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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (34 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—Ya, pero ¿por qué te arriesgaste a lanzar un ataque contra HIVE? ¿Por qué no te largaste con tu hijo para empezar una nueva vida?

—Por dos razones. En primer lugar, quería verte muerto. No solo pensaba que eras un elemento clave de la Iniciativa Renacimiento, sino que hacía no mucho había estado revisando las filmaciones relacionadas con el incidente del hijo de Darkdoom y la planta mutante. Ahí estabas tú, herido en el suelo con la camisa desgarrada. ¿Y qué crees que vi?

—El amuleto —por fin empezaban a encajar todas las piezas.

—El amuleto, sí, que yo pensaba que tenía que estar en posesión de la persona que mató a Xiu Mei, lo cual te convertía en el principal sospechoso de su asesinato. Dime, Max, ¿cómo llegó a tus manos? Ya no puedo hacerte nada. ¿La mataste tú? —mientras miraba fijamente a Nero, se apreciaba en los ojos de Cypher un atisbo de rabia, de locura casi.

—Te juro que no sabía absolutamente nada de todo esto. De haber sabido la verdad, también yo habría querido encontrar a los asesinos, créeme —respondió Nero mirando a Cypher a los ojos—. Xiu Mei me envió el amuleto junto con unas instrucciones en las que me conminaba a que lo pusiera a buen recaudo. Al parecer, confiaba en mí mucho más que tú.

—Así parece —suspiró Cypher mientras la expresión de rabia de su mirada era reemplazada por otra de fatigada resignación—. La segunda razón por la que quise apoderarme de HIVE es porque se trata del lugar perfecto para montar un golpe contra el Número Uno. Está muy bien defendido, es de difícil acceso y, con la cantidad de miembros juveniles del SICO que hay aquí, estaba seguro de que el Consejo General no autorizaría que se lanzara contra la escuela un ataque a gran escala. Con el protocolo en mi poder y contando con tal cantidad de rehenes sería intocable.

Nero comprendió al fin.

—Como sabes, el protocolo fue diseñado para proporcionar a Overlord un interfaz que le permitiera conectarse a las redes informáticas de todo el mundo, pero, en realidad, era mucho más que eso. Era el pirata informático definitivo, una auténtica obra maestra, algo que solo Xiu Mei llegó a comprender del todo y que, por lo tanto, no podía recrearse sin contar con ella. Con el protocolo, Overlord habría podido acceder sin restricciones a todas las redes del planeta, incluidas las claves de todos los arsenales armamentísticos de la tierra, de los aviones teledirigidos, de los códigos de lanzamiento de los misiles nucleares… En fin, todo. Y, por eso, Xiu Mei tuvo el sentido común de no integrarlo en el código de Overlord hasta estar segura de que se podía confiar en él, pero no fue así.

La mente de Nero rememoró los perturbadores recuerdos del incidente que había tenido lugar en lo alto de las montañas de China muchos años atrás.

—Comprendo lo que me dices, pero ¿por qué había que intentar deponer al Número Uno? —preguntó Nero, esperando que la última pieza encajara en su sitio.

—¿Por qué crees? —repuso Cypher mirándole fijamente—. El Número Uno es la Iniciativa Renacimiento. Solo Dios sabe por qué razón intenta traer de vuelta a Overlord.

Nero clavó la vista en Cypher, buscando un atisbo de falsedad en sus ojos, pero no lo había.

—Tú y yo probablemente seamos las dos únicas personas en la tierra que están al tanto de toda esta locura —prosiguió Cypher—. Hay que pararle los pies.

La mente de Nero trabajaba febrilmente. De pronto, los cimientos sobre los que había asentado toda su vida se tambaleaban. Si lo que le estaba contando Cypher era cierto, y sabía que iba a tener que comprobarlo por sí mismo, había que deponer al Número Uno antes de que pudiera dejar a Overlord suelto por el mundo.

—No lo entiendo —dijo finalmente Nero—. Aquella vez, el Número Uno desactivó a Overlord. Sabe de lo que es capaz esa cosa, ¿por qué demonios iba a querer volver a activarla?

—No tengo ni idea —dijo Cypher, que de pronto parecía más cansado—. Solo te pido que me prometas que, independientemente de lo que hagas, cuidarás de que Wing esté a salvo. Eso es lo único que me importa ya.

—Lo haría de todas maneras, incluso aunque no me lo pidieras —dijo en voz baja Nero—. Créelo.

—No lo creía, pero ahora estoy empezando a hacerlo —repuso Cypher con tristeza—. ¿Puedo verle?

—Imposible —respondió Nero, endureciendo su expresión—. Cree que estás muerto. Ya te ha llorado dos veces y no veo razón alguna para aumentar su dolor. Aun cuando creyera todo lo que me has contado, no puedo perdonarte lo que has hecho. Da igual lo importante que creyeras que era, lo único cierto es que son muchos los hombres que han muerto inútilmente. Has vuelto contra mí a mi propia gente y en tu papel de Cypher representabas todo aquello a lo que yo me opongo. Tu carrera ha estado sembrada de brutalidad y terror gratuitos. Has muerto para el mundo y voy a asegurarme de que siga siendo así.

—Qué noble por tu parte —resopló con desdén Cypher—, pero me pregunto qué será de tus principios si el Número Uno se sale con la suya y las calles del mundo se tiñen de sangre —el deje de locura había regresado a su voz y la obsesión que había alimentado el fuego que había ardido en su interior durante todos aquellos años volvía a hacerse patente.

Nero no le respondió, simplemente se dio la vuelta y salió de la sala.

—Me alegro de que la situación se haya resuelto —dijo el Número Uno, que, como de costumbre, no era más que una mera forma silueteada imposible de identificar—. Cypher fue en tiempos un agente muy capaz, pero esta locura era imperdonable. Lástima que haya muerto, me hubiera gustado interrogarle para saber cuáles fueron sus motivos.

—A todos nos hubiera gustado —repuso Nero—, pero se ha llevado con él a la tumba las razones que le impulsaron a atacar HIVE, cualesquiera que fueran.

—Ciertamente. ¿Y la condesa?

—Como acordamos, ha sido transferida a un centro de detención del SICO. He informado a todas las personas que puedan tener contacto con ella de las precauciones que deben adoptar. En cuanto al coronel Francisco, en este momento está siendo sometido a un tratamiento intensivo de desprogramación hipnótica para asegurarnos de que no queda ni rastro de las manipulaciones de la condesa. Es un hombre orgulloso, como ya sabe, y creo que le llevará algún tiempo perdonarse por lo que hizo, aunque nadie le culpe de ello. Sin embargo, yo sí que me culpo de no haberme dado cuenta de lo que estaba haciendo María. Su don es un arma muy poderosa cuando se vuelve contra Uno.

—Tiene que poner orden en su casa, Maximilian —dijo con frialdad el Número Uno—. Hay muchos aspectos de estos acontecimientos que me resultan perturbadores. Y no es uno de los menores la facilidad con que Cypher burló sus defensas, tanto en sentido material como metafórico.

—Sí, señor —repuso Nero rogando para que las emociones contradictorias que sentía en aquel momento no fueran visibles para el hombre cuya silueta aparecía en la pantalla que tenía delante—. Ya hemos puesto en marcha una revisión exhaustiva de todos nuestros protocolos de defensa.

—Asegúrese de que sea así. Voy a vigilar HIVE muy de cerca en el futuro inmediato. Demasiadas cosas han salido mal en los últimos tiempos.

—Por supuesto —dijo Nero, ocultando la acuciante ansiedad que le producía la idea de ver aumentada la vigilancia del Número Uno.

—Espero recibir de usted un informe detallado antes de que concluya la semana. El que golpea primero…

—El que golpea primero… —repitió Nero sintiendo de pronto que la máxima del SICO adquiría unas implicaciones bastante más siniestras.

La pantalla se apagó y Nero notó que la tensión abandonaba su cuerpo. Rogó en silencio que el Número Uno no hubiera advertido su mentira respecto a Cypher, pero supuso que si se había dado cuenta, no tardaría en enterarse.

Sonó la campanilla de la entrada y Nero pulsó el botón que abría la puerta de su despacho. Al ver entrar a Wing Fanchú, sonrió.

—¿Quería verme, señor? —preguntó con formalidad Wing.

—Así es, señor Fanchú. Creo que esto le pertenece —dijo Nero tendiéndole la mitad blanca del amuleto del yin y el yang—. A pesar de todo lo que hizo su padre, lamento su pérdida. Si hay algo que pueda hacer por usted, le ruego que me lo haga saber.

—Muchas gracias, señor, aprecio su interés. Solo necesito una cosa.

—¿De qué se trata, señor Fanchú?

—Necesito saber algo —respondió con voz neutra Wing mirándole a los ojos.

A Nero le sorprendió de pronto lo mucho que le recordaba la intensidad de aquel muchacho a sus dos progenitores.

—¿Sí? —preguntó Nero, animándole a proseguir.

—¿Mató usted a mi madre? —dijo Wing imprimiendo a la pregunta un tono acerado.

—No, señor Fanchú, no lo hice. Su madre y yo fuimos muy buenos amigos. Ella misma me envió la otra mitad del amuleto justo antes de que la asesinaran. Y si lo hizo, fue porque confiaba en mí. Pero no tiene por qué fiarse solo de mi palabra.

Nero abrió uno de los cajones de su escritorio y entregó a Wing la carta que había llegado con el amuleto. Wing la leyó y luego se la entregó.

—Gracias, señor —dijo en voz baja—. Confío en que sabrá disculpar mi impertinencia. Para serle sincero, es un alivio.

—¿Y eso por qué, señor Fanchú?

—Porque ahora ya no tengo que matarle —respondió Wing impertérrito.

—Muchos lo han intentado, señor Fanchú. Puede retirarse.

Wing no vio la amplia sonrisa que se dibujó en el rostro de Nero cuando él se dio la vuelta para salir del despacho.

—Y entonces fui yo y dejé inconsciente al coronel Francisco de un puñetazo —contaba Franz mientras Nigel esbozaba una sonrisa y lo negaba moviendo lentamente la cabeza.

—No hay ninguna duda, Brand. Estamos en presencia de dos auténticos héroes —dijo Shelby con un tono de fingida reverencia al tiempo que Laura se esforzaba por contener la risa.

—¿Y qué me decís de Laura, la loba de mar? —terció Otto dejándose caer en el sofá que tenían al lado.

—Puf, hay que ver. Hundes un acorazado camuflado y ya no dejan de recordártelo durante el resto de tus días —replicó Laura sonriendo—. Además, ¿por qué ibas a ser tú el único con derecho a divertirse? —añadió pinchando a Otto en las costillas.

—Yo no hice nada —repuso el chico con una sonrisa—. Lo que pasa es que basta que aparezca yo para que todo se ponga a explotar. No es culpa mía.

—Pues a mí me parece que regresar de entre los muertos lo supera todo —terció Wing con gesto sonriente.

—Yo no creo que hayas regresado —intervino Shelby—. Para mí que sigues muerto, chico zombi.

Y dicho aquello, se levantó y se puso a andar por el patio de la zona residencial arrastrando los pies y extendiendo los brazos.

—Hooolaaa, me llamo Wing y quiero comeros el cerebro —dijo haciendo su mejor imitación de un zombi. Incluso logró arrancarle una leve sonrisa a Wing, para gran alegría de Otto.

—Venga, Shel —dijo Laura, sonriendo—. Esta noche hay waterpolo, vamos a dejar a estos tíos en paz.

—Nosotros también nos vamos —dijo Franz—. Nigel ha prometido enseñarme eso tan divertido que hay en la biblioteca.

—No paro de decirle que lo único que hay son libros —sonrió Nigel—, pero está empeñado en que hay algo que no le estoy contando.

Otto y Wing se quedaron mirando a los cuatro mientras se alejaban por el patio charlando y riéndose.

—Yo ya no quiero irme —dijo Wing sin dejar de mirar a los otros—. Hay muchas cosas que echaría de menos.

—En fin, supongo que eso quiere decir que yo también tendré que quedarme —replicó Otto con un suspiro—. Quiero decir que como no esté yo aquí para impedir que te metas en líos, a saber lo que puede llegar a pasar.

Wing rompió a reír y, como de costumbre, Otto se contagió de su risa. Mientras permanecía ahí sentado riéndose a mandíbula batiente, Otto, para gran asombro suyo, se dio cuenta de algo.

Daba gusto estar otra vez en casa.

Capítulo 20

L
a condesa forcejeaba inútilmente con los grilletes que la tenían amarrada a la silla.

—Hola, María.

Se le heló la sangre al reconocer la voz que chisporroteaba a través del altavoz instalado sobre el espejo de la pared.

—Supongo que no tiene sentido implorar piedad —dijo la condesa.

—Ninguno, desde luego —replicó el Número Uno.

—Bien. Entonces, libéreme —ordenó con los característicos y siniestros susurros entrelazados a su voz.

—Oh, venga, María, a estas alturas ya debería saber que su vudú no funciona conmigo —repuso con calma el Número Uno.

—Qué tal si acabamos ya con esto, ¿eh? —le espetó desafiante la condesa—. Máteme de una vez.

—María, no tengo ninguna intención de matarla. Me va a ser demasiado útil para pensar en hacer una cosa así.

Notas

[1]
Dichos acontecimientos se narran en la novela
HIVE. Escuela de Malhechores
, publicada en esta misma colección.
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[2]
Las siglas HALO corresponden a la expresión inglesa
High Altitude-Low Opening
(Gran Altitud-Baja Apertura).
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