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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (28 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—No parece haber moros en la costa —dijo en voz baja—, pero el barco está sometiendo a la isla a un bombardeo constante. Ese ruido es el de los lanzamisiles de cubierta.

De pronto, otra de las trampillas que daban al pasillo se abrió y salió por ella un guardia armado con un fusil de asalto. Los ojos se le dilataron al ver a los tres fugados y de forma inmediata reaccionó alzando el rifle y poniendo el dedo en el gatillo. Pero Wing fue más rápido. Hundió la punta endurecida de sus dedos en el antebrazo del guardia, paralizándoselo e imposibilitando que apretara el gatillo. Wing saltó luego en el aire. Su pie trazó un arco hacia arriba e impactó contra la barbilla del guardia con un crujido. Agarrándose con la mano sana la mandíbula desencajada, el guardia cayó de rodillas. Wing se puso detrás de él y le rodeó el cuello con un brazo, aferrándolo con una llave irrompible.

—¿Dónde está Cypher? —siseó.

—Se ha ido —exhaló el guardia, al que el dolor de la mandíbula impedía dar una respuesta más detallada.

—¿Se ha ido adónde? —preguntó Wing con un tono que helaba la sangre.

—A la isla, está en la isla —resolló el hombre al sentir aumentar la presión en su garganta.

Wing apretó con más fuerza durante un instante, el guardia perdió el conocimiento y se desplomó como un peso muerto.

—Tenemos que regresar a la isla —dijo con calma Wing mientras cogía el rifle del guardia.

—Bien, sé dónde podemos conseguir una lancha —repuso Laura sonriendo—. Vamos a devolver a su sitio la misma que se llevó la condesa.

Wing expulsó el cargador del rifle, lo arrojó al pasillo y luego tiró el arma al lado contrario.

—¿No habría sido mejor quedárselo? —dijo Shelby—. Podría habernos resultado útil.

—No me gustan las armas de fuego —contestó Wing con tranquilidad—. Son armas toscas, propias de matones.

—Prefiero ser un tosco matón que una persona noble muerta —dijo sarcásticamente Shelby.

Wing abrió la boca para responder, pero el repentino rugido de los lanzamisiles de cubierta ahogó todo sonido. La lluvia de proyectiles a la que se estaba sometiendo a HIVE era implacable.

—No podemos irnos todavía —dijo de mala gana Laura—. Tenemos que intentar inutilizar el barco. HIVE no tiene ninguna oportunidad mientras este bicho siga a flote lanzando misiles contra la isla.

Wing sabía que Laura tenía razón, pero al mismo tiempo necesitaba encontrar a Cypher. No era propenso a dejarse llevar por las emociones, pero la ardiente furia que sentía cuando visualizaba aquella máscara negra de cristal era feroz e implacable. No tenía ni idea de qué pretendía conseguir Cypher con aquel ataque contra la escuela, lo único que sabía era que iba a detenerle o a morir en el intento.

—Debemos regresar a la isla —replicó Wing—. Ya nos ocuparemos del barco una vez que se haya resuelto allí la situación.

—Sé que quieres ir a por él, Wing —dijo Laura—, pero esto tiene que ser lo primero.

—A lo mejor podríamos hacer las dos cosas —terció Shelby, consciente de que si Wing y Laura se ponían a discutir, aquello se convertiría en una competición a ver cuál de ellos era más tozudo, una competición larga y tediosa para la que ahora no tenían tiempo.

—¿Qué propones? —inquirió Wing.

—Bueno, ¿por qué no coges la lancha y regresas a la isla mientras nosotras nos quedamos aquí para inutilizar este bicho?

—No parece aconsejable que nos separemos en este momento —contestó con calma Wing.

—Puede ser, pero ¿qué otra opción hay? Y, además, ¿qué te hace pensar que necesitamos tu ayuda? —dijo Shelby sonriendo.

—Muy bien —respondió Wing tras pensárselo un momento—, aunque sigo sin estar seguro de que sea una buena idea.

—Eh, los planes tontos son nuestra especialidad —repuso Shelby con una risita—. ¿Verdad que sí, Brand?

—Claro, estamos especializadas en hacer cosas estúpidas.

—Espero que lo entendáis —dijo Wing con un tono de firmeza en la voz—. Cypher tiene que pagar por lo que ha hecho y voy a ser yo quien ponga fin a todo esto.

Shelby posó delicadamente una mano en la mejilla de Wing.

—¿Sabes una cosa? Estás muy mono cuando te enfadas —dijo con voz melosa.

—En tal caso, en este preciso instante puedo afirmar con toda honestidad que estoy más mono de lo que he estado nunca en mi vida —repuso Wing, que acto seguido se dio la vuelta para dirigirse a la cubierta.

—Ve con cuidado —le dijo Laura mientras Wing subía los escalones.

—Lo mismo os digo —respondió él antes de desaparecer por la trampilla.

—Bueno, ¿tienes alguna idea de cómo vamos a hacerlo? —le preguntó Shelby a Laura.

—Ni la más remota —repuso ella con una sonrisa torcida.

Cypher contempló cómo las puertas de seguridad del cráter, machacadas por el implacable ataque de sus descomunales robots, cedían al fin y se derrumbaban hacia dentro con un estrépito atronador. Abriéndose paso entre los restos retorcidos de las puertas, traspasó el umbral y comenzó a ascender un largo tramo de escaleras de granito negro. Los gigantescos robots de asalto le siguieron, girando sus cabezas a un lado y a otro con sus sensores atentos a cualquier señal de peligro.

Cypher llegó a lo alto de las escaleras y penetró en el vestíbulo principal de HIVE. Allí, solo y de pie delante de una gigantesca estatua que representaba el símbolo del SICO, se encontraba Nero. Tenía las manos enlazadas a la espalda y una expresión tranquila en el rostro. Si sentía miedo, no daba ninguna muestra de ello.

—Debo reconocer que esperaba más resistencia —dijo Cypher acercándose a él.

—No veo razón alguna para que se pierdan más vidas a causa de tu locura —replicó Nero con calma.

—Desafiante hasta el final. Muy propio de ti.

—Casi tanto como es muy propia de ti esta locura sanguinaria. No creas que vas a salirte con la tuya.

—Lo que creo más bien es que ya me he salido con la mía —dijo Cypher acercándose un poco más a Nero.

—El SICO no lo tolerará. Puede que te hayas apoderado de HIVE, pero ese será el último error que cometas.

—Tu ingenua fe en nuestros iguales resulta conmovedora —repuso con sarcasmo Cypher—, pero es el SICO el que debe temerme.

—No eres el primero en creer eso, Cypher —dijo Nero, cuya voz había cobrado de pronto un tono acerado—, pero sí el único de ellos que aún sigue vivo. El Número Uno se ha cuidado de que fuera así.

—Siempre en el papel del fiel perrito faldero —repuso con sorna Cypher—, ¿acaso crees que no sé lo que tú y el Número Uno estáis haciendo, lo que tiene planeado?

Durante una milésima de segundo una expresión de desconcierto asomó al semblante de Nero.

—¿De qué me hablas? —preguntó.

—Fingir ignorancia no te conducirá a ninguna parte, Nero. Esto se va a acabar hoy mismo. Ahora dispongo ya de cuanto necesito para asegurarme de que el Número Uno dejará de ser un problema y luego ya veremos si los miembros del SICO se muestran tan dispuestos a acudir a defenderos a ti y a tu escuela.

—Te has vuelto loco, ¿no? —replicó con calma Nero.

—¿Sabes cuántas veces a lo largo de la historia las personas que han definido la forma del futuro han sido tachadas de locas?

—Tú no tienes futuro —dijo con frialdad Nero.

—Entonces ya somos dos —repuso Cypher, metiendo la mano en su abrigo y sacando un estilete tan afilado como una navaja.

Dos de los colosales robots de asalto tomaron posiciones a ambos lados de Nero y lo agarraron con fuerza de los brazos.

—Acabemos con esto —dijo Nero en tono desafiante—. Al fin y al cabo, matar es lo que mejor se te da.

—No voy a matarte, Nero. Al menos, no de momento. Te quiero vivo para que seas testigo de mi victoria final. No puedo imaginar mayor tormento para alguien como tú.

Luego acercó la punta del estilete al pecho de Nero y cortó de un tajo los dos botones de la parte superior de su camisa. Con la punta del arma abrió la camisa y dejó al descubierto el pecho de Nero.

—¿Dónde está? —dijo Cypher, abandonando su sosiego anterior y hablando con verdadera inquina.

—¿Dónde está el qué? —repuso con calma Nero.

—Sabes perfectamente a qué me refiero. El amuleto, ¿dónde está? —le espetó Cypher, cuyo enfado era cada vez más patente.

—La verdad, no tengo ni idea de qué me hablas —respondió Nero con indiferencia.

—Debería haber supuesto que no me pondrías las cosas fáciles —soltó Cypher—. Bien, tú lo has querido.

Cypher se volvió hacia el gigantesco robot de asalto que tenía a su lado.

—Unidad tres, diríjase a la zona residencial más próxima. Que no quede nadie con vida.

—Órdenes recibidas —respondió el robot con su chirriante voz mecánica y, acto seguido, se volvió para irse.

Nero sintió un súbito ataque de pavor. No era tan tonto como para confiar en que Cypher se estuviera marcando un farol. Por lo que sabía de aquel hombre, no había ninguna razón para creer que tendría reparo alguno en mancharse las manos con la sangre de un montón de chicos.

—¡Espera! —dijo casi gritando.

—¿Hay algo que quieras decirme? —le respondió Cypher con furia.

—Raven. Lo tiene Raven —dijo abatido Nero.

—No me mientas, Nero. Raven ha muerto. Me ocupé personalmente de ello.

—Bueno, pues parece que has subestimado sus dotes de supervivencia. No eres el primero y dudo mucho que vayas a ser el último al que le pasa.

—¿Dónde está? Dímelo si no quieres ver consternados a un montón de padres en un futuro muy próximo.

—La verdad es que no tengo ni idea —dijo con sinceridad Nero.

Raven no se había presentado ante él desde que se había marchado con Malpense y a esas alturas podía estar en cualquier lugar de la isla. Cypher analizó el semblante de Nero, buscando algún indicio de engaño.

—Unidad tres, deténgase —ordenó Cypher, y el robot al que había encomendado la mortífera misión se detuvo al instante.

Nero se sintió inundado de una intensa sensación de alivio; sus alumnos estaban a salvo, de momento.

—Como me estés mintiendo, Nero, no dudaré en volver a dar esa misma orden. ¿Entendido? —inquirió Cypher con frialdad.

—A la perfección.

Cypher se sacó un pequeño transmisor del bolsillo y habló rápidamente por él.

—Aquí Cypher a todas las unidades de sicarios. Inicien un registro exhaustivo de todo el complejo. Su objetivo es una agente cuyo nombre en clave es Raven. Se autoriza el uso de fuerza letal.

Detrás de Cypher varias docenas de robots asesinos de menor tamaño se lanzaron escaleras arriba y luego se desplegaron en todas direcciones, iniciando la búsqueda de Raven.

—¿Qué demonios pasa ahí?

—¿Qué ocurre? —inquirió el capitán del buque de Cypher dirigiéndose a grandes zancadas hacia el puesto del operador del radar.

—La lancha en que llegó la condesa acaba de soltar amarras y se dirige hacia la isla —le informó el miembro de la tripulación.

El capitán echó mano de unos prismáticos y se acercó a toda prisa a una de las ventanas acorazadas que había distribuidas alrededor del puente. Rápidamente localizó el minúsculo barco negro, que se alejaba a toda potencia surcando las olas en dirección a HIVE. Al instante reconoció la figura que estaba a los mandos.

—Lo tengo a tiro, ¿disparo? —se apresuró a preguntar el oficial de armamento.

—No, es ese chico, Fanchú —respondió el capitán—. Cypher ha dado órdenes expresas de que no se le haga ningún daño.

—¿Fanchú está vivo? —dijo la condesa saliendo de las sombras que envolvían la parte de atrás del puente.

—Sí, pero supuestamente debería estar sedado en los calabozos. ¿Cómo demonios ha podido escaparse? —se preguntó el capitán.

—O lo que es más interesante todavía, ¿cómo ha podido sortear la vigilancia de los guardias del calabozo? —preguntó la condesa.

—No hay guardias en el calabozo —respondió el capitán—. Las celdas han sido construidas a prueba de fugas y no dispongo de hombres suficientes para tenerlos vigilando cuando no hay necesidad de ello.

—Capitán —dijo la condesa bajando la voz—, una de esas dos chicas que también estaban encerradas allí tal vez sea la ladrona más dotada que haya en el mundo. Para alguien como ella no hay ninguna celda a prueba de fugas.

—Tal vez no hubiera estado de más que me hubiera informado de eso antes, condesa —dijo el capitán con sarcasmo.

—Capitán, le recomiendo vivamente que no emplee ese tono conmigo.

El capitán empalideció un poco y tragó saliva.

—Lo siento, condesa, no quería ser irrespetuoso. Es solo que Cypher se pondrá hecho una furia cuando se entere de que el joven Fanchú se ha escapado.

—Lo entiendo, capitán, pero lo cierto es que no tiene adonde huir. A estas alturas, Cypher ya se habrá hecho con el control de HIVE y esa lancha no tiene suficiente autonomía para alcanzar ningún otro punto de desembarco. Sospecho que en esta ocasión el señor Fanchú va a descubrir que ha salido de Guatemala para meterse en Guatepeor. Además, tiene usted asuntos más apremiantes de los que ocuparse.

—¿Cuáles? —inquirió el capitán.

—El hecho de que Laura Brand y Shelby Trinity no estén a bordo de esa motora indica casi con total seguridad que andan sueltas por su barco y créame si le digo que esas dos son capaces de crearle una enorme cantidad de problemas.

Como subrayando ese comentario, en aquel momento se pusieron a sonar las alarmas del puente.

—Es la sala de misiles, señor —informó uno de los marineros—. Se ha producido un acceso no autorizado.

—Envíen de inmediato una patrulla de seguridad —ordenó el capitán, invadido de una súbita sensación de pánico ante la evidencia de que alguien había conseguido acceder a una zona del barco tan vulnerable como esa.

—Revoque esa orden, capitán —terció la condesa—. Yo misma me ocuparé de ello.

Un gran número de estudiantes pululaba por el amplio patio de la zona residencial llenando la atmósfera con el rumor constante de su nervioso parloteo. Ninguno de ellos sabía lo que estaba pasando y docenas de teorías competían por ser oídas y tenidas por verdaderas.

De pronto, las enormes puertas de seguridad que habían sellado la zona residencial empezaron a ascender y se produjo toda una serie de exhalaciones y exclamaciones de sorpresa provocadas por la entrada en tromba de docenas de androides negros con pinta de insectos. Los androides asesinos no perdieron el tiempo y rápidamente cercaron a los asombrados alumnos, conduciéndolos en manada al centro del patio. Entretanto, otros robots corretearon escaleras arriba para acceder a las habitaciones de los estudiantes, alineadas a lo largo de las paredes de la caverna, y se desplazaron sistemáticamente de puerta en puerta para comprobar que no había nadie que no estuviera en el patio.

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