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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (25 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—Estamos en el nivel máximo de camuflaje —informó el piloto—. No tienen ni idea de que nos encontramos aquí y, a juzgar por el número de radares activos que está sacando el bicho ese, será mejor que sigamos así si no queremos acabar en el lado equivocado de un misil SAM.

—¿Podemos acercarnos lo bastante para subir a bordo sin que nos detecten? —preguntó Raven frunciendo el ceño—. Tenemos que detener a Cypher sin darle la oportunidad de lanzar su ataque.

—Quizá ya sea demasiado tarde para eso —dijo Otto alzando la vista de una pantalla en la que se veía una imagen aumentada del buque de Cypher.

Numerosos lanzamisiles surgían de la cubierta y giraban para colocarse en posición de disparo: todos ellos apuntaban directamente a HIVE. Un instante después se producía la primera andanada. Una descarga de misiles salió de las lanzaderas y unos segundos después impactaron en los lados del pico volcánico que había en el centro de la isla. Curiosamente, no se produjeron explosiones, solo se levantaron unas pequeñas nubes de polvo en los puntos donde habían caído los misiles. Otto manipuló la cámara de vigilancia del morro de
El Sudario
para enfocar uno de los puntos donde se había producido el impacto. Al despejarse el polvo, se vio perfectamente el alargado cuerpo blanco del misil, intacto entre las rocas.

De pronto, un panel que había en el misil salió disparado y una figura muy familiar surgió de la carcasa. Era uno de los sicarios robóticos de Cypher. Otto se apresuró a enfocar otro de los puntos de impacto y vio que allí estaba ocurriendo exactamente lo mismo: el misil desalojaba a su letal pasajero. Al mismo tiempo, otra andanada de proyectiles salió lanzada desde el buque e impactó por toda la superficie de la isla. La primera oleada de robots escalaba ya las laderas del volcán como si fueran hormigas, ascendiendo hacia la boca del cráter a una velocidad pasmosa.

—Olvídese del barco —dijo Raven con gesto tétrico—. Tenemos que entrar en HIVE ya.

El jefe de seguridad miró al guardia que tenía a su izquierda: su expresión de preocupación teñida de miedo resumía a la perfección el estado de ánimo de los otros guardias que estaban dispuestos alrededor del cráter. Tan pronto como apareció el buque de Cypher, Nero había dado órdenes de que todas las patrullas de seguridad protegieran los puntos de acceso a HIVE. La condesa había sellado todos los depósitos de armas convencionales, de modo que apenas si contaban con otra cosa para protegerse que las adormideras que llevaban las unidades que estaban de patrulla. El jefe Lewis confiaba en que con eso fuera suficiente. Solo había un par de cámaras exteriores que siguieran en funcionamiento, así que no tenía demasiada idea de lo que Cypher iba a lanzar contra ellos, pero aun así tenía el firme propósito de que nada pudiera superar la barrera que formaban él y sus hombres.

El jefe de seguridad alzó la vista y contempló el brillante círculo de luz diurna que formaban los bordes del cráter. Durante un fugaz instante creyó advertir un movimiento, pero a lo mejor no era más que un juego de luz que había engañado su vista. De todos modos, agarró los pequeños anteojos que llevaba unidos al arnés de su equipo y enfocó las rocas que había en lo alto. Estaba claro que había gente agrupándose en torno al borde del cráter. Todos vestían de negro y se movían con una rapidez y una agilidad pasmosas. Se acordó del informe de Raven sobre el ataque al piso franco de Tokio y al instante se dio cuenta de que debían ser el mismo tipo de
ninjas
que la habían atacado allí. Bueno, esta vez los sicarios no les pillarían desprevenidos e iban a poder comprobar que HIVE era un objetivo mucho más difícil que un simple piso franco. No les quedaba más remedio que descender en rápel hasta la plataforma de aterrizaje y eso les convertiría en un blanco fácil para él y sus hombres.

De pronto, una de las figuras negras que estaban arriba se lanzó al vacío y comenzó a caer dando vueltas por el aire hacia la posición en que se encontraban las fuerzas de seguridad. Mientras la veía caer, el jefe se dijo que debía haberse resbalado. Al menos, de ese sicario ya no tendrían que preocuparse. Cuando se estrelló contra el duro acero de la plataforma de aterrizaje, el jefe de seguridad desvío la mirada; había visto muchas cosas desagradables a lo largo de su vida, pero una caída desde esa altura nunca era algo grato de ver. Luego oyó cómo sus hombres proferían gritos ahogados y comentarios a medio camino de convertirse en chillidos, al ver que el sicario que acababa de caer se levantaba de la postura en que había aterrizado e inspeccionaba lentamente la sala. Era imposible. El jefe había conocido a agentes muy bien entrenados a lo largo de los años, pero nadie podía sobrevivir a una caída desde esa altura, nadie. Miró con mayor detenimiento al asesino acorazado y rápidamente se dio cuenta de que no se las estaba viendo con un ataque corriente. El asesino era una máquina con un diseño mucho más avanzado que cualquier cosa que hubiera visto hasta entonces.

—¡Abran fuego! —aulló, y su voz quedó ahogada al instante por los zumbidos y las sonoras detonaciones de múltiples adormideras que disparaban a su alrededor.

Decir que las adormideras eran ineficaces habría sido poco menos que una obviedad: el asesino ni siquiera se tambaleó y siguió reconociendo el entorno, captando todos los detalles con los sensores rojos que tenía en la parte delantera de su cara de insecto.

El jefe de seguridad sabía reconocer a un explorador cuando lo veía y también sabía que lo más probable era que aquel robot estuviera informando a los demás sobre las posiciones y la fuerza de los defensores.

—¿Qué hacemos, jefe? —chilló con desesperación el hombre que tenía a su izquierda, tratando de hacerse oír en medio de los disparos de las adormideras—. Ese bicho ni se inmuta. Las adormideras no le hacen nada.

El jefe comprendió de pronto por qué la condesa se había limitado a sellar los depósitos de armas convencionales cuando había saboteado el sistema de seguridad. Estaba claro que las tropas de Cypher no tenían nada que temer de las adormideras.

—Lo que daría por contar ahora con una de esas viejas y anticuadas granadas —masculló el jefe para sí.

Se produjo otro estrépito metálico y media docena más de sicarios aterrizaron en la plataforma de acero. Nada más hacerlo arrojaron un diluvio zumbante de
shurikens
, y las mortíferas estrellas voladoras encontraron de modo certero sus blancos y derribaron a varios de los guardias. El jefe sintió que un frío terror se abatía sobre él. Les sobrepasaban en potencia de fuego de forma aplastante, pero no podía permitir que aquellos bichos se apoderaran del cráter. Si lo hacían, ya nada podría detenerlos.

De repente, como caído del cielo, se levantó un fuerte viento y el jefe se apresuró a echar un vistazo desde detrás de la roca en la que se había refugiado. Los sicarios seguían formando un estrecho círculo en el centro de la plataforma de aterrizaje y de vez en cuando lanzaban un
shuriken
contra cualquier infortunado guardia de HIVE que tuviera la mala fortuna de encontrarse en una posición desprotegida. La cabeza de uno de los sicarios giró bruscamente y, al ver al jefe, alzó el brazo para lanzarle una estrella.

No tuvo ocasión de hacerlo.

De pronto, el grupo de robots pareció arrugarse como si un peso enorme los estuviera aplastando contra el suelo. En una milésima de segundo quedaron reducidos a una pila chispeante de componentes destrozados y machacados, cuyo único vestigio de vida era algún que otro servomecanismo que daba sacudidas. A continuación se produjo una reverberación en el aire y la enorme forma negra de un Sudario se materializó justo encima de los restos destrozados de los asaltantes. Con una sonora detonación, la trampilla de la parte trasera del aparato salió disparada y atravesó volando la caverna. Luego, Raven saltó fuera.

—Jefe, haga retroceder a sus hombres. No tienen nada que hacer contra esos bichos —le chilló Raven mientras Otto Malpense y el piloto de
El Sudario
saltaban de la aeronave detrás de ella.

—Nero dijo que teníamos que conservar el cráter en nuestro poder a toda costa —dijo apresuradamente el jefe mientras Raven se le acercaba.

—Nero no se ha enfrentado cara a cara con uno de esos bichos —repuso ella con impaciencia—•. Si permanecen aquí, morirán todos. Es así de sencillo.

El jefe de seguridad era lo bastante sensato como para no discutir la valoración táctica que pudiera hacer Raven de una situación de emergencia. Además, aunque tal vez no le hubiera gustado reconocerlo, sabía que tenía razón. Alzó la vista y vio que en el borde del cráter cada vez se agolpaban más figuritas negras. No tenían elección.

—¡Repliéguense! —aulló, indicando a sus hombres que se retiraran por las enormes puertas de seguridad, la única vía de entrada y de salida al cráter.

No hizo falta que se lo dijera dos veces: la visión de aquellos sicarios invulnerables segando la vida de sus compañeros con tan aparente facilidad había bastado para convencer a la mayoría de ellos de que lo más sensato era emprender una retirada táctica.

—¿Es posible sellar las puertas? —preguntó Raven al tiempo que corrían hacia la salida.

—Todavía queda suficiente carga en las baterías de refuerzo para cerrarlas, pero, una vez cerradas, así se quedarán. Gracias a la condesa no habrá suficiente potencia para volverlas a abrir —respondió el jefe de seguridad.

—¿Cómo que gracias a la condesa? —se apresuró a preguntarle Raven.

—Será mejor que hable con Nero —contestó él mientras traspasaban el umbral y las enormes puertas comenzaban a cerrarse poco a poco con un sordo rumor.

El robot asesino dio un fuerte empujón a Laura en la espalda y la arrojó dentro de la lóbrega celda. Inmediatamente después cayó Shelby al suelo, tras recibir también un empujón y, acto seguido, las gruesas puertas se cerraron produciendo un golpe metálico de una solidez muy preocupante. A través de los barrotes vieron cómo los dos esbirros mecánicos se alejaban en silencio y las dejaban a solas.

—Bueno, esto se ha puesto feo —dijo Laura con un suspiro mientras echaba un vistazo a la desnuda y angosta celda.

—Damas y caballeros, les presento a Laura Brand, campeona mundial de la obviedad —repuso con sarcasmo Shelby sentándose en una de las diminutas camas de la celda.

—No puedo creer que la condesa esté metida en esto —dijo apesadumbrada Laura mientras se sentaba en la cama de enfrente.

—Pues lo está —replicó Shelby mirando fijamente la puerta de la celda.

—Ya —repuso Laura con pesar—. Nos ha engañado a todos, a nosotras, a Nero y, a juzgar por las apariencias, también al coronel Francisco.

—Sí, no parece que la opinión del coronel haya tenido mucho peso a la hora de tomar la decisión de «ayudar a la condesa» —dijo Shelby en un tono de voz un tanto distraído.

—Debe llevar meses aprovechándose de él para haber podido imponerle sus órdenes de tal forma que ni siquiera las cuestione. Las dos sabemos lo que se siente cuando la condesa te secuestra el cerebro, pero la verdad es que suele pasarse rápido una vez que ella se ha ido. Debe haber estado mucho tiempo preparándole para esto.

—No comprendo lo que hace esa vieja bruja, pero te diré una cosa: le va a hacer falta mucho más que unas cuantas palabras para impedir que la tumbe de un puñetazo la próxima vez que la vea —repuso Shelby, sujetándose la punta del zapato con la mano.

—¿Qué haces? —le preguntó Laura, viendo desconcertada cómo su amiga tiraba de una goma suelta que tenía en la punta del zapato.

—Vamos a salir de aquí —contestó Shelby en voz baja.

—Eso sería estupendo, pero algo me dice que vamos a necesitar algo más que el viejo truco de fingirnos enfermas para lograrlo.

—Venga —repuso Shelby sonriendo—, ese es todo un clásico. Nunca falla.

—Entonces, ¿es que tienes un plan? —le preguntó Laura con curiosidad.

—Algo mejor —dijo ella con una amplia sonrisa, despegándose la suela del zapato derecho—. Tengo una llave.

Dentro de la suela del zapato de Shelby había un equipo completo de minúsculas herramientas y ganzúas. En realidad, Laura sabía que no tenía por qué sorprenderse: no en vano, antes de que la reclutaran a la fuerza para acudir a HIVE, Shelby había sido Espectro, la ladrona de joyas más famosa y de mayor éxito del mundo.

—No me digas que vas por ahí andando todo el tiempo con eso metido en el zapato —dijo Laura con una risilla.

—Nunca salgo de casa sin ello —respondió su amiga sonriendo de oreja a oreja.

Shelby se acercó a los barrotes de la parte delantera de la celda y echó un rápido vistazo al pasillo que conducía a los calabozos. En vista de que no se veía a nadie por allí, concentró su atención en la cerradura y al cabo de unos pocos segundos exhaló un prolongado suspiro.

—¿Algo va mal? —preguntó angustiada Laura.

—Es una Johnson y Fort, una cerradura de cilindro flotante con hoja de muelle y nueve anclajes —dijo Shelby en voz baja—. Es casi imposible de forzar.

—Genial —repuso Laura mientras Shelby se volvía otra vez hacia la cerradura—. ¿Qué hacemos entonces? No hay otra forma de salir y yo, al menos, no estoy por la labor de quedarme aquí sentada y dejar que los planes de Cypher, sean cuáles sean, sigan su curso…

Se oyó un leve clic y la puerta de la celda se abrió.

—Solo dije que era casi imposible —sonrió Shelby.

—Vale —dijo asombrada Laura—, la próxima vez que haya helado de chocolate para cenar te puedes quedar con el mío.

—Eso es lo que dices ahora, Brand, pero ya veremos lo que pasa cuando llegue el momento —dijo Shelby deslizando sus herramientas secretas en su bolsillo.

—No te preocupes, esta vez te lo has ganado de verdad —sonrió Laura.

Shelby salió sigilosamente al pasillo. No había ni rastro de los guardias: era obvio que Cypher pensaba que los calabozos eran mucho más seguros de lo que en realidad eran.

—No hay moros en la costa —susurró Shelby—. Larguémonos.

Las dos chicas avanzaron por el pasillo procurando no hacer ruido. Pero justo cuando pasaban por delante de la puerta de la siguiente celda, Laura se detuvo.

—Ahí dentro hay alguien —susurró.

Amarrada con unas esposas a la cama de la celda había una figura tumbada que vestía un sencillo pijama negro y que tenía la cabeza cubierta con una capucha.

—¿Y? —repuso Shelby—. No sé si te habrás dado cuenta, pero estamos intentando huir de este lugar.

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