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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (22 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—Ya era hora —dijo Raven.

Otto la observó con gesto interrogante. La mujer miraba hacia arriba y, al imitarla él, su exhausto cerebro tardó unos instantes en comprender lo que estaba viendo. Una docena de metros por encima de ellos había una silueta en medio del aire rodeada de una luz brillante.

Se produjo una reverberación y de súbito se hizo visible el resto de
El Sudario
. Acto seguido, un cable y un arnés caían desde la escotilla trasera.

—¿Les llevamos? —preguntó la voz del piloto por el altavoz externo de la aeronave.

Nero estaba furioso. La expresión de su rostro mientras bajaba la vista para mirar la figura encogida del jefe de seguridad era de las que hielan la sangre. Los otros agentes que había en el centro de mando se concentraban en sus tareas, procurando por todos los medios no hacer nada que llamase la atención de Nero.

—Corríjame si me equivoco, señor Lewis, pero creo recordar que en cierta ocasión dijo que era un calabozo a prueba de fugas —había hielo en su voz.

—Sí, señor. No comprendo qué puede haber pasado. Justo antes de que el coronel Francisco se fugara, perdimos la señal de todas las cámaras del calabozo. Tiene que haberle ayudado alguien, pero no tengo ni idea de cómo logró introducirse allí. Solo los cargos superiores y el personal autorizado tienen acceso a esa zona.

—Ni una cosa ni otra son válidas para los señores Block y Tackle, así que… ¿me puede explicar cómo se las arreglaron para acceder a la zona de detención? —Nero empezaba a perder la paciencia. Alguien estaba amenazando su escuela y no estaba dispuesto a tolerarlo.

—No lo sé —respondió débilmente el jefe de seguridad.

—Ya estoy harto de oír siempre la misma respuesta, señor Lewis —dijo Nero, lanzándole una mirada iracunda—. ¿Mente, tienes registrada alguna intromisión en la red de seguridad de los calabozos o en tu propio sistema que pueda explicar esto?

—No hay registro de ningún acceso a cualquiera de mis sistemas que pueda explicar esta anomalía —respondió a toda prisa la mente, cuya cabeza azul flotante se proyectaba en el aire unos centímetros por encima de una consola cercana.

—Parece razonable inferir, por tanto, que alguien se ha ocupado de borrar esos registros —dijo Nero con impaciencia.

—Es una inferencia lógica —repuso la mente.

—Profesor —dijo Nero volviéndose hacia Pike—, ¿cabe la posibilidad de que se haya concedido a los señores Block y Tackle una autorización de acceso al núcleo de datos de la mente de un nivel lo bastante alto como para borrar esos registros?

—No, es imposible. Solo usted y yo tenemos ese nivel de acceso al núcleo de datos. Ni aun en el caso de que el coronel Francisco les hubiera facilitado sus propios códigos de acceso habrían podido realizar una purga de datos como esa, porque él tampoco tiene autorización para ello. Y, por si fuera poco, yo mismo invalidé todas sus autorizaciones de acceso cuando fue detenido. Simplemente, no es posible.

Nero miró con fijeza el rostro impasible de la mente. Alguien se había esmerado mucho para que el ente de inteligencia artificial no fuera capaz de proporcionarles ningún detalle sobre lo ocurrido y para que el coronel pudiera fugarse sin ser detectado. Resultaba extraño pensar que para la mente de HIVE fuera como si esos hechos no hubiesen tenido lugar.

En ese momento entró la condesa en el centro de mando con cara de satisfacción.

—Acabo de recibir noticias de
El Sudario
que fue enviado a la base de Cypher. Han encontrado a Raven y a Malpense vivos —informó con rapidez.

Nero sintió un inmenso alivio. Por fin, algo salía bien.

—¿Y Cypher? —preguntó.

—Ha huido. Su base ha sido destruida, pero él logró escapar. En este preciso momento, los sistemas de vigilancia del SICO están intentando determinar su localización, pero el buque en que embarcó se ha volatilizado.

—¿Volatilizado? —repitió Nero—. ¿Cómo es posible? Nada, y menos aún algo tan grande como un buque transoceánico, debería ser capaz de eludir la red de seguridad del SICO.

—Al parecer, Cypher podría haber tomado «prestadas» algunas de las investigaciones del profesor Pike —repuso la condesa—. Según Raven, es posible que el barco goce de la misma capacidad de camuflaje que
El Sudario
.

—En otras palabras, es invisible, igual que un agujero en el océano —apostilló Nero, que de nuevo sentía crecer en él un sentimiento de frustración.

—Sí, eso parece —dijo la condesa—.
El Sudario
está ya regresando a HIVE, pero Raven se teme que la propia escuela pueda ser el siguiente objetivo de Cypher.

—¿Un ataque contra la isla? —dijo con sorna el profesor—. Que lo intente.

Nero asintió con la cabeza. Los sistemas de defensa externa de HIVE habían sido diseñados para resistir un ataque aeronaval conjunto de las fuerzas armadas de un país: un solo barco no tenía ninguna posibilidad.

—Comparto su fe en las defensas de HIVE, profesor, pero si hay algo que he aprendido en estas últimas veinticuatro horas es que jamás debemos subestimar la capacidad de Cypher. Ponga a todas las fuerzas en alerta máxima y asegúrese de que la red de seguridad de la isla está activada.

Si Cypher buscaba pelea, eso era exactamente lo que tendría.

Laura y Shelby caminaban por el pasillo en dirección a la sala de reuniones. La escuela estaba en silencio; todavía era muy temprano para que la gran mayoría de los alumnos y el personal estuvieran ya despiertos y danzando por la escuela.

—Me pregunto qué estará pasando —dijo Shelby.

—No lo sé —repuso Laura—, pero supongo que estamos a punto de averiguarlo.

La puerta de la sala se abrió con un pitido y las dos chicas pasaron adentro. Shelby exhaló un grito ahogado al ver a la persona que estaba sentada en el extremo más alejado de la larga mesa de conferencias.

—¡Coronel Francisco! —exclamó Laura mientras una sonrisa maligna se extendía por los labios del militar.

Shelby se dio la vuelta para salir corriendo por la puerta, pero se encontró la salida bloqueada por Block y Tackle, que la apuntaban directamente con sendas adormideras. La chica retrocedió lentamente al entrar ellos en la sala, Block cubriéndolos mientras Tackle cerraba la puerta con llave desde dentro.

—Me alegro de volver a verlas, señoritas —dijo el coronel—, pero esta vez se van a venir ustedes conmigo.

Nero estaba echando un vistazo a los informes del Departamento de Seguridad. No había por ahora ninguna pista sobre el paradero del coronel ni sobre el de sus dos estudiantes descarriados, y se había avanzado muy poco en la aclaración de cómo se las habían ingeniado para salir de la zona de detención sin ser detectados. La mente estaba realizando barridos de baja intensidad en la escuela, pero con poco éxito de momento. Nero tenía la molesta sensación de estar aguardando lo inevitable.

La campanilla de entrada a su despacho sonó y Nero apartó la vista de los informes exasperantemente vagos que llenaban el monitor de su escritorio.

—Adelante —ladró con impaciencia.

Acto seguido, la condesa entró en la sala. Su cara expresaba contrariedad mientras se acercaba deprisa al escritorio del doctor.

—Max, me temo que traigo noticias bastante alarmantes —dijo en voz baja.

—¿Qué pasa ahora? —le espetó Nero con patente impaciencia.

—Bueno, la mente prosigue con sus barridos de seguridad, según lo ordenado, pero hay una anomalía en el recuento de los alumnos.

—¿Qué quiere decir? —inquirió Nero alzando una ceja.

—Al parecer, faltan las estudiantes Brand y Trinity.

Nero estrelló con furia un puño contra la mesa.

—En nombre de toda la maldad del mundo, ¿qué demonios pasa aquí? —gritó.

—Bueno, eso es lo que hemos estado intentando desentrañar el profesor y yo —prosiguió la condesa—. Hemos tratado de averiguar cómo es posible que alguien haya logrado eludir tan fácilmente el sistema de seguridad, y la conclusión a la que hemos llegado es bastante alarmante.

—¿Cuál es? —dijo con impaciencia Nero.

—Se trata de la mente —respondió en voz baja la condesa—. Da la impresión de que puede habernos mentido sobre los registros de seguridad.

—¿Está segura? —preguntó Nero con un furor gélido en los ojos.

—Me temo que sí. Al parecer, la personalidad de la mente no ha sido eliminada de una forma tan completa como nosotros pensábamos.

Nero sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral. La mente no podía mentir, al menos en teoría. Una de las principales razones por las que todo el funcionamiento de la base en materia de seguridad y logística se había puesto en manos del ente de inteligencia artificial era porque se suponía que era incapaz de engañar: totalmente incorruptible. La única conclusión posible era que la personalidad rebelde de la mente se había reafirmado de alguna manera y que la máquina había estado implicada en la conspiración desde un principio. Nero se dio cuenta de que había llegado la hora de desactivarla de forma definitiva.

—¿Qué sugiere el profesor que hagamos? —repuso Nero en voz baja. Sabía que la mente no tenía la capacidad de oírlos en su despacho privado si no había sido convocada expresamente: ese había sido uno de los rasgos de su sistema en el que Nero había hecho más hincapié.

—Bueno, lo primero es pasar los sistemas de seguridad de la escuela a control plenamente manual. Si es cierto que la mente está actuando contra nosotros, parece lo más prudente. Sobre todo si el peligro de ataque es inminente.

Nero asintió con la cabeza y comenzó a teclear una serie de comandos. Después del incidente de la planta monstruosa que había tenido lugar ese mismo año, Nero había ordenado que todos los sistemas de seguridad y defensa pudieran seguir funcionando aunque la mente estuviera desconectada. La escuela no volvería a quedarse desprotegida otra vez.

—Sugiero que solo usted y yo tengamos autorización ejecutiva —continuó la condesa.

—De acuerdo —respondió Nero.

Considerando los acontecimientos que habían tenido lugar los dos días anteriores, cuantas menos personas pudieran controlar la seguridad de la escuela, tanto mejor.

—Ya está, esto debería servir para aislar los sistemas de defensa y seguridad. Solo usted y yo tendremos autorización ejecutiva —dijo con un suspiro Nero. Se sentía cansado, llevaba casi cuarenta y ocho horas sin dormir.

—Gracias, Max. Eso es todo lo que necesito —dijo en voz baja la condesa.

Había algo raro en su tono de voz que hizo que Nero alzara la vista de su monitor. Sus ojos se abrieron horrorizados al ver que la condesa le apuntaba con una pistola. Y no era una adormidera.

—¡Usted! —bufó Nero al darse cuenta del verdadero alcance de la traición a la que tenía que hacer frente.

—Sí, Max… Yo —la condesa no daba la más mínima muestra de emoción.

Nero desvió la vista hacia la consola de su escritorio. —Ni se le ocurra hacerlo, Max —dijo con calma la condesa—. Apártese del escritorio.

—¿Por qué, María? Yo confiaba en usted —repuso Nero, mientras la condesa giraba el monitor y le echaba un vistazo, sin dejar de apuntar a Nero con el arma en ningún momento. Al ver que se habían efectuado todos los cambios necesarios en el sistema de seguridad y defensa, esbozó una sonrisa. Luego se sacó del bolsillo un pequeño dispositivo plateado y lo conectó a uno de los puertos de datos de la consola.

—Como yo misma le dije, Max, toda persona tiene un precio.

—No esperaba esto de usted, María —repuso Nero—. No pensaba que Cypher pudiera comprar a alguien como usted por un precio tan bajo.

—No ha sido tan bajo —replicó la condesa sonriendo—. Cuando esto acabe, Cypher me ha prometido todo un continente. Aún no estoy segura de cuál elegiré, pero ya me ocuparé de ello más adelante.

—No puede confiar en él. ¿Qué cree que ocurrirá cuando todo esto termine, cuando ya no la necesite?

—Oh, Max, no entiende nada, ¿verdad? El mundo ha seguido moviéndose. Ya no hay sitio en él para la gente como usted, un delincuente de la vieja escuela con un retorcido sentido ético. Estamos en el siglo
XXI
, un mundo nuevo en el que no hay lugar para una reliquia del pasado como esta escuela o, incluso, como el propio SICO. Los tiempos han cambiado, Max, y quien se niega a cambiar con ellos se queda rezagado.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para él? —preguntó Nero con voz suave.

—Lo suficiente —respondió la condesa—. Baste decir que todo esto ha sido planeado con sumo cuidado.

—¿Y el coronel? —dijo Nero, aunque sospechaba que sabía exactamente lo que había pasado.

—Francisco es un imbécil sin personalidad. Eso es lo malo de los militares; están tan acostumbrados a recibir órdenes que les resulta casi imposible resistirse cuando les digo lo que tienen que hacer. Puede que haya una mínima parte de la cabeza del coronel que haya tratado de resistirse a hacer lo que yo le decía. Pero la verdad es que da igual. Y lo mismo puede decirse de esos dos estudiantes, Block y Tackle. Se limitan a hacer lo que se les dice. No debería culparles, no tienen ni voz ni voto en todo el asunto. Cuando me percaté de que la señorita Brand había interceptado mi transmisión, escenifiqué la captura del coronel y colaboré en su sometimiento para ponerme fuera de toda sospecha.

Posiblemente, Nero no hubiera comprendido nunca del todo cómo funcionaba la excepcional capacidad de la condesa para controlar a los demás, pero a lo largo de los años había visto suficientes pruebas de ello como para saber que era más que capaz de hacer lo que acababa de decirle. A menudo se había preguntado cómo sería tener esos poderes en contra y ahora lo estaba comprobando.

—Entiendo que también es usted la responsable de la pérdida de
El Sudario
cuando sobrevolaba la base de Cypher —dijo Nero, en cuyo interior iba creciendo un furor frío.

—Digamos que las órdenes de última hora que recibió el piloto incluían una serie de instrucciones nuevas —replicó la condesa con una sonrisa perversa—, aunque parece que Malpense y Raven tienen casi tantas vidas como la señorita León.

—¿Es consciente de toda la gente que ha muerto como consecuencia de lo que ha hecho? —inquirió Nero, intentando ahora mantener su furia bajo control.

—Discúlpeme, pero me resulta un poco difícil aceptar lecciones de ética de un hombre que dirige una escuela de superdelincuentes. Es usted un dinosaurio, Max. En el mundo real ya no hay cabida para la gente como usted.

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