El protocolo Overlord (7 page)

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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El protocolo Overlord
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Otto cerró su caja negra y prestó a Raven toda su atención.

—No quiero que ninguno de los dos se aparte de mi vista cuando estemos fuera del piso franco. Allá donde vayan ustedes, iré yo. Sin excepciones. Y sí, antes de que lo pregunte, señor Malpense, eso incluye visitas al baño, conque si le da apuro, sugiero que utilice los servicios antes de salir.

Wing enarcó una ceja y Otto intentó mantenerse muy serio.

—Si ocurre algo inesperado, obedecerán mis órdenes sin chistar. Mi misión es protegerles y pienso hacer cuanto esté en mi mano para asegurarme de que no les amenaza ningún peligro, pero tienen que confiar en mí y hacer lo que les diga. Si a mí me ocurriera algo, regresarán al piso franco lo más rápidamente posible. Nada de heroicidades. Sé cuidar de mí misma y no necesito para nada su ayuda.

Raven clavó sus ojos en Otto con una mirada gélida.

—No necesito decirles que cualquier intento de escapar a mi vigilancia será considerado un caso de absentismo premeditado. Y tampoco necesito recordarles cómo se castiga en HIVE esa falta.

Otto no necesitaba que nadie se lo recordara. Por mucho que confiara en la protección de Raven, no se hacía ilusiones sobre lo que estaría dispuesta a hacer si se ponía en peligro la seguridad de la escuela.

Raven se levantó de su asiento y les dedicó una sonrisa aviesa.

—Bien, entonces, las reglas básicas ya están claras. Si necesitan alguna otra cosa o si tienen alguna pregunta, estaré en la cubierta de vuelo. Mientras tanto, les sugiero que disfruten del paisaje —dijo pasando la mirada por las paredes sin ventanas del compartimento.

Otto había esperado descubrir alguna pista sobre la situación geográfica de HIVE en caso de poder localizar algún hito significativo, pero, por lo visto, la persona que había diseñado la aeronave había decidido que las ventanas eran un lujo innecesario. Los dos amigos vieron en silencio cómo Raven volvía a subir a cubierta por la escalerilla y no volvieron a hablar hasta que desapareció de su vista.

—Bueno, parece que vamos a estar muy bien cuidados —dijo Otto con sorna.

—Yo no esperaba otra cosa —repuso Wing—, aunque me da que a Raven no le entusiasma demasiado que le hayan encomendado esta misión. No comprendo por qué.

Otto sonrió en respuesta al arqueo de la ceja de su amigo. Le habría gustado ver la cara que había puesto Raven cuando Nero le dijo que tenía que acompañarles en ese viaje.

—Da la impresión de que preferiría estar en cualquier otra parte, ¿verdad?

—Pero, en realidad, no tiene por qué preocuparse, ¿no? —susurró Wing mirando a Otto directamente a los ojos.

—Tranquilo, te prometo que me voy a portar bien, pero a cambio quiero que me prometas una cosa.

—¿Qué? —preguntó Wing, apreciando de pronto la seriedad del tono de voz de su amigo.

—Cuando volvamos a HIVE, investigaremos todo lo que podamos sobre el amuleto que llevaba Nero. Y descubriremos si es igual al que llevas tú.

Wing permaneció un instante en silencio con la mirada fija en el suelo de acero.

—Muy bien, pero me temo que va a ser muy difícil averiguar nada sin preguntárselo a Nero directamente.

—No creo que eso sea muy prudente —replicó Otto—. Tiene que haber otra forma de descubrir la verdad.

—Por desgracia, la verdad no es un bien que abunde en HIVE —de pronto, Wing parecía absorto en sus propios pensamientos.

—¿Estás seguro de que quieres saberla? —preguntó en voz baja Otto.

—Sí —respondió Wing mirando atentamente a Otto—, aunque algunas veces hay que tener miedo a la verdad, algunas veces es mejor no saberla.

Otto comprendía muy bien cómo se sentía Wing, pero hasta que esa pregunta obtuviera respuesta, su amigo siempre tendría algo que le ataría a la escuela, algo que les impediría aprovechar una oportunidad de oro para escapar como la que ahora se les había presentado. En lo más hondo de su corazón, una vocecita interior le había preguntado si la aprovecharía si se presentaba en los próximos días. La verdad era que no estaba del todo seguro, pero siempre sería preferible tener la posibilidad de elegir si llegaba la ocasión.

—A lo único que debemos temer es al miedo —replicó Otto—. Ah, y a un director megalómano, a la asesina más mortífera del mundo, a las plantas gigantescas y mutantes, a un cartel internacional de supermalhechores y a las fuerzas de seguridad del mundo entero. Aparte de eso… solo al miedo.

—¿Qué haces? —preguntó Shelby mirando por encima del hombro de Laura la pantalla que tenía encima de la mesa, llena de símbolos que caían en cascada.

—Por el momento darme de cabezazos contra una pared —contestó Laura sin apartar la vista del monitor.

Se había pasado una hora entera intentando encontrarle un sentido a la señal fragmentada que había conseguido extraer de la red, pero cuanto más escrutaba la pantalla, más lejos le parecía que estaba la respuesta.

—¿Qué es eso? —Shelby se acercó más a la pantalla.

—Algo que capté hace un rato. Creo que es parte de un mensaje, pero utiliza un sistema cifrado que no conozco muy bien —Laura frunció un poco el ceño al hablar.

—Venga, no te preocupes. Será el pedido de la compra de la sección de seguridad —dijo Shelby avanzando un paso hacia la puerta con gesto impaciente.

—No, creo que alguien estaba intentando esconderlo. Hay algo que no va bien.

—¿No puedes dejarlo por una hora? —dijo Shelby con un tono de frustración en la voz—. El partido de waterpolo de los chicos mayores empieza dentro de cinco minutos y quería encontrar un buen sitio. Para mí es el momento cumbre de la semana y no me lo voy a perder solo porque Brand vuelva a tener la nariz metida en una máquina para descifrar un código secreto.

—Vete tú, yo voy luego —dijo Laura—. ¿A que todavía no te has molestado en aprenderte el reglamento del waterpolo?

—¿Ah, tiene reglamento? —preguntó Shelby.

—Guárdame un sitio —dijo Laura entre risas mientras su amiga se dirigía hacia la puerta

—No tardes —añadió Shelby antes de salir corriendo por la pasarela.

Cuando volvió a reinar el silencio, Laura se concentró de nuevo en el monitor. Las secuencias de números y letras, en apariencia aleatorias, se sucedían unas a otras en la pantalla. Cuanto más las miraba, más se convencía de que se trataba de un mensaje cifrado, pero la clave para descifrarlo seguía bailando como loca más allá de su alcance. No estaba acostumbrada a fracasar de esa manera: a fin de cuentas, sus extraordinarias dotes para la cibernética habían sido el motivo de su ingreso en HIVE. Recordó lo desorientada que se sintió cuando Nero le dijo que sus padres la habían mandado voluntariamente a la escuela para que no acabara en la cárcel por asaltar los ordenadores centrales de una base de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos. Hasta entonces había creído que HIVE la había secuestrado sin su conocimiento. Descubrir que habían permitido que aquello ocurriera había sido algo muy difícil de aceptar, aunque lo hubieran hecho para protegerla.

—¡Mierda! —soltó—. Concéntrate, Brand.

Había intentado no pensar en su antigua vida, en su vida normal —esa parecía ser la mejor manera de sobrevivir en HIVE—, pero no resultaba tan fácil. Así no había manera: el hecho de que su mente volara libremente era la señal inconfundible de que había perdido la concentración. Ahora ya no tenía sentido seguir sentada delante del monitor confiando en que de pronto los números cobrarían significado. Tenía que quitarse el problema de la cabeza y pensar en otra cosa. Apagó todos los aparatos y se levantó de la mesa mirando el reloj. Aún estaba a tiempo de llegar a la piscina antes de que empezara el partido. También ella, algún día, tendría que aprenderse el reglamento del waterpolo, se dijo.

Otto levantó la mirada de las páginas de texto que pasaban a toda velocidad por su caja negra al sentir que
El Sudario
se ladeaba bruscamente hacia la izquierda y al oír que el característico rugido de los motores cambiaba de volumen y de tono. Estaban desacelerando.

La voz de Raven sonó por los altavoces.

—Estamos llegando, señores, abróchense los cinturones.

Otto y Wing obedecieron y se ajustaron sus arneses.

—Bueno, parece que hemos llegado —dijo Otto cuando acabó de apretar el último cinturón.

Wing le obsequió con una sonrisa tensa. Evidentemente, no le entusiasmaba la perspectiva de su inminente regreso a la madre patria.

Arriba, en la cubierta de vuelo, Raven contempló sobre las cabezas de los pilotos el perfil de Tokio con su perpetuo resplandor, que iluminaba el cielo nocturno. Estaban todavía a bastante distancia de la ciudad, pero su llegada tenía que ser lo más discreta posible.

—Cinco millas —dijo uno de los pilotos, levantando el brazo hacia el cuadro de mandos del techo—. Conectando camuflaje termo-óptico y poniendo motores a nivel susurro.

El rugido de los motores se apagó de golpe, sustituido por el más débil de los murmullos. Al mismo tiempo, la envoltura foto-reactiva del aparato parpadeó por un instante, quedando después fija y haciendo que
El Sudario
fuera casi invisible para el ojo humano. Alguien que supiera lo que buscaba quizá descubriera una chispa insignificante en un punto del firmamento cuando
El Sudario
pasara por él, pero a la mayor parte de la gente la poderosa nave no le llamaría más la atención que una ligera brisa.

Entretanto, en el compartimento de pasajeros, Otto creyó por un momento que se habían apagado los motores, una sensación algo inquietante cuando era evidente que
El Sudario
aún no había tomado tierra. Cuando sus oídos se fueron adaptando al relativo silencio, se dio cuenta de que aún seguía escuchando el sonido de los motores, aunque ahora era casi inaudible. Quedaba claro que la nave había sido diseñada para hacer una entrada lo más discreta posible.

El aparato, invisible en el cielo nocturno, pasó silenciosamente sobre las calles llenas de vida. Su punto de aterrizaje era uno de los edificios más altos de Shinjuku, el moderno corazón de Tokio, un edificio cuyos cinco pisos superiores habían sido discretamente adquiridos por el SICO cinco años antes y que ahora funcionaba como uno de los muchos pisos francos que la organización tenía repartidos por el mundo.
El Sudario
aminoró su velocidad hasta quedarse suspendido sobre la plataforma de aterrizaje para helicópteros y luego comenzó a descender. En ese momento, la plataforma se dividió por el centro y las dos mitades retrocedieron para dejar al descubierto una segunda plataforma, mucho mayor, que se encontraba oculta dentro del edificio.
El Sudario
descendió en silencio hacia aquel hangar secreto, su tren de aterrizaje se desplegó como si se tratara de las patas de un insecto volador y se posó sobre la plataforma con un suave golpe. Los paneles del techo volvieron a unirse, escondiendo una vez más al mundo exterior la plataforma secreta, y el camuflaje de
El Sudario
se desconectó volviéndolo visible de nuevo.

La gran rampa de descarga situada en la parte trasera de
El Sudario
surgió lentamente hasta tocar el suelo y Raven salió a la plataforma. Dos hombres que vestían traje y corbata negros la estaban esperando. Cuando se acercó a ellos, la saludaron con un escueto movimiento de cabeza.

Otto y Wing salieron detrás de ella y accedieron al hangar iluminado. Sus paredes de acero pulido les recordaron a HIVE. Es más, si no hubieran sabido que no era cierto, casi habrían creído que nunca habían salido de la escuela.

—Señores, bienvenidos a Tokio —dijo Raven, señalando las paredes que les rodeaban—. Les presento a dos viejos compañeros míos, el Agente Uno y el Agente Cero.

Los dos hombres vestidos de negro saludaron con la cabeza a los chicos. El Agente Uno era un japonés bajito, pero macizo, con el pelo negro de punta, y el Agente Cero era un negro alto y atlético con una melena peinada hacia atrás y recogida en una cola de caballo.

—Buenas noches, señores Malpense y Fanchú —dijo el Agente Cero con marcado acento americano—. Espero que hayan tenido un buen viaje.

—Estos agentes van a ayudarme a garantizar permanentemente su seguridad durante las próximas veinticuatro horas —dijo Raven—, así que deben tratarles con el mismo respeto que a mí.

Otto entendió el mensaje en clave que Raven les estaba transmitiendo. Aquellos dos agentes eran tan peligrosos como ella y se mostrarían igual de firmes que ella a la hora de impedir que él o Wing hicieran algo que pudiera suponer un riesgo para su seguridad.

—Agente Cero, tenga la amabilidad de acompañar a estos señores a su alojamiento —dijo.

Cero asintió con la cabeza e hizo a Otto y a Wing una seña para que le siguieran hacia la salida que había al otro extremo del hangar.

—Espero que hayan leído las órdenes —le dijo Raven al Agente Uno mirando hacia los dos chicos.

—Por supuesto —respondió el Agente Uno—. Aunque así, a primera vista, no parece que vayan a plantear tantos problemas de seguridad como se da a entender en el informe.

—Ya. Pero no cometan el error de infravalorar a ninguno de los dos. Fanchú es uno de los mejores luchadores que he conocido en mi vida y en cuanto a Malpense… bueno…

—Una inteligencia absolutamente fuera de serie —dijo el Agente Cero— o, al menos, eso dice también el informe.

—Una persona más escurridiza que una serpiente untada de mantequilla, diría yo —replicó Raven—. Trabajen pensando que si no le ven es que ya se ha ido.

—Comprendido —dijo el japonés—. Me aseguraré de que se tomen las precauciones necesarias.

—Y algunas innecesarias también, se lo aconsejo —repuso Raven mirándole a los ojos—. Con esos dos toda precaución es poca.

Laura y Shelby iban caminando lentamente por el pasillo que conducía a su cuarto. Habían conseguido dos buenos sitios para el partido y ahora Shelby estaba comentando los méritos de cada uno de los jugadores. Laura la escuchaba a medias. Apenas había mirado a los jugadores que nadaban frenéticamente en la piscina. No conseguía quitarse de la cabeza que tenía que descodificar el misterioso mensaje que había interceptado.

Shelby presionó con la palma de la mano el sensor que había junto a la puerta y dio un respingo cuando esta se abrió. El ordenador de Laura estaba hecho pedazos en el suelo, y su disco duro, de destrozado que estaba, apenas si era reconocible.

—Pero qué rayos… —exclamó Shelby mirando los componentes desparramados por el cuarto.

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