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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (21 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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Se encontraba más o menos por la mitad de la ascensión cuando sintió que la plataforma entera volvía a agitarse. Al mirar hacia abajo, vio que su adversario empezaba a moverse, lentamente al principio, luchando por ponerse a cuatro patas y elevando el extremo de la plataforma al incorporarse. Por debajo de ella, el robot por fin logró ponerse de pie, el extremo de la plataforma resbaló sobre su espalda y se estrelló contra el suelo con un estruendo ensordecedor. Raven consiguió sujetarse a duras penas mientras la plataforma se desplazaba. Uno de los dos anclajes que aún seguían sujetando el extremo superior cedió con un crujido ensordecedor y la plataforma entera pivotó, dejando a Raven suspendida en precario equilibrio sobre el precipicio del pozo.

El robot gigante miró hacia arriba y vio a su presa colgando a una distancia que, para su tormento, se hallaba fuera de su alcance. Luego se agachó, agarró el extremo inferior de la plataforma con ambas manos y sacudió toda la pasarela. Raven se aferró con todas sus fuerzas para salvar la vida mientras la máquina intentaba soltarla a base de sacudidas. Aquello era como tratar de sostenerse sobre un toro de rodeo. El único anclaje que le quedaba a la plataforma soltó un ominoso crujido y Raven hizo un último intento desesperado para impulsarse con un balanceo hasta el borde de la puerta labrada en la pared de roca. Los dedos de una de sus manos alcanzaron el borde de la apertura y entonces se pegó a la roca maciza, justo en el momento en que la maltratada plataforma abandonaba al fin su combate contra la gravedad y se precipitaba hacia el pozo con gran estrépito.

Raven se aupó al umbral y miró hacia el pozo. A lo lejos, el robot seguía forcejeando para liberarse del amasijo de metales retorcidos que era todo cuanto quedaba de la plataforma de vigilancia. Raven no pudo evitar sentirse impresionada al ver cómo arrojaba a un lado los escombros y luego se ponía lentamente de pie y alzaba la vista para mirarla. «Haría falta un tanque para detener a uno de esos bichos», pensó y con un leve escalofrío se dio cuenta de que era poco probable que Cypher hubiera abandonado allí a esa máquina si fuera la única que tuviera.

Se oyó el retumbar de otra explosión cercana y Raven comprendió que tenía que ponerse en marcha. Se dio la vuelta y corrió sigilosamente por el pasillo que se abría al otro lado de la puerta. Abajo, en el pozo, el gigante mecánico se abrió paso a zancadas entre los escombros esparcidos por el suelo y, al llegar al muro, alzó la vista para mirar la puerta que había arriba. Acto seguido, estrelló una mano contra el muro, se puso a machacar la roca hasta formar un asidero firme y luego, con ritmo lento pero seguro, comenzó a escalar.

Otto se acercó a hurtadillas al embarcadero y se ocultó detrás de una de las pilas de cajas que había repartidas por la zona de carga. La pasarela que conducía a la cubierta del barco de Cypher estaba a treinta metros de distancia, aunque hubiera dado igual que se encontrara a trescientos kilómetros debido a los dos robots asesinos que la vigilaban. No había forma de subir a bordo estando ellos allí. Tendría que encontrar otro camino. Miró a su alrededor con desesperación: se le estaban agotando el tiempo y las ideas.

De pronto, los dos guardias se volvieron a la vez y subieron corriendo la rampa mientras la pasarela comenzaba a retirarse deslizándose dentro de la superestructura del buque. Comenzó a sonar una bocina y las enormes puertas de acero del otro extremo de la caverna se fueron abriendo lentamente con un estruendo sordo. Otto alcanzó a distinguir las vagas luces del amanecer que llegaban desde el exterior a medida que los cables de acero que habían tenido amarrado el buque al muelle se soltaban de sus soportes y comenzaban a enrollarse. Cuando el barco empezó a moverse, Otto comprendió que tenía que actuar sin más dilación. Se irguió y se dispuso a atravesar el muelle a la carrera, pero antes de que llegara a moverse sintió una mano que se cerraba sobre su boca.

—No sea estúpido, no hay forma de embarcar ahora —le susurró Raven con la boca pegada a su oreja. Luego le quitó la mano de la boca y Otto se dio la vuelta.

—Pensé que estaba muerta —dijo con una mezcla de alivio e incredulidad.

—Sabe, estoy empezando a hartarme de oír eso —repuso Raven esbozando una sonrisa.

—Cypher va en ese barco —dijo Otto apresuradamente—. Tenemos que subir a bordo.

—Ya lo sé, pero, a menos que haya adquirido usted la capacidad de volar en mi ausencia, no va a ser posible —respondió Raven.

Otto sabía que estaba en lo cierto. Aun suponiendo que consiguieran acercarse al barco, no había forma de escalar la pulida superficie de su casco. De golpe se sintió embargado por un abrumador sentimiento de frustración.

—No voy a permitir que se escape —dijo con furia Otto—. Tenemos una cuenta pendiente con él. Raven le miró a los ojos.

—Sé cómo se siente, Otto, de veras, pero esa no es la manera.

Otto desahogó su frustración dando un puñetazo en uno de los contenedores metálicos. Después de haber estado tan cerca, resultaba que Cypher volvía a escurrírseles entre los dedos.

El enorme buque continuaba alejándose del muelle, ganaba velocidad mientras atravesaba las puertas abiertas al mar y se iba sumiendo en la luz gris del amanecer. Una vez que la popa del buque traspasó las puertas, estas volvieron a cerrarse, dejando sellados los muelles.

—Salir de aquí es la primera prioridad —dijo Raven recorriendo con la mirada los muelles en busca de algún lugar por donde escapar.

De pronto, una explosión, la más grande de todas las que se habían producido hasta entonces, sacudió la caverna. Enormes trozos de roca cayeron del techo, estrellándose contra los muelles e impactando en el agua como balas de cañón. Otto y Raven lucharon por mantener el equilibrio mientras la caverna entera oscilaba.

—Cypher debe haber activado la secuencia de autodestrucción —dijo apresuradamente Raven.

—Ejem… En realidad… he sido yo —dijo Otto con las mejillas ardiéndole. Sabotear la cadena de montaje de los robots le había parecido una buena idea en su momento, pero ahora se daba cuenta de que podía tener unas consecuencias bastante más graves de lo que él pretendía.

—¡Será posible! —exclamó Raven—. Le dejo solo un par de horas y va y…

De repente se oyó un estruendo a sus espaldas y, al volverse, vieron al gigantesco robot asesino del pozo atravesar las enormes puertas de acero que daban a los muelles. Se había abierto paso desgarrando el acero de grueso calibre como si fuera papel de seda.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó con voz entrecortada Otto.

—Un problema —repuso Raven mientras sacaba sus espadas del cinto—. Póngase a cubierto.

Raven salió de su escondrijo blandiendo las espadas en posición defensiva.

—¡Eh, feo! —gritó, y la cabeza del robot giró hasta quedar fijada en la posición de Raven. Las luces rojas de sus sensores parecieron lanzar un destello y luego avanzó hacia ella.

Otto retrocedió hacia las sombras. No era tan tonto como para suponer que podía ofrecer a Raven algún tipo de ayuda significativa en una situación como esa, así que miró a su alrededor buscando algo que pudiera serles de utilidad en el combate que se avecinaba. Echó un vistazo al equipo que estaba suspendido del techo de la caverna y sonrió. Ya sabía lo que tenía que hacer.

Raven se aprestaba a hacer frente a la monstruosa máquina que se le acercaba. La metálica piel negra del robot estaba agrietada y abollada por la lluvia de escombros que le había caído en el pozo, pero no parecía que eso hubiera mermado su velocidad en lo más mínimo. El robot avanzaba y Raven retrocedía. Sabía que tenía que mantenerlo a distancia: quizás en los muelles dispusiera de más espacio para moverse, pero tampoco podía mantener indefinidamente ese juego del ratón y el gato. Al sentir en la espalda el contacto de un muro, se detuvo. El robot seguía avanzando y Raven sintió un escalofrío al darse cuenta de que se le habían agotado las ideas. De pronto atisbo un objeto de gran tamaño que se movía detrás del sicario, y los ojos se le abrieron como platos.

Raven se apartó de un salto mientras el enorme contenedor, sujeto por una grúa electromagnética de carga, impactaba en la espalda del robot como si fuera un tren de mercancías y lo estrellaba contra la pared rocosa. A unos cincuenta metros de distancia, en los controles de la grúa, Otto soltó un pequeño grito en señal de victoria. Raven se levantó del suelo y se sacudió el polvo. Luego miró los restos destrozados del robot, aplastados entre el enorme contenedor y la implacable pared de roca. Ese ya no volvería a levantarse.

Sonriendo de oreja a oreja, Otto corrió hasta el escenario de la destrucción y echó un vistazo a los restos del enorme robot, que se convulsionaban y despedían chispas.

—Buen trabajo —dijo Raven al tiempo que otra explosión sacudía la caverna—, pero seguimos sin poder escapar.

La sonrisa de Otto se desvaneció al comprender que Raven tenía razón. Seguían atrapados mientras la base de Cypher se desintegraba a su alrededor. De pronto les llegó un pitido horriblemente familiar desde los restos retorcidos del robot. Otto y Raven volvieron a la vez la cabeza y de inmediato vieron surgir de entre los restos una especie de lata plateada de gran tamaño con una luz roja parpadeante en un extremo.

Otto jamás había visto a alguien moverse a la velocidad con que se movió Raven. Agarró la lata, que medía casi medio metro y seguía pitando, la arrancó del amasijo de metal retorcido y luego la arrojó hacia las puertas que daban al mar. Acto seguido, se echó encima de Otto y le tiró al suelo. La explosión desgajó las gruesas puertas y la onda expansiva hizo que los oídos de Otto retumbaran como si fueran las campanas de una iglesia.

Cuando la nube de humo de la explosión se disipó, Otto se incorporó y echó un vistazo a los destrozos. Una de las puertas había desaparecido por completo y la otra no era más que un montón de chatarra retorcida. Ya podían escapar de allí.

—¿Le apetece un chapuzón? —le preguntó Raven sonriente, mientras le tendía una mano y le ayudaba a ponerse de pie.

Capítulo 13

E
l guardia de seguridad de HIVE entró en la zona de detención y soltó un grito ahogado. El hombre destinado a la custodia del calabozo estaba desplomado sobre el puesto de vigilancia, respirando aún, pero inconsciente. Se acercó corriendo a su camarada caído y le sacudió por el hombro. No obtuvo ninguna reacción. El guardia había visto los efectos de las adormideras lo bastante a menudo como para reconocerlos al instante. Corrió hacia las celdas y comprobó horrorizado que estaban todas vacías. Se sacó la caja negra del cinturón y habló por ella a toda prisa.

—Aquí el guardia Jackson desde la zona de detención. Alerta roja de seguridad de clase uno. El coronel Francisco se ha fugado.

Shelby despertó sobresaltada. Había vuelto a soñar con Wing. Estaban en un minúsculo bote de remos en medio del océano y Wing se había caído por la borda. Ella se zambulló detrás de él, pero no pudo encontrarle. Cuando volvió a la superficie, el bote había desaparecido y se encontró sola y a la deriva en medio del frío y negro océano. Se estremeció al recordar la aterradora sensación de soledad que había experimentado al verse rodeada por aquella inmensidad helada de aguas oscuras.

Mientras se restregaba los ojos, se dio cuenta de que su caja negra emitía un suave pitido y supuso que eso debía de ser lo que la había despertado. Cogió la agenda electrónica y tocó la pantalla para aceptar la llamada.

—Buenos días, estudiante Trinity —dijo la mente en un tono monocorde y neutro que ya se había vuelto tristemente familiar—. Se ha producido una alerta de seguridad y el doctor Nero solicita que usted y la estudiante Brand se presenten de inmediato en la sala de reuniones número tres.

—Hummm… Vale… Sala de reuniones número tres —dijo Shelby, aún adormilada.

La caja negra se apagó y Shelby se acercó a la cama de Laura. Sacudió suavemente el hombro de su amiga hasta que se despertó al fin, profiriendo un leve gruñido.

—¿Qué hora es? —preguntó con voz ronca alzando la mirada hacia Shelby.

—Las cinco y pico. Nero quiere vernos. Al parecer hay una alerta de seguridad.

De pronto, Laura pareció bastante más despierta.

—¿Te ha dicho lo que pasaba? —preguntó.

—No, ha sido la mente quien ha llamado y últimamente no parece estar por la labor de entablar largas conversaciones —respondió Shelby—. Pero sea lo que sea, parecía bastante urgente.

Laura sabía muy bien lo que quería decir Shelby con su comentario sobre la mente. Seguía sin haber ningún indicio de la antigua personalidad del ente cibernético; fuera lo que fuera lo que le habían hecho después de su fracasado intento de fuga de hacía unos pocos meses, estaba claro que había borrado todo rastro de su anterior independencia.

—En fin —dijo Laura incorporándose y plantando los pies en el frío suelo—, será mejor que vayamos para allá.

Otto estaba helado y tenía el ánimo por los suelos. Estaba sentado y acurrucado en una roca al lado de los acantilados a la entrada del embarcadero secreto de Cypher, que seguía escupiendo gruesas columnas de humo negro. Los finos rayos del sol naciente apenas servían para calentarle o para secar la gélida humedad de su uniforme. Cerca de él, de pie, Raven oteaba el horizonte desde hacía una hora. Otto echó un vistazo por encima del hombro a la empinada pared rocosa que se alzaba a su espalda. Suponía que Raven sería capaz de escalar esas abruptas rocas negras, pero él no era montañero. Nadar a lo largo de la línea de la costa también parecía imposible; no se veían entrantes en la pared de roca en ninguna de las dos direcciones, y la violencia del oleaje que rompía contra la base del acantilado le hacía suponer que tendría que sentirse bastante menos exhausto si quería tener la más mínima oportunidad de avanzar algo más que unos pocos metros. A Otto no se le pasaba por alto lo irónico que era haber logrado salir sanos y salvos de la base de Cypher para verse luego atrapados por la madre naturaleza.

—No pare de frotarse los brazos y las piernas —dijo Raven con gesto preocupado—. Solo me faltaba que le diera una hipotermia.

El aspecto de Raven, por contra, era el de alguien que se acabara de despertar tras una noche de sueño reparador. Si el frío la molestaba, no daba signos de ello. De pronto, se levantó viento y Otto se acurrucó aún más para tratar de conservar el poco calor que le quedaba en el cuerpo.

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