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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (30 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—¿Se encuentra bien? —le preguntó Raven dando un par de pasos en su dirección. Luego le cogió la barbilla y observó sus ojos mientras le movía suavemente la cabeza a un lado y a otro.

—Creo que sí. Me duele la cabeza, pero ya se me está pasando. Y estoy agotado. Por lo demás, me encuentro perfectamente. Aparte de esto, claro.

Otto alzó las manos y mostró las pequeñas ampollas que tenía en la punta de todos sus dedos.

—¿Cómo ha conseguido hacerlo? —le preguntó Raven con dulzura.

—Pues… la verdad… no tengo ni idea —respondió con sinceridad Otto.

Siempre había sabido que su cerebro era capaz de hacer cosas que no eran normales, pero esta era la primera vez que se le había ido la cabeza de esa forma. Una pequeña parte de sí mismo se asustó de pronto al darse cuenta de que, en cierto modo, él no había hecho nada: era casi como si su intelecto hubiera anulado su personalidad. Otto no había intervenido en absoluto en lo que allí había ocurrido.

La cara de Raven quedó de pronto iluminada por una tenue luz azul y luego sonrió a algo que había detrás de Otto.

—Hola, Otto, me alegro de volver a verle.

Otto se giró para ponerse frente a aquella voz que había reconocido de inmediato. Justo delante del nodo vio suspendido en el aire el entramado de cables azules de la cara de la mente.

Mejor aún, Otto advirtió que el rostro de la mente sonreía.

—Venga, Brand, no tenemos todo el día —dijo con impaciencia Shelby mientras Laura completaba su asalto a la terminal.

—Dame un respiro, Shel —repuso Laura sin levantar la vista de la pantalla—. Si meto la pata, ya te puedes preparar para iniciar una nueva vida convertida en nube de vapor.

Shelby tragó saliva con nerviosismo y echó un vistazo a la sala. Misiles de diversos tipos y formas, así como otros materiales de artillería, reposaban en los armeros distribuidos por toda la sala. Laura tenía razón: un error podía tener consecuencias desastrosas.

Laura intentaba con todas sus fuerzas no pensar en la gran cantidad de material altamente explosivo que tenían a su alrededor mientras trataba de colarse en los controles de los lanzamisiles. Sabía exactamente lo que debía hacer: si daba con el subsistema de comandos correcto, ya no tendrían que volver a preocuparse del dichoso barco.

De pronto se oyó un pitido en la entrada y la puerta se abrió.

—Oh, no —dijo Shelby en voz baja mientras Laura levantaba la vista de la terminal de trabajo.

De pie en el umbral se encontraba la condesa con una pistola en la mano y una expresión asesina.

—No se las puede llevar a ninguna parte, ¿verdad? —dijo con voz fría.

Shelby dio un paso hacia ella y la condesa la apuntó con el arma.

—Bien, bien, señorita Trinity, no pretenderá desarmarme, sobre todo considerando que no se puede mover —dijo con una voz en la que resonaban miles de susurros.

Shelby se quedó paralizada y una expresión de espanto comenzó a extenderse por su semblante al notar que sus propios miembros se negaban a obedecerla. Por más que intentaba moverse, permanecía clavada en su sitio como una estatua.

—Déjeme, bruja —dijo furiosa.

—Le sugiero que mantenga la boca cerrada. ¿O es que prefiere que le ordene que haga que su corazón deje de latir? —replicó la condesa esbozando una sonrisa cruel.

Shelby empalideció. Durante un instante pareció que iba a decir algo más, pero finalmente decidió no hacerlo.

Aprovechando que la condesa estaba distraída, Laura se apartó de un salto de la terminal y corrió hacia las zonas de penumbra que había entre los armeros de los misiles. Miró desesperada a su alrededor, intentando localizar algo que pudiera servirle como arma. No se le pasó por alto lo irónico que resultaba hallarse tan indefensa en un lugar repleto de armamento. De pronto se fijó en una hilera de tres casilleros pegados a la pared, cada uno de ellos con una etiqueta que decía: «Equipo de carga de misiles», y se dirigió hacia ellos.

—Señorita Brand —dijo la condesa—, no me apetece jugar al escondite con usted, así que voy a simplificar las cosas. O está aquí dentro de diez segundos o ejecuto a la señorita Trinity.

La condesa apretó la fría y dura boca de la pistola contra la sien de Shelby.

—No le hagas caso, Laura. Lárgate de aquí —gritó Shelby.

—Silencio —ordenó la condesa, y las cuerdas vocales de Shelby dejaron de funcionar a pesar de que sus labios seguían moviéndose inútilmente.

Laura abrió el primero de los casilleros y hurgó con desesperación entre sus contenidos tratando de encontrar algo que pudiera ayudarla. No había nada, ningún tipo de arma, solo monos y equipo de seguridad.

La condesa amartilló el percutor de la pistola y sonrió al advertir el miedo reflejado en los ojos de Shelby.

—Muy bien, señorita Brand, confío en que pueda vivir con esto en su conciencia —dijo la condesa empezando a apretar el gatillo.

—¡Espere! —chilló Laura, saliendo de detrás de uno de los armeros.

—Venga aquí —le ordenó la condesa, y Laura se dirigió hacia ella—. Para lo poco que valen, ya han causado ustedes dos bastantes problemas —añadió en tono acerado—. Solo las traje conmigo a modo de seguro, pero me temo que han dejado de tener utilidad.

Laura se detuvo a unos pocos pasos de la condesa.

—Bien, señorita Brand, quiero que coja esta pistola y mate a la señorita Trinity —ordenó la condesa señalando a Shelby con el revólver y con un siniestro coro de susurros entrelazados a su voz—, luego mátese usted.

La condesa entregó la pistola a Laura, que la cogió con gesto de auténtico horror. Dio un paso hacia Shelby, que abrió espantada los ojos cuando Laura alzó el arma y… le guiñó un ojo. Laura se giró en redondo y apuntó con el revólver a la condesa, que se encontraba a solo un par de pasos.

—¿Qué hace? —aulló la condesa—. ¡Mátela!

—Me parece que esta vieja bruja acaba de decirme que te mate, pero, sabes una cosa, Shel, no es fácil estar segura con esto puesto —dijo Laura con una voz extrañamente alta mientras se apartaba la mata de cabellos pelirrojos que colgaba sobre una de sus orejas. Allí embutido había un tapón para los oídos, uno de los muchos que había encontrado entre el equipo de seguridad del casillero.

La condesa se disponía a decir algo, pero Laura amartilló el percutor de la pistola y se llevó un dedo a los labios.

—Diga una sola palabra y le cierro la boca para siempre —dijo apuntando con la pistola a la cabeza de la condesa.

Esta miró fijamente a Laura, preguntándose si la chica sería capaz de apretar el gatillo. Los ojos de Laura se entornaron llenos de rabia, y la condesa cerró la boca. Saltaba a la vista que no estaba dispuesta a arriesgarse.

—Ahora libere a Shelby —le ordenó Laura, que seguía hablando algo más alto de lo normal— y no intente decirle que me ataque ni nada por el estilo porque apuesto lo que sea a que puedo apretar el gatillo antes de que lo haga.

Laura observó atentamente a la condesa mientras hablaba.

—Queda libre —dijo, y Shelby se relajó de forma patente.

—Bien —dijo Shelby—, eso significa que ahora ya puedo hacer esto.

Y, acto seguido, se plantó delante de la condesa de dos zancadas y le soltó un puñetazo en la barbilla. Los ojos de la mujer se pusieron en blanco y cayó al suelo inconsciente.

—Bueno, eso no ha sido una buena idea —dijo Laura mientras se quitaba los tapones de los oídos—. ¿Cómo la vamos a sacar de aquí ahora?

—¿Quién ha dicho que haya que sacarla de aquí? —preguntó Shelby con tono acerado.

—Pero si esto funciona, morirá —repuso Laura señalando la terminal.

—Qué pena me da —dijo con acritud Shelby—. ¿Realmente hace falta que te recuerde que hace un instante esa mujer ha intentado obligarte a que me mataras y luego te pegaras un tiro, por no hablar del hecho de que nos haya traicionado a Cypher?

—Tal vez se lo tenga merecido, Shel, pero no estoy dispuesta a que nos convierta a las dos en unas asesinas. Y punto —replicó con firmeza Laura—. Si ella no se viene con nosotras, yo no sigo con esto.

Durante un segundo, Shelby miró fijamente la figura inerte de la condesa.

—Vale, lo que tú digas —aceptó con un deje de frustración en la voz.

—Átala y amordázala —dijo Laura por encima de su hombro—. Esto debería empezar dentro de un par de minutos.

Nigel se deslizaba con sigilo por el pasillo siguiendo a Block y a Tackle. No había ni rastro del coronel y esperaba fervientemente que las cosas siguieran así. Se detuvo al llegar a la puerta por la que habían entrado los otros dos chicos y leyó el cartel que había encima: «Cámara de Control de Flujo». No tenía ni idea de lo que significaba eso, pero parecía uno de esos lugares a los que no conviene entrar cargado de explosivos. Pulsó un botón del panel de acceso que había junto a la puerta y esta se abrió. De golpe se vio inundado por una oleada de calor que emanaba de la sala y oyó una especie de rumor que ya conocía de antes. Había un tramo corto de escaleras metálicas que descendía hacia un recodo del pasadizo, tras el cual se advertía la irradiación de una tenue luz roja.

Nigel bajó las escaleras procurando no hacer ruido y se asomó por el recodo. A duras penas consiguió contener el grito de asombro que estuvo a punto de escapársele de los labios al comprender al fin cómo era posible que HIVE pudiera funcionar exclusivamente con un suministro de energía geotérmica. Una pasarela metálica suspendida en el aire conducía a una sucesión de enormes columnas metálicas hundidas en un lago de lava hirviente que se hallaba muchos metros más abajo. Allí las columnas, que refulgían con un blanco candente, desaparecían bajo la superficie, recogiendo seguramente el inmenso calor del magma. Nigel siempre había supuesto que HIVE se hallaba oculto dentro de un volcán en extinción, pero ahora se daba cuenta de que el volcán en cuestión no estaba extinguido: amaestrado sería un término más correcto.

En el extremo más alejado de la pasarela, Block y Tackle se afanaban en instalar en la columna central un gran objeto con forma de disco. Nigel no estaba seguro de lo que era, pero considerando que la caja con las etiquetas de «altamente explosivo» se hallaba abierta junto a ellos, se apostaba lo que fuera a que aquello no era un Frisbee de alta tecnología. Se estremeció al pensar lo que podía llegar a ocurrir si se hacía detonar un explosivo de gran potencia en un lugar como ese. Tenía que encontrar la forma de detenerles. Dobló el recodo de un paso y casi se le escapa un grito de sorpresa al toparse con el cuerpo de un guardia de seguridad de HIVE que yacía en el suelo enfundado en su mono naranja. Nigel se dio cuenta al instante de que el guardia solo estaba inconsciente, lo cual explicaba los disparos de adormidera que había oído antes, pero lo más interesante era que la adormidera del guardia seguía en la funda que tenía a la altura de las caderas. Jamás había cogido un arma y menos aún la había disparado, pero sabía que iba a tener que salirle bien a la primera.

Se irguió y apuntó a los dos esbirros, que seguían de espaldas enfrascados en la tarea de amarrar el dispositivo a la gigantesca columna. Nigel respiró hondo y apretó el gatillo.

No pasó nada.

—Usuario no autorizado —graznó una sonora voz electrónica que procedía del arma.

El ruido llamó la atención de Block y Tackle. Ambos se volvieron. Nigel sintió una oleada de pánico y apretó de nuevo el gatillo.

—Usuario no autorizado —repitió la voz electrónica en un tono que a Nigel le pareció un poco burlón.

Block y Tackle ni abrieron la boca, se limitaron a avanzar por la pasarela en dirección a Nigel. La expresión asesina de sus caras indicaba que su intromisión no les había hecho ni pizca de gracia.

Nigel se dio la vuelta para salir corriendo y en su descontrol volvió a tropezarse con el guardia inconsciente.

¡El guardia inconsciente!

Nigel hincó una rodilla, puso la adormidera en la palma de la mano inerte del guardia dormido y torpemente apuntó a Block y a Tackle. Luego apretó el gatillo con el dedo del guardia.

¡¡¡ZAP!!!

La adormidera lanzó un disparó y el chisporreteo del tiro pasó rozando la oreja de Block. En aquel momento, los dos esbirros esprintaron por la pasarela en dirección a Nigel.

¡ZAP! ¡ZAP! ¡ZAP!

El chico disparó varias veces seguidas. El primer disparo falló por mucho, pero los otros dos dieron en el blanco y primero Block y luego Tackle se derrumbaron sobre el suelo cuando los tiros de la adormidera aturdieron sus sistemas nerviosos. Block se desplomó a escasos centímetros de Nigel, que exhaló un suspiro de alivio largo y sonoro.

—Tira el arma.

Nigel sintió la presión de un objeto frío y metálico en la nuca.

—Tira el arma ahora mismo —repitió el coronel, apretando con más fuerza el arma que tenía apoyada en la nuca de Nigel para dar más énfasis a su orden.

Nigel dejó que el arma se le resbalara de la mano y se levantó lentamente con los brazos en alto.

—¡Yaaaaaarrrrrrgggghhh!

Aquello era una mezcla de grito de guerra y chillido de terror. El coronel se volvió en redondo justo a tiempo de recibir el impacto del cuerpo aerotransportado de Franz Argentblum. El coronel era un militar avezado y estaba dotado de una fuerza física increíble, pero Franz había saltado desde lo alto de las escaleras que estaban justo detrás de él y las leyes de la Física hicieron el resto. El chico aterrizó sobre el coronel como una roca, lo derribó y la pistola que había estado empuñando salió disparada por encima del borde de la pasarela y cayó en el lago de lava de abajo. El coronel rodó por el suelo, se quitó a Franz de encima y luego trató de ponerse de pie.

—Ahora tendré que matarte con mis propias manos —gruñó mientras avanzaba hacia Franz, que se alejaba arrastrándose de espaldas por el suelo con la cara contraída en un gesto de puro terror.

¡¡ZAP!! ¡¡ZAP!!

La expresión de la cara del coronel pasó de la rabia a la confusión mientras se le doblaban las rodillas. Luego puso los ojos en blanco, se desplomó hacia delante y cayó sobre Franz.

Nigel dejó que la adormidera que seguía empuñando la mano del guardia inconsciente cayera de sus manos temblorosas.

—¡Quítamelo de encima! ¡Quítamelo de encima! —chillaba Franz mientras trataba de salir rodando de debajo del peso muerto del cuerpo inconsciente del coronel.

El muchacho se acercó corriendo a su amigo, lo sacó de debajo del coronel y le ayudó a ponerse de pie.

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