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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (6 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—¿Estás bien? —le preguntó Laura poniéndole una mano en el antebrazo.

—Muy bien. La coraza kendo es muy eficaz. Un par de moratones a lo mejor, pero ya se curarán.

Otto se olía que Wing sabía muy bien que Laura no se estaba refiriendo a su salud física. Pero era evidente que no quería hablar de lo que realmente le preocupaba.

—Estudiantes Fanchú y Malpense.

Laura dio un respingo cuando se iluminó la pantalla que colgaba de la pared a su espalda. Hacía varios meses que ninguno de ellos escuchaba aquella voz aguda y sintética, pero ahora flotaba en la pantalla la inconfundible cabeza de cables azules de la mente de HIVE. Los cuatro se reunieron enseguida ante la pantalla, deseando hablar con la entidad de inteligencia artificial que tan útil les había sido en su primer y fracasado intento de fuga y que había permanecido tanto tiempo en silencio.

—¡Vuelves a estar conectada! —dijo Laura, alborozada. Sentía un cariño especial por la mente y, al igual que los demás, había empezado a temer que sus actos de unos meses atrás hubieran conducido a que se la dejara permanentemente desconectada de la red.

—Funciono a pleno rendimiento —repuso el rostro flotante con frialdad.

—¿Qué tal te sientes? —preguntó Laura, contentísima.

—Su pregunta es ilógica. No he sido creada para tener reacciones emocionales. No siento nada —la voz de la mente era la misma que recordaban, pero su respuesta les sonaba desconocida, extrañamente formal y distante.

—¡Anda ya, azulita! —dijo Shelby, al fijarse en la expresión ceñuda de Laura—. Somos nosotras, no tienes que adoptar tu papel de robot.

—No se trata de hacer teatro, señorita Trinity. Le ruego que no malgaste mi capacidad de procesamiento con aseveraciones irrelevantes.

Otto comprendió que algo iba mal. La mente era perfectamente capaz de tener reacciones emocionales. Todos lo habían comprobado en otras ocasiones, pero ahora algo había cambiado. Nada quedaba de aquel comportamiento cordial, aunque un tanto mecánico, que el ente cibernético había mostrado con anterioridad, y lo que lo había reemplazado era ese tono extraño y desasosegante.

—Estudiantes Fanchú y Malpense, por favor, acudan sin demora a su habitación. Los últimos preparativos para su viaje han sido completados.

No era una cortés invitación, como lo hubiera sido antes. Era una orden.

Y antes de que ninguno de ellos pudiera decir nada, la pantalla se apagó.

—¿Qué le han hecho? —dijo Laura en voz baja. Parecía realmente entristecida.

—No lo sé —replicó Otto frunciendo el ceño—, pero esa no es la mente que yo recuerdo. Mucho me temo que la hayan actualizado.

—La culpa la tenemos nosotros —dijo Laura—. Si no hubiera intentado ayudarnos, ahora sería como antes.

Laura era un genio en todo lo tocante a la informática: era la primera persona que conocía Otto que era capaz, como él, de pensar en sistema binario. Tal vez por eso siempre se había sentido fascinada por el ente cibernético que residía en la escuela y había estado esperando con impaciencia el día, si es que llegaba, en que la volvieran a conectar otra vez. Pero ahora parecía que la mente que había regresado era completamente distinta de la que habían visto por última vez el día de su fallido intento de fuga. Por lo visto, la mente había pagado un precio muy alto por haberles ayudado.

—No es más que una máquina —dijo Wing con frialdad—. Se estropeó y la han arreglado. Cosas peores se han visto.

Laura se puso roja de ira y se volvió hacia Wing para replicarle, pero él se alejaba ya, caminando muy deprisa.

—Déjale —dijo Otto con suavidad, poniendo una mano en su hombro—. No te enfades con él.

Laura le miró con repentina tristeza.

—Tienes razón —suspiró—, ojalá nos dejara ayudarle.

—Si necesita nuestra ayuda, nos la pedirá —replicó Otto con delicadeza—. Hasta entonces, tenemos que dejarle un poco de campo libre.

—A lo mejor le viene bien ir a su país a pesar de las circunstancias.

—A lo mejor —dijo Otto.

Contempló a Wing mientras se alejaba y de pronto se dio cuenta de que se había añadido una cosa más a las muchas que su amigo y él tenían en común. Ahora los dos eran huérfanos.

El doctor Nero estaba de pie en el centro de la plataforma de lanzamiento del cráter, contemplando a los técnicos que se movían muy agitados por todas partes, preparando el inminente despegue del aparato en que iban a viajar Otto y Wing. La aeronave alrededor de la cual pululaban era única: su cuerpo color negro mate, similar al de un insecto, parecía absorber cualquier luz que le llegara. Los dos enormes motores supersónicos que llevaba adheridos a cada lado del fuselaje rotaban pasando de la posición de despegue a la de crucero mientras los técnicos realizaban las últimas comprobaciones previas al vuelo. El aparato llevaba el nombre codificado de
El Sudario
, un nombre que le sentaba muy bien, pues no en vano su camuflaje termo-óptico lo hacía invisible tanto para el ojo humano como para el radar. Ya había demostrado su utilidad en varias misiones de vigilancia y ahora iba a garantizar que los estudiantes fueran transportados de forma segura y discreta a su punto de destino.

Nero se volvió cuando las pesadas puertas que conducían al cráter se abrieron con un zumbido y aparecieron Otto y Wing. Le seguía preocupando haber permitido que los dos chicos salieran de la isla, pero, dadas las circunstancias, no había tenido otra alternativa. No podía negar a Wing la posibilidad de asistir al funeral de su padre, pero seguía teniendo la desagradable sensación de que allí estaba ocurriendo algo extraño. No sabía qué era lo que le preocupaba exactamente, pero hacía mucho tiempo que había aprendido a fiarse de su instinto en esos asuntos. Lo único que podía hacer era confiar en que las precauciones que había tomado para asegurarse de que sus alumnos regresaran sanos y salvos a la escuela fueran suficientes.

—Buenos días, señores Fanchú y Malpense. Van a despegar dentro de un momento. Espero que no haya habido ningún problema con los preparativos.

—Todo está en orden —repuso Wing—. Nos han dicho que no hace falta que llevemos nada.

—Exacto. Todo lo que puedan necesitar les será suministrado en el piso franco de Tokio —Nero miró hacia la entrada por encima de las cabezas de los dos muchachos—. Ah, perfecto, aquí llega su carabina.

Raven bajaba por las escaleras que conducían a la plataforma. Otto pensó que aquel añadido al grupo, por muy inoportuno que fuera, tampoco era del todo inesperado. La noche anterior, durante la cena, él y sus compañeros habían especulado sobre las medidas que tomaría Nero para seguirles la pista una vez que salieran de la escuela. Laura dijo que a lo mejor les implantaban algún mecanismo rastreador subcutáneo antes de emprender el viaje, pero Otto se temía que Raven iba a ser más difícil de esquivar que la más compleja tecnología de rastreo.

—Señores —les saludó Raven—, supongo que ya estamos todos preparados para el viaje.

—He pedido a Raven que les acompañe para que se asegure de que regresan a HIVE sin problemas —dijo Nero con una sonrisa—. No nos gustaría que algún contratiempo les impidiera proseguir con su formación, ¿verdad?

—Ya me quedo más tranquilo —replicó Otto. Había prometido a Wing volver con él a HIVE, pero las posibilidades de éxito de cualquier plan que hubiera podido trazar para burlar la vigilancia de Nero acababan de quedar reducidas prácticamente a cero.

—Me alegro, señor Malpense —dijo Raven con una leve sonrisa—. ¿Se han completado todas las verificaciones previas al vuelo?

—Sí,
El Sudario
está dispuesto —repuso Nero, indicando a uno de los guardias de seguridad que se aproximara—. Agente, por favor, tenga la amabilidad de acompañar a estos dos estudiantes a sus asientos.

El hombre indicó a Otto y a Wing que le siguieran hasta la aeronave.

—He contactado con el piso franco, nos están esperando —dijo Raven, mirando a los dos chicos, que ya subían por la escalerilla del avión.

—Estupendo —repuso Nero—. Tenga cuidado, Natalia, sospecho que esos dos van a traerla de cabeza y no puedo librarme de la sensación de que algo va a salir mal.

—No se preocupe, Max. Sé de lo que son capaces esos dos elementos. Yo me encargo de ellos.

—De eso no me cabe duda. Pero asegúrese sobre todo de que todos ustedes vuelvan sanos y salvos —dijo Nero cuando
El Sudario
empezó a calentar motores en la plataforma.

—¿Le he fallado alguna vez? —le preguntó ella alzando la voz por encima del rugido de los reactores.

Se despidió con una sonrisa, se colgó al hombro una bolsa y se dirigió rápidamente a la escalerilla.

Nunca le había fallado, Nero lo sabía, pero como se daba el caso de que el Número Uno le recordaba constantemente que su propio bienestar y el de Otto Malpense estaban inextricablemente unidos, no podía deshacerse de un nerviosismo que no era corriente en él. Si Raven no cumplía su promesa y algo le pasaba a Malpense, su propia esperanza de vida se mediría en horas y no en años.

El rugido de los motores aumentó de volumen cuando la escotilla de entrada se cerró y, acto seguido, el aerodinámico avión negro se elevó lentamente en vertical. Nero contempló cómo se abrían las gigantescas puertas camufladas que ocultaban al mundo exterior el verdadero contenido del cráter y cómo
El Sudario
pasaba por la apertura y ascendía velozmente hacia el cielo raso.

Capítulo 4

L
aura estaba sentada a su mesa en el laboratorio de cibernética, mirando un monitor. Línea a línea, un código iba apareciendo en la pantalla, pero sus manos descansaban inmóviles sobre el teclado.

Llevaba semanas trabajando en aquel código. Lo estaba creando para interceptar transmisiones inalámbricas cifradas y para permitir al usuario que introdujera subrepticiamente sus propias instrucciones en cualquier base de datos. Había pensado que pasarse un par de horas trabajando en el código la distraería un poco, pero llevaba un rato sin poder concentrarse. Estaba preocupada por Otto y Wing. No sabía explicarlo, pero tenía el terrible presentimiento de que ya no volverían. Había intentado hablar de ello con Shelby, pero su amiga se había echado a reír y le había dicho que estuviera tranquila, que solo iban a estar fuera un par de días y que no había ninguna razón para temer que les pudiera pasar algo durante ese tiempo. Probablemente, Shelby tenía razón, pero eso no impedía que Laura siguiera estando preocupada.

—Venga, Brand, adelante con ello —se dijo a sí misma, obligándose una vez más a concentrarse en las complejas rutinas que llenaban la pantalla.

Estaba segura de que su código estaba libre de virus, pero por algún motivo no funcionaba. Había probado a crear una transmisión falsa para poner a prueba su última teoría, pero cada vez que lo hacía recibía un torrente de estupideces en lugar de una respuesta con datos claros y precisos. Había utilizado deliberadamente una de las frecuencias de transmisión más recónditas para evitar cualquier colisión con la constante actividad de fondo de la red de HIVE, pero seguía tropezando con interferencias llegadas desde algún punto desconocido. Ejecutó una rutina de rastreo para intentar identificar el origen del problema y cuando los resultados empezaron a aparecer en pantalla, su cara se contrajo en un gesto de inquietud. Parecía como si un usuario no autorizado estuviera abriendo un agujero en la red de HIVE. Su localización era imprecisa, pero alguien en alguna parte estaba intentando enviar un mensaje secreto desde el interior de la escuela. Hubo una repentina explosión de actividad en la línea y después nada. Laura recuperó el registro de los últimos segundos de actividad. Los datos que se habían transmitido parecían absurdos, pero aun así los guardó para asegurarse. A primera vista, las enmarañadas secuencias de caracteres parecían totalmente aleatorias, pero, de pronto, algo le llamó la atención. Envió enseguida el archivo que contenía aquella transmisión tan inusual al ordenador de su habitación y apagó el del laboratorio. Ya estudiaría el archivo después; si no se daba prisa, llegaría tarde a la clase de Formación Táctica y no le apetecía que el coronel Francisco volviera a ladrarla.

Recogió sus cosas y salió del laboratorio, totalmente ajena a la cámara de vigilancia que se volvió en silencio hacia ella.

Otto estaba sentado a bordo de
El Sudario
en un compartimento sin ventanas, concentrado en el visualizador de su caja negra. Por la diminuta pantalla pasaban páginas y páginas de textos, a demasiada velocidad para que nadie pudiera seguirlos.

—Otto —dijo Wing desde el asiento opuesto al suyo.

No hubo respuesta; Otto seguía contemplando absorto la pequeña agenda electrónica negra.

—¡Otto! —gritó Wing, sacando a su amigo del trance y consiguiendo su atención—. ¿Qué estás haciendo?

—Estoy aprendiendo japonés —contestó Otto parando el flujo de texto—. Antes de salir de la escuela le pedí a la mente que me descargara algunos manuales en mi caja negra.

Wing se echó a reír. Conocía gente que después de haberse pasado años estudiando japonés seguía sin dominar el idioma. Pero Otto parecía creer que con el tiempo que durara el vuelo tendría suficiente.

—¿Y qué tal vas?

—Bien, pero tenías razón cuando me dijiste que era muy difícil. A este paso voy a tardar un par de horas en hablarlo con fluidez —no había ni asomo de petulancia en la afirmación de Otto. Según sus criterios, aquello representaba una curva de aprendizaje bastante empinada.

—Bueno, pues avísame si quieres que probemos lo que has aprendido —dijo Wing reposando la cabeza en la almohadilla de su asiento.

—Todavía no. No quiero hacer el ridículo.

Wing dudaba que aquello fuera cierto, pero sabía lo mucho que fastidiaba a Otto cometer la menor equivocación. La puerta de la cabina se abrió y Raven descendió al compartimento de pasajeros. Sonrió a Wing y se sentó en el asiento contiguo.

—Les alegrará saber que llevamos un ligero adelanto. Llegaremos a nuestro destino dentro de un par de horas.

—Gracias por elegir Aerolíneas HIVE —murmuró Otto levantando la mirada.

—Ya que vamos a pasar algún tiempo juntos, he pensado que esta es una buena ocasión para repasar algunas reglas básicas —dijo Raven, ahora sin sonreír—. Mientras permanezcamos fuera de los límites de la escuela, están los dos a mi cuidado y, siendo ese el caso, tengo la intención de asegurarme de que nuestra pequeña excursión no se vea empañada por ningún… incidente imprevisto. Así que esto es lo que vamos a hacer.

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