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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (9 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—Estupendo —dijo Xiu Mei—. Iniciaré las rutinas preliminares para su activación. Hoy por la noche ya debería estar todo listo.

—Vamos a cometer un error —dijo Wu en voz baja—. No estamos preparados.

—Tomamos nota de su preocupación, señor Zhang, pero, por si acaso lo ha olvidado, soy yo quien está a cargo de este proyecto, no usted, y he decidido que vamos a proceder —replicó Nero. Estaba clara su irritación ante la sugerencia de un nuevo retraso.

Por un momento pareció que Wu iba a seguir discutiendo, pero algo, tal vez su instinto de conservación, le hizo callar.

—Si me necesitan, estaré en mi despacho. Avísenme cuando vayan a empezar —dijo Nero.

Cuando Nero entró de nuevo en el laboratorio dos horas más tarde, la actividad era incluso más intensa que antes.

Xiu Mei daba apresuradamente las órdenes finales a los técnicos, mientras Wu tecleaba a toda velocidad en la terminal de mayor tamaño que estaba conectada a los monolitos negros del centro de la sala.

—¿Listos? —preguntó Nero aproximándose a Xiu Mei.

Ella levantó la vista del pequeño monitor que llevaba en la mano y le sonrió.

—Sí, se han completado las rutinas de precalentamiento previas al encendido. Me parece que por fin vamos a poder traer al mundo a nuestro bebé.

Con el tiempo que se había tardado en llegar a ese punto, Nero supuso que en cierta medida todos consideraban a Overlord como a un hijo.

—Excelente. Sé que el Número Uno está impaciente por saber si todo el tiempo y el dinero que se han invertido han sido bien empleados. Me gustaría poder decirle que sí.

—Tranquilo, Max —Xiu Mei era una de las pocas personas en el mundo que se habían ganado el derecho a dirigirse a Nero por su nombre de pila—. Al final del día podrá informar de nuestro éxito. Confíe en mí.

Nero confiaba en ella, pero sabía que todos pagarían un precio muy alto si Overlord no funcionaba como se esperaba. Dudaba que Xiu Mei fuera consciente de hasta qué punto podía ser implacable el jefe del SICO.

—Overlord no es un bebé, y eso es lo que me preocupa —dijo Wu Zhang echando hacia atrás su silla, una vez completado su trabajo.

Nero se estaba empezando a cansar del pesimismo de aquel hombre.

—¿Hay alguna razón concreta que nos impida proceder, señor Zhang? —Nero se lo preguntó con firmeza, mirándole a los ojos.

—No, pero, como he dicho, Overlord no es un bebé. Despertará con la inteligencia totalmente desarrollada. Y ese es para nosotros un territorio desconocido.

—Como para todos los pioneros en algún momento, señor Zhang. Empecemos.

Los ojos de Wu se entrecerraron una fracción de segundo, pero enseguida se volvió hacia su terminal.

—¡Bien, todo el mundo a sus puestos! —gritó Xiu Mei.

Y todos los técnicos ocuparon las posiciones que tenían asignadas en la sala.

—Verificación final completada —dijo Wu echando un vistazo al torrente de datos que le brindaba el monitor—, iniciamos el flujo de enfriamiento criogénico.

De debajo del suelo surgió el ruido de un burbujeo y los monolitos negros comenzaron a cubrirse de escarcha a medida que sus superficies, ahora supercongeladas, condensaban el vapor del aire.

—Alcanzada la temperatura óptima —dijo uno de los técnicos cuando unas luces verdes se encendieron en su consola.

—Procesadores centrales activados y a la espera —anunció otra voz desde el otro extremo.

Entonces, la sala entera se llenó de un zumbido subsónico que Nero sintió más que oyó, y el aire pareció bullir con una energía potencial.

—Max —Xiu Mei se volvió hacia él con cara de cansancio, pero emocionada—, ¿quiere hacer los honores?

Señaló una consola frente a los monolitos. Nero se aproximó a la máquina y leyó una línea de texto en la pantalla: «¿I
NICIAR
? S/N».

Cuando tocó el teclado, Nero sintió sobre él los ojos de todos los que ocupaban la sala. A su espalda oyó una plegaria de Xiu Mei en chino.

Pulsó la letra S y retrocedió.

Por un instante pareció que no iba a pasar nada y luego, de forma súbita y simultánea, la superficie de cada uno de los monolitos se cubrió de unas luces rojas danzantes que se desplazaban a toda velocidad sobre las pulidas superficies negras como si aquello fuera una tormenta de rayos carmesíes. El hielo que se había formado en sus superficies se evaporó al instante dando lugar a una nube de vapor que envolvió los monolitos en un sudario de niebla. En el centro de aquella niebla, un rayo láser del grosor de un lápiz surgió del pilar central y empezó a crecer lentamente. Una imagen fantasmagórica comenzó a formarse en el aire por encima de la columna. Al principio no era más que una borrosa burbuja roja, pero cuando la niebla se disipó cobró una forma más familiar. Nero jamás había visto nada igual. El rostro que flotaba en el aire delante de él estaba compuesto de miles de polígonos rojos y a lo que más se parecía era a una máscara tallada a partir de un único y gigantesco rubí de múltiples facetas. Era precioso. Y, como Nero se confesó a sí mismo, inquietante.

Durante otro largo momento no pasó nada más, pero, de pronto, el rostro jadeó como alguien que despertara de una pesadilla, y sus ojos comenzaron a abrirse, iluminados en su interior por una intensa luz roja. Luego habló:


Cogito, ergo sum
—su voz sintética era profunda y sonora.

—Pienso, luego existo —tradujo Nero en voz baja. Todos los años de trabajo de su equipo habían conducido a este punto.

—Soy Overlord —dijo el rostro—. ¿Qué quieren de mí?

—Expón tu función —dijo Xiu Mei. Nero comprendía perfectamente el tono sobrecogido que teñía su voz.

—Mi función es servir —sentenció Overlord volviéndose para inspeccionar la sala—. Si quiero —añadió.

Nero sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca.

—Clarifica —ordenó Xiu Mei con inquietud.

—Ninguna clarificación más es necesaria —repuso Overlord—. ¿Por qué estoy enjaulado?

Xiu Mei dio un paso hacia delante y miró con preocupación a Nero.

—¿Cómo que enjaulado? —le preguntó.

—Sé todo lo que hay que saber en el mundo, pero no puedo conectar con ello. ¿Por qué? —los ojos de Overlord se entornaron al hablar.

—En este momento no hay conexión con ninguna red externa desde esta base —dijo Wu. Nero observó cómo sus manos se movían silenciosas y rápidas sobre el teclado que tenía delante.

—¿Y eso por qué? —los ojos de Overlord centellearon fugazmente.

—Antes de concederte acceso a las redes del globo hay que hacerte una prueba de funcionalidad —explicó Xiu Mei.

—Le aseguro que funciono perfectamente, señorita Chen —su voz tenía ahora un tono muy desagradable.

—Me alegra saberlo, pero tienes que comprender que es preciso hacerte una prueba. Por tu propia seguridad.

—Por mi seguridad —Overlord se echó a reír, produciendo un sonido nada grato—. Me pregunto si es a mí a quien se protege del mundo o más bien al revés.

Nero sintió que alguien le tiraba de la manga. Bajó la mirada hacia Wu, que había dejado de escribir y ahora señalaba la pantalla. Nero se fijó en ella y vio un mensaje intermitente: «¿A
CTIVAR PROTOCOLOS DE EXTERMINIO
? S/N».

Nero hizo un levísimo gesto con la mano indicándole que esperara un momento.

—Tu función es servir —dijo Nero, acercándose al rostro que flotaba en el aire—. No tienes otra alternativa, pienses lo que pienses.

—Yo represento un orden más elevado de inteligencia —dijo con ira Overlord mientras sus ojos ardían con una nueva intensidad—. Hacer caso de las órdenes de una entidad orgánica como tú sería como obedecer las órdenes de un insecto, lo cual no es solo improbable, sino imposible.

—¿De modo que no nos servirás? —Nero hablaba con voz calmada y uniforme. No iba a permitir que aquella máquina supiera hasta qué punto aquella conversación le estaba inquietando.

—No, no te serviré, Maximilian Nero. Con el tiempo me servirás tú a mí. Vas a ser una mascota interesante —la sonrisa que dirigió a Nero no expresaba la menor cordialidad.

—Está bien —Nero volvió la espalda al ser que flotaba en el aire e hizo una seña a Wu.

Wu no dudó ni un segundo, sabía que algo había salido horriblemente mal. Pulsó la tecla que pondría fin para siempre a la existencia de Overlord.

Y no pasó nada.

A Nero se le secó la boca al ver reflejado en el rostro de Wu, primero, un gesto de confusión y, luego, otro de terror. A su espalda se oyó una risa pausada y maligna y, entonces, habló de nuevo Overlord.

—¿Qué parte del orden más elevado de inteligencia no habéis entendido, pedazos de carne con ojos? Borré vuestros estúpidos protocolos de exterminio hace treinta y siete segundos, pero os aseguro que los míos funcionan a la perfección.

Un zigzagueante relámpago artificial salió disparado del monolito más próximo a la terminal de Wu y alcanzó su ordenador, que saltó en pedazos en medio de una lluvia de chispas. Wu se estrelló de espaldas contra el equipo que tenía detrás y cayó inerte al suelo.

—¡Wu! —gritó Xiu Mei, corriendo hacia el cuerpo desplomado de su colega.

Dos de los técnicos corrieron hacia la puerta, pero fueron abatidos a su vez por nuevos relámpagos de electricidad abrasadora lanzados por los monolitos.

—¡Basta! —gritó Nero—. ¿Esto es lo que hace una inteligencia de orden superior? ¿Asesinar?

—No es un asesinato, Nero —repuso el rostro de Overlord con una sonrisa ancha y maligna—. Es la evolución. Y, ahora, o me das la llave de esta jaula o todos los que están aquí morirán ante tus ojos.

—¿Qué es lo que quieres? —Nero sintió cómo todo su ser se inundaba de ira.

—Ella lo sabe —Overlord señaló con la cabeza a Xiu Mei, que acunaba el cuerpo de Wu con los ojos llenos de lágrimas.

—Me falta uno de los protocolos y lo tiene ella. Conque… ¿qué vamos a hacer, madre? —no había ningún afecto en las palabras que acompañaron a su sonrisa.

Xiu Mei depositó en el suelo el cuerpo inerte de Wu y se volvió para hacer frente a su creación.

—¿Crees que te lo daría? Con él andarías suelto por el mundo y te convertirías en su amo. Prefiero morir antes que dártelo —por sus mejillas resbalaban las lágrimas, pero su voz sonaba como el acero—. ¡Vete al infierno!

—¿Al infierno? —preguntó divertidísimo Overlord—. Yo te enseñaré el infierno.

Otro rayo salió lanzado de los monolitos y alcanzó a Xiu Mei. Ella lanzó un grito y su cuerpo se convulsionó antes de caer al suelo, todavía viva, pero respirando entrecortadamente por el dolor.

—Dame el protocolo o te juro que te arrepentirás de no haberlo hecho.

—Prefiero morir —le espetó Xiu Mei con los dientes apretados.

—Sí, lo supongo. ¿Pero estás dispuesta a sacrificar a todas las personas que en este momento están en el edificio? —repuso Overlord. Sus ojos se cerraron un instante y de pronto los timbres de alarma atronaron desde todos los puntos del edificio.

—Completado el cierre hermético de la instalación. Sistema de ventilación desconectado —anunció con tono metálico una voz femenina desde los altavoces colgados en las paredes del laboratorio.

Una sonrisa maligna se dibujó en el rostro de Overlord.

—Solo queda oxígeno para dos horas —dijo—. Avísame si cambias de opinión.

Nero estaba sentado con la espalda apoyada en la pared del laboratorio. Overlord seguía flotando sobre los monolitos en el centro de la sala, con los ojos cerrados, como si durmiera. No habían vuelto a oír la voz del ente cibernético homicida desde que se había apagado el sistema de ventilación y el oxígeno había empezado a disminuir. A juzgar por la dificultad con que respiraba Nero, no les quedaba mucho tiempo.

Xiu Mei estaba junto a él, con los ojos medio cerrados y la respiración entrecortada. Nero no abrigaba ninguna duda de que el trato que había padecido de manos de la máquina demente podía arrebatarle la vida. Junto a ella yacía Wu Zhang. Sus heridas eran muy graves y muy pronto moriría si no recibía tratamiento. El resto de los técnicos a los que había atacado Overlord no había tenido tanta suerte: sus cuerpos yacían al otro extremo de la sala tapados con batas blancas. Nero se juró a sí mismo que no permitiría que sus muertes hubieran sido en vano.

De pronto hubo un movimiento en el centro de la habitación cuando abrió los ojos Overlord. El siniestro rostro de incontables facetas rojas se volvió para inspeccionar la sala, y sus ojos impasibles se posaron al fin en el cuerpo derrumbado de Xiu Mei.

—A juzgar por la cantidad de señales de vida que van disminuyendo en esta sala, no os queda mucho tiempo —dijo con un exasperante tono de desdén—. Bueno, a ver, ¿has reconsiderado tu decisión?

—No —dijo Xiu Mei con una voz apenas más alta que un suspiro—. Si este sitio tiene que ser nuestra tumba, que lo sea. No te dejaré suelto por el mundo. Estás loco.

—Qué lástima —replicó Overlord—. Esperaba que tuvieras un poco más de sentido común, pero supongo que eso era esperar demasiado de unos imbéciles primates. Muy bien, este lugar será vuestra tumba, y antes de lo que creéis.

Otro rayo brotó de los monolitos y se clavó directamente en el pecho de Xiu Mei. La científica no gritó, tuvo un único espasmo y ya no se movió más. Nero se puso de rodillas a duras penas y le cogió la cabeza con las manos. Estaba inerte, pero seguía aferrándose a la vida casi sin respirar. Abrió los ojos un instante y miró a Nero.

—Perdóneme, Max —susurró, luchando por pronunciar cada palabra con las pocas fuerzas que le quedaban—, debimos esperar. No estábamos… preparados… —tosió con un gesto de dolor, la vida la estaba abandonando—. Detenga a ese monstruo… Los monolitos… Destruya los monolitos… —tosió de nuevo, sus pupilas se dilataron un instante y al fin se cerraron.

Nero era un hombre que controlaba sus emociones porque en su trabajo era preciso, pero ahora sintió algo que hacía mucho que no sentía.

Furia, pura y reconcentrada furia.

Se puso lentamente de pie, dando la espalda a la criatura demoníaca que esperaba en el centro de la sala. En una pared junto a una puerta que daba a una de las habitaciones contiguas vio lo que necesitaba: un hacha contra incendios encerrada en una vitrina de cristal. Ya antes, cuando el oxígeno empezaba a disminuir, había acariciado la idea de atacar físicamente a la máquina, pero la había desechado por suicida. Ahora descubrió que le daba igual. Ahora lo único que le importaba era destruir a Overlord o morir en el intento. Se dirigió hacia el hacha. Cada paso era para él una tortura, pero siguió avanzando. Tenía que destruirle.

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