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Authors: Mark Walden

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Ciencia Ficción

El protocolo Overlord (2 page)

BOOK: El protocolo Overlord
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—Me alegra que estés contento con los resultados —contestó Nero sonriendo. Siempre era una satisfacción conocer las hazañas realizadas por sus antiguos alumnos.

De pronto, un pitido suave pero persistente surgió de la consola que se hallaba en el centro de la mesa de conferencias, y todos los miembros del Consejo General se apresuraron a tomar asiento. Mientras los superdelincuentes se iban acomodando en sus sitios, Nero se alegró de comprobar que buena parte de los doce miembros que habían asistido a la anterior junta también estaban presentes ese día. Una desafortunada consecuencia del trabajo que habían elegido era que de vez en cuando uno de ellos era sustituido en aquellas reuniones por una cara nueva y a menudo desconocida. Unos habían sido detenidos y encarcelados, otros habían muerto en el cumplimiento de su deber, otros eran víctimas de sus propias fechorías y otros eran reemplazados de una forma «más activa» por algún recién llegado. Los más infortunados eran los que habían disgustado al Número Uno, el jefe absoluto del SICO, y era preferible no imaginar su destino.

Pero había un miembro del consejo que Nero no se alegró de ver, un hombre que se estaba convirtiendo para él en una espina que cada vez tenía más clavada. Estaba sentado al otro lado de la mesa, frente a él, con el rostro oculto por una satinada máscara ovalada de cristal negro. Se llamaba Cypher y en los últimos años era como si su mayor empeño fuera socavar con insidias la credibilidad tanto de HIVE como del propio Nero. No era corriente que el Número Uno permitiera que uno de sus directivos ocultara su identidad a los miembros del consejo, pero en el caso de Cypher parecía dispuesto a hacer una excepción. En parte, probablemente se debía a que su historial desde que ingresó en el SICO había sido ejemplar. Era un genio de la técnica, y sus complejos y astutos planes habían reportado enormes beneficios en dinero y en poder. A Nero le resultaba enervante ver un reflejo distorsionado de su propio rostro en aquel cristal negro. Sin duda, Cypher tendría mucho que decir sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la escuela
[1]
.

Las cabezas de todos los miembros del consejo se volvieron a la vez cuando una gran pantalla descendió desde el techo a la cabecera de la mesa. Tras un leve parpadeo, se encendió y, como de costumbre, apareció en ella la figura silueteada del Número Uno. Era imposible distinguir sus facciones, solo se veía la vaga y enigmática figura a la que todos los reunidos habían jurado inquebrantable lealtad.

—Me alegro de saludarles, señoras y señores. Me complace ver que todos han podido acudir —dijo con una voz que no dejaba traslucir el más leve acento. Nunca había asistido en persona a una de esas reuniones y no había razones para pensar que aquella sería la primera vez—. He estudiado todos sus informes preliminares y es para mí un placer comunicarles que, en general, estoy satisfecho con su actuación desde nuestra última junta. Ha habido un par de desgraciados incidentes, pero ninguno que ponga en peligro la supervivencia de nuestra organización.

Nero estaba seguro de que el hecho de que HIVE hubiera estado a punto de ser destruido por la planta mutante creada por el alumno Darkdoom era uno de aquellos «desgraciados incidentes» y no le apetecía en absoluto que se recordara precisamente allí. No era prudente mostrar el menor signo de debilidad ante aquellos hombres y mujeres, del mismo modo que nunca es prudente ser el más lento de los antílopes cuando un león sale de caza.

—También he revisado sus propuestas preliminares para nuevas iniciativas en los próximos meses y me agrada lo que he visto. No obstante, hay un par de preguntas concretas para las que quisiera obtener respuesta.

Cuando el Número Uno dijo esto último, Nero detectó un sutil cambio en el ambiente que reinaba en la mesa. Aunque los miembros del consejo tenían relativamente mano libre en la gestión de sus operaciones diarias, se solicitaba que todos presentaran al Número Uno sus proyectos de mayor alcance. Todos sabían que el Número Uno tenía la misteriosa habilidad de descubrir cualquier error en aquellos proyectos y nadie quería que el más cuidado de sus planes acabara hecho pedazos delante de los demás miembros del consejo.

—Señora Mortis, he estado repasando su proyecto para utilizar tiburones controlados cibernéticamente como método indetectable de asesinato. Tiene puntos interesantes, pero no puedo dejar de preguntarme qué se supone que habría que hacer si el presunto objetivo no sale a nadar al mar.

La señora Mortis se removió incómoda en su asiento. Era una mujer delgadísima, con el pelo tan estirado hacia atrás que más parecía un método de tortura que un peinado.

—Tampoco he podido desprenderme de la sensación de que, tras una eliminación exitosa, cualquier subsiguiente utilización de dichos animales atraería una atención no deseada. Ya conocerá el dicho: «Un ataque de un tiburón es un infortunado accidente, dos ataques son una conspiración».

—Se incluían planes para el empleo de otros animales, pero… —protestó sin mucho convencimiento la señora Mortis.

—Sí, también los he repasado. Me temo que un súbito incremento del número de ataques de animales salvajes a nuestros enemigos también atraería una atención no deseada.

La reunión continuó en la misma línea. Cada uno de los presentes detalló los éxitos y fracasos de sus respectivas organizaciones en los últimos meses. Pronto le llegó a Nero el turno de informar sobre la situación de HIVE. Mencionó el número de nuevos alumnos que habían ingresado en la escuela y los diversos éxitos conseguidos por sus graduados. Había decidido no entrar en más detalles respecto a los últimos acontecimientos, pues sabía perfectamente que los demás malhechores allí reunidos habían leído el informe que había presentado al consejo explicando lo acaecido tras la creación y definitiva destrucción de la monstruosa planta mutante. Esperaba que los demás miembros del consejo lo estimaran suficiente, pero, cuando completó el informe con un resumen de las reparaciones que habían sido necesarias, fue interrumpido.

—Perdona, Nero, pero creo que todos nos merecemos una explicación más amplia acerca de cómo pudiste permitir que semejante monstruo estuviera a punto de borrar de un plumazo a toda una generación de futuros agentes del SICO —dijo Cypher fríamente.

—El informe que presenté contiene todos los detalles necesarios, Cypher —replicó Nero. Se esperaba aquello.

—Sí, es muy revelador. Lo que a mí me demostró fue que tal vez sea hora de poner la dirección de HIVE en unas manos más capacitadas o de considerar quizás que la escuela ha dejado de ser útil para nuestra organización.

Nero hubiera jurado que en la voz de Cypher se detectaba una sombra de petulante satisfacción.

—La escuela lleva muchos años preparando a futuros agentes del SICO sin que nada de esto hubiera sucedido antes —repuso Nero intentando que no se le notara su irritación. Cypher había dejado claro en numerosas ocasiones que no apoyaba la escuela—. No veo motivo alguno para reaccionar de forma tan exagerada frente a lo que no ha sido más que un triste pero imprevisible accidente —apostilló.

—Igual que el accidente que hace una década obligó a cambiar la escuela de lugar, supongo —dijo Cypher—. Un accidente que costó varios billones de dólares rectificar y que estuvo a punto de desembocar en el descubrimiento del complejo por, al menos, una agencia de seguridad. Si a eso se añade la factura por las reparaciones necesarias tras el reciente fiasco, resulta que HIVE se está convirtiendo en un lujo muy caro, ¿no te parece, doctor?

—A lo mejor preferirías que dejáramos la formación de los futuros miembros de este consejo en manos de delincuentes comunes. Porque eso es lo que ocurriría si no existiera HIVE.

—Mi querido doctor —ahora el sarcasmo de Cypher era inconfundible—, nuestra organización existía mucho antes que tu amada escuela. ¿Estás insinuando que este consejo es incapaz de asegurar su propia supervivencia en el futuro?

Nero estaba acostumbrado a esa esgrima verbal entre él y Cypher, pero esto ya era pasarse de la raya.

—No me cabe la menor duda de que esta organización sobreviviría sin HIVE, Cypher, ¿pero tendría tanto éxito sin la preparación que los futuros agentes reciben en mi escuela?

—¿Tu escuela, Nero? Tenía la impresión de que la escuela era del SICO, no tuya.

—¡Basta! —atajó el Número Uno—. Estoy harto de verles pelearse como niños pequeños. El SICO sigue necesitando HIVE, pero he dejado meridianamente claro al doctor Nero que no toleraré más incidentes de esa índole en la escuela. Y se acabó la discusión. A no ser que usted opine que no estoy llevando este asunto de la forma correcta, Cypher.

—No, señor. Como siempre, la decisión final le corresponde a usted.

A pesar de todos sus éxitos recientes, Cypher no era tan idiota como para cuestionar abiertamente las decisiones del Número Uno.

Nero había sido un colaborador leal del SICO durante más años de los que podría contar, pero ahora, por primera vez, estaba empezando a tener sus dudas sobre la dirección que estaba tomando la organización. Cypher no era más que el paradigma de una nueva casta de malhechores que de pronto estaban engrosando las filas del SICO. Estos últimos miembros parecían desprovistos de la finura y la elegancia de la generación anterior. Con demasiada frecuencia, la respuesta a sus problemas consistía en la violencia y el caos. No siempre había sido así. Nero siempre había admirado la forma en que el Número Uno controlaba los excesos más homicidas de los miembros del consejo. Esa disciplina era lo que había impedido que el SICO se convirtiera en otro cartel criminal sediento de sangre, pero, en los últimos meses, su autoridad sobre los miembros del consejo parecía estar debilitándose. No, se corrigió mentalmente a sí mismo, lo que más le preocupaba no era que la autoridad del Número Uno sobre el consejo se estuviera debilitando, sino que esa autoridad se estuviera relajando de forma deliberada.

—¿Algún otro punto que tratar? —preguntó el Número Uno al acercarse el cierre de la reunión.

Ninguno de los superdelincuentes presentes parecía tener nada que añadir.

—Muy bien —continuó la borrosa figura—. Los veré a todos dentro de seis meses. Hasta entonces… El que golpea primero…

—El que golpea primero… —se despidieron los miembros del consejo repitiendo su lema, como era tradicional al final de sus juntas.

La pantalla se apagó y su audiencia con el Número Uno terminó tan rápidamente como había empezado.

Nero se levantó de su silla cuando Gregori se le aproximó. En la cara del gigante ruso se leía su irritación.

—Eso era innecesario —dijo en voz baja mirando a Cypher, que ahora hablaba en susurros con el barón Von Sturm en el otro extremo de la sala.

—Sí, pero no inesperado —repuso Nero—. Cypher jamás desaprovecharía una oportunidad de criticarme en público.

—Es posible, mi querido amigo, pero no tienes por qué preocuparte. El consejo sabe lo bien que llevas la escuela. Nadie hace caso de sus mentiras.

—Tú no te las crees, Gregori, pero otros sí las creerán.

En el otro extremo de la sala, Cypher seguía hablando con el barón. No cabía duda de cuál era el tema de la conversación.

Mientras se alejaba del Teatro de la Ópera, Nero reflexionó sobre cuanto había sucedido en la reunión. El ataque de Cypher era previsible, pero no podía evitar que le preocupara lo directo que se había mostrado su adversario enmascarado. Hubo un tiempo en que no se habría atrevido a cuestionar tan abiertamente su autoridad en una reunión del consejo, pero, al parecer, ahora no tenía reparos en hacerlo. Nero siempre había desaprobado la hostilidad entre los miembros del consejo. Había visto demasiadas veces cómo una discusión menor derivaba en peligrosas y sangrientas peleas, pero la posibilidad de que se produjera un enfrentamiento abierto entre los dos parecía más y más inevitable cada vez que se veían.

Mientras seguía andando, comenzó a sentir una creciente sensación de inquietud. Todos los malhechores que habían sobrevivido tanto tiempo como él desarrollaban un sexto sentido que les advertía de los peligros, y hacía tiempo que Nero había aprendido a hacerle caso. Aminoró la marcha y se detuvo a contemplar el escaparate de una de las lujosas tiendas que había en la calle. En la acera de enfrente, claramente reflejados en el cristal, dos hombres intentaban pasar desapercibidos. Le estaban siguiendo.

Se puso de nuevo en marcha, ahora plenamente consciente de sus dos molestos acompañantes. Continuó calle abajo hasta llegar a un tranquilo callejón y rápidamente entró en él. Era un callejón sin salida, tal como había esperado. A su espalda oyó el ruido de los pasos de los dos hombres que entraban en el oscuro callejón. Aflojó la marcha deliberadamente y oyó que sus perseguidores se le aproximaban.

—¡Quieto! —dijo uno de ellos.

Ahora estaban ya a unos metros de él. Hizo lo que le ordenaban y se volvió muy despacio para plantar cara a los dos hombres, uno de los cuales le apuntaba con un pistolón provisto de un bulboso silenciador.

—Eso no es necesario —dijo con tranquilidad—. ¿Por qué no charlamos un rato?

—Cállese —replicó el que le apuntaba—. No hay nada de que hablar. Deme el amuleto —ordenó extendiendo la otra mano.

—¿Qué amuleto? Perdone, pero no sé de qué me está hablando.

Sabía perfectamente de qué le estaban hablando, pero lo que tenía que averiguar era cómo se habían enterado ellos.

—Sabemos que lo tiene. ¡O nos lo da por las buenas o se lo arrancaremos por las malas! —el pistolero puntualizó su amenaza amartillando el arma.

—Caballeros —dijo Nero con toda la calma—, todos y cada uno de nosotros tomamos decisiones en el curso de nuestras vidas, unas buenas y otras malas. Pero ustedes, al menos, tienen el dudoso placer de saber que esta es la peor que han tomado en su vida. Natalia…

Fue como si la estrella arrojadiza que apareció en el antebrazo del pistolero hubiera estado allí siempre. El hombre soltó el arma aullando de dolor, al tiempo que una sombra se dejaba caer al suelo del callejón desde un tejado. El que no estaba herido fue rápido: le habían entrenado bien. Sacó su arma y se disponía ya a apuntar con ella cuando apareció un relámpago de plata y la pistola cayó al suelo, partida limpiamente en dos pedazos.

Raven avanzó hacia los sorprendidos matones empuñando sus catanas gemelas.

—Caballeros, les presento a una amiga —Nero sonrió—. Sospecho que se toma como algo personal que alguien ponga mi vida en peligro.

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