarse de que no compartirían con nadie su contenido. De pronto, Shelby aminoró la marcha al pasar por unas puertas que le resultaban familiares.

—¡Deprisa! —dijo pulsando el interruptor que había junto a la puerta—. ¡Aquí!

Dos disparos más dieron inútilmente junto a la puerta mientras las chicas entraban como una centella en un cuarto a oscuras. Block y Tackle no dieron muestras de abandonar su persecución y se lanzaron tras ellas en silencio. Los pasillos de aquel sector estaban aún menos iluminados. Como en muchas otras partes de HIVE, fuera del horario de clases se utilizaba una corriente eléctrica más baja, y los dos chicos disminuyeron un poco la marcha hasta que sus ojos se acostumbraron a la penumbra. Cuando doblaron el siguiente recodo, vieron a Laura aporreando en vano una puerta cerrada que había al otro extremo del corredor.

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