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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (29 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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El parloteo nervioso de hacía unos momentos se vio reemplazado por una mezcla de exclamaciones de asombro y gritos mientras los robots rodeaban a los estudiantes, empujándoles y dándoles empellones hasta tenerlos agolpados en el centro de la caverna. Finalmente, un hombre alto que vestía un uniforme desconocido y que tenía la cara cruzada de cicatrices avanzó hacia el grupo de estudiantes apelotonados. Conforme se acercaba, una sonrisa maligna se fue dibujando en su rostro, como si la visión de aquellos chicos asustados y encogidos le divirtiera.

—Este complejo se halla ahora bajo nuestro control —dijo con frialdad—. Cualquier intento de resistencia o amago de fuga será neutralizado mediante el empleo de una fuerza letal —sus ojos, fríos y apagados, no daban a entender que hablara en broma—. Si cooperan y obedecen —prosiguió—, no hay ninguna razón para que la mayoría de ustedes no sobreviva sin sufrir serios daños.

Los estudiantes recorrieron con la vista el cordón de máquinas de aspecto letal que los tenían rodeados y cuyos rostros carentes de rasgos parecían expresar una amenaza mecánica.

El hombre se llevó un transmisor a los labios y, dándose la vuelta, se alejó de los aterrorizados estudiantes.

—Aquí el Agente Nueve. La zona residencial número siete está bajo control. Nos dirigimos a la zona ocho.

Mientras cruzaba el umbral principal, las puertas de seguridad comenzaron a descender hasta sellar la sala y dejar a los estudiantes encerrados de nuevo. Ya no hablaban entre ellos, solo había rostros atemorizados y algún que otro sollozo ahogado. No había escapatoria.

Nigel vio que el coronel Francisco, Block y Tackle cruzaban una gran puerta al final del pasillo. Nunca había estado en esa zona de la escuela: los estudiantes tenían estrictamente prohibido acceder a ella, pero suponía que dadas las circunstancias a nadie le importaría. En un cartel junto a la gruesa puerta se leía: «Sala de Control de Energía Geotérmica». Nigel supuso que eso explicaba que un complejo del tamaño de HIVE, con unas necesidades energéticas excepcionales, pudiera mantenerse en funcionamiento.

—¿Dónde estamos? —susurró a su lado Franz.

—Creo que este es el centro neurálgico del suministro de energía de toda la escuela.

—¿Y qué es eso de geotérmica? —preguntó con curiosidad Franz.

—Bueno, por lo general significa que la energía se genera a partir de fuentes de calor naturales situadas en las profundidades de la tierra, pero jamás había oído que se empleara para un complejo de estas dimensiones.

—Bien, ahora que ya sabemos adonde han ido, ¿podemos irnos ya a buscar una patrulla de seguridad? —preguntó esperanzado Franz.

—Antes vamos a ver si podemos enterarnos de lo que están tramando. Luego iremos a pedir ayuda.

—Ya me temía yo que ibas a decirme eso —se quejó Franz.

—Vamos —dijo Nigel, que acto seguido se deslizó por el pasillo en dirección a la puerta abierta.

—No es una buena idea —protestó con voz lastimera Franz mientras le seguía.

—Siempre dices lo mismo —le susurró Nigel cuando llegaron a la puerta.

De pronto, desde algún lugar del interior de la sala les llegó el zumbido inconfundible de múltiples disparos de adormideras.

—De verdad que no es una buena idea —susurró Franz con tono apremiante.

—Escucha —susurró Nigel—. Voy a echar un vistazo rápido para ver qué está pasando ahí dentro, tú quédate aquí y vigila.

—Esa idea es mucho mejor —repuso Franz con júbilo—, por si nos llega un ataque sorpresa por detrás.

—Exactamente —susurró Nigel—. Avísame si viene alguien.

—Vale, entendido.

Nigel cruzó el umbral y se dirigió hacia un breve tramo de escalones metálicos que acababan en una bifurcación en forma de T. Justo cuando se disponía a doblar un recodo, oyó la voz del coronel Francisco.

—Coloque la carga exactamente como le dijo la condesa —la voz del coronel sonaba plana y monótona, en extraño contraste con el ladrido despectivo con el que Nigel, para su desgracia, se había familiarizado durante las sesiones de Formación Táctica.

De pronto resonaron en el suelo de metal unos pasos que avanzaban en su dirección. Se pegó todo lo que pudo a la pared, rezando para que a nadie se le ocurriera echar un vistazo al pasillo. Block y Tackle pasaron caminando despacio, a solo unos pocos pasos de distancia, cargando entre los dos una gran caja cubierta de adhesivos que prevenían sobre el material altamente explosivo que contenía. Llegaron a una puerta que había al final de un pasillo contiguo y la abrieron. Desde dentro de la sala a la que habían entrado llegaba una especie de rumor sordo que se interrumpió en cuanto cerraron la puerta.

Entretanto, en lo alto de las escaleras, Franz se esforzaba por hacerse lo más pequeño posible para pasar inadvertido. Se asomó por la puerta. Nigel se había ido adentrando más en la sala y ya no podía verle. De pronto se sintió muy solo.

Capítulo 17

M
ientras el profesor Pike marcaba su código en la puerta de acceso al núcleo central de datos de la mente, daba gracias por el hecho de que la escuela aún dispusiera de energía suficiente para mantener las puertas en funcionamiento.

—Venga —siseó al abrirse la puerta y pasó adentro.

—No me gusta esto —dijo en voz baja Raven—. Solo hay una salida.

—¿Por qué no pensar más bien que solo hay una entrada? —repuso Otto antes de seguir al profesor.

Raven echó la vista atrás, contempló el pasillo desierto que conducía hasta la puerta y exhaló un suspiro antes de entrar también.

Otto nunca había visto nada que se pareciera a la sala en la que acababa de entrar. Medía cincuenta metros de pared a pared, era perfectamente circular y estaba inundada de una cruda luz blanca. Una pasarela que atravesaba la sala conducía a un gigantesco nodo central al que estaban conectadas varias docenas de gruesos cables que colgaban del techo. Los cables, en cada uno de los cuales palpitaba una luz azul, caían por debajo del nodo y se desplegaban por el lejano suelo hasta alcanzar una estructura formada por varios monolitos negros. Otto accedió a la pasarela desde la galería que recorría la superficie circular de la sala. Hacía tanto frío que al respirar echaba pequeñas nubes de vaho. La caída hasta el suelo era larga; precipitarse por ella significaría la muerte en el peor de los casos y varios huesos rotos en el mejor.

El profesor cruzó con premura la pasarela y al llegar al nodo central desplegó un teclado. De repente, Otto comprendió que la mente era mucho más sofisticada de lo que él se había imaginado. Había visto el núcleo central del ente cibernético durante su frustrado intento de fuga de hacía unos meses y de forma bastante ingenua, por lo que veía ahora, había creído que allí estaban todos los sistemas físicos de la mente. La descomunal sala en la que se encontraba parecía indicar otra cosa.

—Venga aquí, Otto —dijo el profesor, y el chico se dirigió hacia el nodo central para unirse a él—. Bien. Desconectar la mente es de lo más sencillo, solo tenemos que cortar la corriente, pero volver a conectarla es considerablemente más difícil. Tendremos que manejar con sumo cuidado el flujo de datos que accedan a su núcleo durante el proceso de carga para impedir que se produzca un fallo de almacenaje de consecuencias catastróficas.

—Vale —contestó Otto—. ¿Qué es lo que quiere que haga?

—Este es el diagrama del núcleo de memoria de la mente —dijo el profesor señalando un monitor instalado en el nodo central. La pantalla entera estaba ocupada por un cubo tridimensional formado por miles y miles de puntos luminosos individuales—. Cuando la mente vuelva a estar conectada, cada uno de sus módulos de memoria ha de ser asignado a un punto específico de la retícula. Cada módulo posee su propia etiqueta identificadora, que indica cuál es su posición correcta dentro de la retícula. De modo que todo lo que tiene que hacer es introducir las coordenadas tridimensionales correctas para cada módulo y luego fijarlo en su posición.

El profesor localizó uno de los módulos de memoria existentes y lo encajó en la posición correcta de la retícula. La operación solo le llevó un par de segundos.

Otto sintió que el alma se le caía a los pies.

—Profesor, aquí debe haber decenas de miles de módulos. Conectar manualmente cada uno de ellos puede llevarnos horas.

—Precisamente por eso necesito su ayuda. Si nos ponemos los dos a trabajar, deberíamos acabar en la mitad de tiempo. Calculo que no se tardará más de tres horas.

—Profesor, no disponemos de tres horas. Por lo que sabemos, es posible que ni siquiera tengamos tres minutos —dijo irritada Raven.

—Bueno, es la única forma de volver a conectar la mente partiendo de cero —dijo el profesor— y, dado que el señor Malpense cree que es tan importante que la volvamos a conectar, sugiero que nos pongamos manos a la obra de inmediato.

Raven dirigió a Otto una mirada de decepción, suspiró y se encaminó hacia la puerta. Otto la entendía. Él estaba realmente convencido de que aquella era su única oportunidad, pero a esas alturas Cypher ya estaría dentro de la escuela y no había ninguna posibilidad de que tuvieran tiempo suficiente para realizar la operación que el profesor había descrito. En ese momento, el profesor Pike se acercó a un gran interruptor rojo que había en uno de los lados del nodo.

—Bueno, ya estamos listos para cortar la corriente. Otto, póngase a conectar esos módulos en cuanto regrese la imagen a la pantalla… suponiendo que vuelva a aparecer, claro está.

—¿Qué quiere decir…? —comenzó Otto mientras el profesor alargaba la mano hacia el interruptor.

—Vamos allá —dijo Pike y, cuando accionó el interruptor, todo se quedó a oscuras.

Y siguió a oscuras.

—Supongo que a nadie se le habrá ocurrido traer una linterna, ¿verdad? —preguntó débilmente el profesor.

—Esto cada vez va mejor —suspiró Raven en medio de la oscuridad.

De repente se produjeron una serie de ruidos estruendosos y una límpida luz blanca volvió a bañar la sala.

—Ah… sí… Bien, esto es exactamente lo que esperaba que ocurriera —mintió el profesor.

El monitor del nodo mostraba de nuevo la retícula de memoria de la mente y al instante apareció la etiqueta del primer módulo que había que colocar.

—Bueno, manos a la obra, ¿no? —dijo el profesor y, a continuación, se puso a teclear.

Otto le imitó y empezó a introducir las series de coordenadas que conectarían el primer módulo de memoria. Mientras tecleaba, sintió que cada vez se concentraba con mayor intensidad en cada uno de los módulos que iban apareciendo en pantalla y que el resto del mundo quedaba reducido a una mera distracción intrascendente. Sus dedos ya no eran más que dos borrones que volaban sobre el teclado, introduciendo las entradas a una velocidad cada vez mayor, mientras él se sentía embargado por la sensación, no por familiar menos desconcertante, de que su cerebro había puesto el piloto automático.

—Dios bendito —dijo el profesor al mirar a Otto y ver la velocidad a la que estaba conectando los módulos.

Otto ni siquiera le oyó. En aquel momento, su mundo se reducía a la retícula azul que flotaba ante él, girando y bailoteando a medida que se iban conectando con éxito más y más módulos. Otto parecía estar en trance, el ruido de sus pulsaciones sobre el teclado ya no era más que un incesante repiqueteo de una velocidad pasmosa. Al cabo de un par de minutos había completado cerca de un tercio del total de los módulos, y la velocidad a la que los iba introduciendo no paraba de crecer.

—¿Cómo lo consigue? —le susurró Raven al profesor, que había dejado de introducir datos, pues la velocidad de Otto lo hacía innecesario.

—No tengo ni idea —respondió él con toda sinceridad. Lo único que sabía era que había mucho más en Otto Malpense de lo que se podía apreciar a simple vista. El profesor sospechaba que probablemente ni siquiera el propio Otto sabía de qué era realmente capaz.

La mitad de los módulos de memoria estaban ya conectados y, de seguir a ese ritmo, Otto solo tardaría unos pocos minutos más en completar la tarea que hasta hacía solo unos instantes habían creído que les llevaría varias horas.

Otto ya no estaba allí, se encontraba perdido en un universo de remolinos de series de coordenadas y cubos azules giratorios.

—Profesor, tal vez sería mejor que comprobara que lo está haciendo bien —sugirió Raven.

—¿Por qué? —replicó él echando un vistazo a su propio monitor.

—Porque tiene los ojos cerrados —le respondió Raven en voz baja.

El profesor miró a Otto y vio que Raven estaba en lo cierto. El muchacho tenía los ojos cerrados: casi hubiera podido pensarse que estaba meditando, de no ser porque sus dedos seguían bailoteando sobre el teclado a una velocidad increíble.

—Es imposible —susurró el profesor, que no quería romper la concentración de Otto—. Debe estar realizando mentalmente los algoritmos de colocación a la vez que conecta los módulos. Es simplemente imposible.

El profesor revisó las dos últimas colocaciones que Otto había hecho y se quedó atónito al comprobar que no tenían ni el más mínimo fallo. Tal vez lo que estaba haciendo ese muchacho fuera imposible, pero el caso es que lo estaba haciendo con una perfección mecánica. Era auténticamente asombroso.

Raven y el profesor observaban en silencio el constante incremento de los porcentajes en el segundo monitor. Transcurridos unos pocos minutos más, apareció en la pantalla el siguiente mensaje: «Colocación completada». Acto seguido, Otto exhaló un grito ahogado y se retiró del teclado con paso tambaleante al tiempo que se apretaba la frente.

—Ay —se quejó—. ¿Qué ha pasado?

—Hemos acabado —dijo el profesor esforzándose por conferir a su voz un tono neutro.

Otto sintió una punzada de pánico y de vergüenza. Debía de haber perdido el conocimiento, habrían pasado ya varias horas y no había ayudado en nada al profesor.

—Lo siento —dijo Otto—. No sé lo que me ha ocurrido. Perdí el conocimiento. No me había dado cuenta de lo cansado que estaba.

—Otto —dijo en voz baja el profesor—, lo ha conseguido. Ha completado la colocación de toda la memoria en cuatro minutos y medio.

Otto parecía anonadado. Eso era imposible. Lo último que recordaba era el momento en que había comenzado a introducir las coordinadas de la memoria a más velocidad, pero después de eso todo estaba borroso.

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