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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (18 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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De pronto, un movimiento en el límite mismo de su campo visual llamó su atención. Lo que en un primer momento le había parecido una pared maciza de roca viva se estaba hundiendo en el suelo y dejaba entrar un chorro de luz que sobrecargó temporalmente su sensible equipo de visión nocturna. Otto corrió a esconderse detrás de un gran bloque de piedra que había cerca y, una vez que la electrónica de su casco compensó la súbita inundación de luz, vio surgir varias figuras de la entrada que había permanecido oculta hasta entonces. De inmediato reconoció las sinuosas formas negras de los sicarios que les habían atacado con anterioridad aquel mismo día. Cruzaban el umbral con la misma elegancia sigilosa que ya conocía de la vez anterior y movían la cabeza a uno y otro lado mientras se iban desplegando por el piso de la caverna. Al menos, aquello significaba que Otto había dado con el lugar correcto, pero, cosa bastante más alarmante, también parecía indicar que su llegada no había pasado tan desapercibida como él había creído. Dos de las figuras vestidas de negro se quedaron en el umbral mientras las demás procedían a registrar la caverna, recorriéndola rápidamente y acercándose de manera inexorable a la posición de Otto. Tenía que moverse. Miró desesperado a su alrededor buscando otra salida, pero no tardó en darse cuenta de que no la había. La única forma de salir de la caverna era pasando por entre los dos hombres que hacían guardia en el umbral y dudaba mucho que se mostraran deseosos de invitarle a pasar.

Otto comenzó a retroceder lentamente, manteniendo el bloque de piedra entre él y los sicarios que se le aproximaban. Uno de sus pies patinó sobre las rocas húmedas que tenía detrás y estuvo a punto de caerse: se encontraba justo al borde del rugiente torrente que surgía de la base de la cascada. A lo largo de los siglos, aquel río subterráneo había excavado en la base de la cueva un profundo cauce que se perdía en un agujero negro abierto en la pared de roca. No tenía escapatoria. En cuanto los sicarios rodearan el bloque de piedra que le ocultaba, le descubrirían y con fría certidumbre Otto se dio cuenta de que lo matarían de inmediato. Se irguió y respiró hondo. Ya que tenía que salir, al menos lo haría combatiendo.

Raven soltó una escueta maldición en ruso mientras planeaba hacia el fondo de la caverna. Abajo vio un abanico de luz esparciéndose por el suelo, a medida que la entrada secreta se abría, y luego contempló cómo entraban en tropel una docena de aquellos sicarios letales que habían estado a punto de acabar con ella. Adoptaron de inmediato una formación de búsqueda, desplegándose por la caverna rápida y eficazmente. Quienesquiera que fueran, habían sido muy bien entrenados.

Echó un vistazo al lugar al que había corrido a ocultarse Malpense cuando empezó a abrirse la puerta. Su posición elevada le permitía darse cuenta de que dentro de muy pocos segundos le descubrirían. Sabía lo que tenía que hacer. Tiró de los conductores de su paracaídas para dirigirlo a la entrada secreta. Cuando se encontraba a veinte pies del suelo, accionó de un golpe el mecanismo de desenganche de su arnés y se dejó caer mientras el paracaídas abandonado se perdía en la oscuridad. Raven golpeó el suelo con fuerza, rodó hacia delante para amortiguar el impacto y se puso de pie de un salto. Se arrancó el casco de la cabeza y, mientras corría hacia los dos guardias que vigilaban la entrada, desenvainó de un solo movimiento los dos aceros que llevaba a la espalda. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de salir airosa de un enfrentamiento con un número tan elevado de aquellos misteriosos
ninjas
, pero tenía que alejarlos de Otto. Los dos guardias de la puerta corrieron a su encuentro. Parecían estar desarmados, pero lo ocurrido en Tokio le había enseñado a Raven que con hombres como aquellos eso no suponía una gran diferencia.

Sus catanas gemelas, reducidas a un simple borrón en el aire, lanzaron un ataque fulminante contra los dos
ninjas
. Pero estos, al igual que la vez anterior, se movieron a una velocidad y con una eficacia sobrehumanas, esquivando o parando unos golpes que en circunstancias normales habrían sido letales y reaccionando a cada uno de sus movimientos. Los guardias que se habían desplegado por la caverna corrían ahora hacia el umbral, y Raven, comprendiendo que la batalla estaba perdida, se alejó de los hombres de la puerta mientras el resto de los guardias formaba un círculo irregular en torno a ella. Se situó en el centro y dirigió una mueca asesina a las figuras borrosas de los sicarios que la tenían rodeada.

—¿Uno por uno o todos a la vez? —gruñó, echando un vistazo a su alrededor.

Los guardias, sin dar ninguna muestra de inquietud, fueron estrechando poco a poco el círculo.

Otto contemplaba horrorizado cómo Raven era cercada por los sicarios. Su aparición había atraído a todos sus perseguidores hacia la abertura y le había librado por unos segundos de ser localizado, pero no le producía ningún alivio ver la situación que se estaba desarrollando al otro extremo de la caverna. Los
ninjas
que rodeaban a Raven avanzaban implacables. Uno atacaba de frente y otros lanzaban un ataque simultáneo por detrás para ir agotándola poco a poco. Raven luchaba como una fiera, pero lo único que conseguía era mantener su posición, y el final, cuando llegó de forma inevitable, fue rápido y brutal. Abrumada por la lluvia de golpes, Raven dobló una rodilla y fue apaleada de forma inmisericorde en el suelo. En cuestión de segundos todo había terminado; dos de los
ninjas
desaparecieron por el umbral deslumbrante de la entrada llevándose a rastras el cuerpo inerte de Raven.

El resto de los sicarios se pusieron de nuevo en movimiento, desplegándose por la caverna para retomar la búsqueda. Otto, desesperado, echó un vistazo alrededor. No se veía ningún escondrijo donde poderse ocultar, y si le descubrían ahora, el sacrificio de Raven habría sido inútil. Una idea cruzó como una centella por su mente. Parecía una locura, pero enseguida se dio cuenta de que tal vez fuera su única oportunidad. Miró el visualizador que tenía en lo alto del casco y vio que le quedaban menos de cuatro minutos de oxígeno. No tenía ni idea de si sería suficiente, pero tenía que confiar en que lo fuera. Se dio la vuelta, se detuvo un instante para ralentizar su respiración y luego se zambulló en el rugiente torrente que surgía de la cascada.

Al instante se vio atrapado por la vertiginosa corriente, cuyas gélidas aguas lo arrastraron dando vueltas hacia el agujero negro que se abría en el muro de la cueva. Otto no tenía ni idea de adonde le conduciría el torrente, pero en aquel momento lo importante era que se trataba de la única vía de escape. Al penetrar por la cueva, el río fue cobrando más velocidad y el casco de Otto chocó con una roca oculta bajo la superficie. El visualizador parpadeó un instante y luego se apagó. Se había quedado sin visión nocturna y la impenetrable negrura no le permitía distinguir entre arriba y abajo. Se golpeó contra otra roca, se le cortó la respiración y sintió auténtico miedo, pues comprendió que tenía las mismas posibilidades de morir en aquel torrente salvaje que a manos de cualquiera de los sicarios de Cypher. Otto se esforzó por tomar aire; su casco, al menos, seguía suministrándole oxígeno, pero ya no quedaba más que para dos minutos.

De pronto se vio transportado por el aire. El estómago le dio un vuelco mientras caía a oscuras durante un tiempo que se le hizo eterno. Finalmente se estrelló de nuevo contra el agua. La visera impactó contra un objeto macizo y el agua entró a chorros en el casco. Consciente de que la provisión de oxígeno ya se habría agotado, luchó desesperadamente por quitarse el casco, que se estaba llenando de agua helada. Sintió un golpe de aire en la cara durante un instante y aspiró entrecortadamente una bocanada antes de volver a hundirse en el agua. Al sentir que le empezaban a arder los pulmones, se esforzó por volver a la superficie, pero estaba completamente desorientado. Otro trozo de roca oculto le golpeó en la nuca. Su último y desconsolado pensamiento antes de perder el conocimiento fue que Cypher había ganado.

—¿Cómo que ha desaparecido? —preguntó Nero con impaciencia.

—Se ha esfumado sin más, señor. No conseguimos conectar por radio con
El Sudario
y no hay nada en el seguimiento por satélite —contestó el atribulado técnico de comunicaciones con voz débil.

—Supongo que habrá activado el radiofaro de emergencia, ¿no? —dijo el profesor Pike cruzando el puesto de mando para acercarse a la consola en la que trabajaba el técnico.

—Sí, profesor. Lo he intentado todo. Simplemente, no hay ni rastro de ellos. ¿No les habrán… derribado? —inquirió con nerviosismo.

—De haberse tratado de otro tipo de aparato habría cabido esa posibilidad, pero no existe en la tierra un sistema antiaéreo capaz de detectar
El Sudario
, y menos aún de derribarlo. No, tiene que haber ocurrido alguna otra cosa —repuso el profesor, escudriñando la pantalla a través de sus destartaladas gafas.

Nero se restregó los ojos con una mano y exhaló un suspiro. Aquel día las cosas iban de mal en peor. Aun así, de momento se negaba a perder toda esperanza. No sería la primera vez que Raven y Malpense sobrevivían a un incidente imprevisto. Sabía que debía informar de la situación al Número Uno, sobre todo al estar involucrado en ella Malpense, pero también sabía por anteriores experiencias que informar al Número Uno sin tener un conocimiento exhaustivo de la situación nunca era una buena idea. No, lo mejor sería esperar hasta que tuviera una idea más clara de lo que había pasado.

—Mire a ver si puede obtener una imagen térmica del área circundante —ordenó el profesor, y el técnico procedió a interceptar cualquier dato relevante de los satélites de las proximidades.

El profesor se acercó a Nero con gesto preocupado.

—Mal asunto, Max. Sé que
El Sudario
fue diseñado para ser invisible, pero no para nosotros. Si está volando, deberíamos poder localizarlo —dijo en voz baja.

—¿Alguna teoría? —preguntó Nero con gesto fatigado.

—Bueno,
El Sudario
es un aparato experimental. Puede haberse producido algún fallo en el equipo.

Nero pensó que un «fallo en el equipo» no era una descripción excesivamente precisa de una bola de fuego en el aire y una lluvia de restos en llamas cayendo a la tierra. El doctor se esforzó por borrar esa imagen de su mente.

—No, es demasiada coincidencia que algo haya salido mal justo en el momento en que estaban a punto de llegar a la base de Cypher. Algo ha ocurrido, y no ha sido un accidente.

—Estoy de acuerdo —dijo el profesor—. Ya solo nos queda un prototipo, es una pena perder equipo de esta manera.

Nero dirigió una mirada iracunda al profesor.

—Lo que quiero decir es que la posibilidad de que se haya producido una pérdida de vidas humanas es una tragedia… Claro, es terrible… —se apresuró a añadir el profesor.

—Doctor Nero, tengo algo —le informó el técnico, señalando el monitor.

Nero y el profesor se acercaron apresuradamente para ver lo que había encontrado. La pantalla mostraba una imagen térmica de la zona que rodeaba la base de Cypher. La mayor parte de la pantalla la ocupaban los intensos púrpuras y azules de la fría y silenciosa jungla, pero rasgando la mitad de la zona había un profundo tajo de tonos anaranjados, amarillos y blancos.

—Esa zona está sembrada de restos de una catástrofe —dijo en voz baja Pike.

—Profesor, ¿cuánto tardaría en tener listo para volar el último de los Sudarios? —preguntó a toda prisa Nero.

—Bueno, lo mandamos a la reserva cuando se acabaron de construir los otros dos… Un par de horas como mínimo.

—Dispone de una hora, profesor —dijo con frialdad Nero—. Quiero un equipo de rescate en esas coordenadas lo antes posible.

El profesor asintió con la cabeza y se apresuró a salir de la sala. De momento, Nero seguía resistiéndose a aceptar lo peor. Aún había esperanza. Además, se recordó a sí mismo, si Malpense se encontraba a bordo de
El Sudario
cuando se estrelló, no tendría que volver a preocuparse de nada. Ya se ocuparía el Número Uno de ello.

Otto abrió lentamente los ojos. Tenía arena húmeda en la boca, y el cuerpo le dolía como si le hubiera atacado un gigante provisto de un ablandador de carne. Pero estaba vivo, y eso era poco menos que un milagro. Con cautela se puso a cuatro patas y, conforme sus ojos se fueron adaptando a la oscuridad, distinguió algunos vagos detalles del entorno. Se encontraba en una amplia caverna al borde de un estanque subterráneo. La cueva estaba llena de extrañas formaciones rocosas, relucientes formas orgánicas producidas por el implacable gotear del agua a lo largo de los milenios. Otto respiró hondo un par de veces y luego intentó levantarse.

—Aaaaaay —gimió mientras se ponía de pie tambaleándose.

La rodilla izquierda le palpitaba de dolor, pero, al menos, sus piernas parecían capaces de sostener el peso de su cuerpo. De pronto advirtió una tenue luminosidad proveniente de una abertura al otro lado de la gruta. Llevaba el uniforme empapado y se sentía al borde de la extenuación, pero sabía que tenía que mantenerse en movimiento. Por muy tentador que fuera quedarse acurrucado en medio de la oscuridad, no debía olvidar que ahora era la única persona que tenía alguna posibilidad de encontrar a Cypher, detenerlo y rescatar a Raven. Suponiendo que siguiera con vida, claro, le recordó una desagradable vocecilla desde el fondo de su cabeza.

Avanzando pesadamente por la arena húmeda que rodeaba el estanque, se dirigió a la abertura de la que procedía la tenue luminosidad. A medida que se fue acercando a la fuente de luz pudo distinguir un nuevo sonido: el sonoro golpeteo y los silbidos típicos de una maquinaria pesada. Se asomó con cautela por la abertura de la pared de la cueva y lo que vio le dejó estupefacto. Más abajo había una caverna enorme, repleta de robots industriales y otras máquinas complejas que trabajaban en una enorme cadena de montaje. La maquinaria en sí no era muy distinta de la que podría encontrarse en cualquier fábrica dedicada a la producción de equipos de alta tecnología, pero lo que resultaba más sorprendente era lo que se estaba fabricando.

Desde su puesto de observación privilegiado podía ver cada una de las fases del proceso de producción en toda su asombrosa complejidad. Numerosos componentes se iban añadiendo a la masa de la maquinaria y solo hacia la mitad de la cadena de producción resultaba evidente qué estaban montando. Otto vio cómo quedaban ensamblados una especie de esqueletos metálicos negros, a los que se iban atornillando más y más componentes a medida que avanzaba el proceso. Para cuando aquellos misteriosos cuerpos metálicos alcanzaban el final de la cadena de montaje, habían adquirido una forma tan siniestra como inconfundible. Otto comprendió de golpe por qué los sicarios de Cypher habían conseguido poner en un serio aprieto a Raven en varias ocasiones. ¡Eran robots!

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