El protocolo Overlord (32 page)

Read El protocolo Overlord Online

Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El protocolo Overlord
4.45Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Hill —gritó—, ¿no te tengo dicho que no juegues en mi ordenador?

Lo que no advirtió fue la frenética actividad que denotaba la luz parpadeante de su router.

—Retroceda y póngase con los demás —ordenó Cypher.

Sin apartar la vista de Cypher en ningún momento, Raven caminó lentamente de espaldas hacia donde estaban Otto y el profesor.

Cypher avanzó seguido de los androides gigantes.

—Creo que ya nos hemos demorado bastante —dijo sacando una cadena que llevaba colgada del cuello.

Otto reconoció de inmediato aquel segundo amuleto: era la mitad blanca del símbolo del yin y el yang que había pertenecido a Wing. Sintió un repentino ataque de rabia al darse cuenta de que Cypher debía habérselo arrebatado al cadáver de su amigo. Esa era la razón por la que les había atacado en Tokio y también la causa de la muerte de Wing.

—Hace mucho que esperaba este momento —dijo Cypher.

A continuación juntó las dos mitades. Se produjo un brevísimo silencio y el amuleto empezó a irradiar una luz roja.

Nero lo observaba todo con una mezcla de curiosidad y horror. No sabía cómo se las había arreglado Cypher para hacerse con la otra mitad, pero, dadas las molestias que se había tomado para obtener el amuleto, había que asumir que cualquier cosa que este hiciera no podía ser en absoluto buena.

—Muchas molestias te has tomado por un simple collar, Cypher —dijo Nero apretando los dientes para aguantar el ardiente dolor que sentía en los hombros por la llave con que le tenía sujeto el androide de asalto.

—Mi querido Nero —repuso Cypher en tono triunfal—, ¿no pretenderás hacerme creer que has estado en posesión de este objeto durante todo este tiempo sin saber lo que era? Pobre imbécil, no es una simple joya: es la llave del mundo. El Protocolo Overlord.

Nero se quedó helado. Creía que era la única persona en la tierra que conocía la existencia de ese protocolo y, además, pensaba que había sido destruido hacía mucho tiempo. Ahora resultaba que no solo había sobrevivido, sino que se encontraba en manos del hombre más peligroso que jamás había conocido. ¿Cómo se había enterado Cypher de su existencia?

—No puedes usarlo —dijo Nero a la desesperada—. Sin duda lo sabes, ¿no?

—No solo puedo, sino que pienso hacerlo. Todo cuanto necesito es este nodo de red. Pronto podré…

Cypher se interrumpió al ver que los androides que estaban formados alrededor de la circunferencia de la sala empezaban a retorcerse y a dar sacudidas de manera poco natural. Uno por uno, los robots negros de menor tamaño cayeron desplomados en el suelo echando chispas. Los robots gigantes de asalto, por el contrario, no parecían verse afectados y giraban la cabeza mientras los dispositivos rojos de sus sensores resplandecían intentando comprender lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

—¿Qué? —medio gritó Cypher, volviéndose con desesperación a uno y otro lado mientras sus soldados se desplomaban ante él. Introdujo una mano en su chaqueta y sacó un pequeño transmisor—. Cypher a
Kraken
—espetó—. Cypher a
Kraken
. Responda.

Pero no hubo respuesta del barco, que, sin que él lo supiera, en aquel momento descendía hacia el lecho del océano.

—¿Qué has hecho? —le gritó a Nero—. ¿Dónde está mi barco?

—No tengo ni idea —respondió Nero con una sonrisa aviesa—. Quizás las cosas no estén saliendo tan bien como te imaginabas.

—¿Crees que vas a poder detenerme destruyendo ese barco? —le espetó furioso Cypher—. Puede que la red de control de mis sicarios se hallara a bordo, pero el funcionamiento de mis dos androides de asalto no depende de esos sistemas. No has conseguido nada.

Otto atisbó un leve movimiento detrás del segundo androide de combate y, de pronto, una figura se elevó en el aire blandiendo en cada mano una de las crepitantes espadas negras de Raven. Los ojos de Otto se desorbitaron y la boca se le abrió en un gesto de incredulidad. Entonces oyó a Raven exhalar un grito ahogado.

Wing aterrizó de pleno en los hombros del robot gigante y hundió ambas espadas en lo alto de la cabeza de la máquina. El robot soltó a Nero al instante y en vano trató de desembarazarse de Wing a sacudidas mientras todos sus sistemas comenzaban a extinguirse. Finalmente se desplomó, convertido en un montón de chatarra.

Wing aterrizó suavemente delante de la máquina destruida, con los ojos henchidos de rabia.

—Me parece que tiene usted algo que me pertenece —dijo avanzando hacia Cypher.

—¡El chico! ¡Unidad uno, coja al chico! —chilló Cypher señalando a Otto.

El robot superviviente se movió a una velocidad de vértigo, apartó a Raven de un empellón que la estrelló contra el nodo central con un escalofriante estrépito y luego agarró a Otto del cuello con una mano y lo alzó en vilo.

—O sueltas esas espadas —le espetó Cypher a Wing— o mato a tu amigo.

Otto intentó soltar un grito para decirle a Wing que atacara, pero la presión sobre su garganta apenas si le permitía respirar y menos aún gritar. Wing se quedó un instante con la mirada fija, como si estuviera pensando en la posibilidad de acabar con Cypher de un tajo desde el lugar en que estaba, pero luego miró a Otto, que pugnaba por respirar y daba patadas desesperadas al aire, y bajó las espadas.

—¡¡Suéltalas ya!! —exigió Cypher.

El robot apretó con más fuerza la garganta de Otto, que soltó un grito ahogado de dolor. Wing sintió que alguien posaba una mano en su hombro.

—Haga lo que le dice —le dijo en voz baja Nero.

Wing dejó caer las espadas.

Cypher sonrió detrás de su máscara y se volvió hacia el nodo central.

—Si alguien se mueve, el chico morirá —dijo con furia.

—Has perdido, Cypher —terció Nero con calma—. Suelta al chico, sabes que no podrás salir vivo de aquí.

—Sigues sin comprender nada, ¿verdad, Nero? No hace falta que vaya a ninguna parte. Todo lo que necesito está aquí —añadió señalando el nodo—. Una vez que se active el protocolo, nadie se atreverá a enfrentarse conmigo, ni siquiera tú.

Nero sabía que tenía razón. Si conseguía activar el protocolo, nada podría detenerle.

—Bueno —dijo Cypher alzando el brillante amuleto rojo y avanzando hacia el núcleo—, si me permiten, tengo que apoderarme de un planeta.

De pronto sonó una voz que parecía provenir de todas partes a la vez.

—Les saludan las mentes de HIVE.

El resplandor de los sensores de la cara del robot gigante pasó del rojo al azul y la máquina soltó a Otto, que rodó por el suelo. Acto seguido, lanzó contra la cabeza de Cypher su enorme puño. Cypher fue rápido, pero no lo bastante, y el gigantesco puño del robot golpeó de refilón su máscara, rompiéndola por completo. Cypher cayó al suelo, aferrándose la cara, y quedó a los pies de la imponente máquina.

Otto echó un vistazo a la pantalla del nodo. La matriz de personalidad de la mente había sido restaurada: el invento había funcionado.

—No eres bienvenido aquí —dijo el robot gigante hablando con la voz de la mente.

Cypher se levantó con lentitud, quitando las manos de su máscara destrozada, y por fin se reveló su verdadero rostro.

—¡Padre! —exclamó Wing conmocionado.

—Wu Zhang —dijo anonadado Nero—. Estás muerto —era la afirmación de un hecho, no una amenaza. El hombre al que Nero suponía muerto hacía muchos años, el hombre que había sido uno de los creadores de Overlord se encontraba ahora delante de él con un hilo de sangre brotando de una larga brecha que tenía en la frente y con una mirada de rabia demente en su rostro.

—¡Quédense todos donde están… —gritó Cypher sacando de un lado de su chaqueta un pequeño dispositivo provisto de un disparador— o moriremos todos los que nos encontramos en este maldito lugar!

El gigantesco robot de asalto avanzó un paso hacia Cypher.

—Mente, retírate —ordenó Nero, y el robot se quedó paralizado donde estaba.

—Si suelto este disparador, estallará un dispositivo que se halla unido al núcleo de energía geotérmica de la escuela —dijo Cypher quitándose de la cara la máscara destrozada y arrojándola al suelo—. O salgo de aquí con el protocolo o todo este lugar saltará por los aires.

Nero dudaba mucho que Cypher se estuviera marcando un farol. La destrucción del núcleo energético desencadenaría toda la fuerza del volcán, y la escuela y todos los que estuvieran en ella perecerían en la catastrófica erupción.

—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Wing con voz temblorosa por la intensa emoción.

—He hecho lo que debía —contestó Cypher—. Alguien tenía que detenerles.

—¿Detener a quién? ¿Qué locura es esta? —preguntó Wing acercándose lentamente a su padre.

—¿Por qué no se lo cuentas, Nero? ¿Por qué no les cuentas lo que el Número Uno y tú estáis haciendo? Tal vez piensen que estoy loco, pero cualquier cosa que yo haya podido hacer empalidece en comparación con lo que vosotros habéis planeado.

—No sé de qué estás hablando —dijo con sinceridad Nero—. Ni siquiera sé quién eres. ¿Eres Cypher o Wu Zhang o Mao Fanchú? ¿Lo sabes tú mismo a estas alturas?

—Te detendré —le espetó Cypher— o moriré en el intento.

—Nadie más va a morir hoy, padre —dijo Wing y corrió hacia Cypher.

Le golpeó en plena carrera y el detonador salió despedido de su mano. Otto se lanzó hacia delante con los brazos extendidos y alcanzó el dispositivo al vuelo. El impulso de Wing hizo que Cypher y él salieran volando por encima de la barandilla de seguridad de la pasarela y ambos se precipitaron al vacío agitando los brazos.

—¡No! —chilló Nero.

Se acercó corriendo a la barandilla y se asomó. Abajo, a lo lejos, yacía Cypher convertido en un bulto retorcido, pero de Wing no había ni rastro. De pronto, una mano apareció en el borde de la pasarela y Wing se impulsó hacia arriba. Nero estiró un brazo y tiró del chico hasta hacerle pasar por encima de la barandilla de seguridad.

—Se acabó —dijo Wing medio cayéndose al suelo.

—No del todo —intervino Otto, alzando el detonador que había atrapado.

Nero se puso pálido al ver las palabras que parpadeaban en la pantalla del dispositivo: «Secuencia de detonación iniciada».

Nigel estaba acabando de atar al coronel, que seguía roncando, cuando de repente oyó un pitido a su espalda.

—Dios mío —dijo Franz clavando la vista en el disco que estaba fijado en la columna del control geotérmico central.

—¿Qué? —preguntó Nigel con tono apremiante mientras hacía el último nudo.

—Creo que esta cuenta atrás significa que alguien ha activado el dispositivo —se apresuró a decir Franz.

Nigel sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral.

—¿Cuánto queda? —inquirió poniéndose de pie.

—Diez —respondió a toda prisa Franz.

—¿Diez minutos? ¿Diez horas? ¿Qué? —le apremió Nigel mientras corría hacia él.

—Nueve —respondió nervioso Franz.

—¡Apártate! —chilló Nigel dándole un empujón.

Arrancó el dispositivo de la columna, sin pensar en la posibilidad de que llevara un mecanismo antimanipulación, y corrió hacia la pasarela que se alzaba sobre el lago de lava. Echó un vistazo a los dígitos del dispositivo, vio que quedaban cuatro segundos y lo lanzó por encima del borde lo más lejos que pudo.

La bomba voló por el aire y a falta de un segundo cayó al lago de roca fundida y desapareció en el hervidero de magma, completamente destruida.

Nigel aguardó a que se produjera una explosión catastrófica, pero no pasó nada. No quería ni pensar en lo que podría haber ocurrido si no llegan a estar ellos allí. Franz se le acercó y se quedó de pie a su lado, mirando el hoyo bullente que había abajo.

—¿Significa esto que somos unos héroes? —preguntó con curiosidad.

Capítulo 19

L
aura y Shelby entraron a paso lento en la sala del nodo de la red, que a esas alturas era un auténtico caos. Habían dejado a la condesa en manos del jefe Lewis cuando regresaron a la isla y él se la había llevado a la zona de detención, aunque no sin antes decirles dónde podían encontrar a Otto y a Wing.

Mientras Laura recorría con la vista los restos de docenas de sicarios desactivados que estaban desperdigados por la sala se dio cuenta de que en realidad no hacía falta preguntar dónde andaban sus dos amigos: bastaba con seguir el rastro de aquella destrucción.

Otto se encontraba junto a Wing en la pasarela central contemplando el suelo plagado de monolitos negros que se veía a lo lejos. Justo debajo de ellos, un equipo médico estaba depositando en una camilla el cuerpo de Cypher, cubierto con una sábana blanca.

—Lo siento, Wing —dijo suavemente Otto.

—No lo sientas —repuso él con su tono sosegado de siempre—. No sé quién era ese hombre.

Otto miró con preocupación a su amigo. Él había sido huérfano toda su vida, así que, en realidad, no sabía lo que significaba tener una familia, pero se imaginaba que a Wing aquella dura prueba tenía que haberle afectado mucho más de lo que daba a entender.

—De lo que me alegro mucho es de que estés con vida —dijo Otto.

—Sí —repuso Wing esbozando una sonrisa y apartando la vista de la escena que tenía lugar abajo—. Al menos, ahora sé por qué Cypher se tomó tantas molestias para que fuera así.

—¿Por qué hizo todo esto, Wing? —preguntó Otto frunciendo el ceño.

Estaba claro que, por la razón que fuera, andaba detrás de las dos mitades del amuleto de Wing, pero Otto no tenía ni idea de qué era el Protocolo Overlord y, a juzgar por el gesto de frustración de la cara de Wing, su amigo tampoco sabía mucho más.

—No lo sé —respondió Wing—. No me habló para nada de sus planes.

—¿Estáis los dos bien? —les preguntó Laura cuando Shelby y ella se acercaron a los dos muchachos.

—Perfectamente —sonrió Otto—. Me alegro de que también vosotras estéis bien. Creo que incluso habéis conseguido llevar a la condesa al centro de detención.

—Sí —dijo Shelby sonriendo de oreja a oreja—. Ya no tenemos que volver a preocuparnos por esa vieja bruja traicionera.

Laura volvió a echar un rápido vistazo a la sala.

—¿Dónde está Nero? —preguntó.

Otto señaló el lejano suelo, donde se podía ver a Nero siguiendo una camilla que el equipo médico estaba sacando fuera de la sala.

—¿Ese es… él? —preguntó Laura mirando el cuerpo oculto bajo la sábana blanca.

—Sí —respondió sin alterarse Wing—. Ya no tenemos que preocuparnos más de mi padre.

Other books

Running Wilde by Tonya Burrows
Iza's Ballad by Magda Szabo, George Szirtes
Crossed by Condie, Ally
The Diamond Chariot by Boris Akunin
Dream Man by Linda Howard
Flesh by Brigid Brophy